El pensamiento mágico

Por: Hernán Montecinos
Fuente: icalquinta.cl

La cultura humana, en sus distintas fases, ha sabido mostrarnos el pensamiento del hombre en un constante devenir de auto liberación. Ello explica los distintos parámetros de base que han identificado las corrientes de pensamientos en los distintos periodos históricos que le ha tocado vivir. De este modo, si la cultura del periodo más primitivo queda identificada por el pensamiento mágico y la del periodo antiguo por la mitología y el pensamiento filosófico, así también, la cultura del periodo feudal queda identificada por el pensamiento religioso y la de la época moderna por el pensamiento científico.

Toda cultura y toda actividad humana se han encontrado tensionadas por una polaridad fundamental. Se trata de una tensión entre estabilización y evolución. Una tendencia, por una parte, que conduce a formas fijas y estables de vida, y por otra, que tiende a romper los esquemas de estabilización. Los pensamientos más primitivos han demorado, mucho más que otros, en sus procesos de autoliberación. Esto quiere decir, por ejemplo, que en el pensamiento mágico, la tendencia a la estabilización se ha mostrado mucho más fuerte que el punto de tensión opuesto.

Es en este contexto que toda cultura, cualquiera sea su época, responde a una conformidad para su preservación y misión más fundamental. Así, la cultura más primitiva, fiel a la constante del tiempo que le tocó ser protagonista, necesita edificar un mundo propio, un mundo ideal. Para tales fines busca su propio modo de acción y, para ello, recurre a los mecanismos que tiene a la mano. Como no vive ni experimenta la capacidad de pensar racionalmente, y apenas si se sostiene en la debilidad de su instinto e intuición, debe recurrir a las representaciones y formas irracionales de que es capaz de dar cuenta su pensamiento todavía inmaduro.

El pensamiento mágico viene a representar el estado más primitivo del pensamiento. Surge como necesidad para dar respuesta a la incognoscibilidad de las causas que dan origen a los distintos fenómenos que se producen en la naturaleza. La historia del desarrollo del pensamiento determina que lo mágico toma cuerpo en el hombre cuando se da cuenta que las fuerzas de la naturaleza son más poderosas que él. Surge cuando aún no poseía ni la más mínima inteligencia para comprender y ejercer dominio sobre las fuerzas de la misma. En buena medida, es la primera reacción o toma de conciencia del hombre, no tan sólo respecto de los fenómenos materiales que se operan en la naturaleza, sino que también como sistema de autoafirmación para darle sentido y conformidad a su propio modo de vida.

En su esencia, la magia es una de las formas de la religión primitiva que se traduce en un conjunto de ritos que tienen por objeto influir sobre las personas, animales y espíritus imaginarios para obtener determinados resultados. La magia se basa en la creencia de que existe una conexión sobrenatural entre el hombre y el mundo que le circunda. Opera a través de un conjunto de actos por los que un agente socialmente calificado para la manipulación ritual se relaciona con lo sagrado para atender las peticiones de sus clientes. Es una técnica que se aprende con conocimientos tomados de la tradición y tiene fines utilitarios. Puede sor magia blanca, si tiene por fin el bien o la protección, y negra, para hacer el mal.

A partir de estas primeras distinciones podemos decir que los pensamientos más primitivos corresponden a aquellos estados en los cuales el hombre todavía no había logrado ni sus medios de defensa ni sus medios de explotación del mundo exterior. Por ello, el hombre se siente amenazado y se da cuenta de que depende no sólo de sus propios recursos, sino también de fuerzas que lo superan y lo rodean. Naturalmente, el hombre les asigna un carácter impenetrable, un carácter de misterio, y trata de suscitar fuerzas que trasciendan sus propias posibilidades. La magia se presenta como una actitud empírica que muestra una fe en lo incognoscible y en lo impenetrable cuya práctica se maneja a través de ritos, los que sobrevivirán y se incorporarán en las religiones modernas ulteriores. Así y todo, a pesar de sus limitaciones, la magia debe ser considerada como un paso importante en el desenvolvimiento de la conciencia humana. Lo dicho, por cuanto la fe en la magia constituye una de las primeras y más fuertes expresiones del despertar de la confianza del hombre primitivo que trasciendo su propio estado salvaje. Con la magia ya no se siente a merced de las fuerzas sobrenaturales; empieza a reaccionar ante éstas creándose respuestas, constituyendo este paso el primer hecho histórico de creación mental humana.

Curiosamente, los primeros hombres que habitaron el planeta ya poseían la clase de instintos extrasensoriales que hoy día son objeto de estudio de la parasicología. Lo que hoy reconocemos como la telepatía y la intuición estaban desarrolladas como funciones naturales, especialmente en su relación con los peligros. Una especie de sexto sentido, hasta ahora un concepto difícil de precisar para la ciencia que orientaba a los hombres primitivos hacia la seguridad y el alimento. Un millón de años después, el hombre moderno ha perdido la mayor parte de esas facultades experimentando, con el transcurso del tiempo, una transformación radical. El ser instintivo de los primeros tiempos se convierte en un ser altamente racional. Sin embargo, este cambio no ha logrado ser total porque, aún en nuestra época, continúa existiendo en las zonas más profundas de la mente humana un lugar reservado para una clase de conocimiento diferente cuyas bases debemos de encontrarlas en los pensamientos irracionales.

EL HOMBRE IRRACIONAL

Ciertamente, el ser irracional no es un atributo exclusivo del hombre primitivo. Hasta el hombre más moderno no ha podido desprenderse del pensamiento irracional. Es más, según Nietzsche, el hombre es una totalidad y, por tal, es tanto racional como irracional. Entonces, siendo lo irracional una esfera del pensamiento que siempre ha existido en lo humano, importante será examinar aquellos elementos constitutivos que hacen del hombre un ser irracional aún en nuestros días.

En esta referencia podemos empezar diciendo que, mientras los países desarrollados poco a poco se dan cuenta que el crecimiento ilimitado, de ser un sueño se transforma poco a poco en una pesadilla, cientos de millones de personas viven en la miseria, mueren de hambre o de enfermedades para las que existe sanación y cura. Junto con la progresiva acumulación de riqueza, las naciones industrializadas muestran un rápido incremento de desórdenes emocionales y psíquicos que los llevan a la frustración, al suicidio, a la criminalidad y a todas las formas de delincuencia. A su vez, entre las distintas fuerzas que contribuyen a la crisis mundial de nuestra civilización, se cuenta: la utilización de la violencia en sus más distintos grados y formas, sobre todo la violencia institucional, sostenida y silenciosa, ejercida sobre las masas pobres marginadas y oprimidas, que provoca la muerte de miles y miles de seres diariamente. No podemos olvidar que los servicios elementales de salud, alimentación, educación, seguridad social y vivienda, que parecieran estar asegurados en un mundo que se tilda de moderno, representan servicios insuficientes y a veces inalcanzables para las casi tres cuartas partes de la humanidad. Varios otros escenarios apocalípticos se siguen desarrollando sin pausa: el efecto invernadero, la pérdida de oxígeno del planeta, envenenamiento del plancton marino, los peligros de los aditivos tóxicos en nuestros alimentos, etc.

Ahora bien, si consideramos los recursos disponibles y el avance de la ciencia, podemos determinar que el hambre, la pobreza, la marginalidad y gran parte de las muertes por enfermedades, son evitables; más aún cuando sabemos que la humanidad tiene toda la capacidad material para alimentar a la población de todo el planeta y garantizar un Standard de vida razonable para cada uno de sus miembros. Entonces, si el hombre tiene todo a la mano para su salvación… ¿Por qué no lo hace? La respuesta parece obvia, en tanto la ambición y el materialismo sigan siendo los designios que tienden a alentar la búsqueda de metas cada vez más irracionales. Sin duda, cada una de estas características son sintomáticas de la profunda alienación en que se encuentra sumido el hombre moderno.

Así, en un momento de la historia en que los mejores intelectos parecen haberse borrado de nuestras memorias, Marx parece levantarse de su tumba para reafirmamos, en el tiempo presente, sus determinaciones y conclusiones científicas sobre las condiciones de vida del hombre en la sociedad capitalista. La sociedad, como se presentaba a los ojos de Marx, puede describirse en una sola palabra: «alienación». Para Marx, el ser humano se encuentra alienado en todos los campos. No sólo está sumido en profundos errores intelectuales, sino también mutilado en su personalidad, infravalorado en su grandeza, sumergido en su miseria espiritual. Llega a determinar que la situación de frustración y despojo es causada, no por la libre voluntad de los hombres, sino por las circunstancias concretas de su vida. Pone de relieve la suprema contradicción: el hombre soberano y libre, artífice de sí mismo y dominador de la naturaleza, ha llegado, por causas de las estructuras que él mismo ha creado, a perder su libertad y su grandeza, vale decir, se ha perdido a sí mismo.

Sin ninguna duda, esta alienación sigue vigente para la condición de vida del hombre en la sociedad actual, en la medida que el pensamiento contemporáneo se ha venido mostrando cada vez más irracional. Y en esta irracionalidad vamos a encontrar involucrados variados elementos, pero, en su esencialidad, uno de sus fundamentos mayores va a encontrar su explicación en que el mundo ejerce sobre el hombre una sugestión permanente creándole deseos y necesidades nuevas y, cuando esas necesidades y deseos exceden los medios para poder satisfacerlas, lo conducen a todas las formas en que es posible concebir la irracionalidad. En este contexto, una de las formas más recurrentes de irracionalidad es la de crearse situaciones y representaciones ficticias como una manera de contrarrestar sus propias frustraciones y de justificar su propia ignorancia y desconocimiento.

En este plano, los pensamientos irracionales encuentran su mejor expresión en los dogmas y creencias de todo tipo que sirven de punto de arranque a los pensamientos tanto mágicos como religiosos. Por ello, si se quiere abordar el tema con seriedad y profundidad, cualquier análisis quedaría trunco si no se abordan estos elementos. En este ámbito, y habiendo visiones más antecesoras, el punto de partida lo haremos a partir de Pascal, quién declara que la oscuridad e incomprensibilidad constituyen los verdaderos elementos de la religión. Más tarde, Feuerbach dirá que el hombre se siente con frecuencia miserable, ignorante, débil, frustrado. Esa es su existencia real, pero no puede renunciar a la aspiración profunda de que las cosas deberían ser de otro modo. Tiene hambre de ciencia, de justicia, de dominio de la naturaleza, de hermandad y bienestar. Como corolario, crea en su imaginación todo un mundo ficticio en el que coloca los valores y cualidades de los que se siente privado y que anhela con ansiedad. Este mundo ficticio se lo forma a través de múltiples representaciones, surgiendo así el cielo bienaventurado y los dioses, sólo como reacciones, como contrapartidas ficticias a los sufrimientos diarios de cada cual. En esta misma línea hay otros que van mucho más lejos; Bakunin, por ejemplo, expresa la idea de que la religión es una «locura colectiva», un producto monstruoso de la conciencia de las masas oprimidas; la Iglesia, «una especie de taberna celestial», en la que el pueblo se esfuerza por olvidar su diario infortunio.

A partir de estas críticas, Marx, en su época, las conceptualiza en forma más científica dejando de ser éstos meros pensamientos que van del diagnóstico al puro deseo. Es célebre su Introducción, publicada en los Anales franco alemanes, presentada como el esbozo de una teoría sociológica de la religión y el Estado. El elemento de mayor controversia, y de no menos malentendidos, es cuando resume su pensamiento en el párrafo siguiente: «La religión es el suspiro de la criatura desamparada, el corazón de un mundo sin corazón, ella es el espíritu de una existencia sin espíritu. La religión es el opio del pueblo». Maximilien Rubel en un ensayo muy riguroso aclara no sin razón, a este propósito, que el texto original no pronuncia ninguna condena de la religión, ni ningún juicio moral sobre el hombre creyente. Y esto es tan cierto por cuanto Marx se aboca a emitir un juicio de valor fundamental, referido al absurdo de un orden social que torna posible, a causa de «la alienación religiosa del hombre», la búsqueda de consuelos ilusorios, la evasión hacia lo irreal. No ataca al hombre creyente, sino a una sociedad que obliga al hombre a recurrir a la superstición religiosa como remedio para sus males. Marx trata, con este juicio de valor, de hacer que el hombre se vuelva a sí mismo, de tornarlo consciente de las razones de su desolación para que sea dueño de su destino inhumano, para que se forje un nuevo destino, liberado de ilusiones y de sueños absurdos. Otro filósofo, Nietzsche, aborda de manera distinta el tratamiento de este tema. Se preocupa de crear personajes cosmológicos con el fin de superar, desde la exterioridad, la irracionalidad del hombre sobre la tierra. Salvar la humanidad no podría ser tarea del hombre contemporáneo porque éste es esencialmente un hombre irracional, por tanto, se hace necesario la aparición de un nuevo hombre: el «superhombre». Como forma de superar lo irracional se deben transmutar todos los valores existentes en la cultura occidental. Esta inversión se presenta, en la obra de Nietzsche, como una crítica radical a la moral cristiana, reducida por él, substancialmente, a la moral de la renuncia y del ascetismo. Señala que la moral cristiana es la rebelión de los inferiores, de las clases sometidas y esclavas, fruto del resentimiento del hombre débil frente a la vida. Es la vida oponiéndose contra la vida; en otras palabras, la fuga contra la vida.

Cualquiera hayan sido los pensamientos de los grandes intelectos que han abordado el tema, lo cierto es que hasta aquí, todo hacía pensar que más de dos mil años de civilización, con su clímax de modernismo, positivismo y ciencia, podrían haber liberado al hombre del oscurantismo y de la necesidad de estar dando cuenta de sus frustraciones creándose visiones cosmológicas, sobrenaturales y mágicas. Debemos reconocer que este supuesto no se ha cumplido. Se creía que con el sólo mérito de los conocimientos científicos y lo que la razón le aportaba, al hombre no se le podían contar más fábulas sobre el Poder Creador del universo, el poder omnipotente de dioses, o la necesidad de adoración de ídolos y fetiches. Sin embargo, los adoradores de las Letras Sagradas están siempre dispuestos a apoyarse en tal o cual versículo bíblico para apoyar sus verdades y sus tesis. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo, mientras el hombre se contente con abordar superficialmente los problemas de su existencia y con buscar la solución en las recetas de todo tipo, en las letras de las religiones, en los rituales y creencias de las sectas. El hombre seguirá en la confusión si su espiritualidad se limita a prácticas y rituales exteriores, al estudio y comparación de las religiones y de las sectas, sin tratar de experimentar un verdadero cambio en su propia persona que sólo a él le pertenece y de la cual derivan deberes para el resto de sus semejantes.

Si, próximo a entrar al tercer milenio, el hombre se encuentra afanado por una incesante búsqueda espiritual, quiere decir que no ha tenido en cuenta las leyes que rigen el universo y las leyes que rigen su propia vida. Ha interpretado esas leyes a la débil luz de la razón humana, las ha juzgado imposibles de vivir y las ha desechado en lugar de profundizarlas y someterse a ellas. Es por ello que la humanidad no ha avanzado demasiado en sabiduría a pesar de sus numerosos descubrimientos, los cuales han hecho del hombre un ser orgulloso y arrogante que se ha tomado por el creador de lo que no ha hecho más que descubrir de la propia naturaleza. Así, para esconder su vergüenza, construye hospitales y asilos psiquiátricos pero rechaza abandonar sus falsas concepciones y someterse a una manera de vivir que le evitaría la enfermedad y la locura. Se reúne en conferencias con el objeto de establecer la paz en el mundo, pero continúa aumentando sus presupuestos para fabricar armas, mientras el hambre y la marginalidad en los países pobres aumentan diariamente. Todos estos hechos comprueban que, cuando el hombre tiene la pretensión de transformar el mundo antes de transformarse a sí mismo, obtiene magros resultados.

Los descubrimientos científicos que sirven de vanagloria para el hombre moderno parecen perderse, porque dicha vanagloria se hace a partir de una batalla ganada a lo Pirro. A lo Pirro, porque, si bien el hombre ha logrado los mejores portentos en el campo de los grandes descubrimientos científicos, no es menos cierto que continúa estancado en su indigencia moral y en la pobreza de su espíritu. Nos encontramos, entonces, enfrentados a la más grande de las dicotomías de nuestro tiempo porque, mientras en los últimos años de la era moderna el mundo ha progresado en lo material mucho más que todas las épocas anteriores, desde el punto de vista de los valores morales y del espíritu, más bien ha involucionado. Es por eso que la mayor parte de sus descubrimientos pierden su efectividad porque éstos han terminado por volverse contra él mismo. A la luz de estas realidades, el hombre debe comprender que el mundo tal como está hoy no hace más que reflejar su propia mentalidad. Cuando tenga el coraje de reconocerlo, de verse tal cual es, y tome la decisión de enmendar rumbos, de mejorarse, hará mucho más para sí mismo y para sus semejantes que todos los sociólogos, los psicólogos y los estadistas del mundo, cuyas precarias disposiciones, sus largos discursos, acompañados de vanas promesas, son siempre incapaces de poner un dique para detener las olas del mal que se desencadenan sobre el mundo.

Por cierto, el hombre no puede reducirse a una vivencia puramente materialista desprovisto de espiritualidad. De lo que se trata es que esta espiritualidad no sea irracional ni, menos, burdamente absurda. A este propósito, Erich Fromm vinculaba la necesidad del espíritu con la necesidad de tener una fe, esto es, que toda espiritualidad tiene la necesidad de poseer una cualidad, y esta cualidad no es otra que tener fe. Se preguntaba al respecto: « ¿Qué es la fe? ¿Es necesariamente una cuestión de creencia en Dios, en mitos mágicos, o en doctrinas religiosas? ¿Está la fe inevitablemente en contraste u oposición con la razón y el pensamiento racional?» Para comprender el problema de la fe, Fromm estima necesario diferenciar la «fe racional» de la «fe irracional». Por fe irracional se refería a la creencia que se basa en la sumisión a una representación irracional. En cambio, la fe racional la distingue como una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. La fe racional, por tanto, es el resultado de la propia disposición interna a la acción intelectiva o afectiva y, la fe irracional, el sometimiento a algo dado que se admite como verdadero sin importar si lo es o no.

Prosigue señalando que la fe «es un rasgo caracterológico que penetra toda la personalidad, y no una creencia específica». En suma, al tiempo que la fe irracional es la aceptación de algo como verdadero sólo porque así lo afirma una autoridad sobrenatural o lo impone una mayoría, la fe racional tiene sus raíces en una convicción independiente basada en el propio pensamiento, a pesar de la opinión de los demás. La fe, entonces, viene a representar la certidumbre en la realidad de una posibilidad, pero no en el sentido de una predictibilidad indudable. Tener fe es la convicción acerca de lo aún no probado, el conocimiento de la posibilidad real, la conciencia de la gestación. En cuanto a la fe como necesidad de espiritualidad humana, ésta debe afirmarse en la posibilidad de nuestro yo, toda vez que, en la medida» que esa posibilidad se vea debilitada, nuestro sentimiento de identidad se verá amenazado y nos haremos dependientes de otra gente cuya aprobación se convierte, entonces, en la base de nuestro sentimiento de identidad, termina señalando Fromm.

De esta relación entre el espíritu y la fe, se concluye que las necesidades del espíritu no son sinónimo de adscribir única y exclusivamente a la creencia de algo sobrenatural o a un dogma. Las manifestaciones y necesidades del espíritu encuentran a la mano un mundo de posibilidades mucho más vasto en donde manifestarse.

Los Papas Juan XXIII, Paulo VI y los Teólogos de la Liberación nos entregan un digno ejemplo de este sentir que no por ser espiritual deja de ser racional. Arrancando del dogma religioso de creer en el Dios Sobrenatural, han hecho fe racional de su espiritualidad acondicionando esa fe a las acuciantes realidades que nos muestran las actuales condiciones terrenas. Esto tiene un valor incalculable en la medida que el dogma y la fe no son utilizados para esconder la cabeza, evadirse de los problemas reales del mundo ni sustraerse a un compromiso espiritual que sea racional, real y verdadero. Y esto es tanto más importante en cuanto la humanidad está harta de ídolos, dioses y héroes que, como creaciones ficticias o representaciones imaginarias, nos muestran la posibilidad de un mundo irreal que no nos pertenece y nos es ajeno. Lo dicho no hace sino reafirmar la concepción de que el elemento esencial de toda fe irracional es su carácter pasivo, cualquiera que sea su objeto: algo sobrenatural, un héroe, un ídolo o un fetiche.

Ahora bien, si el hombre ha conservado la facultad de pensar por su propia cuenta a pesar de las fuerzas irracionales que lo tensionan, entonces no necesitaría pensar más en Superhombres cosmológicos o dioses sobrenaturales para poder sobrevivir en esta tierra donde abundan los elementos de turbación y desgaste. Más aún, si le llega a quedar un poco de buen sentido elegirá, sin duda, aquella vida en que la más pequeña alegría sea más fuerte y profunda que todos los placeres superfinos y mundanos que le pueda ofrecer lo material de este mundo. Existiendo en nuestra sociedad todo tipo de reformas: políticas, sociales, económicas, educativas, agrarias, etc., no ha existido nunca, a lo menos en la sociedad contemporánea, una reforma individual que es la única que puede mejorar a la sociedad, porque el hombre ha hecho del mundo lo que el mundo es hoy, y si quiere que cambie, en primer lugar debe cambiar él.

Es por ello que la cultura espiritual del hombre se ha perdido en el seno del mundo occidental; en otras palabras, hemos aprendido a adquirir conocimientos pero no sabiduría. Un número creciente de intelectos, hastiados de asistir a una apología consumista que invade con sus letreros luminosos para publicitar a la coca cola o las tarjetas magnetizadas de los cajeros automáticos, se ha vuelto hacia la sabiduría oriental porque allí encuentran lo que no hallan en la pedagogía occidental. Nuestros pueblos han ido perdiendo sus culturas tradicionales porque el sistema consumista lo invade todo. Ya no existen aquellos espacios espontáneos y naturales de los que gozaron nuestros antepasados. Ya no hay dónde refugiarse y hasta se ha perdido la vida privada, el encuentro íntimo con la familia. De otra parte, los medios de comunicación penetran en los hogares. La televisión ha terminado por acabar con las reuniones familiares. En suma, nuestras culturas han sido arrasadas por el sistema y, junto con el progreso, el hombre ha perdido su identidad que siempre le había sido propia.

En un mundo así, ¿qué le queda al ser humano? La lotería, el fútbol, el shopping, la televisión, el consumismo desenfrenado. No cabe duda que nos encontramos frente a un hombre masa sin sentido crítico, un consumidor sumiso manejado por los medios de comunicación, por el dinero y el poder, adormecido por poderes sobrenaturales y fetiches. Urge entonces recuperar la humanidad perdida y, frente a este reto, no pocos hombres se encuentran diciendo ¡Basta! y están dando un vuelco de conciencia definitivo, desenganchándose del sistema, apartándose lo más que pueden de él. No importa cómo lo hagan, algunos encuentran ese camino mirando hacia las filosofías y sectas provenientes del Oriente, otros articulando y creando nuevos referentes en sectas criollas. El resultado es que cada día aumenta el número de aquellos que desean bajarse de este carro. De allí se explica, pero no por ello se justifica, que el hombre busque refugio en lo sobrenatural, la magia y ocultismo en sus más diversas formas. Porque, si bien tal camino los introduce en los pensamientos irracionales, pareciera ser que, tal como están las cosas, no se sabe cuál de los males es el peor, si dejarse llevar por la fascinación que ejercen las irracionalidades de los pensamientos de la magia y la religión, o bien, seguir viviendo la vida sin ningún sentido de espiritualidad racional y caer en un materialismo despersonalizado, que hace del hombre la visión de un ser utilitario y medible, como destino único de vida.

MAGIA, OCULTISMO Y SECTAS

Los cables se agolpan en los teletipos. Se trata, ni más ni menos del suicidio colectivo de 53 personas pertenecientes a la secta religiosa suiza. Orden del Templo Solar. Se informan detalles en el sentido de que algunos cadáveres presentaban balas en sus cabezas y se encontraban cubiertos con bolsas plásticas.

Aunque la comparación parezca grotesca, este hecho se asoma irrelevante en la medida que hagamos la comparación con la masacre de 913 personas en Guyana, liderada por el reverendo Jim Jones, líder de la secta agrupada en el Templo del Pueblo en el año 1978. De otra parte, aún está fresca en la memoria la Tragedia de Waco, ocurrida en 1993, en donde el fanatismo llevó a la muerte a 80 seguidores de David Koresh. El mismo asesinato de la actriz Sharon Tale no pasaría a la historia si no hubiera sido por los rituales de sangre y elementos satánicos que condicionaron el hecho. Las investigaciones confirmarían la participación de miembros de la secta Iglesia de Satanás, liderada por el fanático Charles Masón.

De allí que no resulte casual el que hayan tenido lugar diversos suicidios o crímenes rituales en diferentes países del mundo que, por la menor cantidad de víctimas, aparecen perdidos en nuestras memorias. Incluso en Chile han sucedido hechos de esta naturaleza, de los cuales podemos recordar el de la secta Nedara en la ciudad de Coronel, en donde murieron tres de sus líderes. En todos los casos, la vida ha sido despreciada por la fe ciega en un líder y el deseo de trascendencia de algunas sectas. El dramatismo de estos hechos adquiere mayor relevancia en la medida que comprobamos que en estas masacres o suicidios se han involucrado también la vida de niños.

Los hechos relatados aparecen extraños cuando se podría pensar que en nuestra actual sociedad, científica por excelencia y moderna por definición, toda forma de magia y ocultismo tendría que haber sido desplazada definitivamente. Sin embargo, más allá de sus orígenes, en las épocas más primitivas en todos los periodos de la historia, el hombre no ha dejado de efectuar algún tipo de práctica y pensamiento ocultista. Porque no hay que olvidar que elementos esenciales de la magia han permanecido hasta nuestros días, sólo que ahora han evolucionado adquiriendo nuevos nombres y formas. Surge, así, un nuevo lenguaje conceptual que hoy reconocemos como ocultismo, espiritismo, gnosticismo, prácticas teosóficas, holísticas, etc. No resulta extraño en nuestro tiempo que el ocultismo, la magia y el esoterismo sean el último refugio para acoger a tantas almas huérfanas.

Lo inexplicable de todo esto queda de manifiesto si pensamos que la universalización de la educación en el tiempo moderno ha sido incapaz de opacar a la irracionalidad involucrada en todo este tipo de manifestaciones. Al contrario, no han minimizado la fascinación que la gente siente por lo oculto, lo misterioso y lo prohibido. No en vano, la astrología que ofrecen los periódicos son leídos de un modo compulsivo tanto por hombres como mujeres. Los nuevos «yuppies», antes de iniciar sus transacciones bursátiles, se apoyan en las cartas astrales y toda suerte de horóscopos. Se demuestra así que la inclinación por lo misterioso se muestra más fuerte que el materialismo y la racionalidad de nuestra era.

Podríamos concluir que en ninguna otra época ha sido practicado el ocultismo en sus más diversas formas y de un modo tan amplio como ahora, a pesar que aún vivimos en la fría lógica científica. Esta extraña dicotomía no ha sido únicamente expresión de nuestro tiempo, ya que ha existido siempre en mayor o menor grado, sólo que ahora ha quedado definida de un modo más nítido. Las raíces explicativas de este fenómeno tienen causas muy variadas pero ciertamente la más fundamental es que el hombre se ha desacostumbrado a pensar y reflexionar, en la medida que este hecho le ha dejado las puertas abiertas para entrar fácilmente al campo de todo tipo de pensamientos irracionales.

Ahora bien, si el desarrollo espiritual es una necesidad innata en todo ser humano, no es menos cierto que se hace difícil entender el por qué muchas de sus prácticas y manifestaciones suelen mostrarse no sólo rodeadas de misterios, sino que a la vez llenas de elementos irracionales y del todo confusos. A pesar de estas y otras limitaciones, la cultura occidental ha debido aceptar que la necesidad espiritual sea considerada como parte integral de nuestra existencia, tan normal y común como, por ejemplo, el nacimiento, el crecimiento físico y la muerte misma. La cultura oriental no sólo la acepta como parte de la existencia, sino que la considera como centro para lo que son sus actividades terrenas.

En este contexto se han logrado desarrollar sofisticadas prácticas de meditación y ocultismo para estimular el crecimiento espiritual con la creación de distintas sectas. Aunque el surgimiento de las sectas no es un fenómeno nuevo, ha superado con creces al de épocas anteriores por la cantidad y variedad. Así se ha ido completando un ciclo en que los primitivos chamanes, hechiceros y brujos fueron cediendo el paso a los curas y sacerdotes de las distintas iglesias y religiones. Hoy día, estos últimos, están encontrando un pertinaz competidor en los diversos gurús, líderes y jefes de sectas que emergen a cada instante y para todos los gustos.

La magia y el ocultismo nunca se mantuvieron ajenos al hombre, aún en pleno auge y optimismo de la ciencia que alumbraba los pensamientos en los comienzos de la presente época. Así, si aceptamos que la edad moderna empieza con los descubrimientos científicos de Galileo, podemos observar que este nuevo pensamiento científico no puede desprenderse del todo de los pensamientos mágicos que operaban en el periodo precedente. Así y todo, los nuevos astrónomos no tenían tiempo que perder en la antigua afirmación babilónica de que el nacer bajo un buen signo del Zodiaco daba suerte y ventajas. En aquella época científica no se podía esperar que los hombres de ciencias se dedicasen a explorar las manifiestas tonterías ocultistas. Sin embargo, según se sabe, por ejemplo, Newton, el mayor científico matemático de su tiempo estaba profundamente dedicado a los estudios ocultistas de la numerología bíblica. Desde luego, Newton era la encarnación de la nueva época, pero también era inevitablemente el producto de la larga tradición de creencias que le habían precedido.

Ya en el siglo XIX, época de cambios visibles y de progreso material, la gente de todas las clases sociales sentía una incertidumbre por el futuro y el resultado fue una repentina pasión por las artes adivinatorias. Y esta práctica, condenada en otro tiempo como brujería, se convirtió en la diversión de moda. Los naipes eran leídos con avidez tanto en los barrios elegantes como en los pobres y, si lo revelado resultaba ser cierto, se daba crédito a los naipes y no a los poderes telepáticos de la médium, ya que en dicha época se sabía muy poco de los niveles inconscientes de la mente. A su vez la imaginación del romanticismo no podía encontrarse ajena a la creación de espíritus sobrenaturales. En este sentido, el Diablo o Satán ejerció atracción para muchos de los románticos, personaje que se encuentra registrado en la literatura y la poesía del periodo. Víctor Hugo, Edgar Alan Poe, William Blake, Lord Byron, el mismo Charles Baudelaire y otros, no pudieron dejar de sentirse atraídos por este personaje que llenó las páginas de sus escritos. Charles Baudelaire, por ejemplo, consideraba absurdo el principio materialista de su época y era un escéptico respecto del cientificismo y de la religión, lo que lo llevaba a la convicción de que la irrupción súbita en la mente de pensamientos intensamente destructivos sólo se podría explicar por la existencia de un poder situado más allá de la conciencia humana. En una carta explicaba que: «siempre me ha obsesionado la imposibilidad de explicar ciertas acciones o pensamientos humanos sin la hipótesis de una fuerza exterior maligna». La obra maestra de Baudelaire fue su colección de poemas Las flores del mal. Se la ha calificado de satánica, pero su verdadero propósito es llamar a enfrentar el mal reconociendo el poder que tiene sobre nosotros.

En la mitad del siglo XIX empiezan a tener fama, en Inglaterra y los Estados Unidos, los espiritistas y los médium. El espiritismo es una doctrina fundada en la creencia de la existencia de los espíritus a los que se invoca por medio de una persona sensible a la que se llama médium. El espiritismo resultaba incomprensible para la época enteramente científica. Las pruebas no podían ser valoradas, complicándose la situación porque se había comprobado que la mayoría de los médium eran unos simples y puros chamanes o charlatanes. Sin embargo, el hecho de llegar a mover vasos sobre las mesas y llegar a levitar las mismas, y aún a las personas, vino a poner un signo de interrogación e inexplicabilidad de estos hechos, incluso en nuestros días.

Pero, si la búsqueda de lo sobrenatural era una diversión para los ricos de la época, para los pobres resultaba un medio necesario, en la medida que corrían a buscar refugio para sus penurias a las iglesias, lo que dio margen a que se empezaran a formar nuevos movimientos religiosos para satisfacer el hambre espiritual de éstos. Así, surgen en Inglaterra nuevas sectas evangélicas, siendo la más poderosa El Ejército de Salvación, dado que llenaba el estómago de los pobres antes de predicarles.

La apocalíptica destrucción de las ciudades durante la Primera y Segunda guerras mundiales dio un tremendo ímpetu al crecimiento de todo tipo de ocultismo. Los diarios de la época se encuentran repletos de testimonios de cómo los videntes estafaban enormes sumas a los padres preocupados por encontrar a sus hijos perdidos o desaparecidos en combate, utilizando el método de adivinación por péndulo colocado sobre el mapa de Europa. En tanto que los espiritistas se encontraban muy atareados tratando de obtener noticias con llamadas al espíritu del combatiente, logrando en algunos casos aliviar a los desconsolados padres.

De otra parte, en Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, empieza a desarrollarse una gran expansión de sectas. Esta difusión siguió al desembarco de las tropas norteamericanas que estaban acompañadas por misioneros de grupos religiosos, principalmente testigos de Jehová y mormones. La segunda ola de sectas es la de las «jugendreligionen», esto es, religiones de los jóvenes, cuyo origen se sitúa también en los Estados Unidos posterior al año 1968. Se trata, sobre todo, de la Conciencia de Krisna, del gurú-Maharaj Ji, de los Neosannyas, de la Meditación Trascendental, de Los Hijos de Dios, de la Iglesia de la Cientología. Añadamos, además. La Iglesia de la Unificación del Cristianismo Mundial, etc. Estas nuevas religiones o sectas tienen una estructura especial: un maestro divino, el gurú, es el que detenta la autoridad, el jefe, el guía. El conoce la fórmula de la salvación, la verdad sobre el hombre, el modo de transmitir el mensaje. Todo se lleva a cabo a través de la iniciación en grupos que unen a los jóvenes dándoles una seguridad y prometiéndoles un mundo mejor. La libertad es sustituida por la fascinación y la manipulación. La inspiración es oriental: India, Corea, China, Japón. Las doctrinas derivan del hinduismo, del budismo, del taoísmo, con algún elemento tomado del Evangelio.

Algunas de estas nuevas sectas constituyen un micro sociedad en que la familia es sustituida por el grupo y los padres por el líder. La secta desarrolla su propaganda sobre el tema de la inmanencia, el peligro en un mundo en crisis, la guerra y la aniquilación, peligro nuclear, un mundo dominado por Satanás, etc.

No resulta fácil definir una secta. La palabra viene del latín que significa seguir o cortar. Mientras para algunos, una secta es un grupo de personas que siguen una doctrina que no es la normal, para otros, es un líder religioso que se sale de los cauces de la iglesia oficial. Así, tenemos, por ejemplo, que para la iglesia católica y protestante, secta es una «disidencia», un grupo de gente que se separa de ella. Gran número de sectas que manejan muchos recursos económicos adquieren propiedades en las ciudades o sectores alejados para constituir sus comunidades. Ahí se refugian jóvenes solitarios o idealistas dándose una estructura teocrática, vertical, totalitaria, donde la palabra de los dirigentes es dogma de fe. Hay un rompimiento de los jóvenes miembros con sus lazos sociales, con sus padres, parejas, familia, trabajo, estudio. Viven en una comunidad cerrada en total dependencia del grupo. Suprimen las libertades individuales y el derecho a la intimidad. Propugnan un rechazo total de la sociedad y sus instituciones. Utilizan sofisticadas técnicas neurofisiológicas enmarcadas bajo la «meditación» o el «renacimiento espiritual», que sirven para anular la voluntad y el razonamiento de sus adeptos. Son grupos no necesariamente religiosos, ya que los hay teosóficos, filosóficos, ocultistas, esotéricos, etc. En lo sustantivo, el surgimiento de numerosas sectas echa por tierra toda pretensión de que un mundo que se mueve en función de lo científico podría quedar libre de espíritus sobrenaturales o terrenos, y que por tal, podrían abordarse los problemas de la sociedad con el solo recurso de la razón. Sin embargo, los hechos han sido más porfiados y esta suposición se viene a tierra, en la medida que asistimos al espectáculo de una pobre razón que se ve abocada cada día al abismo.

A partir de la década del sesenta la juventud empieza a formar movimientos en la perspectiva do evadirse y refugiarse respecto del sistema y de lo que le entregan las iglesias tradicionales. Se pretende así mostrar una disconformidad con prácticas concretas alternativas y fuera de las prácticas espirituales tradicionales Movimientos que mezclan espiritualidad con disconformismo creando una cultura nueva con signos inequívocos de representar una protesta y un disconformismo. Algunos grupos empiezan a alejarse de los centros urbanos e industriales para establecerse en comunas rurales que les permitan estar en contacto con la tierra. Emerge toda una cultura pop que con su culto a lo natural y a la desnudez irá, eventualmente, atrayendo como estilo de vida a un importante número de jóvenes de la sociedad occidental. Surgen, entonces, los grupos comunitarios holísticos en donde se pone en comunión la mente y el cuerpo con la naturaleza cósmica.

En ésta década asistimos al nacimiento de un nuevo tipo de movimiento con raíces generacionales, esto es, el movimiento hippie. Este movimiento significa una repulsa sistemática de la vida actual, de la sociedad de consumo, en la cual, cada aumento de ingresos se concibe para provocar un aumento de gastos. Los hippies rechazan semejante sistema. Se distinguen de la sociedad hasta por su manera de vestir, a menudo inspirada en los pueblos primitivos. Es un estado de ruptura y separación con las reglas y costumbres de la sociedad urbana. El fenómeno hippie también denota un alcance intelectual que se manifiesta, sobre todo, por su interés en las filosofías de la India, por las filosofías del renunciamiento y del no ser. Pero, en lo esencial, este movimiento recusador del pensamiento occidental constituye un fenómeno de fuga, que empieza con el consumo de la marihuana, quedando así a un paso de aquella otra fuga mayor, vale decir, el consumo de drogas más duras. Pero, como los condicionamientos sociales en las urbes van cambiando, en los años setenta emerge, desde los suburbios de las grandes ciudades inglesas, el movimiento punk que desplaza a los hippies. Expresan el desencanto de una juventud sin proyecto de vida, llamando la atención por su aspecto: pelos teñidos y cortados caóticamente a lo mohicano, uso de metal, cuero y bototos militares. El punk no busca la paz como los hippies, al contrario, no buscan nada, denotando un escepticismo total de la vida manifestado en un estado nihilista de negación total, característico de lo que se ha dado en llamar sociedad posmodema. Los hippies querían la mejoría del mundo, en cambio, los punk, quieren que éste luego se acabe.

En los años ochenta, en los EE.UU. nace el movimiento trush, con una base de fuga exclusivamente musical. Tocan un rock and roll sumamente estridente y acelerado con contenidos místicos, pero ateos, en que dioses y demonios ignoran las religiones formales. Por ello se asegura que son satánicos. Paralelamente, también en los EE.UU., las pandillas de jóvenes negros socialmente marginados crean una nueva forma musical llamada raps. Una forma rítmica que incorpora sus raíces africanas y permite una forma de hablar cantando que luego los jóvenes marginados de Europa y del resto del mundo acogen desarrollándolo. Pero, no solamente los raps, sino también los movimientos hippies, punks y trush no demuestran interés en ser integrados a lo que les ofrece la sociedad y el sistema. Más que una condición espiritual responden a un estado de fuga, en que se mezclan algunos elementos espirituales, musicales, satánicos, costumbres y modos de vida alternativos; en suma, una disconformidad con la vida.

Más contemporáneamente, ha surgido el movimiento “hip hop”, quizás como una variable de los raps. Sus orígenes se remontan a 1975, específicamente en las calles del Bronx que, para ese entonces estaban pobladas mayoritariamente por afroamericanos, latinos, inmigrantes irlandeses, italianos y judíos que buscaban de alguna manera sobrevivir de sus propias tragedias. De esas ganas de resistir ante los rechazos y maltratos de la sociedad norteamericana, de sus ganas de expresarse, dar a conocer sus aspiraciones, frustraciones y planteamientos políticos, es que nace el Hip-Hop.

Casi todos los expertos en el tema concuerdan que la autoría de la cultura del Hip-Hop se le atribuye al DJ y productor Afrika Bambataa y al inmigrante jamaiquino llamado DJ Kool Herc, quien trajo de su pueblo la forma de animar a través de frases semi cantadas y semi habladas entre intervalos de música; que no es otra cosa que lo que hoy en día se conoce como «MC’s» o «Raggammufin». Por su parte Bambataa, ex pandillero de Bronx, cansado de tanta violencia, droga y pleitos, decide buscar otros medios alternativos para canalizar la energía negativa de la calle y desarrolla la práctica del Breakdance. En lugar de enfrentarse con cuchillos y a fuego limpio, las pandillas de Nueva York comenzaron a competir a través del baile, para ganar el respeto de los demás en su territorio.

El Hip-Hop como cultura combina cuatro formas básicas de expresión: el baile o breakdance, la pintura mural o graffitis, los DJ’s (disc-jockeys), que combinan sonidos usando platos giratorios y discos de vinil y los MC’s (maestros de ceremonia), también llamados Selectors, sobre los que se discute si son los mismos raperos o no. Para la década de los ochenta el Hip-Hop comenzó a tener identidad. Para finales de esta década el futuro de esta corriente cultura era impredecible, sólo se sabía que había nacido para llenar un espacio en un sector de la sociedad y que la empatía que había logrado con su público podía llegar a convertirla en un elemento clave para descifrar la generación de la época.

Ahora bien, estos nuevos movimientos juveniles no responden estrictamente a grupos de prácticas ocultistas, ni menos, religiosos. Es por ello que reemplazan los tradicionales estados de fuga que necesitaban recurrir a la creación de representaciones sobrenaturales, por estados de fuga nuevos, que se expresan a través de creación de costumbres y culturas propias cuya esencia es desarraigarse de lo establecido. Su causa proviene de la angustia, angustia cuya fuente deriva de la falta de pertenencia, la del problema de la identidad. Angustia que nace cuando un joven tiene que desarrollarse en una sociedad compleja con tanta competitividad y sin mayor solidaridad, sin una espiritualidad que pueda acopiarse a través de la vida cotidiana. Por eso, la única posibilidad que ven es la de generar grupos que les permitan tener identidad, reconocer una pertenencia y tener una red de solidaridad que les permita ver la vida como algo posible.

No es necesario ahondar más sobre el tema, por cuanto, lo que queda claro de ello es que todas estas expresiones que tienen su nacimiento en periodos antiguos, se reactivan ahora en la sociedad actual en búsqueda de una espiritualidad nueva. Lo anterior, en la medida que nuestra época se encuentra sobresaturada de ciencia, lo que lleva en los hechos a disminuir aquel tradicional optimismo por la razón como sinónimo de producir siempre cosas razonables. Renunciamos entonces a pensar, a explicamos los hechos, para refugiamos en una amorfa marea de percepciones y creencias que aparecen convenciéndonos de estar explicando lo inexplicable. Partiendo de esta realidad, no sin razón, Umberto Eco ha señalado:

A partir de estos fenómenos culturales se perfila un nuevo medioevo de místicos laicos, más inclinados al retiro monástico que a la participación ciudadana. Habrá que ver si todavía va a ser posible que sirvan de antídoto las viejas reglas de la razón, la lógica, la dialéctica y la retórica. Si bien es posible que el que todavía se obstine en practicarlas sea acusado de impío».

Cualquiera que sea la opinión negativa que tengamos sobre las sectas, el hecho cierto es que la gente se adscribe a ellas porque éstas responden a sus necesidades satisfaciéndolas mejor que las iglesias institucionalizadas y oficiales. Vienen a constituir el refugio de aquellas almas que, estando insatisfechas, buscan consolarse en un lugar que no les parezca tan impersonal y que dé las garantías de un ambiente más comunitario y fraterno.

Esta tema quedaría inconcluso si no hacemos una breve referencia sobre aquello que se ha dado en llamar “ciencias ocultas”. En efecto escudándose tras un aparente soporte científico han proliferado una variedad de pseudo ciencias que han alcanzado un relativo éxito, fenómeno en todo caso no tan masivo como el de las sectas o el estado de fuga de los movimientos juveniles que buscan canales identitarios a través de la asimilación de costumbres y de representaciones musicales. Las así denominadas ciencias ocultas ya fueron develadas por Voltaire cuando escribió: “cosas que la bribonería ha inventado para subyugar a la imbecilidad.» La referencia recae principalmente en la Parapsicología y a las, así llamadas, «ciencias de lo paranormal». El término «parapsicología» fue creado por la Sociedad de Investigación Psíquica, fundada en Inglaterra el año 1882, con sucursal en Estados Unidos dos años más tarde. En 1934, en Carolina del Norte, Joseph Banks Rhine (1895-1980) abre el primer laboratorio dedicado a tal disciplina. Del año 1959 data la primera Asociación Internacional de Parasicología, que en 1969 es reconocida por la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, y en los años 70 la nueva disciplina obtiene su primera plaza como carrera de estudio en Cambrigde.

La naciente «comunidad científica» comienza interesándose por la percepción extrasensorial, consistente en la supuesta adquisición de información por medios no sensibles, y que presenta tres modalidades fundamentales: captación de pensamientos (telepatía), de objetos perdidos o acontecimientos pasados (clarividencia) y adivinación del futuro (precognición). Y también por la psicoquinesia, capacidad de mover objetos con el sólo poder de la mente. Pero en poco tiempo el radio de los intereses de estas (también denominadas) «ciencias ocultas» se hizo sensiblemente más amplio, comprendiendo, asimismo, otros importantes motivos ocultistas: supervivencia en las que hay que destacar los experimentos de la levitación y las teorías de la reencarnación, etc. Con todo, no es fácil trazar el campo que intenta ser roturado por esta república de ciencias: en parte, porque los cultivadores de una especialidad, buscando delimitarse frente a los otros, lejos de considerarlos colegas, los califican, con frecuencia, de impostores, retirándoles el estigma de la cientificidad; en parte, también, porque dentro de un mismo gremio hacen lo mismo: todos los adivinos son fraudulentos excepto aquél con el que estás hablando. Y por último, porque dentro de cada especialidad surgen cada día nuevas técnicas de trabajo, a cual más efectiva, en una proliferación que tiende al infinito.

Ahora bien, hay que entender como lógica elemental que el supuesto conocimiento de estas seudo ciencias sólo puede abrirse camino mediante la solicitud al receptor de un acto de adhesión incondicional a la fiabilidad del experto. El aprendiz, el cliente o el simple interlocutor ha de poner de su parte una credulidad absoluta, es decir, un acto de fe. En cuanto a las normas éticas o morales, su violación es obvia en todos los testimonios e informaciones fraudulentas, en la medida en que suponen engaño y deslealtad; engaño que, si cabe, se torna aún más infame cuando el fin que se persigue es el enriquecimiento propio a costa de la angustia y la ignorancia del otro.

Por ello, el grueso de la crítica a estas pretendidas ciencias ha de dibujarse en el engaño y fraude que se esconde tras de ellas. En efecto, debemos de insistir una vez más en este punto, son demasiados los ejemplos que dan fuerte testimonio de esta afirmación. Comenzando por las propias iniciadoras del espiritismo (hacia 1848), las célebres hermanas Fox, dotadas de una curiosa capacidad para provocar ruidos con los dedos de los pies, algo en lo que otra hermana mayor, avispadamente, entrevió la posibilidad de un buen negocio. Y aunque con posterioridad una de ellas confesó el fraude, no se le prestó demasiada atención, porque la rueda ya se había puesto en marcha: existían ya demasiados intereses creados y demasiados crédulos. Que la gente mienta en estas cuestiones no tiene nada de sorprendente; se miente por los mismos motivos por los que se hace en otros casos: por buscar fama o notoriedad, vivir de ello o simplemente salir unos minutos en televisión. Se trata, entonces, de una pseudología fantástica, frecuente en personalidades histriónicas y narcisistas. En cualquier caso, conviene, a este respecto, tener siempre presente el consejo que en su Discurso contra las brujas daba Cyrano de Bergerac, el año 1652: «No debe creerse cualquier cosa de un hombre, porque un hombre puede decir cualquier cosa.» Como quiera que sea, para quienes no hayan abdicado de las exigencias que impone una mínima racionalidad, tales saberes son simples pseudociencias, sin el menor fundamento lógico ni racional, constituidas mediante meras refluencias de prácticas mágicas propias de pueblos primitivos, que llegan hasta nuestras sociedades desarrolladas, siguiendo un curso histórico que no resultaría difícil seguir hasta el presente, donde permanecen, entre otras razones, porque en ellas han visto algunas mentes avispadas un negocio tan fácil como fructífero. El problema no estriba tanto en determinar el origen mismo de tales prácticas, cuanto el por qué de su mantenimiento, esto es, la razón por la que la gente se aferra a ellas y las cree fiables. Cuestión ésta que no admite una respuesta simple ni tampoco única, porque a la amplia variedad en el sector de la oferta corresponde una no menos amplia variedad en los motivos por los cuales se produce la demanda. Pero si hubiera que señalar una motivación general, habría que estar de acuerdo con Goethe cuando afirma que: «La superstición forma parte de la esencia del hombre, y, cuando pensamos haberla desplazado totalmente, se refugia en los rincones y recovecos más extraños, de los que vuelve a salir cuando se cree medianamente a salvo.»

En conclusión, podemos señalar que el hedonismo posmoderno, al aumentar la capacidad de goce del momento presente, conduce a que la búsqueda de proyectos y metas grandilocuentes, como forma de conseguir la satisfacción, se vuelva cada vez menos fuerte. Como resultado, la vida es menos una lucha y más una aventura o un juego fantasioso. En nuestra época, muchos investigadores en el campo de la psicología transpersonal creen que un mayor interés por las distintas formas de espiritualidad representarían una tendencia evolutiva hacia un nuevo nivel de la conciencia humana. Algunos incluso van mucho más lejos, al considerar seriamente la posibilidad de que este acelerado desarrollo espiritual refleje un esfuerzo por parte de las fuerzas do la evolución para revertir el actual curso autodestructivo que amenaza a la raza humana. Los favorables augurios de estos «investigadores» con pretensiones científicas, sin embargo, no toman en cuenta el contrasentido que implica el hecho do que el aumento de la búsqueda espiritual encuentra su base en los pensamientos irracionales, y que es precisamente esto último, vale decir, la mayor emergencia de los pensamientos irracionales, lo que tiene a la humanidad al borde del despeñadero. Lo que si está claro, es que bajo un supuesto pseudo cientificismo ha emergido un nuevo grupo de «profesionales» que han visto, en la búsqueda de las posibilidades espirituales, un muy pingüe negocio. Montan clínicas y editan revistas cuyos costos de impresión no son de las más baratas. En fin, el anhelo y el ansia do la gente es fundamento seguro para asegurar generosos recursos. El marketing y la publicidad hacen el resto.

En una sociedad posmoderna en que todos los elementos de la naturaleza ya se han transformado en valores de cambio (pagamos el agua, ahora estamos pagando el aire que respiramos), no es de extrañar que las necesidades espirituales también tengan que pagarse. Modernos chamanes montan lujosas clínicas y recorren el mundo prometiéndonos la salvación en publicitadas conferencias. Ya nadie se esfuerza por rescatar nuestra racionalidad, al contrario, se privilegia un discurso que estimula lo irracional. No se tiene clara conciencia de que, mientras más se nos estimula a fugamos del mundo real, ello beneficiará, como siempre, al poder de unos cuantos. Porque a no olvidar, las técnicas modernas del poder necesitan de los espíritus adormecidos, y mejor aún, de los ignorantes.

Como quiera que sea, la realidad acuciante no se puede afrontar fugándose o escapándose de ella. A lo más podría producir un autoconformamiento, pero ello no impedirá que la realidad siga su curso, alcanzando con su brazo, aún, a los que hayan creído fugarse. Cuando un barco se está hundiendo y el capitán trata de impedir la catástrofe, es un asunto secundario conocer la categoría de las personas que van adentro, vale decir, saber quiénes responden a tal o cual espíritu, o quiénes obedecen las órdenes de tal o cual gurú. Es el buque en su totalidad al que se tiene que salvar; por tanto, la única manera lógica que se sabe para poder enfrentar las dramáticas realidades que se dan en la sociedad moderna es enfrentándola en su realidad y no escapándose de ella.
 

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