El mercader medieval y su contribución al cambio histórico*

Por: Mirko Edgardo Mayer**
Fuente: Especial para http://www.hernanmontecinos.com

Artículo pubicado originalmnte en la revista ISEL (Argentina) y reproducido en esta página con la autorización de su autor

** Profesor y Licenciado en Historia. Profesor en Ciencias Sociales con Especialización en América Latina. Especialista en Historia Económica. Maestrando en Historia Económica. Ex Rector de Nivel Medio y Superior. Ex Decano de la FAE-Universidad de la Marina Mercante Actualmente es Secretario General de la Universidad de la Marina Mercante. Profesor Titular de Historia Económica y Social Mundial e Historia Económica y Social Argentina. Es docente de esta última asignatura en Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Es Miembro de la Asociación Argentina de Historia Económica.

INTRODUCCION:

Nos proponemos en este breve ensayo aludir a la figura del mercader medieval, cuyo protagonismo suele no estar debidamente reflejado tanto en los manuales escolares como en los textos más propiamente históricos, en donde se lo reduce a la categoría de actor secundario dentro del proceso histórico que marca el tránsito del medioevo a la modernidad, de la sociedad marcada por la impronta de lo religioso –con la consiguiente hegemonía social de la Iglesia Católica- a la sociedad caracterizada por el predominio de los valores materiales.

Por el contrario, nosotros creemos que el mercader medieval jugó un papel principal dentro de este proceso, al punto que podríamos considerarlo como un factor del cambio histórico en primer grado. En efecto, su acción e influencia se dejaron sentir especialmente durante la Baja Edad Media (siglos XIV y XV), preparando así el advenimiento de la modernidad que alcanzará su cenit con el Renacimiento inmediatamente posterior.

A partir de este planteamiento, intentaremos un análisis de la cuestión concentrando la atención en tres aspectos esenciales, comenzando por la evolución que experimenta la profesión de mercader, para luego seguir con el rol social cumplido por éste y, para finalizar, nos detendremos en la influencia que ejerce en el proceso de secularización de la cultura.

LA EVOLUCION PROFESIONAL DEL MERCADER:

La aparición del mercader se produjo en el marco del renacimiento del comercio y de la vida urbana, cuyos primeros síntomas fueron advertidos en la cristiandad occidental a partir del siglo XI. En efecto, la relativa paz subsiguiente al cese de las invasiones propició un resurgimiento de la economía, de lo que se derivó un aumento en la expectativa de vida y un proceso de expansión demográfica.

Los avances del comercio medieval fueron consecuencia del desarrollo de las ciudades, por lo que habría que ubicar el surgimiento del mercader en un marco urbano. Podemos distinguir tres regiones en las que tendió a concentrarse la actividad comercial europea. Por un lado, tenemos las ciudades comerciales italianas y su zona de influencia. Por el otro, las ciudades hanseáticas en el norte de Alemania. Entre ambas, se yergue una tercera región en el noroeste del continente (sur de Inglaterra, Flandes, norte de Francia), en la que observamos un incipiente desarrollo de la industria textil, la cual alimentará las ferias comerciales de Champagne y de Flandes.

En una primera etapa, el mercader medieval fue sobre todo un mercader itinerante, de allí que el principal problema con el que debió enfrentarse sea el de las vías de comunicación. En lo que respecta a las vías terrestres, en muchos casos no existieron por lo que el mercader debió trazarlas de hecho. Las viejas vías romanas se encontraban en estado ruinoso y poco se hacía para su conservación. Por último, debe tenerse en cuenta la inseguridad que reinaba en los caminos como consecuencia de la acción de bandidos y de los peajes y exacciones que impusieron las diversas autoridades señoriales o municipales. Este segundo factor repercutió sensiblemente en el costo del transporte, que representaba el 25% del precio inicial cuando se trataba de mercancías de escaso volumen y alto valor, como por ejemplo las especias y, hasta un 150%, cuando se trataba de mercancías de gran volumen y reducido precio, como ser los granos.

Dadas las circunstancias descriptas, los mercaderes prefirieron las vías fluviales. Existieron tres redes: la del Po y sus afluentes; la del Ródano y la compuesta por los ríos Rihn y Danubio, las cuales se optimizaron mediante una importante obra de canalización. El transporte marítimo, por su parte, fue el más económico (2% para la seda, 15% para los granos y 33% para el alumbre), pero presentó problemas tales como la seguridad y la escasa capacidad de carga de las naves. En efecto, sólo ciudades que gozaron de un poderío militar importante, como Venecia, pudieron darse el lujo de escoltar a sus convoyes comerciales por flotas de guerra. En cuanto a la capacidad de las bodegas, la misma rara vez superó las 500 toneladas.

Durante el siglo XIII, el gran centro de atracción para los mercaderes itinerantes fueron las ferias de Champagne. Sin embargo, estas ferias comenzaron a declinar a principios del siglo XIV y, si bien se barajaron diversas causas para ello, lo concreto pasaría por la transformación que experimentaron las estructuras comerciales, fenómeno que originaba una nueva figura de mercader; es decir, el mercader sedentario.

El mercader sedentario tuvo prioridades distintas a las de su antecesor, tales como el crédito, los contratos y las formas de asociación comercial. El primero fue complicado debido a los condicionamientos religiosos que pesaban sobre el préstamo a interés. Los contratos y las diversas formas de asociación comercial adquirieron en cambio un gran desarrollo, dando lugar a las primeras compañías de comercio generalmente estructuradas a partir de unidades familiares, siendo buen ejemplo de ello la de los Médicis en Florencia. En no pocos casos, este proceso asociativo degeneró en verdaderos monopolios, pudiendo mencionarse al establecido en torno del alumbre.

Las relaciones entre los mercaderes y los representantes de los poderes públicos, tendieron a estrecharse a medida que se acentuaba el carácter comercial de la economía. Así, encontramos a mercaderes y banqueros que actuaron como prestamistas de reyes y de príncipes, así como quienes oficiaban de agentes financieros del Papado. Por otra parte, la legislación comercial de la época apuntaba a garantizar la mayor seguridad y estabilidad a los negocios.

Paralelamente al crecimiento del comercio, se asistió al progreso de los elementos técnicos que le servían de apoyo, tales como los seguros, la letra de cambio y la contabilidad. El uso de los primeros se generalizó a partir del siglo XII. La letra de cambio se expandió simultáneamente con el resurgimiento de la economía monetaria en la cristiandad occidental. Allí, las monedas extranjeras más difundidas fueron el besante bizantino y el dinar musulmán. La moneda local más frecuente fue el dinero, cuyo patrón monetario fue la plata. Sin embargo, a partir de 1252, surgieron con regularidad las monedas de oro: los dineros genoveses, los florines florentinos, los escudos franceses y los ducados venecianos, entre otras.

Desde entonces, el problema del cambio pasó a un primer plano, en el que influyeron fundamentalmente cuatro factores, a saber: a) la coexistencia de dos patrones monetarios, oro y plata; b) el precio de los metales preciosos, en el que incidieron la oferta y la demanda, tanto como la especulación de los proveedores; c) la actuación de las autoridades políticas, quienes a través de reconversiones, devaluaciones, etc., generaron riesgos que los mercaderes no estaban en condiciones de prever y; d) las variaciones estacionales del mercado de la plata.

La contabilidad se adecuó a los adelantos experimentados por la actividad comercial, tornándose más simple y eficaz. Los libros contables más usuales eran los de sucursales, de compras, de ventas, de obreros a domicilio, y sobre todo, el “libro secreto”, en el que se asentaba la información crítica de la compañía. Se extendió la costumbre de establecer el presupuesto y, hacia fines del siglo XV, Fray Luca Paccioli, introdujo los rudimentos de la partida doble.

Además de los mercaderes propiamente dichos, podemos encontrar a otros personajes que se ocuparon de asuntos financieros: los lombardos y los cambistas. Los primeros eran prestamistas a corto plazo, orientados al consumo personal y fuertemente usurarios, a cuyos clientes –por lo general de condición social baja- tomaban prendas personales como garantía. Los cambistas tenían su puesto al aire libre y, además de las funciones tradicionales de cambiar y proveer moneda, desempeñaban otras que los convertían en virtuales banqueros. Entre ellas, la aceptación de depósitos, reinversiones para préstamos, adelantos, inversiones, transferencias de fondos, etc. Encontramos a los cambistas en la cima de la jerarquía social.

Para finalizar el tratamiento de este primer apartado, abordaremos la pregunta en torno a la cual suelen debatir los especialistas de este período, en el sentido si habría sido el mercader medieval un capitalista. Al respecto, entendemos que no obstante ser la economía medieval europea fundamentalmente rural, tanto por la masa de dinero que manejaba, por lo extenso del marco geográfico y económico dentro del cual desarrollaba su actividad, por los métodos comerciales y financieros que empleaba, el mercader medieval era efectivamente un capitalista, todo lo cual se veía corroborado por su estilo de vida, por su espíritu y por el sitio que ocupaba en la jerarquía social.

EL ROL SOCIAL DEL MERCADER:

Es indudable que el poderío económico logrado por los mercaderes está estrechamente ligado al desarrollo de las ciudades. Por ello, hemos de analizar en las líneas que siguen, con poder de síntesis, las relaciones que mantuvieron con los restantes estamentos sociales y, fundamentalmente, con la Iglesia.

Comenzaremos por analizar sus relaciones con los nobles, adelantando la impresión de que habría existido una coincidencia de intereses entre ambos estamentos. Los nobles acudieron a los mercaderes en procura de recursos financieros, atento al debilitamiento de la economía rural. Los mercaderes, embarcados en franco proceso de ascenso económico, precisaron del prestigio y del lustre social que sólo se desprendía del status nobiliario. Los medios de que se valieron para acceder al mismo fueron múltiples y variados. Así, por ejemplo, a través de matrimonios, compras de tierras o ingreso a la función pública. Esta coincidencia de intereses, habría traído como consecuencia un ennoblecimiento de los mercaderes, simultáneo a un aburguesamiento de los nobles, lo que habría derivado en un estamento diferenciado al que suele denominarse patriciado urbano.

Las relaciones con los sectores populares urbanos, no habrían sido tan claras y apacibles. En realidad, se trataba de dos mundos enfrentados. Uno, compuesto por los pequeños comerciantes y los artesanos, celosamente regulado por las leyes morales de la Iglesia y por las normas jurídicas de la ciudad. El otro, compuesto por los grandes mercaderes y banqueros, orientados mayormente al comercio internacional y que, sujetos teóricamente a idéntico ordenamiento jurídico que sus antagonistas, tuvieron no obstante infinitas maneras de obviarlo cuando el mismo estorbaba el logro de sus objetivos. Era común que los primeros se encontraran endeudados respecto de los segundos, lo que generaba permanentes fricciones.

En lo que hace a las relaciones con los campesinos, primero se dio una fase de coincidencia de intereses, dado a que los campesinos necesitaban de los mercaderes para lograr emanciparse de la servidumbre de la gleba. Por su parte, los mercaderes, a la par que debilitaban el poderío de la nobleza feudal, conseguían para sí mano de obra barata. Evidentemente, éstos saldrán gananciosos mientras que aquéllos simplemente cambiarán de amo, toda vez que a la libertad personal que han recuperado, sobreviene una dependencia económica respecto de los mercaderes.

El patriciado urbano, al que nos hemos referido al comienzo de este apartado, pronto se hizo con el control político de las ciudades, habiendo sido las notas distintivas de tal dominio el fraude fiscal y la malversación del erario público. También se desataron las luchas internas, por competencias de negocios o de prestigio y, en este contexto, operaban las alianzas que algunos patricios realizaban con los sectores populares, tendientes a desplazar a algún competidor. La lucha entre familias y clanes burgueses ocupará un importante espacio durante la Baja Edad Media.

La vinculación de los mercaderes con los príncipes y soberanos reviste crucial importancia a la hora de establecer la transición a los tiempos modernos, pues mediante la provisión de servicios económicos y financieros brindaban a los soberanos el soporte material para hacer posible su cometido eminentemente político. Téngase en cuenta que las campañas políticas y especialmente militares que promovían los príncipes, hacían necesaria la movilización de grandes masas de recursos que sólo podían ser provistos por los mercaderes y banqueros. El gran ejemplo de lo que venimos mencionando serían las Cruzadas.

Por su parte, los cuantiosos ingresos que recibían las arcas vaticanas también daban lugar a importantes negocios, en este caso por intermedio de la banca de los Médicis, quienes actuaban como agentes financieros del papado y al mismo tiempo se valían de sus recursos para impulsar el desarrollo de sus propias actividades comerciales. El móvil de esta interacción con el poder político era, para el mercader, la búsqueda de poder y de prestigio.

Por último, cabe analizar brevemente la actitud asumida por la Iglesia hacia los mercaderes, la cual fue evolucionando desde una condena prácticamente absoluta, pasando por la tolerancia hasta terminar en una virtual reivindicación de éstos. ¿A qué obedecería este cambio de su postura inicial? No estamos en condiciones de responder de modo unívoco y taxativo, sin embargo podemos adelantar algunas hipótesis. Así, podría haber sido consecuencia de la adecuación eclesiástica a los cambios registrados en el campo económico, o a la impotencia de la Iglesia para impedir el auge de la actividad mercantil, sin que falten los que imputan a la institución una velada complicidad con ellos.

En efecto, la Iglesia comenzó condenando a los mercaderes. Así, afirmó en el derecho canónico que éstos difícilmente podían agradar a Dios, y que era muy difícil no pecar cuando se ejercía la profesión de comprar y de vender. El principal motivo de condena, radicaba en el móvil del comercio, es decir, el lucro, el cual desembocaba inevitablemente en el pecado de codicia. La Iglesia se oponía al préstamo a interés, al que consideraba usura, por entender que iba en contra tanto de la enseñanza de las Sagradas Escrituras como de la doctrina aristotélica.

A propósito de ello, consideraba que el prestamista al prestar no estaba trabajando, ni creando ni transformando ninguna materia u objeto por lo que simplemente se estaba aprovechando del trabajo ajeno, es decir, de aquel a quien prestaba dinero. A colación de esto, debe tenerse en cuenta que la doctrina eclesiástica se había formado a partir del medio rural y artesanal judío, motivo por el cual sólo admitía como fuente legítima de ganancia o riqueza al trabajo creador.

La Iglesia también exteriorizó su ira contra los mercaderes, dado que éstos por lo general no respetaban la prohibición eclesiástica de comerciar con los infieles. Ello pudo apreciarse especialmente durante las Cruzadas. Por ejemplo, la Iglesia prohibía la venta de esclavos al Islam y, sin embargo, era éste uno de los tráficos más lucrativos para los mercaderes cristianos durante el Medioevo.

No obstante, el cambio operado en la postura eclesiástica comenzó a hacerse evidente a partir del siglo XI, en que encontramos en los manuales de confesores dispensas a la observancia de festividades religiosas para los mercaderes, en razón de su actividad. Así también, el concilio de Letrán de 1179 incluyó a los mercaderes en la lista de los que merecen la protección divina. Los argumentos que contribuirán a la reivindicación de su profesión, pasaban por los riesgos que corría al prestar dinero a otros, el trabajo que significaba su ejercicio profesional y, por último, el carácter de utilidad pública que su tarea revestiría. De esta manera, previa bendición divina, el mercader pasaba a ser reconocido como miembro importante de la comunidad cristiana.

La ética mercantil, por su parte, prescribía como virtudes la prudencia, la desconfianza hacia el prójimo y el secreto. La religiosidad del mercader se manifestaba en que, por ejemplo, todas sus actividades se situaban siempre bajo la advocación divina. Los estatutos de las corporaciones mercantiles se hacían eco de las inquietudes religiosas de sus miembros. Pero, cuando más se ejercitaba la religiosidad era a través de la beneficencia y, sobre todo, mediante la penitencia final. En efecto, el temor a la condena eterna parece haber sido particularmente intenso entre los miembros de su clase y así, no eran pocos los que ante la muerte o el retiro, realizaban restituciones de lo percibido indebidamente, donaciones a los pobres y a la Iglesia. Muchos de ellos inclusive, ingresaban a órdenes monásticas. En otros casos, ha podido constatarse la participación de mercaderes en los movimientos heréticos surgidos en el seno del cristianismo medieval.

Coincidente con la revolución comercial es el cambio de actitud eclesiástica hacia los mercaderes. La Iglesia recurre al apoyo de éstos en su lucha contra los feudales y contra el emperador. A cambio del apoyo recibido, la Iglesia les brinda la rehabilitación moral; pero allí no termina todo pues ella misma acaba participando del movimiento del comercio y de los negocios. Ya mencionamos la relación del papado con los Médicis que, entre otros negocios da lugar al famoso trust del alumbre en el siglo XV. Asimismo, pese a las anatemas que pesaban sobre la usura, en especial tratándose del clero, durante la Alta Edad Media muchos monasterios funcionaron como establecimientos de crédito y así, por ejemplo, la orden de los Templarios fue durante el siglo XIII en uno de los mayores bancos de la cristiandad. De esta manera, la Iglesia habría efectuado un viraje político pasando del pacto con el feudalismo al compromiso con el capitalismo.

No hay que olvidar en el análisis de este período, que ya estaban presentes los primeros síntomas de laicización que anunciaban el Renacimiento de los siglos XV y XVI, gestándose así la transición a los tiempos modernos.

Sin perjuicio de lo dicho hasta aquí, los vaivenes de la economía empujaron a no pocos burgueses enriquecidos a través del gran comercio y de la banca, a invertir sus ganancias en bienes raíces, transformándose así de mercaderes activos a rentistas.

LA INFLUENCIA EN EL PROCESO DE SECULARIZACION DE LA CULTURA:

Durante la Alta Edad Media fue evidente el monopolio cultural que ejercía la Iglesia medieval y, si bien durante la Baja Edad Media el mismo perdurará, junto a ella comenzaron a aparecer las primeras manifestaciones de una cultura laica, es decir, no eclesiástica, en cuya gestación mucho tuvieron que ver los mercaderes.

En efecto, el mercader desempeñó una importante contribución al nacimiento y desarrollo de una cultura laica. Ello obedecía a que él necesitaba conocimientos técnicos para sus negocios y que, por su mentalidad e idiosincrasia, tendía hacia lo eminentemente utilitario. Pudo hacer realidad estas aspiraciones gracias a sus medios económicos, como así también a su poder social y político.

En el siglo XII, junto a las escuelas religiosas encontraremos escuelas primarias laicas, sostenidas muchas veces por las comunas. La Iglesia mantuvo el monopolio de la enseñanza secundaria y superior. La influencia mercantil en la educación propició el progreso de la escritura, que se volvió más clara y ágil como lo requerían las necesidades del comercio. También la aritmética, destacándose el uso del ábaco y del tablero, especie de tatarabuelo de las modernas calculadoras. Aparecieron los primeros manuales de aritmética. La geografía progresó a partir de las escuelas cartográficas genovesas y catalanas, las cuales produjeron mapas y cartas de navegación.

Se extendió el uso de las lenguas romances o vulgares, que sustituyeron al latín para los usos cotidianos. Este quedó relegado a los ámbitos del foro, la religión y la cultura. Al principio, el francés fue el idioma del comercio en Occidente, debido a la importancia de las ferias de Champagne. Luego, el italiano ocupará un lugar preponderante y el bajo alemán en la órbita de las ciudades hanseáticas. El estudio de la historia fue revalorizado por la clase mercantil, la cual le servía tanto para enaltecer a su ciudad como para resaltar el papel que en ella desempeñaba. También, le era útil para comprender los acontecimientos que brindaban el marco contextual a su actividad en la que ella misma era protagonista. Así, por ejemplo, la historiografía florentina en el siglo XIV era monopolizada por los hombres de negocios, siendo que hasta ese momento los cronistas medievales se habían ocupado mayormente de hechos políticos y sobre todo religiosos; ahora, junto a ellos, aparecían historiadores interesados en los aspectos económicos.

Naturalmente, a la par del progreso registrado por la ciencia secular ocurrió el adelanto en la teoría comercial, cuya esencia podemos extraer de los manuales de comercio publicados, que se ocupan de enumerar y describir las mercancías, los pesos y medidas, las monedas, las tarifas aduaneras, los itinerarios, etc. También aportaban fórmulas de cálculo y calendarios perpetuos; describían los procedimientos químicos que permitían la constitución de aleaciones, de las materias tintóreas y medicinales; aconsejaban sobre las mejores formas de evadir al fisco y otras recomendaciones por el estilo.

De esta manera, se fue perfilando nítidamente una divisoria de aguas entre el universo cultural impuesto por la Iglesia y el nuevo modelo inducido por la revolución comercial que iba, evidentemente, por caminos diferentes a los de la Iglesia. En efecto, mientras ésta se interesaba en los conocimientos teóricos y generales, el nuevo esquema laico priorizaba los conocimientos técnicos profesionales. También, a diferencia del mundo religioso que ponía el acento en lo universal, el mercader estaba atento a la diversidad y buscaba lo concreto, lo material, lo mensurable.

El proceso de laicización de la cultura trajo aparejada la racionalización de la existencia, que dejará de estar determinada por la religión. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en la generalización del reloj mecánico hacia el siglo XIV, dado a que hasta entonces, los horarios piadosos, indicados por el campanario de la parroquia, servían como referencia para todas las actividades. A partir de entonces, la hora de la gente dejará de estar marcada por la campana de la Iglesia y pasará a estarlo por el reloj municipal laico. Dicho en otras palabras, la hora de los religiosos será reemplazada por la hora de los hombres de negocios.

La acción de los mercaderes sobre la cultura se observaba también en la obra de los mecenas, protectores de artistas y de sabios. Obviamente, este apoyo al arte no era desinteresado sin todo lo contrario, ya que al fomentarlo se aseguraban el control sobre el mismo dada la influencia poderosa que ejercía sobre el pueblo. Por otra parte, a través de las obras de arte daban a las clases populares objetos que admirar, con que entretenerse y así evitaban que se entrometieran en la política o se detuviesen a reflexionar sobre su condición social.

La acción del mecenazgo también se explicaría como una forma de reactivar a través del turismo la economía de la ciudad, muchas veces deprimida por las crisis. Las artes menores, tales como la orfebrería, la gastronomía y sobre todo la indumentaria, adquirieron gran desarrollo debido a la búsqueda de lujo que animó a los nuevos ricos, para horror de la Iglesia y de los moralistas de turno. Naturalmente, todo esto repercutió fuertemente en el comercio.

Por último, cabe añadir que el gusto de los mercaderes no se caracterizó por ser muy original. Consecuente con su condición de nuevos ricos, acabaron por copiar el gusto de las clases dominantes tradicionales, con quienes se complacían en asimilarse. Así, el arte les ofrecería un atajo para acortar las distancias que los separaban de la vieja aristocracia, es decir, de la nobleza y de la Iglesia.

CONCLUSION:

En las líneas precedentes, intentamos trazar a grandes rasgos la evolución que experimentó la profesión mercantil a lo largo de la Edad Media en el Occidente europeo. Mencionamos cómo en un primer momento, su actividad presenta el carácter de itinerante debido a las especiales condiciones existentes en ese ámbito geográfico durante los primeros siglos del Medioevo, caracterizados por el repliegue en el campo y el predominio de la nobleza territorial. Luego, restablecida que fuera la seguridad en el continente como consecuencia del cese de las invasiones, la vida urbana comenzó a renacer y con ella la actividad comercial, propiciando así que el mercader se transformara en sedentario.

Igual de azaroso fue el camino recorrido por el mercader medieval para posicionarse socialmente, sin que quedara uno solo de los restantes estamentos que componían el espectro social medieval sin involucrarse de una o de otra manera con él. No obstante, a través de transacciones, de identificar coincidencias de intereses, de establecer alianzas a través del matrimonio, la compra de tierras y otras por el estilo, el mercader logró ascender en la pirámide social de su época, logrando asimismo que los principales factores de poder vieran en él a un interlocutor digno de ser tenido en cuenta.

Así, llegamos al aspecto más importante que nos proponíamos resaltar que fue el impulso y los aportes realizados por el mercader medieval al proceso de secularización de la cultura, al punto de darnos pie para afirmar que terminó convirtiéndose en un genuino agente del cambio histórico y, sin que ello signifique ignorar el legado cultural dejado por la Iglesia medieval, nos ha importado poner de manifiesto aquel que ayudó a formar la clase mercantil que no fue, indudablemente, nada desdeñable.

Bibliografía Consultada:

• CANTERA MONTENEGRO,Enrique (1997). La agricultura en la Edad Media. Arco, Madrid.
• LE GOFF,Jacques. “Mercaderes y Banqueros de la Edad Media”. Barcelona, Oikos-tau, 1991.
• MARTIN MERINO,Miguel. «Historia del Comercio Internacional». Asunción, ESAE, 1986.
• McNALL BURNS,Edward (1983). Civilizaciones de Occidente. Siglo XX, Buenos Aires.
• PIRENNE, Henri (1994). Historia Económica y Social de la Edad Media. Fondo de Cultura Económica, México. 20ª reimpresión.

5 respuestas

  1. hola! la verdad es un trabajo barbaro el que hiciste, realmente me sirvio un monton a parte es impresionante la claridad con la que escribes!
    saludos!!
    exitos!!

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