Superación del capitalismo y formas de la propiedad

Por: Jacques Texier
Fuente: Marx Spei

Los comunistas franceses se lo han tomado con tiempo: después de muchos retrasos y oportunidades perdidas, llegan desde el principio de los años noventa[1] a elaborar un proyecto nuevo. Aparentemente, dicho proyecto no es muy claro ya que a los propios militantes les cuesta entenderlo.

Y, sin embargo, no le falta interés, aunque se apoye, a mi parecer, sobre un análisis del modelo soviético – que acaba de derrumbarse ahora- al que le falta pertinencia. De ahí un discurso muy problemático sobre dos puntos cruciales: el de la propiedad social de los medios de producción y de intercambio y el de la cuestión del poder.

Preparación analítica: ¿Qué es superar? ¿Qué es lo que se supera? Modo de producción capitalista y propiedad

Unas palabras sobre la expresión “superación del capitalismo”. Nos remite a un problema filológico ligado a la tradición dialéctica. Aufheben en alemán y en Hegel significa varias cosas, esencialmente dos, que son contradictorias: suprimir por una parte, y conservar por otra. Así que la palabra tiene también un tercer significado, siempre en Hegel: en el movimiento dialéctico que suprime y conserva a la vez. , lo que se conserva es elevado a un rango superior.

Nos encontramos pues frente a la pregunta siguiente: ¿qué es lo que tiene que ser conservado y desarrollado bajo una forma superior y qué es lo que se debe suprimir para superar el capitalismo? La cuestión no es tan sencilla como se podría creer. Si contestáramos diciendo que hay que conservar y elevar a una forma superior las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo y que se trata de suprimir las relaciones de producción y de intercambio capitalistas, tendríamos mucha razón, pero no enteramente, ya que las cosas son un poco más complicadas [2].

En primer lugar porque las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo, aunque sean fuerzas “socializadas”, no dejan de llevar generalmente la marca de las condiciones capitalistas en las que se han desarrollado. Las formas de la división y de la organización del trabajo al interior de una unidad de producción separan y oponen las funciones de dirección y de ejecución. Esta estructuración de las fuerzas productivas interna a las unidades de producción constituye un nivel de las “relaciones de producción” que no hay que olvidar[3].

Por otro lado, el capitalismo ha creado en el transcurso de su desarrollo formas colectivas de propiedad capitalista que ya son una superación de la propiedad privada en el interior del capitalismo mismo. Marx y Engels analizaron las sociedades por acciones en cuanto aparecieron y Engels nos dice a este propósito que estas nuevas formas ya no permitían hablar ni de simple propiedad privada capitalista, ni siquiera de anarquía en la producción, porque introducían a su manera una planificación de la producción.[4] La superación del capitalismo en este caso, debe saber conservar, ya no la relación capital/ trabajo que caracteriza estas “sociedades”, sino las formas de integración social de las fuerzas productivas, es decir, de los medios de producción y de los trabajadores que éstas han realizado en el marco del capitalismo. Esta “ socialización capitalista” es la señal que el capitalismo mismo sabe modificar sus relaciones de producción y de intercambio para adaptarlas al carácter social de las fuerzas productivas. En este sentido, según Marx y Engels, entraba en una fase de desarrollo que preparaba directamente las condiciones de una transición al socialismo.

Ocurre lo mismo con el capitalismo de Estado que entra en juego cuando formas monopolistas del capital se combinan con las instancias del Estado que le permiten intervenir en la economía. Estas formas capitalistas fascinaban a Lenin que pensaba en su Rusia atrasada que el “Estado obrero” podía apoyarse sobre esta forma de capitalismo. Afirmaba, con razón creo yo, que la transformación del poder transformaba el significado del capitalismo de Estado mismo. Hay aquí un principio de razonamiento que hay que retener y que se corresponde bien con el anti-economicismo de Lenin: Una misma forma económica cambia de sentido según el contexto político. (relaciones de poder)

Pero en estas formas, como en las consideradas anteriormente las “relaciones de producción” que existen al nivel de la organización del trabajo están profundamente marcadas por las estructuras del capital. En este ámbito como en el del Estado, no nos encontramos con formas “ya preparadas” para el socialismo. La organización del trabajo debe revolucionarse para que se pueda hablar de transición hacia el socialismo.

El problema de la superación del capitalismo se plantea de forma todavía más compleja cuando nos las tenemos que ver con nacionalizaciones: esta vez es la forma de la propiedad capitalista misma la que parece haber sido abolida. Hemos pasado en efecto a una forma de propiedad pública. Ahora bien, la propiedad capitalista no descansa sobre el trabajo personal como le pretende a menudo en teoría, sino sobre la apropiación del trabajo ajeno. Es la apropiación capitalista de los medios de producción y de intercambio que conlleva la propiedad de los capitalistas sobre el producto del trabajo ajeno. A partir de la mitad de este siglo más o menos, la apropiación pública ha sido considerada como una “reforma de estructura” que podía perjudicar el sistema capitalista. Pero una golondrina no hace verano y una reforma de estructura no instaura por sí misma el socialismo, ni siquiera la transición al socialismo. Se deben considerar varios aspectos. El del poder en primer lugar: se trata de saber cuáles son las clases sociales que controlan los poderes públicos. El del contexto nacional y mundial en el que estas nacionalizaciones se producen: una ola de nacionalizaciones no suprime el mercado mundial. Además, aquí también, la cuestión de las relaciones existentes al nivel de la división y de la organización del trabajo al interior de una unidad de producción no debe olvidarse. En fin, se trata de saber en qué medida está mermada la lógica del capital, la dominación de los hombres por este poder ajeno que es el valor autonomizado. Esta autonomización del valor no es una fatalidad y en ciertas ocasiones se tambalea. Pero no hay que cantar victoria con la primera medida que ataque las condiciones de su existencia. Sin embargo, algo es seguro: en el transcurso de un proceso de superación del capitalismo, la existencia de estas formas públicas de propiedad puede servir de punto de apoyo[5].

Quisiera desarrollar ahora una idea nueva o más bien explicitarla: la reflexión sobre la superación del capitalismo no debe quedarse en el nivel llamado económico. La sociedad es un todo y las relaciones económicas pueden verse modificadas por reformas de estructura que ocurren al nivel del Estado en sentido amplio. Se puede establecer tomando en cuenta los servicios públicos por una parte y las instituciones de la Seguridad social por otra.¿Acaso no se trata de formas sociales que escapan ampliamente a las lógicas capitalistas?¿Y no modifica su existencia el estatuto del asalariado en la sociedad? Está claro que sí. Es la razón por la cual la derecha liberal y la izquierda social-liberal querrían “reformarlas” para adecuarlas a las lógicas del capital financiero.

Entre las formas de organización económicas que Marx consideraba características de la entrada del capitalismo en una “fase de transición” que prefigurara una transición propiamente dicha hacia el socialismo, hay que mencionar las fábricas cooperativas. No bastan ciertamente para abolir el capitalismo, pero anuncian su superación futura. También aquí se trata de una superación de la propiedad capitalista en el interior del capitalismo mismo. Desde el punto de vista de las formas de la propiedad, la cooperativa es una forma colectiva de apropiación, la propiedad de un grupo. No suprime el océano capitalista en el que existe, es decir, el mercado capitalista y la lucha competitiva. Se puede uno preguntar hasta qué punto suprime la relación capital /trabajo en la empresa. Dicha relación, en efecto, no puede suprimirse al nivel de unas pocas empresas, sino a una escala mucho mayor. Sin embargo, el colectivo de los trabajadores es su propio patrón y se puede que se explota a sí mismo en vez de ser explotado por otro. La “lógica del capital” no parece poder abolirse así, pero estos trabajadores han violado la sacro-santa ley de la propiedad capitalista. Han acabado en su empresa con el llamado poder absoluto del capitalista o de sus apoderados. Eso es lo que dice aproximadamente Marx en el Libro III del Capital.[6] Lo que Lenin dice de ello en 1922 ó 1923 también merece ser tomado en consideración: su razonamiento parte del mismo principio que utilizaba ya a propósito del capitalismo de Estado en 1918. Según Lenin, la existencia de un “Estado obrero” trasforma completamente el significado del movimiento cooperativista y puede, por consiguiente, desempeñar un gran papel en la transición al socialismo. (Lenin habla entonces de cooperativas agrícolas) Además, el papel que juega el colectivo de trabajadores en la gestión de la fábrica cooperativa puede estimular la imaginación económico-política de los trabajadores del sector nacionalizado. El gran problema de la transición al socialismo es en efecto el del paso de la propiedad pública a la propiedad social. Es una cuestión complicada, pero uno puede estar seguro de no equivocarse al decir que este paso supone derechos y poderes reales de gestión en la empresa. Pero habría que examinar toda la problemática de la autogestión.

Para emprender la superación del capitalismo, es necesario entender lo que es el modo de producción capitalista en general y la forma particular de su desarrollo actual. Ya para empezar se puede aprender mucho reflexionando sobre su forma general.

En primer lugar, el modo de producción capitalista es un modo de producción y de intercambio y la cuestión del intercambio no es una cuestión secundaria. En el Capital antes de estudiar la relación capital /trabajo en general en la sección III, Marx estudia previamente la mercancía y la relación de intercambio y de circulación de las mercancías en la sección I. Muestra cómo el intercambio de mercancías engendra por su propia dinámica la autonomización del dinero como equivalente general y el fetichismo de la mercancía y del dinero. En el intercambio mercante, las actividades y las relaciones de los hombres entre ellos revisten una forma autónoma y mistificada que los domina como un poder extraño. Este fenómeno remite a un cierto tipo de relación de producción que se llama “división del trabajo en la sociedad”. Hace intervenir una relación de propiedad: los productores independientes están separados los unos de los otros, son propietarios privados y dirigen su empresa independientemente de los demás productores, todo y siendo sólo un elemento del conjunto del trabajo social. Así empiezan los avatares del valor cuya forma desarrollada es el capital.

A partir de esta “enajenación”[7] mercantil que provoca el fenómeno del fetichismo Marx analiza posteriormente la transformación del dinero en capital y el mecanismo de la explotación capitalista. Esta transformación tiene una condición previa que es la separación de los productores directos de sus medios de producción y de subsistencia. Se trata de una expropiación que Marx estudia en la última sección del Libro I, dedicada a “La acumulación primitiva”; así pues una relación de propiedad y de no-propiedad está realmente en la base de este modo de producción. Sin esta separación, la transformación del dinero en capital no puede producirse; el capitalista en cierne se queda atónito cuando esto se produce a su costa, en una “colonia” por ejemplo, donde se puede comprar fácilmente un trozo de tierra para satisfacer sus necesidades sin verse obligado a vender su fuerza de trabajo.

Cuando la relación capital / trabajo está instaurada, se reproduce, se amplía y se profundiza y crea el modo de producción material que necesita: el trabajo se subsume primero formalmente, y después realmente bajo el capital. A partir del momento en que existe, el capital se convierte en “un sujeto automático”, “una sustancia que se autoimpulsa a sí misma” como el Absoluto que Hegel concebía como una sustancia que también es sujeto. Es lo que Marx explica en el capítulo IV del Libro I. No hay que subestimar estas características “místicas” del capital, menos aún cuando en el Libro III Marx mostrará cómo los capitalistas no son sino los funcionarios o las encarnaciones del capital. A este nivel del análisis, el capital social aparece como una pluralidad de capitales que se atraen y se repelen a la vez. Es el mundo de la competencia de los capitales que se convertirá también en el de la constitución de los monopolios. No hace uno lo que quiere en este mundo. Los hombres están dominados por fuerzas ajenas que les dictan su conducta. La finalidad de la producción capitalista no es la satisfacción de las necesidades humanas, ni siquiera el consumo de la clase de los capitalistas, es la producción de ganancia y de la acumulación del capital. Las leyes de la competencia obligan a los capitalistas a realizar por medio de sus luchas las leyes inmanentes de la acumulación capitalista. El propietario feudal consumía sus ingresos, el capitalista reinvierte la mayor parte de su ganancia: favorece el desarrollo de la producción, la reproducción ampliada.

No se puede hacer abstracción de esta dimensión “enajenada” del capital, que sólo Marx analizó, al tratar el problema de su superación y del papel que desempeñan las formas de la propiedad en esta superación. No se puede describir el capitalismo sin utilizar el concepto de propiedad. Hemos visto que la condición de la compra y de la venta de la fuerza de trabajo es la separación del trabajador de sus medios de producción y de subsistencia; se apoya sobre una forma de expropiación que se reproduce y se amplía. Pero resulta imposible describir correctamente el capitalismo si se reducen las relaciones de producción y de intercambio capitalistas a meras formas de propiedad8. Para superar el capitalismo habrá que poner fin también a la autonomización del valor y a la del dinero transformado en capital. Dicha autonomización remite en efecto, como acabamos de verlo, a formas de propiedad, pero también a la estructura de las fuerzas productivas de la sociedad, es decir, a esta relación de producción específica que se llama “división del trabajo en la sociedad”. La potencia del valor que se autonomiza y se desarrolla en capital sólo puede ser superada a partir de una transformación de las fuerzas productivas del trabajo social. No basta con “apoderarse” de una fábrica para debilitar el valor. Lo que no es razón para no apoderarse de ella de una manera u otra ocupándola primero y nacionalizándola después, por ejemplo.

También habría que decir algo de las relaciones de distribución que no dejan de ser relaciones económicas y son la otra cara de las relaciones de producción. Marx las consideró en efecto en su conexión estrecha con las relaciones de producción que por un lado expresan y que por otro sirven a reproducir. El salario, la ganancia, el interés, la renta inmobiliaria son formas de distribución que corresponden a las relaciones de producción capitalistas. Hacen intervenir formas de propiedad: la del trabajador sobre su fuerza de trabajo, la del empresario sobre los medios de producción industriales, la del hacendado sobre la tierra y la del “capitalista” grande o pequeño sobre el capital-dinero portador de interés. La superación de sus formas de distribución sin la cual no hay superación del capitalismo (fin del salariado, fin de la ganancia) supone una supresión de las formas de apropiación capitalistas. Se recuerda a menudo de Marx que consideró las relaciones de producción decisivas y aconsejó no focalizarse en exceso sobre los problemas de distribución. Es verdad, pero no hay que olvidar que las relaciones de distribución no conciernen únicamente las rentas, en el sentido acostumbrado del término. La “ganancia” no se limita al consumo del capitalista. Es una forma de la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. Así pues cuando se considera la reproducción de las relaciones de producción, se puede decir que las relaciones de distribución son “relaciones de producción” en sentido amplio.

Ciertamente no hay que centrarse sobre la “distribución”, pero no hay nada más importante que examinar el reparto del plusproducto entre los trabajadores y los capitalistas. Aquí también hay que salir de la abstracción económica (relativamente legítima) y considerar la totalidad social. En todas las formas del capitalismo existe una lucha feroz por determinar la parte de la riqueza social producida que corresponde a los asalariados. En las formas modernas del capitalismo, el Estado, en el sentido amplio del término, entra en el juego, con el enorme poder financiero del que dispone y del que hace un uso que depende de las relaciones de fuerza entre las clases. Evidentemente no es siempre favorable a los trabajadores. Una de sus funciones es la redistribución de las riquezas; sin duda no suprime el trabajo asalariado, pero puede modificar profundamente el estatuto de simple mercancía a disposición del capital que caracteriza la fuerza de trabajo. El derecho al retiro, el derecho a la salud, el derecho a la educación pueden hacerse realidad. Ciertamente su instauración representa lo que hay que llamar “reformas de estructura”. Imponer la seguridad del empleo (el derecho al trabajo) es otra reforma cuyo alcance revolucionario no debería ser sobrevalorada, ya que el capital utiliza las fuerzas de trabajo únicamente cuando le son útiles para producir ganancias. Por consiguiente, los capitalistas consideran esta clase de “derechos” incompatibles con las “leyes” de la economía capitalista. Es verdad. Así, para imponer este “derecho” no hay que retroceder frente a otras reformas de estructura. Cuando Michelin no ve otra política económica que el despido de 7500 trabajadores, se puede expropiar Michelin para practicar otra política. Ello obliga a tomar en consideración las formas de la propiedad, las formas del poder, el estado de la lucha de clases en Francia y en otros lugares, y por fin los poderes de las finanzas en el mercado mundial y europeo. También hubo Vilvorde y esto también ocurría en Europa. (Nota de la traductora: alusión al cierre drástico de una sucursal de Renault en Bélgica, a finales de los 90, en aras de la consabida ‘deslocalización’) Imaginemos por un momento que el tratado de Maastricht sea un tratado antiliberal. Se habrían podido encontrar muchas más soluciones. Nos volvemos a encontrar pues con las relaciones de poder a nivel del continente europeo. Suprimir el contenido liberal del Tratado de Maastricht sería una “excelente reforma de estructura”.

Basta con estas consideraciones para sugerir que el problema de la transformación de las formas de la propiedad en vistas a superar el capitalismo debe tratarse teniendo en cuenta la complejidad del aparato conceptual del marxismo. Se puede observar una cierta ambigüedad sobre este punto, con una oscilación que nos hace pasar de un extremo al otro cuando se trata de pronunciarse sobre la importancia de las formas de la propiedad. En un caso, se piensa que basta con cambiar una forma de propiedad para conseguir el socialismo en bandeja, sean cuales sean por otra parte las relaciones de fuerza a nivel de los poderes públicos, nacionales o supranacionales, el desarrollo de las fuerzas productivas (cualitativo y cuantitativo), las formas de organización y de la división del trabajo en las unidades de producción, la división del trabajo en la sociedad y por fin la “dominación” del valor y del capital en la sociedad. (La lógica del capital) En el otro caso no se le concede ninguna importancia a las formas de la propiedad o más bien no se quiere modificar la propiedad existente y se intenta inventar “reformas” que en sí mismas e independientemente de cambios en las formas de la propiedad no pueden permitir superar el capitalismo. Según Marx, era lo que caracterizaba las recetas del socialismo burgués de Proudhon por ejemplo. Querer modificar la gestión de las empresas o la utilización del crédito sin modificar las formas de la propiedad ni las relaciones de poder se parece mucho al proudhonismo. Sea lo que sea, está claro que el marxismo ni menosprecia ni sobrestima los cambios en las formas de la propiedad: se esfuerza en pensar la propiedad en conexión con lo que llama las fuerzas productivas y las relaciones de producción y como se trata del capitalismo y de su especificidad, no olvida que se trata de un modo de producción que descansa sobre la autonomización del valor y del capital.

Estas observaciones no son más que una advertencia contra las simplificaciones y un encaminamiento hacia un enfoque metodológico correcto de los problemas de la propiedad; para pensarlos no hay que separar la propiedad de los conceptos fundamentales que sirven para pensar los cambios sociales (fuerzas productivas, relaciones de producción, autonomización del valor y del capital, relaciones de poder).

Pero después de lo dicho, he de intentar formular una primera conclusión que es fundamental. Y en El Manifiesto del partido comunista subraya Marx que lo que caracteriza a los comunistas es considerar que los problemas de propiedad tienen siempre una importancia capital en todas las revoluciones. Jamás modificará su toma de postura inicial sobre este tema. En 1850 definirá sintéticamente las condiciones de la instauración de una sociedad comunista (socialista); se trata de pasar de la apropiación capitalista que es la del trabajo ajeno, fundada sobre la propiedad de los modos de producción y de intercambio a la propiedad comunista (socialista) que se funda sobre la propiedad social o común de los medios de producción y de intercambio. No se reduce todo a la forma de la apropiación en un modo de producción, pero se trata de una dimensión esencial. Las formas de propiedad real que oponen capitalismo y socialismo son pues la propiedad capitalista por un lado y la propiedad común o social por el otro. Propuesta siempre válida a mis ojos. La transparencia intelectual como la honradez política prohíben hablar de superación del capitalismo y de comunismo si uno piensa que la apropiación social de los modos de producción y de intercambio no son más que un viejo cuento del que uno puede desembarazarse. En los intercambios teóricos que han tenido lugar recientemente y que apuntan a definir un nuevo comunismo, se puede constatar un cierto número de propuestas que van por este camino. Encuentro que es preocupante.[8]

Del mismo modo, sobre un tema parecido, el de las formas públicas de la propiedad en un contexto capitalista, se ha podido oír decir, no hace mucho tiempo, en plena ofensiva liberal de privatización, que los comunistas no tenían respecto a este tema ni dogmas ni tabúes. Si así conciben su mutación antidogmática, preferiríamos que se limitaran a sus tabúes anteriores. Este tipo de declaraciones parece enrarecerse en el último periodo.[9] Me alegro de ello tanto más cuando los comunistas participan en un gobierno de izquierda dirigido por los socialistas que ha batido todos los récords en materia de privatizaciones.

Las vacilaciones, tanto sobre la propiedad social de los medios de producción y de intercambio como sobre la actitud frente a la privatización o a sus formas rampantes plantea la cuestión de un eventual Bade Godesberg del Partido comunista. Evidentemente, el problema dista mucho de ser resuelto, ya que políticamente y culturalmente el P.C.F. pertenece rotundamente al campo de las fuerzas antiliberales. Pero está bastante claro que el campo que combate el neoliberalismo no se compone de fuerzas todas comunistas, ni tan siquiera anticapitalistas. Se trata pues de saber si en el transcurso de su mutación el P.C.F. mantendrá o no los principios que hacen que uno tenga el derecho o no, de considerar que forma parte del comunismo. Se pueden tener esperanzas fundadas, pues no existen razones para poner en duda la voluntad proclamada de querer superar el capitalismo. La mutación del P.C.F. se verificaría en mejores condiciones si acabara de una vez con la confusión en dos o tres cuestiones cruciales.

II. Transición y reformas de estructura

Vuelvo a la expresión “superación del capitalismo” y a las razones que militan para su utilización. Entre el capitalismo y el comunismo (del cual el socialismo no es más que una fase), existe necesariamente un periodo de transición del uno al otro que también es un periodo de transformación del uno en el otro. Este periodo de transición puede considerarse más o menos largo, pero existe necesariamente. Debe enfocarse desde múltiples puntos de vista; económico, social, político. En todos los casos nos las tendremos que ver con una lucha de clase que transforme las relaciones de fuerzas, incluso en la hipótesis aceptada por el P.C.F. que no es la de una insurrección armada que instaure una dictadura del proletariado de corte leninista, sino la que Gramsci teorizó, la de una guerra de posiciones en la que conquistas parciales acumuladas en los niveles económico y político dan una forma concreta al proceso de superación del capitalismo. Una guerra de posiciones puede ser larga; puede conllevar periodos de flujo y de reflujo y por ello el proceso de transición no está nunca asegurado. La idea de una victoria “ineluctable” del comunismo tiene probablemente una vaga justificación en la idea (que habría que precisar) de una necesidad histórica de la superación del capitalismo, pero es falsa en el fondo y nutre las ilusiones. Una guerra de movimiento con insurrección y dictadura del proletariado tampoco garantiza que la transición al socialismo no esté bloqueada: es lo que ha pasado en la URSS y la última tentativa de desbloqueo de la transición sólo condujo a un proceso de transición totalmente diferente; el de la restauración del capitalismo.

Pensar en un periodo de transición que también sea una guerra de posición lleva a definir un programa que comporta objetivos algunos de los cuales son realizables inmediatamente en la situación existente, pero también otros que implican una reconsideración profunda de ciertas estructuras políticas, sociales, económicas dela sociedad burguesa y del capitalismo. Se podrían tomar ejemplos concretos para discutirlo: por ejemplo el de la reducción masiva del tiempo de trabajo sin disminuir los salarios y sin tocar las conquistas sociales o también el de “la restauración del pleno empleo”, es decir, finalmente la erradicación del paro. El episodio reciente de Michelin pone a la luz, una luz cruda por cierto, una estrategia practicada desde hace tiempo por el capital. Plantea la pregunta siguiente; ¿Qué clase de reforma de estructura habría que definir para que la moratoria sobre los despidos propuesta por los comunistas no se quede en un piadoso deseo? De forma general hay que combatir la dictadura de los mercados financieros y la cuestión está en saber si esto está permitido por los tratados que Francia ha ratificado y hasta qué punto y de qué forma puede llevarse este combate en una coyuntura dada.

Este enfoque en términos de programa de transición obliga a volver a pensar seriamente la cuestión de las relaciones entre reformas y revolución. Hace mucho que el movimiento obrero de inspiración marxista se ha integrado en la lucha por reformas. Algunas de estas reformas perjudican o pueden perjudicar el sistema capitalista mismo o la dominación de la burguesía. Se las llama desde hace tiempo “reformas de estructura”. Existen pues reformas sin reformismo y todavía más reformas que implican una transformación revolucionaria de la sociedad, es decir, que inician la superación del capitalismo. (Una “evolución revolucionaria” decía Jaurès de quien Madeleine Reibérioux nos recordaba hace poco que siempre había apelado al “colectivismo” tan desacreditado hoy en día11).

Un balance de dos años y medio del gobierno Jospin llevaría a preguntarse qué clase de reformas estableció, su naturaleza: el balance no dejaría de ser bastante contrastado. De los partidos socialistas o social-demócratas de Europa, es el que más a la izquierda está, pero lleva a buen paso las reformas neo-liberales y apenas adelanta cuando se trata de reformas que podrían tener un significado progresista fuerte, quizás radical. Pienso evidentemente en la reducción del tiempo de trabajo. Este gobierno aspira a un compromiso social. Lo que en sí no tiene nada de condenable. Queda por saber, si teniendo en cuenta la relación de fuerzas que existe actualmente, no le hace más concesiones al empresariado que a los asalariados.

Enfocar la superación del capitalismo en términos de proceso presenta también otra ventaja, la de plantear claramente cuestiones como la del mercado y la del Estado.

En lo que se refiere a la cuestión del mercado, el movimiento obrero de inspiración marxista ha arrastrado durante un tiempo una debilidad: se imaginó que el mercado y las categorías mercantiles podían ser abolidas de un día para otro después de una insurrección victoriosa y de la instauración de la dictadura del proletariado. Esta utopía negativa marcó los comienzos de la experiencia soviética y de lo que se llamó “ comunismo de guerra”. Aparentemente no eran las ideas de Lenin que, aun suscribiendo las tesis de Trotski sobre la segunda etapa de la revolución rusa, se mostraba extremadamente prudente en cuanto al programa a poner en práctica. Control obrero, sí; medidas que instaurasen inmediatamente el socialismo, no. Pero eran las ideas del comunismo de izquierdas y la aspereza del conflicto entre la clase obrera y el empresariado, el rigor de la guerra civil, llevaron a generalizar medidas de naturaleza “socialista”, en lo que se refiere a las formas de la propiedad industrial y a las del reparto. La circunstancia atenuante era el comportamiento de los patronos. Ya era discutible aplicar un programa generalizado de apropiación pública, pero imaginarse que la existencia de un “Estado obrero” en construcción permitía abolir toda forma de mercado en un país en el que el capitalismo apenas estaba desarrollado, era un sueño. Pronto se llegó a la NEP.

No cabe duda que la apropiación pública de las empresas industriales en un “Estado obrero” transforma la situación y el sistema económico de este país. Resulta más difícil decir hasta qué punto. Pero lo que es seguro, es que la apropiación pública sola no la hace todo. Sobre todo, lo que sí es absolutamente cierto, es que las formas del mercado y las categorías mercantiles no desaparecen porque alguien lo haya decidido, ni siquiera después de que el poder revolucionario haya nacionalizado la tierra y las fábricas.

Se puede suponer que la toma del poder por un partido revolucionario y la nacionalización de las empresas puede dañar seriamente la relación capitalista. ¿La nacionalización por un poder revolucionario no pone en cuestión acaso el estatuto de la fuerza de trabajo vendida al capitalista por su propietario? La pregunta merece ser planteada. Pero aunque la respuesta sea positiva, ello no conlleva la desaparición de todas las formas de relaciones mercantiles. Las relaciones mercantiles corresponden a una necesidad social en una sociedad en que los productores y las unidades de producción están separados los unos de los otras: son la otra cara de la división del trabajo en la sociedad de la cual he hablado. El deterioro de las relaciones mercantiles supone, no sólo la apropiación pública de las grandes empresas, sino un desarrollo de las fuerzas productivas que permita que su “integración social” sea cada vez más estimulada. No sé si las relaciones mercantiles se deteriorarán completamente en una sociedad comunista o socialista: tengo mis dudas sobre la posibilidad de una integración social total que autorice a considerar la sociedad entera como “ un solo taller y un solo despacho”, a la manera de Lenin. Sin embargo, no excluyo un debilitamiento profundo de las relaciones mercantiles en el transcurso de un proceso muy largo que vaciaría las categorías mercantiles de su significado original. Sea lo que sea, no es la cuestión que nos interesa por el momento: se trata más bien del debilitamiento del capital o de su dominación sobre el conjunto del mundo. Ha habido relaciones mercantiles y mercancías no capitalistas; ¿por qué no podrían existir tales relaciones después del debilitamiento organizado del capital?

Lenin dijo cosas muy ciertas en 1922 y 1923 antes de morir. Dijo en particular que el poder bolchevique había tomado medidas “socialistas” que estaban muy por encima de sus posibilidades y restableció el mercado con la Nueva Política Económica.

Esto permite aclarar de paso un primer punto que desempeña un papel importante en las discusiones actuales sobre el socialismo y el comunismo. La sociedad soviética no era más socialista que comunista. Era una sociedad en la que un partido revolucionario se había hecho con el poder y adoptaba medidas que se suponía debían llevar al socialismo. No era socialista ni en 1922, ni en 1930 con la “revolución desde arriba” emprendida por Stalin con los métodos que todos conocemos. Y pesar de las declaraciones de los dirigentes estalinianos y post-estalinianos sobre el socialismo realizado, existen algunas razones para dudar de esta realización12. Las tesis que condenan el socialismo (soviético) todo y queriendo salvar el comunismo del naufragio, aceptan esta tesis oficial y esta aceptación tiene consecuencias desastrosas par el comunismo que se nos propone después, ya que se trata de un comunismo sin propiedad social13.

La reflexión sobre la transición permite también un enfoque esclarecedor del problema del Estado y del poder. Sea cual sea el método político utilizado para emprender la transformación (socialista) comunista de la sociedad para “superar” el capitalismo y las formas políticas que aseguran su dominación, la transición al socialismo supone el desarrollo de formas del poder político que permitan echar abajo la dominación de las clases poseedoras. Hay que llamar las cosas por su nombre y tratar la cuestión del poder de la misma manera. La palabra “dominación política” expresa en Marx el poder bajo cualquier forma. La transición hacia el socialismo-comunismo supone afrontar los problemas de poder. Por consiguiente, nos asombra un poco oír hablar hoy en día de la abolición de todas las relaciones de dominación. Preferiría con mucho que se me hablara del derrocamiento de tal o cual forma de poder y de su sustitución por tal o tal otra forma. La democracia también es una forma de poder y, por tanto, de dominación, al menos la de mayoría sobre la minoría; podría ser por ejemplo la de los asalariados sobre la burguesía.

Marx consideraba bastante a menudo una forma de transición pacífica al socialismo en algunos países en los que el proletariado estaba muy desarrollado, sin aparato burocrático que romper y donde existían tradiciones de libertad. Se puede suponer que en este caso consideraba formas políticas democráticas para asegurar la transformación socialista de la sociedad. Pero también solía hablar de la necesidad de la dictadura revolucionaria del proletariado sin dar siempre explicaciones claras sobre las formas políticas de esta dictadura de clase. En 1891, Engels consideró que la república democrática desburocratizada era la forma política específica de la dictadura del proletariado. Era una contribución teórica muy interesante. Puede uno desembarazarse del concepto de dictadura si lo encuentra molesto hoy en día y motivo de equívoco. Pero se puede recordar la idea que hasta en las formas más democráticas, la lucha de clases y las formas de poder que la expresan deben permitir efectuar las transformaciones socio-económicas necesarias para la superación del capitalismo. Se pueden imponer democráticamente y hacer intervenir en caso de necesidad verdaderas compañías republicanas de seguridad, pues parece bastante evidente que las clases poseedoras resistirán.

Marx y Engels tenían también otras ideas sobre el Estado y en particular sobre su debilitamiento en la sociedad comunista. Según qué textos, esta idea se expresa de forma más o menos radical. A veces, en Engels por ejemplo, esta idea tiene connotaciones muy libertarias. Otras veces aparece bajo formas casi razonables. Éste es el caso en el Manifiesto en el que se puede leer lo siguiente:

«Una vez desaparecidas las diferentes clases en el transcurso del desarrollo, estando toda la producción concentrada en manos de los individuos asociados, el poder público pierde entonces su carácter político. El poder político, mejor dicho, es el poder organizado de una clase en vistas a la opresión de otra. […] En el lugar de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clases, surge una asociación en la cual el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos. »

Encuentro que en este texto así como en otros, la expresión de la tesis del debilitamiento del Estado es casi razonable. No haría mía la definición del “poder político” que Marx retuvo, pero si se piensa como Marx que el “poder político” es el poder organizado de una clase para la opresión de otra, se puede comprender que el “poder público” pierda para Marx su “carácter político”. Lo que me importa en este caso, es la permanencia de los “poderes públicos”y reconocería con gusto que el carácter coercitivo del Estado desparecerá cuando ya no existan clases por dominar. En cuanto a mí, preferiría no hacer coincidir “el poder político” con la opresión de una clase, para poder salvar “la política” de la desaparición. La superación del capitalismo en formas democráticas no implica ninguna opresión de las antiguas clases privilegiadas. Como mucho se trata de una dominación democrática. Otras formulaciones de la tesis marx-engelsiana me convienen perfectamente; así esta explicación dada por Marx en una carta escrita después de la Comuna de París: afirma en elle que la “abolición del Estado” significa “abolición del carácter de clase del Estado”14.

En El Estado y la Revolución Lenin dio una interpretación muy utópica de las fórmulas más libertarias de Engels. Se debe hacer añicos la antigua máquina del Estado y remplazarla por el pueblo en armas que se autogobierna. Resumiendo, no se necesitan funcionarios ni especialistas para administrar el Estado y hacer funcionar el aparato de producción: con la cocinera bastará. En este país atrasado, las cosas ocurrirán de forma muy diferente. En 1922 y1923, Lenin constata que los bolcheviques han heredado el antiguo aparato del Estado y que es muy malo. El “poder de los soviets” es pues un “Estado obrero” con una deformación burocrática profunda. La utopía fracasa y las leyes de la dura realidad se imponen. En un país económicamente y culturalmente atrasado, el atraso y las necesidades del poder imponen la deformación burocrática. Más tarde, muy deprisa, llegará Stalin y una verdadera degeneración burocrática que Trotski denunciará e intentará analizar en La Revolución traicionada en 1936. Es interesante apuntar que el teórico de la revolución permanente recalca constantemente en su libro lo que es, para él, la causa principal de la degeneración: el débil desarrollo de la productividad del trabajo. Pero también apunta con un gusto evidente los éxitos de los primeros planes quinquenales cuyo mérito atribuye a las formas de la propiedad pública. Seguirá defendiendo hasta el final esta propiedad pública, y, por consiguiente, la URSS, aun denunciando los métodos y los crímenes estalinistas. También revisa su pensamiento político sobre algunos puntos esenciales como el pluralismo político.

De aquí se pueden sacar algunas hipótesis. El Estado estaliniano que mandaba desde arriba y hacía reinar el terror más irracional no es un resultado de la propiedad pública ni de la planificación centralizada que permite. En el origen del despotismo está el atraso cultural y económico del país y las concepciones de Lenin y de Trotski sobre la toma del poder. Conducen a la dictadura de un partido, a la utilización de un aparato burocrático civil y militar que se necesita absolutamente para dirigir la guerra, administrar el país y hacer funcionar – más o menos bien – la máquina económica. Acaban inevitablemente en la sofocación de todas las libertades: se prohíben todos los partidos, los soviets se convierten en cáscaras vacías y Lenin el primero tiene que prohibir las fracciones en el partido bolchevique para preservar su unidad y su dictadura.

Se puede legítimamente poner en duda que la URSS haya sido un país socialista: para poder defender la tesis contraria, se tendría que poder constatar la desaparición de las clases y del Estado como poder de opresión, sin hablar de una socialización verdadera a nivel de las formas de la propiedad. La URSS ha sido más bien un país que ha tomado vías no capitalistas de desarrollo, recurriendo a la propiedad pública bajo diferentes formas, y a un terror cada vez más sin límites. Se puede imaginar sin trabajo la responsabilidad de este sistema de poder en el bloqueo que conoció en este país la transición al socialismo. Estas formas públicas -que jamás se desarrollaron en propiedad social- permitieron, sin embargo –con un coste social y político enorme- hacer de la URSS una gran poder industrial capaz de resistir a la Alemania nazi y de hacer frente al bloque capitalista hasta los años 70.

En un país como Francia, las nacionalizaciones se desarrollaron después de la victoria sobre los ejércitos nazis y si no han iniciado en Francia una transición al socialismo tampoco han engendrado formas despóticas del poder. En un cierto número de países capitalistas, con partidos fascistas en el poder, se han conocido igualmente formas de control de la economía por el Estado, incluso tentativas de planificación. Esto significa que después de haber conocido los monopolios, el capitalismo ha conocido el capitalismo de Estado y formas de planificación cuya finalidad era resolver sus problemas.

Vale la pena recordar aquí que Marx jamás consideró una transición al socialismo en un país atrasado económicamente, culturalmente y políticamente. ¡No se le ocurrió jamás –ni siquiera un minuto- que el partido revolucionario, después de su victoria, tendría que encargarse de lo que en la URSS se llamó “la acumulación primitiva socialista”15! Puede uno ponerse de espaldas y decir: no había que tomar el poder, o bien, había que tomar el poder, pero sin emprender la construcción del socialismo en esta Rusia atrasada. Lo que es cierto, es que no ha habido revolución en los países capitalistas desarrollados: la revolución mundial soñada por los bolcheviques ha seguido otro camino; sólo ha conocido revoluciones en la periferia del capitalismo.

Resulta de buen tono hoy en día hablar mal de “la toma del poder”. Si es para decir que no se quiere recurrir a una insurrección para conquistarlo, más valdría decirlo sencillamente- Porque, por otro lado, es verdad que para “superar el capitalismo”, hay que resolver antes un cierto número de problemas que tienen que ver con el poder. Y son complicados, ya se sabe, porque el poder debe ejercerse necesariamente con “aliados”. Estos aliados políticos tienen que estar de acuerdo para inscribir en su programa una serie de “reformas de estructura” cuya realización pueda poner en cuestión el sistema capitalista y la dominación burguesa; y es necesario también que diferentes categorías sociales estén de acuerdo para lanzarse en esta aventura, de tal forma que exista una alianza por arriba y por abajo. No tiene que reproducirse la farsa que conocimos en los años 1972-78, cuando el P.C.F. descubrió que la unión de la izquierda y el programa común no le aprovechaban electoralmente. Problema real, el de la relación de las fuerzas, pero que había que resolver con otros métodos y sin lograr lo contrario de lo que se perseguía. Un partido comunista, como cualquier otro partido, puede cansar a su gente y asquear a sus militantes.

También es de buen tono igualmente hoy en día tratar al Estado con desprecio: cuando se piensa en el peso financiero que representa hoy el Estado en sentido amplio (incluyendo instituciones como la Seguridad social) cuya expresión económica está constituida por los descuentos previos obligatorios, cuando se piensa en las capacidades de intervención de que dispone todavía en lo que se refiere a la regulación, a las subvenciones, a las ayudas de toda clase, uno se extraña de estas habladurías sobre el Estado. Menos mal que en su práctica el P.C.F. es más consecuente que las corrientes teóricas libertarias que se desarrollan en su seno16.

Después de lo dicho, es evidente que el Estado tal como es debe transformarse profundamente para poder participar en un proceso de transición de “superación” del capitalismo y de la dominación burguesa. Hay que democratizarlo a todos los niveles, en sus instituciones políticas, en sus administraciones, en sus servicios públicos – a los que el conjunto de los Franceses se siente profundamente apegado y que nadie soñaría en destrozar por muchos defectos que tengan- en el sector público que todavía subsiste. Nos encontramos pues, a falta de la necesidad de quebrar el Estado de la que Marx y Lenin tuvieron que ocuparse, con la necesidad de transformarlo profundamente. Hay que pensar un programa de reformas en este campo también y está conforme con la lógica de una guerra de posiciones. Ésta implica la conquista de la hegemonía para asegurar una transición democrática y en principio pacífica al socialismo. Las instituciones y las administraciones no se parecen todavía a lo que deberían ser para poder hablar del autogobierno de los ciudadanos, pero me extrañaría que hubiera muchas administraciones cuya degeneración burocrática fuese tal que la única salida razonable sea demolerlas. Sabemos lo que debería ser una transformación cualitativa y cuantitativa que las adecue a las necesidades por satisfacer.

¿En este ámbito, cuál es la idea de Marx y Engels que me sigue pareciendo válida? Procurar que los órganos del Estado dejen de ser entidades que se autonomizan de la sociedad y la dominan. Se trata de poner fin a lo que ellos describían como una “enajenación”, un “hacerse” extraños de los órganos que supuestamente deberían estar al servicio de la sociedad. Sobre este punto los comunistas tienen razón al poner el acento sobre el fin de las enajenaciones17, lo que se les podría reprochar es el no decir qué transformaciones de la propiedad suponen el fin de las enajenaciones.

A partir de estas consideraciones, creo que disponemos de un marco para tratar la cuestión de las formas de propiedad que necesitamos para “superar el capitalismo”. Las formas de propiedad deben pensarse en relación por una parte, con las relaciones de producción y de intercambio (en el sentido que he intentado precisar) y por otra, con las relaciones de poder que expresan el resultado de la lucha de clases en un momento determinado.

Las relaciones de propiedad pueden aparecer en ciertos momentos como simples “formas jurídicas” que en último término pueden vaciarse de todo contenido. Marx muestra a menudo que una forma de propiedad puede prácticamente verse aniquilada por la evolución económica real, de tal forma que sólo subsista un título de propiedad sin realidad.

También se presentan como la simple expresión de realidades económicas que se definen y se constituyen fuera de esta expresión. Lo “jurídico” puede entonces considerarse muy significativo de un sistema económico, pero nos encontramos en el plano de las formas ideológicas o sobrestructuras.

Las formas de la propiedad están lejos sin embargo de ser un mero reflejo tan activo como se quiera. Son constitutivas de las relaciones de producción y entonces la forma de propiedad pasa a ser algo: define derechos que también son poderes cuando la relación de las fuerzas políticas lo permite. Marx piensa en términos de relaciones de producción, pero no se pueden definir estas relaciones sin referirse a las relaciones de propiedad.

Si esto es verdad, podemos tocar la cuestión esencial del socialismo que podríamos formular así: en todos los textos de Marx y Engels el proceso de transición al socialismo se inicia con el paso más o menos extendido de la propiedad capitalista a la propiedad pública. El Estado se apodera de los medios de producción y de intercambio en nombre de toda la sociedad. El problema es entonces el siguiente: ¿qué camino hay que recorrer para pasar de la apropiación pública a la apropiación social y a esta asociación, a esta posesión de “los individuos asociados” de la que se habla en el texto del Manifiesto citado antes? ¿Qué transformaciones deben operarse al nivel de las fuerzas productivas y de sus múltiples estructuraciones, preparadas o no por las evoluciones capitalistas? ¿Las estructuraciones que se encuentran al nivel de la organización del trabajo, con las divisiones y las oposiciones que comportan por regla general que un cambio en la forma jurídica no las ha suprimido? ¿ Y las que se encuentran al nivel de la división del trabajo en la sociedad que no pueden hacerse desaparecer con un golpe de varita mágica y que son el fundamento de las clases sociales por un lado y de la permanencia de las relaciones mercantiles por otro? Engendran la autonomización del valor en dinero y en capital que siempre amenaza con volver a transformar al trabajador que pensaba no ser más una mercancía en un nuevo proletario.

No hay varita mágica, sino una línea estratégica para conducir la transición a buen término. Empieza cuando se dan las formas jurídicas públicas que nos arrancan al poder absoluto del capital y cuando están suficientemente desarrolladas las fuerzas sociales y políticas sin las cuales los derechos no se convierten en poderes. Implica lo contrario del despotismo, es decir, el autogobierno de los ciudadanos a todos los niveles del aparato de Estado para que deje de existir como un poder extraño fuera y por encima de la sociedad. Implica también una autogestión al nivel económico que corresponde en cierta manera al autogobierno a niveles políticos. Se desenvuelve en el marco de una apropiación social que asegura tanto la superación de la propiedad capitalista como la de la mera apropiación cooperativa. Hace de cada productor de un colectivo limitado – que no puede ser separado del conjunto del trabajo social-, el responsable de lo que se puede gestionar al nivel de las unidades de producción, en virtud de un principio de subsidiaridad. Es una cuestión por profundizar pues ella sola puede resolver esta suerte de enigma que nos propone Marx en el Libro I del Capital cuando afirma a propósito de la famosa negación de la negación:

«Se restablece no la propiedad privada del trabajador, sino su propiedad individual, fundada sobre las adquisiciones de la era capitalista, sobre la cooperación y la posesión común de todos los medios de producción, incluso el suelo».18¿Dicho de otra manera, cómo hacer para que la nueva propiedad sea a la vez posesión común de todos los medios de producción y propiedad individual del trabajador?¿Para que se ponga fin realmente a la separación del productor directo de sus medios de producción y de subsistencia? La intervención necesaria del productor al nivel de la unidad de producción no debe aislarse de los demás niveles de intervención más generales que requiere la dominación colectiva por los trabajadores asociados en su vida común. Lo que nos devuelve a un espacio público desmultiplicado donde están expuestos los asuntos sobre los que los ciudadanos-productores se informan y debaten antes de zanjar colectivamente e individualmente a todos los niveles de decisión adecuados.

Notas

[1].Cf. sobre esta cuestión cronológica el artículo de Francette Lazard. “Quel projet de société?”en el suplemento Forum de Regards de septiembre de 1999 titulado “Du capitalisme ou comment s’en débarrasser”.

[2]. En el mismo suplemento de Regards, se puede leer la conversación de Patrice Cohen-Séat con Marc Lazar: muestra que el concepto de “superación” puede dar la impresión de no conllevar ya ruptura; pero debe haber ruptura, aunque ocurra en el transcurso de un proceso.

[3].Se dice que con la revolución informática el trabajador se implica en el proceso de producción y que se recurre a su iniciativa autónoma. En la medida en que es verdad, tanto mejor, pues el socialismo necesita estas nuevas formas de organización del trabajo

[4].Para Marx, ver en el Libro III del Capital, el capítulo XXVII de la quinta sección, “El papel del crédito en la producción capitalista”. K.Marx, Le Capital, t.VII, pp.101-107; este capítulo comprende un añadido de Engels dedicado a los cárteles, pp.103-104. Pero para Engels, hay que remitirse también a su crítica del proyecto de programa de Erfurt; Cf. Marx Engels,. Critique des programmes de Gotha et d’Erfurt, Ed. Sociales 1972, p.96.

[5] . Según algunos, comprando acciones de la empresa los trabajadores podrían meter baza en las decisiones que se refieren al empleo por ejemplo. Oí cómo el primer secretario del P.S. expresaba esta idea con respecto al asunto Michelin. De esta manera el capitalismo se superaría a sí mismo al hacerse “popular” como la soberanía. Tesis de esta naturaleza indican que las ideas socialistas y comunistas han experimentado una regresión. En los años 70, en la época del Programa común de gobierno, se habría pensado en nacionalizar Michelin y en dar derechos de control a los trabajadores dentro de la empresa. Hay que creer que unos años después de 1968, algo de rojo quedaba en el ambiente.

[6] . En un artículo de la revista Actuel Marx titulado “ Nouveaux rapports de classe et mouvements sociaux: alternatives au capitalisme” – es decir: Nuevas relaciones de clase y movimientos sociales: alternativas al capitalismo. -, Jean Lokjine, después de un alegato en pro del accionariado de los asalariados, escribe: “Marx se planteaba ya en el Libro III del Capital el caso de las sociedades por acciones controladas por sus asalariados” pp.114 –115, Actuel Marx, n°26, 2° semestre 1999. Esta interpretación me parece abusiva, pero habría que demostrarlo.

[7] Se puede hablar de enajenación o de extrañamiento cuando una actividad, un producto de la actividad, una relación de los hombres entre ellos en su actividad o un órgano de su actividad social se convierten en poderes extraños que se presentan como independientes de los hombres, que existen fuera de ellos y los dominan. Es verdad tanto del valor y del capital como del Estado.

8 . Si se describen las relaciones de propiedad como relaciones de poder, no se estará totalmente equivocado, pero se corre entonces el riesgo de pensar el capitalismo sobre el modelo de la sociedad feudal.

9 .Me permito remitir a un artículo publicado en La Pensée en el cual critico algunas tesis de Lucien Sève. Cf. Jacques Texier, « Propriété sociale et communisme » nº317, dossier sobre « Les formes de la propriété », Enero-febrero-marzo de 1999. Por desgracia la posición de Lucien Sève no es la única. La vuelvo a encontrar en un artículo de Patrice Cohen-Séat, por lo demás rico y estimulante ya que razona en él en términos de derechos que son poderes; pero se puede leer lo siguiente sobre la propiedad privada: «Durante dos siglos fue símbolo de explotación y blanco de todas las protestas del orden establecido. La abolición de la propiedad de los medios de producción y de intercambio llegó a convertirse en el criterio de la nueva revolución por realizar; la propiedad pública en el instrumento indispensable al servicio del pueblo, por lo menos de la conteción del poder del capital y de la humanización del mercado. Esta oposición entre una propiedad privada explotadora y enajenadora y una propiedad pública liberadora y progresista ha dejado de parecer pertinente.» in Regards nº34 de abril de 1998.En su conversación con Marc Lazar que ya cité anteriormente, aborda la cuestión de una manera que me parece mucho más razonable: «Ciertamente, “la apropiación colectiva de los medios de producción”, en el sentido de estatización generalizada de la economía que ha tomado esta expresión, es un objetivo superado.» En un artículo reciente de L’Humanité, por otro lado muy denso, su posición sobre la propiedad social queda ambigua. Así cuando escribe: « en segundo lugar, hay que transformar la propiedad de los grandes medios de producción y de intercambio.», se puede pensar que los comunistas aceptan de ahora en adelante la propiedad privada y que ya no quieren abolirla ni superarla. Se trata solamente de «hacer saltar el cerrojo del poder absoluto del capital sobre la gestión de las empresas». Patrice Cohen-Séat «Et si l’on parlait de révolution ?» (N.T. ¿Y si habláramos de revolución?) L’Humanité del viernes 29 de octubre de 1999. Sobre esta cuestión ver igualmente las posiciones de Roger Martelli, en su libro: Le communisme autrement (N.T. El comunismo de otra manera), Éd. Syllepse 1998. Cf. particularmente pp.202-203.

10 . La versión final de una declaración del PCF sobre la cuestión eliminó las fórmulas inaceptables. Sin embargo, sobre la cuestión de la socialización de los medios de producción y de intercambio, posiciones convergentes tienden a considerar esta fórmula como uno de los dogmas por superar. Esperemos que no se recojan en la próxima definición del “nuevo comunismo”.

11 . Se trata de una conferencia hecha en junio 1999 en el seminario sobre la propiedad organizado por el Cercle Condorcet y Espaces Marx.

12 . Para empezar se puede dudar del carácter socialista de una sociedad dominada por un Estado-Leviatán.

13 Este nuevo comunismo tiene características sorprendentes que hacen que se parezca a una especie de personalismo en el que se pasa de la puesta en común comunista a un “reparto” que evoca los temas habituales del cristianismo militante de una parroquia cualquiera.

14 .K.Marx, Lettre à W.Bloss du 10 novembre 1877, M.E.W…, t. XXXIV, p.308.

15 .Préobrajensky forjó la expresión y designa un traslado masivo de los recursos del campo hacia la ciudad y la economía de Estado. Boukharin denuncia esta política económica en nombre de la alianza del campesinado y de los obreros. Cf. Nicolai Boukharine, Œuvres choisies en un seul volume, Ed. du Progrès. Moscou 1988. Préobrajenski se adherirá a la « revolución desde arriba » de Stalin, con la colectivización violenta del campo y la industrialización a marchas forzadas. Esta política económica de locos y no la propiedad pública de las fábricas está en el origen del despotismo estaliniano.

16 . El libro de Roger Martelli que cité antes es muy significativo a este respecto: llega hasta proponer una semi-rehabilitación de Proudhon y más generalmente del pensamiento libertario. Pero además de ser, a pesar de todo, un buen libro, presenta la ventaja de hacer ver muy claramente que el antiestatismo que lo recorre proviene directamente del análisis crítico del estalinismo. Pero ¿Por qué pasar de la crítica de una forma de Estado despótico al antiestatismo en general? No valdría más concebir otra forma de Estado?

17.Cf. Roger Martelli, Le communisme autrement, op.cit. p.160

18 . K.Marx, Le Capital, Libro I, t. III, Capítulo XXXII “La tendance historique de l’accumulation capitaliste”Ed. Sociales 19500, p.205

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