Apuntes sobre la teoria del estado en Gramsci

Por: Carmen weidenmeyer
Fuente: Investigacioncambiosocial.blogspot.com

Gramsci sigue la trayectoria de Lenin a la hora de confrontar con la concepción mecanicista de que la crisis del capitalismo conduce al socialismo, por lo que deduce que la conquista de la hegemonía se convierte en pieza clave y en preocupación fundamental.

Otro elemento que caracteriza toda la elaboración teórica en Gramsci es cómo superar esquematismos y cómo concretar la teoría marxista a las situaciones específicas. Todo ello supone un esfuerzo por desarrollar en toda su creatividad el marxismo, y Gramsci también lo aprendió del propio Lenin y de la experiencia histórica de los bolcheviques(1).

Partimos de que una sociedad clasista se basa en relaciones sociales basadas en la explotación. Entendemos que la supresión de este tipo de sociedad sólo se producirá en la medida que la clase explotada, como sujeto revolucionario, protagonice, como agente determinante, el proceso de cambio, pueda ejercer de nueva clase dominante que derrote definitivamente a la burguesía (dictadura del proletariado) y pueda extinguirse y suprimir la sociedad de clases con la sociedad comunista. Todo ello lo entendió como un proceso de etapas y transiciones(¡rupturas!).
Desarrollo de la teoría del Estado en Gramsci

Cuando Gramsci habla de Estado no se refiere a un concepto restringido (según la tradición liberal, éste quedaba reducido a los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial). Gramsci va a desarrollar la concepción marxista del Estado aportando un sentido amplio porque engarza la estructura (relaciones de producción) y superestructura: es decir, comprende lo económico, lo político e ideológico, ligados dialécticamente.

Gramsci considera que el Estado está conformado por el binomio sociedad política (gobierno, policía, ejército, administración) más sociedad civil (iglesia, sindicatos, entidades privadas, empresa -lugar de la explotación-, medios de comunicación, intelectuales, etc). El Estado ejerce el papel de reproducir las relaciones de producción a través de sus dos brazos armados; por un lado, la coerción, con toda su violencia de clase (dictadura), y el consenso social o hegemonía, que aparece como elemento civilizatorio (2).

A través de los aparatos ideológicos, la clase dominante garantiza su dominación; aquéllos hacen de agente de unificación social. La ideología de la clase en el poder, como concepción del mundo, impregna todas las actividades, todas las prácticas que se expresan en todas las manifestaciones de la vida colectiva e individual. Aparece el Estado burgués como neutral (enmascarando su carácter de clase) y se nos presenta como regulador de la sociedad (realmente regula los desequilibrios internos del bloque dominante y sus tensiones con las clases subalternas).

El Estado es el conjunto de actividades prácticas y teóricas con el que la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que llega a obtener el consenso de los gobernados.

¿Cómo puede la burguesía asegurar su dominación y que ésta sea asumida por las clases subalternas? No hay poder sin hegemonía. Necesita, precisamente por su débil base social, organizar el consenso de una capa más amplia de la población que consienta sus propósitos políticos; hacer que toda la violencia de las relaciones de producción capitalista sea asumida por amplias capas de la sociedad conformándose bajo la lógica del “sentido común”

Las exigencias materiales (técnicas / sociales) creadas por el aparato productivo son el terreno en el cual el aparato de hegemonía hunde sus raíces (desde el centro de trabajo). Por ello, es importante ligar modelo laboral y modo de vida. Una clase es hegemónica porque hace avanzar al conjunto de la sociedad hacia sus intereses.
Teorización de la crisis

Según Gramsci, una crisis económica puede convertirse en crisis histórica y orgánica sólo si comprende al Estado en su conjunto, es decir, sociedad política y sociedad civil. Empezaremos por aclarar conceptos.

Tras el fracaso de los Consejos de fábrica de Turín, y el ascenso del fascismo en Italia como salida a la crisis, Gramsci acuña la noción de crisis orgánica, que, en el caso italiano, no conlleva una crisis revolucionaria sino una involución.

Todo modelo de integración exige un modo de desintegración. No hay teoría de la hegemonía sin una teoría de crisis de la hegemonía (crisis orgánica). Ahora bien, la crisis orgánica puede generar una crisis revolucionaria, si la correlación de fuerzas en la confrontación de las clases antagónicas es a favor de las clases subalternas; por el contrario, la crisis orgánica puede conducir a un reajuste en el bloque dominante (es lo que Gramsci denomina revolución pasiva), cuando el bloque hegemónico dirige la crisis y reajusta el proceso productivo, así como los aparatos de dominación. En esta coyuntura cobra especial determinación la absorción de intelectuales y cuadros políticos de los sectores subalternos, su asimilación al proyecto de la clase hegemónica, privando de cuadros dirigentes al proyecto alternativo.

Entre los ejemplos de revolución pasiva analizados por Gramsci se plantean el fordismo y el fascismo. Ambos modelos consiguieron el reajuste en el aparato productivo en el sentido del aumento de la productividad social del trabajo (aumento de la tasa de explotación) y la readecuación de los aparatos de dominación. El objetivo final no era otro, en ambos casos, que el de garantizar la acumulación y expansión de sus capitales respectivos. En ambos casos utilizaron coerción y consenso simultáneamente. Sus especificidades se debieron a su ubicación geográfica (Estados Unidos / Europa) y la naturaleza misma de la correlación de fuerzas en la que se desarrollaron.

Una crisis revolucionaria exige una crisis en la superestructura, crisis de representatividad, y la crisis debe de tocar a fondo la base social con unas masas organizadas dirigiendo un proceso de alianzas.

El carácter de la crisis dependerá de la estructura de clases y sus relaciones de fuerza. No hay destrucción sin construcción. No se agudizará la crisis sin una salida política de masas a la misma. La crisis de hegemonía del bloque en el poder no se produce sin la disputa por la hegemonía del bloque dominado.

Como el capitalismo desarrollado extiende su intervención en la sociedad civil es necesario desactivar el control de la burguesía que garantiza el consenso y su hegemonía, y recomponer el bloque alternativo. Ello no es posible sin la articulación de unas alianzas y consenso alternativo en construcción. Es decir, la revolución, a diferencia de una rebelión, revuelta o sublevación, se propone destruir el poder de una clase y construir un nuevo poder, el poder de la clase oprimida. Por eso, debemos entender la revolución como un proceso destructivo-constructivo. (Mientras que la revuelta sólo se queda en la destrucción parcial, quedando intacta la institucionalidad y el aparato de dominación). Por ello es tan importante para los revolucionarios la cuestión de la hegemonía y ésta debe ser un objetivo a construir. Así como el capitalismo tiene sus propias recetas para solventar sus crisis, sólo la ruptura de los eslabones por parte de un bloque alternativo contra-hegemónico emergente dará una salida revolucionaria a la crisis.

En el contexto histórico actual podemos detectar básicamente dos corrientes dentro del campo del marxismo que intentan caracterizar la crisis del capitalismo.

Por un lado estaría la teoría del derrumbe, que concibe que la fase actual del desarrollo capitalista supone su descomposición acelerada, porque entiende que ello supone la agudización del desarrollo de su crisis y su caída al precipicio a corto plazo, lo que exigiría la preparación inmediata de cara a una estrategia de guerra de movimientos(3), confrontando los bloques antagónicos frontalmente.

Frente a la posición expuesta se sitúa la teoría del declive, que parte de que, dentro de la crisis estructural del capitalismo, éste tiene mecanismos y recursos para recomponerse. De igual modo, coincide con la idea de Lenin de que no hay situación sin salida para el capitalismo, y, en la actualidad, exigiría una estrategia de guerra de posiciones(4), y nos enlazaría con la preocupación de Gramsci sobre la hegemonía. Esta opción se aproxima más a la realidad. Es decir, o se produce una reestructuración del sistema o se prepara una estrategia que propicie, en el marco de un proceso, una crisis revolucionaria. Viene a propósito recalcar la sentencia de Lenin anteriormente citada, porque el actual momento de la acumulación capitalista necesita y necesitará de bastante más que meras medidas económicas para salir de su estado pantanoso. Lo intentarán y lo conseguirán sin importarle los costes …a no ser que se lo impidamos.
Contextualización actual

El capital lleva más de treinta años de decaimiento y depresión continuas, evidenciadas en el compulsivo intento de elevar la productividad social del trabajo y en la languidez de la tasa de beneficio, consecuencia de una composición orgánica del capital desfavorable a sus pretensiones.

Evidentemente, el capital no se paraliza, e intenta paliar el desastre con soluciones múltiples y coordinadas entre sí, pero que no superan la dificultad existente. La fase actual se caracteriza por la expansión de las relaciones de producción capitalistas a casi todo el planeta, extendiendo la relación salarial, por un lado, y, por otro, la exclusión de ingentes masas de población. El toyotismo se implanta como proceso productivo más avanzado, imbricándose con los métodos fordistas, así como con la tendencia a la deslocalización y segmentación del proceso productivo y la centralización y concentración del capital. En los países subdesarrollantes(5) avanza la fagocitación de empresas, a lo que hay que sumar la hipertrofia financiera, una creciente terciarización de la economía -lo que se contrapone a la “economía real”, detrayendo importantes cantidades de la plusvalía creada. En definitiva, el sector financiero y de servicios son productivos para el capital siendo parásitos de la plusvalía. Los planificadores del capitalismo emprenden toda una retahíla de medidas para configurar la acumulación sostenida y la satisfactoria reproducción del capital, pues su composición orgánica –como ya quedó teorizado y demostrado- crece sin cesar, y en los últimos años espectacularmente.

Por ello, comienzan a aumentar el número de voces, dentro del campo capitalista, que demandan una obtención de una composición orgánica favorable a los intereses del capital, por los procedimientos que se consideran adecuados: bien por la desaparición masiva de capital incapaz de valorizarse -quiebra de empresas (6)- bien mediante su violenta destrucción masiva (procurando un conflicto bélico generalizado).

Hemos de insistir en esto. La solución requerida consiste en rehacer la composición orgánica, desvalorizando el capital de tal manera que permita la regeneración de una tasa de beneficio adecuada para el capital sobreviviente. Para todo ello previamente requiere el aumento continuo de la tasa de explotación de TODOS los trabajadores, tanto de los países subdesarrollantes como de los países en vías de creciente subdesarrollo.

El capital permanece en una crisis muy diferente a las simples crisis cíclicas o a las recesiones más o menos amplias. Es una crisis muy larga, cualitativamente diferente, que exige una reestructuración con efectos aniquiladores para una mayoría de la población.

Como entendemos que para el capital no hay caminos sin salida, intentará las reestructuraciones necesarias para garantizar su supervivencia; estructurará sus mecanismos de explotación y sus aparatos de dominación a las nuevas condiciones para incrementar la explotación hasta la extenuación del planeta.

Reestructuración en el aparato de dominación

En el sistema de dominación se puede observar cambios profundos: quiebra del modelo denominado “estado del bienestar”, reconversión del aparato democrático formal, retroceso en los derechos civiles, militarismo, legislación restrictiva…
No se produce un cambio en la naturaleza de clase del Estado sino la adaptación de éste a los intereses más avanzados del capital, subordinando aún más a las fracciones más debilitadas del capital, lo que refuerza el carácter orgánico de la crisis. Además, debe seguir garantizando la reproducción de la fuerza de trabajo en las nuevas condiciones de explotación y acumulación.

La reestructuración de los aparatos ideológicos supone la irrupción masiva de los llamados medios de comunicación en la configuración de las conciencias sin dejar resquicios, con multinacionales de la información ligadas al capital transnacional y su proyecto de civilización globalizadora. Diseñan la reconversión de los aparatos educativos siguiendo los dictados del BM y FMI. Consiguen la absorción del pensamiento crítico a través de la compra y claudicación de gran parte de la intelectualidad, activan un proceso acelerado de aculturación a nivel mundial, que arrasa todo tipo de identidad específica y diversidad.

Conclusión: por los elementos señalados podemos hablar de crisis orgánica. El sistema lleva a cabo la reestructuración que considera necesaria para seguir subsistiendo y perpetuarse, para hacer frente a su crisis orgánica. La globalización monopolística se implanta con toda la crueldad y violencia, como las experiencias recientes confirman con la rotundidad de los hechos. Hay que ganar posiciones (hegemonía) para que con otra correlación de fuerzas se emprenda la batalla definitiva.
NOTAS

1.- Gramsci –“cerebro al que había que impedir funcionar”- muestra la unidad entre teórico y militante comunista, atento del análisis al más mínimo detalle de la actividad social en la que interviene. Su capacidad de analizar y su oposición frontal al economicismo y mecanicismo existentes en su época le permitió elaborar iniciativas teóricas y políticas, muy acertadas, unas, y no exentas de contradicción y polémica, otras.
Una de sus conclusiones rebatidas consiste en su afirmación del marxismo como filosofía de la praxis, entendida como un historicismo absoluto.
Queremos aclarar que no debe de entenderse tal reivindicación de Gramsci como asentimiento acrítico, sino recuperar su aportación que supone una elaboración de tal magnitud, imprescindible para avanzar en el desarrollo de la teoría y práctica revolucionarias dentro del campo del marxismo.

2.- Desde Hegel hasta Croce aparecen segregados “Estado” (interés “general”) y “sociedad civil” (intereses “particulares”).
Cuando la burguesía española impone la LOU sin contar con los afectados más directos: la universidad, invocan el carácter representativo del parlamento. Sin embargo, cuando la Asamblea Nacional de Venezuela aprueba la Ley de Tierras, en este caso, la oligarquía se erige en sociedad civil e invalida la representatividad del poder legislativo.
La tradición del anarquismo participa del mismo esquema de la ideología liberal burguesa; en este caso, confrontando sociedad / estado en términos abstractos. Nosotros solemos utilizar el concepto “sistema” que coincide con la noción de Estado que ensambla el propio Gramsci.

3.- Nos vale utilizar este concepto gramsciano para delimitar el marco de las estrategias.

4.- Noción que se contrapone a la anteriormente citada, y que también es una aportación decisiva de Gramsci.

5.- En la terminología tradicional se utiliza “países desarrollados”.

6.- En este sentido, la agresión al capital subordinado (de carácter local) es lo que está produciendo el ascenso de los neofascismos como respuesta defensiva de dichos capitales. No debemos, por tanto, entender su extensión actual como elemento meramente ideológico en abstracto.

Deja un comentario