¿A qué llamamos historicidad?

Por: Ignacio Lewkowicz
Fuente: Insumisos.com (24.10.96)

Organización: CEAP Lugar: Buenos Aires Expone: Ignacio Lewkowicz Fecha: 24-10-96

El tema sobre el que vamos a conversar es la historicidad. Pero a poco de andar se revela que más que un tema sobre el que uno despliega un saber previamente constituido, el de la historicidad es un problema, que pone en suspenso el régimen de las evidencias y las certezas a priori al respecto.

¿Cómo pensar la historicidad? ¿cómo circunscribirla, localizarla y evitar que sea una vaguedad retórica? El concepto de historicidad tiene mucha fuerza, una fuerza tal vez excesiva para su pobre an-damiaje conceptual. Tan es así que en diversas situaciones tiene más peso como imagen que como concepto. en muchas situaciones -sobre todo en las discusiones contra el estructuralismo más cerrado.

Se trata, en esos casos, de una nueva edición de lo que Febvre llamó combates por la historia. El estructuralismo que antes se llamaba chiíta y ahora quizá talibán proscribe cualquier vía para la producción de una novedad fuerte. Pero una vez que se ha hecho una baza fuerte, en términos de historicidad contra el estructuralismo es necesario empezar a despuntar más finamente en que consiste este concepto. Althusser había planteado en su momento que era necesario establecer el concepto de historia. Que la historia no era una evidencia, sino que exigía la producción de un concepto capaz de nombrarla. Si la historia era una evidencia sin concepto, se trataba de forjar un concepto más allá de la evidencia, es decir, un instrumento para el pensamiento. Pero se trataba de un proyecto que recién comenzaba.

A fines de los años ’60, Pierre Vilar entra en polémica con Althusser. Es un historiador sabio y astuto. Después de observar que un párrafo de Althusser el supuesto concepto de historia se usaba en cinco sentidos distintos, sentencia que efectivamente es necesario conceptualizar la historia, que es necesario aceptar el reto de Althusser. Pero eso no implica seguir la conceptualización que el filósofo postulaba como vía de solución, la tarea de conceptualización debía continuar. No extrañará que el artículo en que Vilar ensayaba esta polémica se llamara Historia marxista, historia en construcción.

Así, la toma de partido por la historicidad necesaria, no alcanza en nuestras circunstancias. Si hay conceptos muy diferentes acerca de qué es historizar, no basta con señalar como evidencia que tal término tiene una historia. Este señalamiento sólo tiene valor polémico respecto del estructuralismo, pero queda aún por ver si esa historia alegada tiene capacidad para exceder las determinaciones estructurales. La oposición simple no implica la crítica ni mucho menos la superación.

¿A qué se llama historización? Espontáneamente aparece una pri-mera imagen: historizar es una relación con el tiempo y la transfor-mación. ¿Pero qué es aquí transformación ? ¿Y qué es tiempo ? No se trata para nada de evidencias. San Agustín notó que bastaba preguntar por la esencia del tiempo para dejar de saber qué era el tiempo. Estamos en un terreno semejante.

Por ejemplo, es posible imaginar que historizar algo es inscribirlo en una secuencia. Pero cuando algo se historiza inscribiéndolo en una secuencia se corre el riesgo de sustancializar ese algo. Si se anotan sólo las evoluciones que eso va sufriendo a lo largo del tiempo, esa historia se reduce al despliegue accidentado pero homogéneo de una sustancia sin capacidad de alteración.

También se podrá llamar historizar a la operación que inscribe un término en la dinámica de una estructura. Pero las temporalidades de la estructura clásica, la diacronía y la sincronía, si bien sitúan un término en el devenir lo acotan en un devenir homogéneo, reglado, en el que jamás aparece lo nuevo, lo otro. Pues la legalidad estruc-tural proscribe implícitamente cualquier novedad no aparente.

En nuestra década aparecen conceptos más activos de historización, entre los que no cuenta precisamente la periodización en décadas. Quizás con algún atavismo diría que estos conceptos constituyen el estatuto actual de la vapuleada dialéctica. Cuando se piensa la historicidad en términos ya no sustanciales ni estructurales sino situacionales, historizar es inscribir en una situación. Correlativamente, cuando se piensa en términos de acontecimiento, historizar es suplementar con un acontecimiento la estructura de una situación.

El problema de la transformación también es decisivo porque tampoco constituye una evidencia.
Uno de los aspectos más delicados en nuestro campo es la operación que distingue entre lo mismo y lo otro. ¿Cuándo una variación es sólo una modificación dentro de las invariantes y cuándo una modificación subvierte las invariantes de una estructura o altera sus parámetros fundamentales ? ¿Cuándo algo deviene otro ? Este es el problema de la transformación efectiva. No basta con un cambio evidente de forma, pues en este campo las evidencias engañan. Tenemos transformación sólo cuando aparece un punto de alteridad. Pero aquí no se trata de la alteridad exterior, esa alteridad exterior abusivamente reconocida y explotada por el estructuralismo. El problema decisivo es la alteración de lo mismo: ¿cómo lo mismo deviene otro en la inmanencia de un proceso?
El tercer aspecto necesario para historizar, además de un concepto preciso de historicidad y de un concepto preciso de transformación, es el del registro de historicidad. Veámoslo en su campo.
Cuando uno plantea, por ejemplo, que el Psicoanálisis tiene una fuerte di-mensión histórica, seguramente se refiere a registros de historicidad muy diversos. Puede tratarse de una historia de la teoría que va sufriendo desarrollos en una determinada línea o en otra, según los combates teóricos que la tensan. Puede tratarse también de una historicidad de la subjetividad, de los tipos subjetivos que se instituyen en una situación histórico-social y de los tipos de patologías que se producen como efecto. También puede tratarse de la historia de la inscripción social del Psicoanálisis, de lo que podría llamarse la transferencia social previa, de los modos en que la sociedad deriva hacia el Psicoanálisis tales o cuales formas patológicas para su curación o tratamiento.

Pero también hay historicidad propia de la situación psicoanalítica, es decir, de los procesos terapéuticos. También habría una historicidad del aparato psíquico o de las diversas instancias.
Quiero decir que cuando se sostiene que la historia es inherente al Psicoanálisis, son demasiados los registros en los que se está hablando. Esto puede servir como elemento de combate para enfrentar las concepciones más netamente epistemológicas según las cuales una teoría se constituye como una teoría y punto.
Pero una vez que el combate sale del primer plano, es preciso centrar la mira en el campo propio y no en la posición adversaria. Vale decir: nada más victorioso que un adversario que me encadene a combatirlo infinitamente sin conseguir jamás la autonomía en el pensamiento. Ahora bien, ¿a qué registro de historicidad nos referimos cuando decimos historicidad del Psicoanálisis? ¿Nos referimos a la historia de los principios de la teoría psicoanalítica? ¿A la historicidad de los tipos subjetivos? ¿A la historicidad del proceso psicoanalítico? ¿A la de los avatares de la vida del paciente?

Es preciso establecer los distintos niveles de historicidad porque cada uno tiene su régimen histórico propio. ¿Y qué es este régimen histórico propio? En principio, para cada serie, para cada instancia o para cada registro hay un tipo específico de fenómenos que periodiza, un tipo de fenómenos que produce un corte, un tipo de fenómenos que produce alteración. Que un hombre se encuentre con una mujer puede ser un acontecimiento en su proceso terapéutico particular pero no creo que haga tambalear las bases del Psicoanálisis. Que un registro tenga su tipo de historicidad, significa que tiene un tipo fenómenos que lo historiza. También cada registro tiene su tipo de regularidades y su modo específico de producción de términos regulares: esto puede sonar muy abstracto (es abstracto) pero significa que no es la misma la forma de regularidad producida en una instancia que en otra. No es la misma la causa de esas regularidades en una causa que en otra. El advenimiento de un fenómeno que corte las regularidades en una instancia no genera de por sí los mismos efectos en otra.

Si uno intenta articular esta multiplicidad, más que articulación va-mos a tener superposiciones, conexiones, choques, chispas. Por ejemplo, hay concepciones y modos de hacer historia que no esta-blecen situaciones específicas para analizar sino que suponen una interrelación de todo lo que acontece en el mismo marco cronológico y geográfico. Todo lo que ha ocurrido en la Hélade en el siglo VI AC, pertenece a una sustancia unificada llamada «época». No hay, en esta línea, situaciones específicas historizadas por acontecimientos específicos sino una amalgama disolvente en un «clima de época». Lo que ocurre supuestamente en una misma época acontece en distintas situaciones que se conectan bajo el modo no identitario de la suplementación, la conexión, el choque, la sorpresa, la subversión de las condiciones de posibilidad, etc., pero no de
la «articulación».

Digo esto porque en general la vía del estructuralismo ofreció siempre una salida imaginaria que consistía en imaginar precisamente que cada vez que hay una conexión efectiva entre dos términos hay una articulación lógica. En cambio, en nuestro campo se supone que cada vez que hay una conexión entre dos términos sólo hay una conexión entre dos términos: que la conexión sea lógica, que la articulación permita todas las operaciones estructurales, eso está por verse. Y tampoco se podría decir que como no hay relación lógica, lisa y llanamente no hay relación.
Porque hay conexiones, superposiciones, enfrentamientos y disyunciones, es decir, toda una serie de fenómenos no formalizables pero que insisten produciendo efectos.
Se podrá decir que los efectos son despreciables, y es cierto. Pero lo son despreciables en las teorías de los sistemas simples. En cambio, los efectos mínimos en los sistemas complejos producen efectos de alteración global: cuanto más complejo es un sistema, más sensible es a la variación de las condiciones internas. En este sentido, los efectos despreciables en un orden simple no siguen siéndolo en un nivel de complejidad mayor. Uno puede imaginar que lo ínfimo, arrojado a un sistema «más amplio», se disuelve más aún en la nada. Pero la intuición engaña.

Los fenómenos ínfimos en un sistema más rico en complejidad lejos de neutralizarse empiezan a potenciarse, multiplicarse, enrarecerse.
Tenemos un problema bien interesante. En los sistemas abiertos, el observador es participe y productor de alteraciones; altera el campo. Claro, uno podría decir que la disciplina histórica en principio es una disciplina de conocimiento, y la situación en que el historiador conoce no es la situación conocida. Pero esto está más que cuestionado. El discurso histórico está comprendiendo laboriosamente que lo propio de su eficacia no se reduce al conocimiento en trascendencia. Quizá en poco tiempo – la actividad decidirá si se logra o no – el discurso histórico termine por constituirse como disciplina de intervención. Cuando una disciplina es de intervención, entonces, la presencia efectiva del que opera es productora de los fenómenos que observa.

¿Qué es hacer historia? En principio, hacer historia se dice en dos sentidos. Hacer historia en un primer sentido, en el sentido más re-gular de mi profesión, consiste en escribir un relato, escribir una historia ya acontecida : describir, narrar, analizar, conocer es el trabajo propio de los historiadores de gabinete. Pero hacer historia también es historizar en lo real. Ese es el otro sentido. Cuando uno hace historia, historiza: no solo escribe lo que ya ha sucedido sino que también la acción real y la intervención efectiva produce una historización de los fenómenos en los que de hecho se está intervi-niendo. Hay una historización actual, una operación que desarticula las temporalidades resistentes. Una operación que reordena las temporalidades, una operación que, al hacer advenir un término nuevo, manda o reordena los términos a un pasado.

Este es el trabajo de historiador ya no de gabinete sino de trinchera. Pienso en Marx cuando escribe El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
Pero también – creo y espero – ése es el trabajo del psicoanalista. Aquí el psicoanalista es un operador del proceso por lo cual se historiza lo actual. Su operación consiste en hacer que un término actual caiga hacia el pasado, en hacer que caiga hacia el pasado, en la medida en que un término nuevo reordena las presencias. El concepto central para esta vía de historización actual que no quiere escribir los términos en una secuencia que despliegue sus regularidades, sino que se quiere historia alteradora, es el término de acontecimiento.

En principio, habría que pensar el acontecimiento en términos de aparición de algo radicalmente nuevo. El advenimiento de algo radicalmente nuevo es la presencia en acto de lo que nunca fue en potencia: la irrupción que no es la actualización de lo que ya estaba, el advenimiento de un término que pasa del no ser al ser, y no del ser en potencia al ser en acto. La posibilidad aquí depende de que exista, para esto que no era en potencia pero adviene, la capacidad de producir un efecto. El efecto que más me interesa destacar aquí es el efecto de suplementación.
La suplementación es el efecto pertinente de la irrupción de lo radi-calmente nuevo en una situación: suplementación de una estructura, la suplementación de un orden, la suplementación de una serie. La suplementación no consiste en agregar a un término lo que le falta para constituir un todo, sino en introducir en un todo un elemento en plus que lo destotaliza. No complementa en términos conjuntistas de modo tal que la unión entre un conjunto y su complemento resulte en el universo sino que lo suplementa. Ahora bien, ese universo se revela como parcial, se revela – por el advenimiento del término nuevo – como fallado e inconsistente.

La suplementación se puede presentar en principio como un juego entre dos marcas. La primera marca habría que situarla como la re-presentante de una estructura, o la marca representante del con-junto de la serie preexistente. La otra marca tiene que ser otra, es importante que sea otra, y que sea otra en sentido fuerte.

Se suele decir que el superyó es heredero del complejo de Edipo. Lo que aquí importa es la categoría heredero. La categoría heredero me parece decisiva porque hay que ver si ser heredero es una identidad o una condición. ¿Esta herencia puede ser suplementada por un tér-mino o no ?
Supongamos que esta herencia sea una marca. ¿Es una marca única? Si se presenta una marca que sea otra – por el mecanismo que ustedes puedan concebir como racional porque en este terreno yo no tengo ninguna experiencia – pueden darse tres casos formalmente distintos.

Partimos de una situación en la que está dada una marca que hasta ahora detentaba la identidad de lo marcado por esa marca. Viene otra. La primera posibilidad es que cualquier marca nueva se identifique con la anterior: no es nueva sino una ocurrencia más de la marca de siempre. Ahí el heredero no se enriquece, más bien sigue tomado por la herencia que le impide tomar cualquier otra cosa que no sea bajo el signo de la herencia. O sea, que hay una sola marca.

El segundo caso es que una nueva marca no se identifique con la anterior sino que la sustituya, la elimine, venga a su lugar : ahí se supliría sin resto una identidad por otra. Estaríamos ya no en el caso de lo radicalmente nuevo sino de lo totalmente nuevo, lo absolutamente nuevo. En el primer caso tendríamos un puro pasado sin historia, porque lo que fue es lo único que es. En el segundo caso tendríamos un puro presente sin historia porque lo que fue se fue, se desvaneció sin dejar siquiera huellas. Hay historia si hay diferencia temporal. Pero si el presente repite el pasado, o si
lo elimina, entonces no hay diferencia temporal y por ende carecemos de historia.

La tercera posibilidad, la buena, es la de la suplementación. ¿En qué consiste? Una nueva marca, por el mecanismo que fuera, se introduce y no repite la anterior, tampoco sustituye la anterior sino que se agrega. Pero no se agrega a la marca anterior en el sentido gregario del término como un semejante más. La reordena y la resignifica, porque la marca anterior que era una determinación que detentaba integralmente la identidad de lo marcado ahora queda condicionada al efecto de la segunda marca. Recién ahí, en vez de un pasado sin historia o de un presente sin historia, tenemos una operación actual de historización, por la cual, la marca anterior cambia su sentido.

En esto hay algo importantísimo: hay continuidad absoluta de la marca pero es continuidad de las marcas que para nada preserva una identidad o una esencia o una sustancia. Las marcas permanecen siendo otras tras la suplementación. Esto violenta nuestra intuición, pero es preciso sostenerlo para que haya historización en el sentido no estructuralista del término. Digo esto, porque en historia, en mi campo, se suele decir que si alguien quiere tener una discusión infinita pregunte si entre dos situaciones cualesquiera hay continui-dad o discontinuidad. Y uno va a encontrarse con que en cualquier momento hay algo que continúa y hay algo que cambia. La discusión es infinita porque eso es retórica. Se dice: si algo cambia y algo permanece entonces tenemos un poco de las dos cosas. En rigor, en esta línea que estoy tratando de plantear, las marcas permanecen absolutamente. La marca es imborrable – si se borra la marca queda la marca de la borradura de la marca, pero la marca. En este sentido, su continuidad es absoluta. Pero el ingreso de una nueva marca altera las reglas del juego de la marca anterior : en ese sentido la alteración también es absoluta. Hay continuidad absoluta en el plano de la marca, alteración absoluta en el campo del juego – que es el campo de la consistencia simbólica o de la significación. Esto de absoluto es nada más que un énfasis, pero me parece que es importante para ver que hay simultáneamente no un poco de continuidad y otro poco de transformación sino que hay alteración esencial y continuidad ineliminable en las marcas. Y en este sentido el término que ha sido suplementado continúa su existencia pero continúa siendo otro.

Aquí hay un punto para mí muy delicado al menos en el campo de la historia -me imagino que es más general-. Cada vez que se ubica una permanencia se convierte espontáneamente eso que permanece en un rasgo esencial. ¿Por qué ? Porque lo esencial permanece. Pero eso es sólo la definición ideológica de «esencial». Entonces, parece que alcanza con ubicar una permanencia para imaginar que lo esencial no ha cambiado : todo cambio ha sido superficial, aparente. Pero ubicar una permanencia, en este sentido que estoy planteando aquí, no es ubicar una esencia inalterable, sino mas bien la posibilidad que algo permanezca vaciado de su naturaleza, deviniendo otro. La suplementación es la que permite esta permanencia alterada, permanencia de la marca alteración del sentido.

Me parece que las posibilidades clínicas de historización dependen en un principio de dos dimensiones : dependen por un lado de que sea observable algo radicalmente nuevo en el campo de la clínica, es decir depende de los observables clínicos. Naturalmente, entre estos observbables cuentan las acciones terapéuticas de ustedes que están ahí en posición de actores y controladores a la vez. Pero también depende que en el plano de la observación, es decir en el horizonte epistemológico, exista la posibilidad de lo radicalmente nuevo y la suplementación, porque sino el ojo adiestrado en la repetición percibe sólo repeticiones. El ojo acostumbrado a ser razón suficiente de la repetición identitaria, puede hacer de eso una identidad.
Planteo un ejemplo que muy probablemente lo conozcan que es un argumento de Borges que se llama «Kafka y sus precursores». Está mal dicho el argumento que voy a decir pero está muy bien escrito, conviene leerlo porque el tipo se daba maña. Borges dice que imagi-nó una vez un examen de los precursores de Kafka. Encontraba el primer precursor de Kafka en la paradoja de Zenón : la flecha nunca llega al blanco porque antes tiene que recorrer la mitad y antes la mitad de la mitad. La meta siempre es visible pero imposible llegar. Encuentra otro precursor de Kafka
en un prosista chino que escribió que el unicornio en razón de lo anómalo que es, puede permanecer largo tiempo entre nosotros sin ser percibido. Los ojos ven lo que están acostumbrados a ver: Tácito no percibió la crucifixión de Cristo, aunque la registra en su libro.

Hay otros antecedentes, dice Borges, más previsibles. Entonces, hay algo kafkiano en esto. Después aparecen León Bloy y Robert Brownning. Dice Borges: si no me equivoco en las heterogéneas piezas que he nombrado, hay algo de Kafka; sino me equivoco, estas piezas no tienen nada en común. Si Kafka no hubiera escrito, no hubiéramos podido armar el conjunto que integra a Zenón, Bloy, Browning, etc. Si Kafka no hubiera escrito, entonces, no percibiríamos ese conjunto. Vale decir, no existiría. Lo cierto, dice Borges, es que cada creador crea sus precursores. Lo cierto es su labor modifica el pasado así como ha de modificar el futuro.

Un creador crea sus precursores, su labor modifica el pasado. Entonces Kafka si bien tiene precursores, sería un acontecimiento, porque en la lista de precursores de Kafka no se deduce Kafka, en estos cinco individuos no está contenido en potencia Kafka, sino que es más bien el advenimiento de Kafka el que traza hacia atrás sus condiciones de posibilidad. Lo cual produce un efecto medio envenenado, porque en la medida en que un acto radicalmente nuevo, crea hacia atrás sus condiciones, las condiciones se presentan como condiciones de posibilidad y estas condiciones de posibilidad se presentan a su vez como conteniendo en potencia el efecto Kafka. El acontecimiento aquí produce su enmascaramiento, una novedad fuerte causa hacia atrás sus condiciones. Si causa hacia atrás sus condiciones de posibilidad es que cuando ocurrió era imposible. Pero también si traza hacia atrás sus condiciones: una vez que trazó las condiciones lo vuelven posible, motivo por el cual no fue acontecimiento. Este mecanismo de borradura, que es inmanente al efecto, es -al menos en el campo de la historia- el mecanismo por el cual los historiadores se empeñan en demostrar que en las invasiones inglesas porque son antecedentes.

Es decir, son a la vez el estado en potencia de la revolución del ´10. En este sentido, es decisivo marcar la diferencia entre disponer retroactivamente de un antecedente y disponer de un ser en potencia. Que un término tenga antecedentes no significa que haya estado contenido en potencia en sus antecedentes. Algo de lo que aparece en el acontecimiento es semejante a sus antecedentes. Sin embargo si nosotros privilegiamos el aspecto de semejanza, lo nuevo no es nuevo, el acontecimiento no es acontecimiento y lo que ocurre es nada más que una repetición de sus antecedentes, una nueva ocurrencia de la misma esencia o la misma estructura. Como en algo coincide el antecedente con lo nuevo, lo nuevo se presenta como consecuencia del antecedente. Pero la operación del historiador consiste en circunscribir la cualidad nueva, por tenue que sea, en el acto de su emergencia alteradora en un mar de semejanzas (casi) abrumadoras.

Estratégicamente, lo decisivo es la relación del acontecimiento nuevo con la situación en la que ha de trabajar. Un acontecimiento es un acontecimiento para una situación; un acontecimiento no es un acontecimiento en sí. Para la estructura de una situación, si un término carece radicalmente de lugar y sin embargo se presenta en la situación, tiene valor de acontecimiento. Lo nuevo no es lo nuevo en sí. Najdorf sostenía que en ajedrez es nuevo todo lo que está bien olvidado. Es nuevo
lo que produce efectos de novedad (o de suplementación) en una situación y no lo que jamás ha ocurrido en la faz de la tierra o los cielos. No es acontecimiento un término que jamás se ha presentado, que carece de antecedentes, sino lo que produce efecto de suplementación. Puede que «en el mundo ya hayan estado», pero el mundo es una entidad abstracta, sin concepto, pues no se puede concebir conjunto de todos los conjuntos, ni situación de todas las situaciones.

Entonces, lo nuevo es nuevo para una situación y si algo es nuevo para una situación, en la medida en que no hay un principio trans-situacional desde el cual observar la totalidad de lo existente, entonces si es radicalmente nuevo.

Así, para un pensamiento en clave de situaciones, que algo sea radicalmente nuevo para una situación no desmerece en nada su carácter de novedad fuerte, sino que más bien viene a indicar que ésas son las condiciones de acceso de la novedad.

3 respuestas

  1. deberian de poner las fechas de los descubrimientos como en la historicidad por que no biene quien la invento
    o la introdujo
    okey
    eso es todo

    gracias.

  2. Muy interesante me ha parecido, y con varios puntos de contacto con reflexiones a las que yo les venía dando vueltas. Aquí hay otro punto de vista sobre la historicidad que quizá pueda interesar, complementariamente:
    http://vanityfea.blogspot.com/2011/05/historicidad.html

  3. […] ¿A qué llamamos historicidad? […]

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