Una izquierda de derechas

Por: Jaime Richart
Fuente: http://www.kaosenlared.net (15.06.09)

Di­versos po­litólogos e intelectuales europeos han anali­zado el fracaso de la so­cialdemocracia en Europa, y todos coinciden en que la so­cial­democracia europea copia a la derecha y por eso los electores pre­fieren el original.

Desde luego en España lo que llamamos izquierda no es más que una derecha social que sólo al lado de los bocazas y los fascistas puede pare­cer izquierda. La socialdemocracia, que es una des­tila­ción del so­cialismo mutada a socioliberalismo, en la praxis y en su lenguaje si­gue las mismas pautas que la derecha por más que ponga contrapuntos a la música. Al final, en el cómputo general, ambas son la misma cosa. Pues la iz­quierda en el poder compite con la de­recha y con sus mismas claves; “consu­mismo” y “creci­miento” son los dos referentes de una y otra. Sus valoraciones se hacen desde ambos conceptos. Véase cómo tiran constantemente los candidatos y sus portavo­ces de los mismos gráficos, aunque va­ríen para unos y otros las cantidades y los porcentajes. Mil comen, diez no comen. Pero qué más da… En este agravio comparativo ambas, derechas e iz­quierdas, coinciden en la indiferencia. Lo que quiere decir que ambos hablan el mismo len­guaje, el “políticamente correcto”. Y por eso los unos y los otros se acusan de “incumpli­mientos” y de “inefi­cacia”. Para ambos la efica­cia es un concepto unívoco medido en cifras. Para ambos el amor está en el mismo si­tio: hace mucho que para la izquierda dejó de estar también en el corazón.

Por ello esa «izquierda» en funciones sólo tiene una posibilidad de sobre­vivirse a sí misma en el escenario de la democracia capita­lista. Si sus líde­res, en el lenguaje políticamente correcto o rom­piendo con él (esta es otra de las cuestiones aún pendiente: ¿qué es lo po­lítica­mente correcto?) dijeran: “mirad, nosotros estamos re­suel­tos a hacer muchas cosas, trabajamos para la igualdad, esta­mos dis­puestos a extir­par la pobreza del mundo y la marginalidad en nues­tra cercanía, pero los poderes fácticos no nos lo permiten”; “esta­mos maniatados por la realpolitk, por el poder económico, por la mayoría de los me­dios, por el clero, por la industria automovilís­tica y la in­dustria en gene­ral, por la banca, por los Laboratorios far­ma­céuticos, por los milita­res, por las fábricas de armas, por el gran empresariado del país y por la multinacionales del globo. Si nos ayudáis a librarnos de las argollas que nos paralizan, les vencere­mos entre todos.”

Si fuesen capaces de decir algo así, otro gallo cantaría en Europa. Ya se vería cómo rápidamente se movilizarían los altísi­mos porcen­ta­jes de abstención habituales, y la izquierda verdadera gana­ba abrumadoramente.

Pero como eso no lo dicen ni lo van a decir, ni lo hacen ni lo van a hacer, primero por soberbia, porque se niegan a reconocer que imi­tan a la derecha, y segundo porque un giro hipotético de esa clase sólo se puede conce­bir en un líder muy carismático de la izquierda real que en Eu­ropa, y menos en Es­paña, no hay; un líder que com­bine la firmeza y la rebeldía precisas para dar un golpe de timón sin ser acusado de “populista”… pues no hay nada qué hacer. Todo se­guirá igual hasta que la izquierda desaparezca en­gullida por la alter­nancia o atrofiada por la derecha extrema.

A las pruebas me remito: Chávez en Vene­zuela. Ahí tenéis a un político que rompió con lo politicamente correcto de Allende que ya se vio a dónde le llevó. Chávez ha roto con lo «políticamente co­rrecto». Por eso es populista. Ahí tenéis a Ahmadine­yad en Irán, otro “políticamente incorrecto” porque por nuestros andurriales dicen que lo es. Medios y políticos, incluso de su­puesta iz­quierda, les atacan constantemente, les llaman manipuladores, usurpadores…

En cuanto los poderes me­diáti­cos, los de hecho y los instituciona­les, deciden que un líder de izquierdas -de la izquierda real, claro está- no vale, ya puede prepa­rarse. No hay ningún medio o perio­dista oficia­lista que no pre­fiera a Musaví, el líder de la oposición en Irán y pu­pilo de Estados Uni­dos, a Ahmadineyad, el que se resiste todo lo que puede para impedir que su país sea colonizado por el yan­qui, como lo están ya las tres cuartas partes del mundo incluida Eu­ropa. Y es que por aquí y por allá la realidad es que, aunque se pa­sen la vida quejándose, los medios y la mayo­ría no ya de dere­chas sino también de la izquierda en el poder, no quiere más que más de lo mismo: ficción y farsa, más farsa y más ficción; que unos sean los malos, carteristas pero simpáticos, y los otros los buenos, templados pero tontos.

Así pode­mos pasarnos otros treinta años más. En Europa el perfil de los protagonistas y el del electorado es más difuso, pero en Es­paña los espectado­res son exclusivamente de dos tipos: unos ja­lean y otros abuchean. La mayoría, el 46,06%, se queda fuera. Ni siquiera se acomoda en el gallinero. No vota. Y es que en el fondo a todos los que van al espectáculo, les excita la pa­mema «nacional».

De ahí que los intelectuales europeos hablen de imitación. Y de ahí que la socialdemocracia no hable de igualitarismo como eje de su politica y de su acción, sino, como antes dije, de crecimiento y de consumo: los dos pi­lares del tinglado capitalista. ¿Qué distingue, pues, ya, a la iz­quierda europea de la derecha? Nada. Si acaso mo­deración en el len­guaje y menos cinismo. Si nos ceñi­mos a España, no hay más que oír a González, a Almunia, a Le­guina, a Solbes, después de haber escuchado a Za­pa­tero y a los portavoces de su par­tido.

Un sistema, como el demoliberal, que sólo funciona en tanto fa­brica y vende artefactos y lujo, pero deja al margen a buena parte de la población mundial salvo para encasquetarle lo que no le sirve, no sólo es un sis­tema injusto a cuyo frente sólo medran los necios car­gados de una vio­lencia moral equivalente a mil bombas atómicas en espera de explo­sionar, es que es un sistema que, aun­que silencio­samente, en for­mato de abstención, fracasa y sólo cuenta con la aprobación de los privilegiados que son grandes mino­rías..

Las estadísticas a menudo son insensibles y difíciles de entender para la mayoría de los que vivimos una vida privilegiada en los mun­dos desarrollados del Norte. Consideremos, por ejemplo, el hecho de que las 356 personas más ricas del mundo disfrutan de una ri­queza colectiva que excede a la renta anual del 40% de la humani­dad. Mientras hablamos con entusiasmo de la globalización, del co­mer­cio electrónico y de la revolución de las telecomunicaciones, el 60% de las personas del mundo no ha hecho nunca una sola lla­mada telefónica y una tercera parte de la humanidad no tiene elec­trici­dad. En esta nueva era, en la que hay más y más conexio­nes económicas globales, cerca de 1.000 millones de personas perma­necen sin empleo o subempleadas, 850 millones de personas están desnutridas y cientos de millones de personas carecen de agua po­table adecuada, o de combustible suficiente para calentar sus hoga­res. La mitad de la población del mundo está completa­mente ex­cluida de la economía formal, obligada a trabajar en la econo­mía extraoficial del trueque y la subsistencia. Otros consiguen llegar a fin de mes en el mercado negro o con el crimen organizado.

¿Qué hace la izquierda del mundo para evitar o al menos para paliar esto? Nada. Es más, diríase que los cerebros de la izquierda son los verdaderos culpables. La derecha no se computa, son sencillamente bestias depredadoras.

Un sistema semejante y miserable como éste, compuesto de dere­chas sin tapujos e izquierdas que remolonean para no acabar en de­re­chas pero que al final sucumben… un sistema que permite todo eso y además combate cual­quier otro que intente hacerle frente, sólo puede sostenerse por culpa de la debilidad y de la ausencia de organización de los desposeídos y de los que estamos con ellos. Y tanto la izquierda eu­ropea como la española, con el tópico de que el comunismo ha fra­casado, no hace más que fortificar los mu­ros del capitalismo, del fascismo y del neoliberalismo de que nos ha ro­deado la derecha en España y en Europa desde siempre…

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