Elementos para una crítica y política marxista en torno al sistema educativo burgués

Por: Centro de estudiantes revolucionarios (CER)
(02.05.13)

En la reproducción de la sociedad burguesa la educación cumple dos tareas fundamentales. Primero, proporciona a los estudiantes las habilidades, saberes y comportamientos correspondientes al lugar que ocuparán en las relaciones capitalistas de producción, educando asimismo en la ideología burguesa y naturalizando el régimen explotador. En segundo lugar, las universidades asisten a la clase capitalista y su Estado en la aplicación técnica de las ciencias, y en la producción de conocimiento general, tanto directamente para aumentar ganancia del capital, como para fortalecer su aparato de dominación. Por otra parte, hoy progresivamente las mismas instituciones educativas se constituyen como espacios de valorización del capital, explotando el trabajo ajeno de los profesores, produciendo la mercancía “educación”, y vendiéndola en el mercado al estudiante y su familia, con el consiguiente saqueo de sus bolsillos.

1- Respecto a la primera tarea, a hijos de la clase trabajadora y sectores populares se les instruye y capacita para subsumir su fuerza de trabajo de acuerdo a las exigencias del capital. Por su parte, a hijos de la burguesía se les educa para personificar y representar al capital de diversas maneras frente al trabajo. En la educación chilena, esta división clasista se materializa a nivel secundario en la existencia de liceos municipales y particulares-subvencionados para los futuros trabajadores, mientras que colegios privados se reservan para los hijos de la burguesía, además de sectores privilegiados de la pequeña burguesía.
El caso de la educación superior no es distinto, con restricciones de acceso a las universidades más “prestigiosas” impuestas por la intervención directa de filtros de clase como el costo de las carreras y la Prueba de Selección Universitaria (PSU). Ello aparte de todas las limitaciones que recaen sobre la juventud popular propias de una sociedad de clases.

Cabe consignar que en las últimas décadas se ha dado una relativa masificación del acceso de la juventud popular a la educación superior. La matrícula total de educación superior en relación a la población “en edad correspondiente” en 1980 era de 7,34%, en 1995 de 20,17%, y en 2012 correspondía ya al 41,32%. Este aumento se ha dado sobre todo en CFTs, IPs y universidades privadas –es decir, a partir del crecimiento del sector privado-, abarcando hoy a más del 70% de los estudiantes inscritos en la educación superior. Esta tendencia a la masificación de la fuerza de trabajo calificada por la educación superior, mediante el crecimiento de la matrícula, está ligada irremediablemente a su misma proletarización. Mientras más jóvenes egresen de la educación superior, más aumentará la oferta de mano de obra calificada y con ello la competencia. Así las empresas aprovechan de imponer peores condiciones de trabajo a los asalariados en su conjunto.

Esta masificación resulta progresiva, pues es necesario luchar por que más jóvenes trabajadores tengan una relativa mejor preparación intelectual y cultural –aunque conscientes de los límites que impone el capitalismo-, facilitando con ello también su capacidad de politización y combate. El capital requiere formar que sea mínimamente a los trabajadores, con su imprescindible condimento ideológico, para estrujarles plusvalía, pero al mismo tiempo esto entrega ciertas herramientas provechosas. En ese sentido, hay que oponerse a quienes –desde la izquierda y/o derecha- proponen directa o indirectamente una vuelta a la elitización bajo el pretexto de ajustar la matrícula a las “necesidades del país”. Pero, al mismo tiempo, debemos combatir las ilusiones burguesas que pregonan “movilidad social” o de que es posible acabar de este modo con las “diferencias sociales”. La división de la sociedad en clases no está basada en las “desigualdades educativas” (ni en la “educación de Pinochet”), sino en los fundamentos económicos de este orden social: la propiedad de los medios de producción en manos de una minoría capitalista que vive del trabajo ajeno, y una mayoría trabajadora que, carente de otros medios de subsistencia, se ve obligada vender su fuerza de trabajo al capital a cambio de un salario. Del mismo modo que la educación no crea la sociedad de clases, tampoco puede acabar con ella, por más que se la reforme en términos de acceso, financiamiento, democratización y contenidos. Aun suponiendo un acceso irrestricto y egreso masivos en la educación superior, con ello no habría más que un ejército de titulados haciendo de mano de obra asalariada, subempleados y desempleados, con uno que otro habiendo podido escalar socialmente y pasando a ocupar posiciones burguesas, aplastando consecuentemente a los trabajadores y dando la espalda a su clase de origen.

El trabajo alienado, precario, la división entre el trabajo manual y el intelectual, el desempleo, la indigencia intelectual y cultural de las más amplias masas, son cuestiones irresolubles en los marcos de la sociedad burguesa, de ahí que el problema en apariencia educativo podrá resolverse únicamente yendo a la raíz del problema social: la abolición del régimen burgués de producción mediante la vía revolucionaria, y la construcción del socialismo.

2- En cuanto al segundo objetivo consistente en la producción de conocimiento para el capital y su Estado, las cifras indican que el año 2003, de un total de 8.638 investigadores calificados en el país, 6.689 de ellos se concentraban en las universidades, el resto repartiéndose desigualmente entre el Estado, las empresas e instituciones privadas sin fines de lucro. Resulta interesante recordar entonces que políticos burgueses como Harald Beyer o Ricardo Lagos, a la hora de preguntarse sobre qué casas de estudio debieran recibir aportes fiscales directos, sencillamente distinguen entre universidades docentes y universidades “complejas”, contando estas últimas con investigación que resulta útil al capital. El primero señala:

“Uno podría avanzar en una clasificación distinta de las instituciones de acuerdo con su complejidad. Tenemos universidades que realizan investigación, que son tres o cinco, otras que son emergentes en esta área y otras que se dedican exclusivamente a la docencia. […] Sólo las casas de estudio que se dedican a la investigación deberían recibir aportes estatales directos.”

Estas palabras debieran llamar a reflexión, puesto que irónicamente encierran bastante menos mistificaciones burguesas que las sostenidas por la izquierda estatista y su fetichización de la educación estatal (y del Estado burgués finalmente). Lo que a este tecnócrata le interesa realmente son las funciones que cumple tal o cual universidad como parte del engranaje del sistema capitalista, no así mayormente su propiedad formal.

Resulta que consideradas en su conjunto, las instituciones educativas están al servicio de la clase capitalista indistintamente de su propiedad estatal o privada. La santería en torno a la educación estatal descansa sobre la nociva ilusión que concibe el Estado ya como un campo neutro, en disputa, ya como un órgano cuyo deber estaría en resguardar los intereses colectivos de la sociedad, al margen y por sobre la lucha de clases. Desde una posición consecuente revolucionaria se debe luchar ideológica y políticamente contra toda esperanza en el Estado, desenmascarando su carácter burgués. Oficiar el seguidismo ante este sentido común no hace sino que abrir las puertas a la subordinación de los trabajadores y las fuerzas populares a sus explotadores y opresores.

Como pretendida variante al estatismo, se suele levantar la consigna de luchar por una educación “al servicio de los trabajadores” (o en sus expresiones variables de “control comunitario”, “proyecto educativo popular”, etc.). Sin embargo, ésta no será posible mientras persista la propiedad privada de los medios de producción y el Estado burgués. Su construcción sólo será posible a partir del martillazo de la revolución, esto es, a partir de la conquista del poder político por parte de la clase trabajadora sobre la base de sus organismos de poder. Por tanto, rechazamos tajantemente la idea de que es posible una educación “de los trabajadores” sin la previa resolución del problema del poder, refrito en el ámbito estudiantil de lo que sería –en los hechos- una ilusoria vía reformista al socialismo. Caer en tales ilusiones significa confundir la lucha por reformas con la revolución socialista, así como la relación entre ambas, terminando por edulcorar las primera y degradar la segunda a los límites del capitalismo. Significa, en último término, la conciliación de clases.

3- En la medida que las instituciones educativas se transforman en empresas, en parte productiva del capital, la toma de decisiones en el ámbito de la enseñanza tenderá a orientarse a maximizar la ganancia. Esto sucede de modo similar en las instituciones estatales, puesto que con la reestructuración llevada a cabo por el régimen militar a comienzos de los 80’ se disminuyó radicalmente el financiamiento público y se eliminó la gratuidad para pasar al pago de aranceles por estudiante. Este ahogue financiero las obliga objetivamente a someterse a las leyes del mercado.

Frente a este avance del capital en la educación, la posición marxista no puede confundirse con el alegato romántico-moral del tipo “con la educación no se debe lucrar”, expresión cara a las fuerzas reformistas de distinto pelaje ¿Y es que acaso sí es permisible que el techo, el pan, la salud, la cultura, en suma, el destino de la mayoría de la humanidad, esté para satisfacer la acumulación de capital? Lo cierto es que históricamente con el desarrollo del capitalismo, el capital necesariamente ha pasado a determinar y subsumir cada vez más áreas de la vida social. La educación no constituye una excepción. Sin duda debemos combatir obstinadamente todo ataque de los ricos y poderosos que afecte las condiciones de estudio y vida de la juventud obrera y popular, pero al mismo tiempo debemos ser claros en situar esta problemática en la lógica inexorable del capital. La resistencia y lucha contra su dominio en el campo educativo debe situarse en la perspectiva global de lucha revolucionaria contra el capitalismo. Enfrentar este problema como si se tratara de un problema legal o constitucional, no es más que un estupefaciente ideológico pequeñoburgués, históricamente reaccionario y utópico. Así, a contracorriente de los acólitos de “izquierda” del Estado y sus demandas de nacionalizaciones burguesas a modo de panacea general, sostenemos la expropiación de la educación privada ligada indisolublemente al poder obrero y popular.

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