Los perros andan sueltos»: Lucy Oporto y el lumpenfascismo

Por Julio Cortés
Fuente: El porteño (14.04.24)

Uno de los libros más profundos sobre la vigencia y mutaciones del fascismo en la postdictadura chilena es el de Lucy Oporto Valencia, “Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo”1.
El título está tomado de una conversación sostenida entre Francisco Javier Cuadra, secretario general de Gobierno, y Sergio Marras, un periodista de la revista opositora APSI, justo después del atentado frustrado contra Augusto Pinochet el 7 de septiembre de 1986. Ante los intentos de secuestro del director de la revista, Marcelo Contreras, Marras se contactó con Cuadra, quien le confirmó que el decreto de detención que esgrimían los agentes a bordo de dos vehículos sin patente eran falsos, y agregó: “Desgraciadamente, en momentos como éstos el Gobierno pierde el control y los perros andan sueltos”. Es curioso que un personero civil de la “dictadura cívico-militar” admita algo así, pero en efecto, los perros sueltos de la Central Nacional de Informaciones asesinaron en pocas horas a cuatro personas, militantes de partidos de izquierda, en represalia por los cinco escoltas que resultaron muertos en el Cajón del Maipo. Los “valientes soldados” que se salvaron de la muerte en esa emboscada del Frente Patriótico Manuel Rodríguez lo lograron por la vía de salir arrancando y saltar al barranco.
Leer sobre el atentado y la respuesta estatal al mismo me sumerge en un y largo y profundo racconto directamente hacia el año 1986, que se supone iba a ser el “año decisivo” de la lucha contra la dictadura, y en que tras una recalada veraniega en Valparaíso -mi ciudad natal: “colónia inmensa i gran puertó” al decir de Remenyik-, llegué en el mes de marzo con mi familia a vivir a la ciudad de Santiago y cursar tercero medio, tras residir siete años en La Serena y cinco en Punta Arenas. Nunca olvidaré el momento en que se interrumpió la programación televisiva del domingo 7 (estaban dando Superman) con avisos de utilidad pública que llamaban a los “miembros del club Papillón” a presentarse en su sede. Mi padre me dijo: “algo pasó, estoy seguro que ese llamado es una orden para que se acuartelen los sapos de la CNI”. Días después supimos de los asesinatos de José Carrasco, Gastón Vidaurrázaga, Abraham Muskablit y Felipe Rivera.
Dos meses antes, poco después de mi cumpleaños número 15, durante las jornadas de protesta nacional del 2 y 3 de julio una patrulla militar había prendido fuego a Rodrigo Rojas (que falleció) y Carmen Gloria Quintana (que sobrevivió). Tenían 19 y 17 años. Dentro de la gran cantidad de atrocidades que pude conocer como niño y adolescente en dictadura, esos dos eventos quedaron marcados para siempre en la memoria de mi llegada a la capital del Nuevo Extremo, en ese terrible año que fue 1986.
Otro mensaje claro de esos tiempos fue cuando tras la derrota de Pinochet en el plebiscito de 19882, al final de otoño de 1989, una vez más los perros sueltos de la Central Nacional de Informaciones asesinaron en Santiago a Jécar Neghme el 4 de septiembre en calle Bulnes, acribillándolo con 18 balas en distintas partes de su cuerpo, a quien pude apreciar semanas antes dando un discurso en un acto en el Teatro Cariola en calle san Diego, en su calidad de vocero del llamado ”MIR político”3. Durante los rabiosos disturbios ocurridos en el centro cuando la juventud se enteró de este crimen, supe que el 31 de agosto los infantes de marina en la ciudad de Valparaíso habían asesinado a alguien, que resultó ser mi amigo y compañero de Liceo magallánico Marcelo Barrios, acribillando su delgado cuerpo de muchacho de 21 años durante un allanamiento ordenado por la Fiscalía Naval. Marcelo era un ex militante socialista y se había pasado a las filas del FPMR-Autónomo4. La casualidad quiso que unos meses antes de su asesinato nos topáramos en los cerros de Valparaíso, saludándonos -y sin saberlo, despidiéndonos- en un largo y cariñoso abrazo en que volvía a revivir esas jornadas de amistad y protesta en Magallanes los años 1984 y 1985, cuando a pesar de mi corta edad él me invitó a militar en el Frente de Estudiantes Socialistas. Ambos funerales coincidieron el mismo día en el Cementerio General. Jécar y Marcelo fueron los últimos ejecutados políticos por una dictadura ya derrotada en las urnas, que se preparaba para entregar el mando político oficial de la nación y replegarse de vuelta a los cuarteles, con impunidad garantizada.
Un año después, el 15 de noviembre de 1990, la Policía de Investigaciones ejecutaba de un balazo en la frente a Ariel Antonioletti, conocido y respetado por todos los estudiantes secundarios de izquierda en los años de la Coordinadora de Organizaciones de Enseñanza Media (COEM) y luego el Comité pro-FESES5, rescatado de la cárcel por sus compañeros lautaristas y denunciado por un sapo socialista que corrió a contarle al flamante gabinete de Aylwin el lugar en que Ariel se ocultaba. A mediados de año, si mi memoria no falla, lo había visitado en la Cárcel Pública de Santiago, donde estaba encarcelado por diversas acciones del MAPU Lautaro. Tampoco teníamos como saber que era una despedida.
Y así empezó la democracia de los acuerdos, que algunos llaman “postdictadura” y que para Oporto sería la continuación del fascismo por otras vías: con las manos manchadas con la sangre de los jóvenes que lucharon contra la dictadura y no se acomodaban a la transición. Ni Jécar ni Marcelo ni Ariel llegaron a cumplir 30 años de vida.
La democracia no terminó con la guerra sucia, aunque la CNI, creada el 13 de agosto de 1977 por el Decreto Ley 1.878 del Ministerio del Interior, se disolvió el 22 de febrero de 1990 mediante la Ley 18.943. Más bien el conflicto se intensificó, con la CNI reemplazada por el Consejo Coordinador de Seguridad Pública: “La oficina” de Schilling y Burgos, que destacó en el uso de la delación remunerada, y que fuera reemplazada en el 2004 por la actual Agencia Nacional de Inteligencia, mientras ambos represores civiles fueron promovidos a miembros de la Cámara de Diputados.
Estos y muchos otros casos nos enseñaron bastante temprano en nuestras vidas que la dominación capitalista puede ser más o menos dictatorial o democrática, pero que siempre se basa en el terror y la represión abierta o encubierta, desatada o en estado latente: es la verdadera “dominación por el terror”, como define la RAE al terrorismo. Dicho en otros términos, así aprendimos que la democracia es la dictadura del capital, y que se construye sobre los cadáveres de los revolucionarios asesinados por el partido del orden. Pero el discurso de Jécar a través de los altavoces del Cariola, el abrazo cariñoso de Marcelo en una calle de mi ciudad natal y los ojos verde-azules de Ariel dándome una última mirada en ese antiguo recinto penitenciario que hace tiempo ya no existe6, aún vibran y resuenan en mí. En todos estos años nunca me han dejado de acompañar.
La certera pluma de Oporto y el hecho de que en sus más de seiscientas páginas este ensayo reúna trabajos escritos en un lapso de veinte años, ayuda mucho a generar estos raccontos. Según indica la autora en el Prólogo, titulado “El postfascismo como brotación de lo siniestro”, estos 18 trabajos reunidos en tres capítulos (I.- Imágenes alemanas; II.- Imágenes chilenas; III.- Imágenes de crímenes indescriptibles) surgieron de una intuición acerca de “las analogías existentes entre naciones sometidas a la experiencia traumática y postraumática del fascismo que, no obstante, en la modernidad tardía, y con posteridad a este hecho histórico, han pretendido posicionarse como exitosas, sobre todo en el plano económico”.
Es el caso de Alemania y de Chile, que luego de la experiencia de la dictadura se ofrecen como un ejemplo triunfal ante el mundo. Por eso Lucy aclara que no se trata de un trabajo acerca del fascismo histórico, “sino acerca de su continuidad como postfascismo, durante la postguerra y la postdictadura”, coexistiendo con el Estado de Derecho. Esta intuición sobre la “continuidad del fascismo por otros medios” surgió luego de su experiencia asistiendo a una retrospectiva sobre Rainer Werner Fassbinder7 en el Festival Internacional de Cine de Valparaíso en el año 2002, y de algunos trabajos del jurista y poeta Armando Uribe8, que en base al autor siciliano Leonardo Sciascia hacía una distinción entre “régimen fascista” y “espíritu fascista”. Esto resulta clave pues mientras el régimen se identifica sobre todo con el fascismo histórico, el aparato de Estado y el uso de la fuerza pública, el fascismo del espíritu es un fenómeno mucho más sutil y profundo, y podría desplegarse de varios modos sin necesidad de expresarse solamente en los períodos históricos en que impera un régimen fascista, pues se trata de “algo difuso, pero presente y actuante al interior de las relaciones personales y la familia, en el trabajo y la calle, que se expresa como fuerte disposición a la violencia en crisis individuales y sociales, irracionalidad, manifestaciones fetichistas y supersticiosas, desdén hacia las capacidades superiores y un nacionalismo espurio, pero estridente”9.
Es necesario detenerse en las categorías que usa Oporto, puesto que difieren en gran medida de las que hemos estado usando hasta aquí. En primer lugar, ella entiende que la continuidad entre fascismo y postfascismo está dada por la voluntad “manifiesta en el caso del primero, y difusa en el del segundo, de destruir el alma y la humanidad no sólo del adversario o enemigo, sino también de todos aquellos considerados inferiores, o que no se adapten a las exigencias de la productividad y sus resultados”10. Por eso “en tanto fenómenos humanos, deberían ser objeto de reflexión y debate entre distintas disciplinas”, lo cual es una propuesta que compartimos, pues es con el objetivo de aportar a esa reflexión y debate, pero desde fuera de todas esas disciplinas, que abordé la escritura del libro La religión de la muerte11.
La autora aclara desde su Prólogo que los conceptos de postdictadura y postfascismo pueden ser considerados como sinónimos, dada su coincidencia en el tiempo, pero a la vez mantienen una importante diferencia cualitativa. Mientras el concepto uribiano de “postdictadura” se refiere al régimen, y en el caso chileno se trataría de la transición a la democracia iniciada en 1990 y que “derivó en un pinochetismo con rostro humano”, el concepto de “postfascismo” refiere más bien “al estrato profundo de la postdictadura, al espíritu inmundo que impregna todas las facetas de lo humano en Chile –si bien extensivas a lo inhumano, como el medio ambiente, por ejemplo−, manifestado como brotación de lo siniestro y emanación difusa de un principio metafísico del mal, en medio de la aparente estabilidad del régimen político en curso, y en cualesquiera relaciones: privadas y públicas, internas y externas, de modo transversal”12.
Lo interesante es que el uso que le da Oporto al concepto postfascismo difiere bastante del que le han dado Tamás Gáspár Miklós desde el 2001, o más recientemente Enzo Traverso. Mientras ambos lo relacionan con formas actuales de movimientos o regímenes modelados en el fascismo histórico pero desarrollando algunas diferencias relevantes, Oporto lo comprende como el efecto de largo plazo, la maduración, el siniestro legado y generalización transversalmente distribuida de aquello que la violencia de la dictadura había expresado antes de manera concentrada. Para Oporto es el espíritu fascista lo que “define la transición a la democracia como postdictadura”, momento en el cual el “verdadero fascismo” de la sociedad de consumo (Pasolini) se despliega plenamente en “el surgimiento de un protofascismo creciente en Chile, identificado con sectores lumpen, en amplio sentido”. Y es también el espíritu fascista lo que define al postfascismo, “cuyo vacío del alma se muestra a través de la imagen de un corazón abortado”13.
Más adelante en la presentación de la selección de textos Oporto anuncia que “el concepto de postfascismo como brotación de lo siniestro, se refiere a la ocurrencia o irrupción del fascismo por otras vías, más allá del fascismo histórico o el régimen fascista, en medio de la aparente normalidad, paz y cotidianeidad de la llamada transición a la democracia”. Aquí radica la especificidad del aporte de Lucy Oporto a la comprensión de las distintas dimensiones del fascismo: del fascismo en democracia que identificaba Adorno hemos pasado a la proliferación de un fascismo cotidiano que consuma en democracia, bajo un Estado de Derecho, la obra maestra de la dictadura.
El trasfondo del postfascismo en el caso de Chile sería “un Estado de derecho pervertido de raíz, debido al peso de los crímenes inexpiados de la dictadura, cuya sostenida impunidad durante la postdictadura es una versión de la violencia que busca legitimarse en la historia a través de la ley”14. No me queda claro por qué el Estado de Derecho sólo quedaría pervertido de raíz luego de la experiencia de los regímenes fascistas y no desde antes, o más bien, desde el inicio mismo del Estado moderno, que es quien concurre al matrimonio por conveniencia con el Derecho, obteniendo así legitimidad y prestándole el auxilio de la fuerza pública. Pues en el origen del Estado moderno se encuentran los procesos de “acumulación originaria” que ya Marx en El Capital calificaba como formas abiertas de terrorismo, y respecto a los cuales el Derecho como herramienta en manos de la burguesía se prestó a partir del siglo XVII como un formidable refuerzo de los procesos de acumulación, llevándonos a todos a la gran catástrofe donde estamos viviendo hoy.
¿Tal vez entonces, a similitud de ciertos planteamientos de Sergio Villalobos-Ruminott, el fascismo no sería un fenómeno propio del siglo XX, sino que hundiría sus raíces en el origen mismo del modo de producción actual? Es una hipótesis interesante que habrá que atender, porque deberíamos entonces problematizar el que hasta ahora no hayamos considerado “fascismo” al exterminio de fuegüinos, o en masacres de hace un siglo como la de la Escuela Santa María de Iquique o la brutal represión de las huelgas en la Patagonia rebelde. Pero Oporto va mucho más allá de eso hacia una noción de fascismo eterno, pues entiende tanto al fascismo histórico como el postfascismo como encarnaciones histórico-políticas del “principio metafísico del mal, cuyo fondo último es incognoscible, en razón de la presencia de una especie de excedente de significación activo e irreductible, asociado a una trascendencia del mal, referido a un núcleo negro situado más allá de la experiencia y la percepción”15.
Como se ve, se trata de una acepción espiritualista del fascismo como satánica expresión del Mal, lo cual por una parte nos recuerda las concepciones acerca del ur-fascismo. Pero además uno podría detectar que esta comprensión se asemeja bastante o funciona como una inversión o desviación del anticomunismo tradicional en versión católica, como cuando el cura polaco avecindado en Chile Miguel Poradowsky afirmaba que el marxismo era una “manifestación concreta de la presencia de Satanás en la Historia”16, e incluso se podría relacionar con el contrarrevolucionario De Maistre cuando tildaba de satánicas a las revoluciones de su tiempo.
Como veremos, en esta concepción espiritualista, metafísica y arquetípica del fascismo la gran ausente es la lucha de clases, lo que equivale a decir que se trata de una concepción ahistórica.
En el primer texto Oporto analiza el nacional-socialismo y su “escatología degenerada” a partir de la película de 442 minutos de duración “Hitler, una película de Alemania” (1977), de Hans-Jürgen Syberberg. El proceso de autodeificación y locura política ocurridas durante el Tercer Reich es analizado desde la mitología del dios Wotan y la del Grial pero en la versión luciferina y nórdica de Julius Evola, y es visto como expresión de un fenómeno de psicopatología de las masas alemanas que esperaban un salvador y que se proyectaban en Hitler, viéndolo a la vez como “Führer” (jefe, conductor) y como “médium”, que según Syberberg “materializó los sueños ocultos de las personas”.
De acuerdo a Jung, Hitler padecía de pseudologia phantastica: “aquella forma de histeria que se caracteriza por la especial facilidad en creerse las propias mentiras”. La gente con este diagnóstico “tiene durante un tiempo un éxito arrollador, y es, por lo tanto, peligrosa desde el punto de vista social”17 .
Más adelante en su libro, en “La maduración de la serpiente”, con ocasión de un comentario sobre la reedición de una antigua revista universitaria llamada “El Quiltro”, Oporto realiza una de las más fulminantes y descarnadas críticas del “socialismo renovado” de los ochenta y su derivación en el “concertacionismo” de los noventa con que me he topado hasta ahora. Ahí define la lumpenización como “la acción sistemática de envilecer y destruir todo aquello que trasunte nobleza, en cualquier nivel”18, como “un proceso de decadencia moral y espiritual y, segundo, de decadencia y descomposición social, como signos de un orden socavado desde dentro”, y señala que el el lumpenfascismo “corresponde a un tipo específico humano constitutivamente degradado, así como a las manifestaciones de su forma de vida, cuyo foco es una forma transversal de ejercer el poder, o de reproducir el ejercicio del poder del vencedor”19. Esto, que podría parecer a simple vista una versión social-darwinista de la hipótesis de Pasolini sobre la mutación antropológica, se basa en gran medida en las películas de Fassbinder como “El amor es más frío que la muerte” (1969), “El mercader de las cuatro estaciones” (1971) o “El viaje a la felicidad de Mamá Kusters” (1975), en que se exhiben en detalle intrincadas relaciones personales basadas en el chantaje y la manipulación, en el contexto de una prostitución estructural y transversal, a nivel de una “microfísica del poder” en que todos explotan al prójimo de manera emocional, económica y sexual20. De esta forma, a pesar de su derrota en 1945, la profecía hitleriana recreada por Syberberg (“hemos triunfado, pero por otros medios”) tiene una efectiva concreción en el actual ocaso de la humanidad, anunciado por Hörbiger y la “doctrina del hielo universal”21. Esta prostitución generalizada que Fassbinder grafica tan bien “trasciende la práctica reconocida de la prostitución, para constituirse en un modo de ser y relacionarse humanos, cuyo objetivo es la aniquilación del más débil y el fortalecimiento del modelo capitalista”22.
En un texto mucho más reciente, Oporto insiste en señalar el “carácter satánico o diabólico” del fascismo como “brotación de lo siniestro”, manifestación del “principio metafísico del mal”23. Además, niega que a partir de octubre de 2019 haya ocurrido un “estallido social espontáneo y carnavalesco”; muy por el contrario, lo califica como el “avance de una instintividad sin espíritu y un pensamiento que no piensa”, un vacío del pensamiento que “irradia invertido como un fuego negro que arde pero no ilumina”. La religión de la muerte (aunque ella no ocupa este término) se manifestaría así en “la asonada de la horda de perros –los adoradores de Negro Matapacos–, con su destructividad gozosa, su inmundicia y ambición de poder, expansión y proliferación sin límites, trasuntadas en sus pretensiones refundacionales, construcciones de identidad y de realidad inmanentes, y trituración del ser en diversidades cada vez más atomizadas y autorreferentes”24.
Este pesimismo radical se expresaba claramente en “Los perros andan sueltos” cuando en relación a los movimientos estudiantiles que sacudieron al país varias veces en los últimos veinte años (2001/2006/2011) Oporto señala que el discurso de “empoderamiento ciudadano” con que se les apoya pretende pasar por alto que “la mayor parte de esa base social se convirtió en un ejército de consumidores voraces”, pues “lo que no destruyó el fascismo histórico en Chile, terminó siendo destruido por la consolidación de la sociedad de consumo y su monstruoso hedonismo, bajo la égida de la Concertación”25. De este modo, cualquier movimiento de resistencia como el de los estudiantes en el 2006 y 2011 se va a extinguir, porque “Chile es incapaz de una transformación radical, moral, espiritual, intelectual, cultural y social”. Para ella Chile como proyecto acabó cuando murió Allende y luego fue rematado cuando se destruyó la educación pública. En este contexto, dice que es mejor “estar muerto o ser abortado” 26.
El problema de este interesante análisis es que conduce a constatar que en el postfascismo neoliberal -que para nosotros no sería otra cosa que el capitalismo en su fase de dominación real-, a fin de cuentas todos los miembros de esta sociedad salvo una selecta minoría espiritualista nos hemos degradado, lumpenizado y fascistizado: somos todos “cerdos fascistas”, sujetos neoliberales, postfascistas o lumpen consumistas, y por eso es que nuestras rebeliones están de antemano condenadas a la nulidad (o a “estrangularse en la fase del motín”, como dijera el Comité Invisible). Así, el aspecto más valioso de la obra de Oporto -que sin duda es un buen aporte para analizar las distintas formas de violencia que se difuminan por todo el cuerpo social en esta fase de la crisis capitalista- es oscurecido por su contracara: el momento en que la crítica deviene una forma de “espiritualismo conservador”, que es el mismo término que Oporto usa para describir a Syberberg, que no por nada terminó sus días en el ostracismo tras invitar en Del infortunio y la fortuna del arte en Alemania después de la última guerra (1990) a “repensar a Hitler”, por lo cual fue acusado ni más ni menos que de “antisemita” y “neonazi”27.
Ya en el 2016, con ocasión de una protesta estudiantil en que una multitud atacó la Iglesia de la Gratitud Nacional, destruyendo en la calle un Cristo crucificado, Oporto identificaba a los encapuchados como lumpenfascistas:
“Los encapuchados no constituyen un sujeto histórico, ni una fuerza revolucionaria o de avanzada, ni la vanguardia de un movimiento de liberación, dispuesta a destruir el orden establecido para construir uno nuevo. Son, cabalmente, la escoria de la sociedad de consumo, la realización, consumación y apoteosis del lumpenfascismo, término que designa la transversalidad reproductora de la dominación y de la descomposición social en curso, encubierta por discursos que celebran la inconveniencia de pensar, la liberación de los instintos, la disolución en lo indiferenciado y el activismo irreflexivo. Son consumidores voraces insatisfechos, adictos a su violento deseo de acceder al privilegio no sólo del poder de compra, sino también de la destructividad e impunidad de los amos”28.
En este desplazamiento desde los movimientos y regímenes fascistas a la encarnación generalizada del espíritu lumpenfascista llama la atención que el foco de la crítica de Oporto ya no apunta al Poder con mayúscula y sus esbirros policiales/militares (los “perros”) sino que a su expresión molecular repartida democráticamente entre toda la fauna humana.
Detectado este elemento espiritualista conservador en alguien que se considera de izquierda, no me extraña para nada que Oporto haya despotricado contra la revuelta de octubre del 2019, y que durante el 2022 se haya pronunciado derechamente a favor de votar Rechazo en el plebiscito de salida sobre la Nueva Constitución.
En su texto Lumpenconsumismo, saqueadores y escorias varias: tener, poseer, destruir29, califica al “estallido social” como una “rebelión de consumidores insatisfechos” (en sintonía total con las pontificaciones de Carlos Peña en El Mercurio del domingo), causando una sustanciosa polémica con el viejo autonomista italiano Franco “Bifo” Berardi30, y el aplauso cerrado de personajes como Pablo Ortúzar y Daniel Mansuy (miembros fundadores del Instituto de Estudios de la Sociedad y columnistas favoritos de la prensa oficial).
En la misma sintonía, Ortúzar también habla del octubre chileno como un movimiento “salvaje” de “consumidores abusados” y “clientes furiosos”31, y al igual que las hipótesis conspirativas que circularon en los diversos sectores de la derecha nacional, desde la “invasión alienígena” de Cecilia Morel de Piñera a la “revolución molecular disipada” de Alexis López Tapia, Oporto cree que “lo acontecido el 18 de octubre de 2019, con la destrucción concertada y coordinada de varias estaciones del metro de Santiago, fue el punto de arranque de una crisis social largamente preparada desde las sombras: una incubación de contenidos y procesos inconscientes que, finalmente, han brotado a la luz en toda su obscenidad e impudicia latentes durante décadas, si no durante siglos”.
Insiste Oporto: estos consumidores insatisfechos y lumpenfascistas “aprendieron bien sus lecciones del sistema de antivalores socialmente legitimado, del que son su último o su primer eslabón, y no sus víctimas: siempre ganadores, competitivos, envidiosos, complacidos y empoderados en su ignorancia (que es una eficiencia), siempre victimizándose, siempre justificando y reivindicando su miseria moral y espiritual, su indecencia, descaro y voluntad de envilecimiento”. Habiendo aparecido a fines del 2019, luego de una insurrección que no se veía venir y dejó sin habla por mucho tiempo a la clase dominante, el texto de Oporto fue saludado de inmediato por Pablo Ortúzar (libertario de izquierda en su primera juventud, rápidamente desplazado hacia la “nueva derecha”), por señalar adecuadamente la paradoja de una revolución alienada contra los sistemas alienantes:
“Con lucidez brutal Oporto muestra cómo, en muchos niveles, la rebelión chilena es una rebelión de consumidores alienados, incapaces de relacionarse con el mundo de un modo distinto a la dinámica de la utilidad, el descarte y la destrucción, respondiendo en los mismos términos del sistema contra el cual, en principio, se rebelan, y por lo mismo manteniéndose prisioneros del mismo. Una revuelta, entonces, neoliberal, en la que cada participante se arroga a sí mismo el derecho a abusar de todo y de todos de manera impune, tal como los amos neoliberales. Una explosión del flaitismo chileno normalizado a todo nivel, y cuyos frutos no podrán sino ser amargos”.
Pero incluso Ortúzar se da cuenta de que, a pesar de que Oporto “entrega la negatividad necesaria para poder observar reflexivamente mucho de lo que ha ocurrido hasta ahora” pues “rompe el hechizo que permite a la acción bruta presentarse como portadora de bienes superiores”, finalmente ella cae en el mismo error que cierta teoría revolucionaria al asumir que “la alienación es todo lo que hay. Es decir, que la degradación de los degradados por el sistema, además de real, es total”32.
Sobre ese mismo punto Berardi, tras señalar que el texto de Oporto era no sólo interesante sino que admirable, dice que puede entender y hasta usar el concepto de lumpenconsumismo, pero que “nunca tenemos que olvidar que la causa del empobrecimiento moral y psíquico de una parte mayoritaria de la población en este siglo, es antes que nada la prolongada acción de la violencia económica del capitalismo financiero, la destrucción de la escuela pública, la predicación neoliberal de la competencia como solo valor social reconocido”. Por eso es que, a pesar del aspecto destructivo de la rebelión chilena y global, el concepto de violencia debería ser reservado a la violencia estructural del sistema capitalista neoliberal y a la violencia institucional que en ese mismo momento estaba matando y mutilando gente en las calles.
Por otra parte, Berardi tiene claro que para hablar de “lumpen” tenemos que hablar de proletariado, y que si muchas veces en la rebelión “se pueden manifestar elementos de lumpenconsumismo (…) parece necesario reconocer que la reducción de una parte mayoritaria de la población a lumpenproletariado no es algo que se pueda imputar a las víctimas, sino que depende de la reducción de la vida social a un desierto competitivo y precario”. A partir de ahí entiende que “la lumpenización generalizada producida por el capitalismo puede convertirse en lumpenfascismo, pero no siempre y no necesariamente”33.
El texto de Oporto termina señalando: “No espero nada de este país, que nunca ha sido mi país. Mueran si les place, chilenos, por la patria que tanto les ha dado. El lumpenconsumismo destella su fuego negro de vacío y muerte del alma”. Imposible no sobrecogerse con una declaración así, máxime cuando en la última frase Lucy nos cuenta que desde la ciudad en ruinas de Valparaíso, puede ver “la imagen de un joven con una marioneta de Violeta Parra y su guitarra -seguramente hecha por él mismo-, cantando sus composiciones llenas de amor, lucidez y espíritu”, único “trasunto de belleza e inocencia permanece en medio de esta agonía, este horror, esta oscuridad, y esta inmundicia”. En 2016 la autora ya había formulado este otro deseo: “Que Chile se hunda de una vez, y que sea rápido”, y cuando menciona las pocas “fuerzas luminosas y benignas” que ha tenido este país, menciona a Violeta Parra, Gabriela Mistral, Jorge Millas, Salvador Allende, Sergio Salinas Roco, entre otros que “han muerto en forma violenta o prematura, o han acabado excluidos de todo”.
Esta condena, que al mismo tiempo es una sarcástica invitación al sacrificio humano sin sentido, tiene un nivel tan puro de expresividad que no había detectado desde los tiempos en que los BBs Paranoicos cantaban “Skasi un chiste que te maten por la patria”. La canción, muy popular en sus conciertos desde entonces hasta el día de hoy e incluida en el disco Incierto Final (Alerce, 1993) es una especie de ska/punk alegre y contagioso que irrumpe tras los sonidos de una marcha militar, y en cuyo texto los muchachos de Maipú se reían por igual de “rojos y fachos”, que en los setenta “peleaban su derecho, pues morir por la patria era muy bien mirado, aunque Patito Aylwin llamara a los soldados, y al final pese a todo, quedaron con las ganas, porque llegó Pinocho y quedó la desbandada, y así fue que Volodia, Corvalán y Altamirano, apretaron cueva con el culo entre las manos”. Tras la aceleración de una ronda instrumental breve, especial para bailar pogo y slam, prosiguen de inmediato con su relato histórico explicando que “aquí quedó el pueblo, muriendo en las calles, en barricadas los rojos populares, y los fascistas muriendo por la patria, en atentados y en emboscadas”, recordando al final que “Jaime Guzmán fue el último de ellos, los gusanos vomitaron en el cementerio”, y rematando con un fulminante:
“¡Muere por la patria saco´ehueas!”.
¿Qué hacer con una canción así de nihilista? Yo nunca dejé de apreciar los destellos de lucidez hardcore punk que contenía, como la alusión a la poco gloriosa huida de los jerarcas estalino-socialistas de la UP, aunque sabía que inevitablemente eso generaría risotadas en un eventual auditor momio o facho, pero qué le vamos a hacer. Por otro lado, muchos amigos militantes de izquierda y/o familiares de víctimas de la dictadura rechazaban el tema con cierta indignación, pues en efecto muchos habían luchado e incluso sido encarcelados, torturados o asesinados luchando por la “Patria Libre” (“o morir”34).
El texto de Oporto sobre las “escorias humanas” fue saludado por varios intelectuales orgánicos de la derecha liberal destacando su “solitaria lucidez” en la “condena de la violencia”, y es una de las piezas fundamentales de su nuevo libro, He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza (2021), que con el tiempo se ha hecho muy conocido y valorado tanto por la elite tradicional como por la derecha más reaccionaria y el mundo del “rechazo, suministrándole al fin a ese sector algo de lo que hasta ahora carecía: una verdadera filósofa.
Desde una posición más bien marginal y en efecto solitaria, lejos del circo de la “intelectualidad” mediática y el mundillo académico más taquillero, Lucy Oporto ha pasado en pocos meses, a medida que la contrarrevolución chilena consolida sus posiciones, a jugar un rol de primera línea en la condena de la “violencia barbárica” de la revuelta lumpenconsumista, equiparándola con la violencia de la Constitución de 1980 y explicando que por ello va a votar Rechazo35. Esto es curioso pero muy sintomático: que una persona que se dice de izquierda, con un discurso crítico no sólo del neoliberalismo sino que del capitalismo en sí mismo, equipare la violencia desde arriba con la violencia desde abajo, porque “el origen barbárico de la Constitución de 1980 no será superado por la Convención Constitucional”, y entonces en vez de no votar o votar nulo (si de lo que se trata es de mantenerse al margen de estos órdenes construidos sobre la base de la violencia36), su decisión sea votar rechazo:
“Votaré “Rechazo”, no porque estime que la Constitución de 1980 tenga alguna dignidad, o que la dictadura tenga algún mérito, lo cual sería aberrante para mí, que debí crecer bajo ese régimen, sino porque la actual Constitución en proceso será infinitamente más injusta, debido a su carácter mezquinamente racista, tribal, disolvente, excluyente y, en este sentido, fascista. Pero, sobre todo, debido a la violencia barbárica que ha emanado del proceso en su conjunto, desde octubre de 2019 hasta la fecha, lo cual ha terminado siendo funcional al avance del narcofascismo, que es el mal absoluto”.
¿Pero no estaba hace poco pidiendo que se acabe Chile? En fin, el argumento parece ser más o menos este: dado que la revuelta fue violenta, terrible de flaite y “populachera”, entonces es mejor mantener el orden constitucional que proviene del ataque militar a Allende en La Moneda y de las torturas, ejecuciones y desapariciones, matizado luego por el “pinochetismo con rostro humano” de la Concertación/Nueva Mayoría. Así, más vale diablo conocido y asegurar que de todas formas el orden se diseñe desde arriba y no jugando a hacer participar a un populus que ya no es tan interesante como en los tiempos de Violeta Parra y Salvador Allende, puesto que ha devenido una amorfa masa de consumidores voraces e insaciables.
La verdad es que, además de cierto elitismo, creo que hay más nihilismo, desesperación y espíritu de la muerte en estas frases y oscuros deseos al cierre que en las mentalidades y acciones de los “saqueadores” y “escorias” que la autora denuncia tan fuertemente, como escoria humana. Pues en efecto, la única de las acepciones de “escoria” que en el diccionario de la RAE no se refiere a residuos de procesos de combustión es la quinta y última: “cosa vil y de ninguna estimación”. ¿Algo innoble? ¿Tendrá esto algo que ver con su interés jungiano en la alquimia y la purificación del “oro del espíritu”37? Por cierto, “escoria” es también la expresión que usa la animadora pinochetista Patricia Maldonado para referirse a los inmigrantes ilegales en Iquique, agregando estas otras: “rascas, picantes, pelientos”, y resulta más fuerte que la expresión “lacras” utilizada por el diputado electo del Partido de la Gente Gaspar Rivas (ex presidente y cercano amigo de los fascistas social patriotas) para referirse a una mujer privada de libertad que resultó fallecida por falta de atención médica38.
Por lo demás, en relación a la violencia propia de la rebelión, que se expresó en evasiones de pasaje, barricadas, daños a la propiedad pública y privada, incendios, y enfrentamientos con la policía (que por cierto causaron miles de policías lesionados, pero NINGUNA MUERTE), ¿es acaso posible calificarla en serio como fascismo, y compararla con las formas ya clásicas de represión y exterminio que han usado los movimientos y regímenes fascistas? ¿Es comparable una insurrección de millones de personas en todo el país durante un mes completo, con el ejercicio planificado, cruel e implacable de expediciones punitivas y terrorismo de Estado? Por favor.
Rodrigo Karmy ha criticado estas posiciones recientes de Oporto señalando un paralelo entre dos formas diferentes pero complementarias de reaccionar en contra de la revuelta de octubre: el sociologismo del jurista y columnista dominical de El Mercurio Carlos Peña, como vocero de una gran burguesía abierta a las transformaciones, para la cual “todo lo acontecido no es más que un ‘desajuste’ que puede solucionarse vía una moderna ‘nueva Constitución’”, y el “neofascismo esotérico” pequeño burgués y provinciano de Lucy Oporto, cuyo espiritualismo “ha devenido una verdadera conciencia desventurada en medio del embate neoliberal y su ‘lumpenconsumismo’” 39.
Oporto sería, según Karmy, una especie de reverso negativo del sociologismo de Peña: todos los conceptos oportistas son conceptos peñistas espiritualizados. Así como Peña decía en el 2011 que los estudiantes “marchan por más capitalismo”, Oporto subraya ahora el carácter de “consumidores aspiracionales” de quienes participaron de la “asonada” octubrista. Tampoco es casual “el que entre Peña y Oporto exista un sintomático y común denominador: quienes participan de la revuelta son vistos como agentes económicos”. Ambos reman en el mismo sentido: el de la despolitización radical de la revuelta de octubre y su reducción a mero “brote pulsional”. Irónicamente, o no tanto, Lucy Oporto aparece en la portada de la edición de septiembre/noviembre de la revista filonazi Ciudad de los Césares, señalando que “El espíritu es la fuerza más poderosa”.
“Nosotros no embelleceremos la violencia” (Karl Marx)
El estallido social reducido a las brutales andanzas de hordas de saqueadores fue una imagen bastante usual en las clases dominantes y otros sectores que reaccionaron en contra del proceso, asustados por su violencia intempestiva, y ahora es la visión claramente hegemónica en el relato oficial. Pero desde la invasión alienígena de la que habló la primera dama Cecilia Morel de Piñera a las teorías del profesor Mario Waissbluth sobre la irrupción de los “anarco/narcos”, no se capta lo que en realidad ocurrió en las calles, donde confluyeron variadas formas de violencia y contraviolencia, y en que la violencia “innovadora” de algunos “saqueadores” que querían apropiarse de las mercancías para revenderlas convivía con la euforia comunitarista de quienes repartían de inmediato todo lo expropiado y la violencia rebelde de quienes sólo querían insumos para alimentar el fuego de las barricadas40. Por lo demás, el Ministerio Público ha aclarado en base a numerosos datos que los narcotraficantes no participaron mayormente del estallido porque alteraba las condiciones normales en que realizan su negocio, y además el hecho de que, al contrario de lo que muchos y ellos mismos creían, no hubo una concentración de saqueos en los “barrios críticos”, sino que “simplemente se expandieron por toda la ciudad”41.
Sin dejar de lado las profundas diferencias de enfoque con Oporto en relación al fenómeno del fascismo, y el hecho de que su posición ante la revuelta de octubre sea abiertamente reaccionaria, sigo convencido de que es necesario encontrar el “valor de uso” de cada posición, y en este caso sus opiniones resultan relevantes para tratar de comprender las grandes diferencias a nivel de opinión, y las considerables variaciones de las percepciones y actitudes sociales ante la violencia popular42.
La actividad agitativa y de revuelta minoritaria permanente que se expresa en Chile desde inicios de los noventa por parte de los llamados “encapuchados” como continuidad directa con las luchas juveniles y populares que vertebraban la lucha social autónoma contra la dictadura en la década anterior43, ha sido en general considerada disruptiva o a lo menos molesta, siendo siempre criminalizados oficialmente por el segmento duro del sistema penal, o informalmente en los medios que siempre hablaron de “VÁNDALOS” y “COBARDES QUE OCULTAN SU ROSTRO”, y en la propia izquierda autoritaria, que como no tiene sobre estos sectores control alguno siempre ha optado por descalificarlos a priori como irracionales44, “infiltrados” o “provocadores” 45. En clara ruptura con esa percepción, a fines del 2019 hubo un momento en que gran parte de la población chilena simpatizaba no sólo con el amplio y potente movimiento social que estaba ocurriendo, sino por sobre todo con la “violencia revolucionaria” que implicaba la mantención de barricadas y la actividad de la “primera línea” como respuesta espontánea que tomó semanas en desarrollarse, ante la necesidad objetiva de contener los brutales avances policiales. Así y todo, cabe destacar que muchos sectores sociales apoyaban estas acciones sólo en la medida que las entendían como “autodefensa”, o como una forma de posibilitar el “derecho de manifestación”, manteniendo el repudio de otras formas de violencia, haciendo casi una distinción entre los tradicionales “capuchas antisociales” y los “héroes” de la primera línea, que incluso fueron ovacionados en una sesión en el edificio del Congreso en Santiago y visitados por el juez Baltasar Garzón (un héroe de la izquierda chilena por su actuación frente a Pinochet en 1998, logrando su detención en Londres46). Así fue surgiendo rápidamente una separación entre ellos y el resto de los manifestantes, e incluso una tendencia a contemplarlos y aplaudirlos en tanto expertos en una violencia separada del resto del movimiento, sobre todo desde los sectores más pequeño burgueses que hacían un carnaval mientras estos “valientes” los defendían.
En este proceso de resignificación y legitimación de la violencia como defensiva o contraviolencia, el argumento de que “la primera línea te defiende” llegó a ser planteado por el humorista Kramer en su rutina del Festival de Viña 2020, lo cual resulta sumamente interesante si tenemos en cuenta que el 2021 su guionista fue contratado para la campaña presidencial del candidato ultraderechista José Antonio Kast.
A medida que la revuelta se fue enfriando y canalizando institucionalmente muchos de esos sectores volvieron a criticar estas formas de contraviolencia, con el argumento de que “no es la forma”.
Para el primer aniversario del estallido ya era posible apreciar que en parte esta violencia había degenerado en lo que mi abuelo materno -siguiendo a Mao47– llamaba “contradicciones en el seno del pueblo”, como se pudo constatar en la masiva pelea de más de tres horas de duración entre barras bravas en el Parque Bustamante. Algo así resultaba imposible en la fase ascendente de la insurrección, cuando todos confluían en una multitud que vencía el miedo con euforia y cuando confrontación era, parafraseando a Clastres, de (casi) toda la sociedad contra el Estado (representado por sus hipertrofiadas fuerzas policiales).
Luego de la llegada al gobierno de Boric y su coalición de partidos disminuyó de inmediato parece el apoyo a la protesta callejera, dado que el sector moderado de la izquierda consideró que ya estaba cumplido su propósito al haberse instalado la Convención Constitucional. En este contexto, la violencia popular ha ido mutando hacia una cierta ritualización, siendo llevada a cabo con cierta periodicidad por grupos relativamente pequeños, y la estrategia represiva también se ha modificado, de la mano de un significativo aumento de recursos.
Así, en el 2022 se apreció una importante novedad: el ataque armado contra quienes protestan por parte de mafias ligadas al narcotráfico y el comercio ambulante, que ya han causado heridos graves y la muerte de Francisca Sandoval, que cubría la marcha del 1° de mayo para la Señal 3 de La Victoria cuando en pleno bandejón central de la Alameda fue alcanzada por una de las balas disparadas por sicarios desde el barrio Meiggs. Estas “expediciones punitivas” en coordinación con la policía merecerían en efecto más que cualquier otra cosa la etiqueta de lumpen o narcofascismo. Lo peor es que estos conflictos sociales violentos incrementan también los estereotipos respecto a los migrantes “narco-ambulantes”, incluso en sectores de izquierda, de una manera que poco se diferencia de la xenofobia tradicional que siempre ha estado presente en amplios sectores populares48.
Sin hacer distinción entre violencias y contraviolencias, Lucy Oporto en “Ancla del alma” compara la profanación de la tumba del soldado desconocido en Plaza Baquedano por parte de manifestantes encapuchados, con la “operación retiro de televisores” mediante la cual a partir de 1978 la dictadura pinochetista desenterró e hizo desaparecer cadáveres de personas ejecutadas a contar del 11 de septiembre de 1973. Ya señalé antes que durante la revuelta de octubre el tipo de bloqueo de calles conocido como “el que baila pasa” fue equiparado con las humillaciones perpetradas por los nazis contra los judíos.
Curiosamente, en base a la equiparación de todas las formas de violencia, que es condenada “venga de donde venga” sin hacer las mínimas distinciones necesarias (violencia desde arriba -dominante- o desde abajo -dominada-; social o institucional; o según la ya clásica clasificación de Johan Galtung: violencia directa, estructural y cultural)49, se propone ahora un nuevo gran acuerdo nacional para “combatir la violencia” fortaleciendo una vez más el aparato represivo del Estado y revitalizando herramientas como la Ley de Seguridad del Estado y otras que casi habían caído en desuso, como la Ley Antiterrorista50.

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