¿Por qué nunca se derrumba el capitalismo?

Por:  Néstor Kohan, Claudia Korol (coordinadores)
Fuente:  Tomado de: «INTRODUCCIÓN AL PENSAMIENTO MARXISTA» (Parte VII)

“¿Falta mucho para que se termine el capitalismo? ¿A qué hora se va a caer? ¡Que no dejen de avisarme, así estoy preparado…!” Podemos esperar sentados y cruzados de brazos durante siglos a que nos respondan estas preguntas. Porque el capitalismo jamás “se cae”…

El capitalismo se sostiene a sí mismo, se reproduce. Por eso nunca se derrumba.

El capitalismo es un tipo de sociedad histórica que mientras produce en forma generalizada mercancías y plusvalor, reproduce al mismo tiempo la relación social de capital y la subjetividad que la sostiene.

¿Qué es la reproducción?

La reproducción de las relaciones sociales capitalistas consiste, por un lado, en la creación permanente de nuevos trabajadores como fuerza de trabajo que se vende y compra en el mercado (como cualquier otra mercancía), y por el otro, de nuevos empresarios que invierten, obtienen una ganancia y la acumulan. El objetivo de la reproducción consiste en superar las crisis del sistema y toda amenaza revolucionaria que obstaculice este proceso. La reproducción capitalista, como la dominación burguesa, nunca son exclusivamente económicas.

La reproducción necesita garantizar un mínimo “orden” como para que el conjunto de las relaciones sociales de explotación puedan seguir existiendo y rindiendo sus frutos de manera “normal”…es decir, de manera capitalista.

(La crisis consiste en la acumulación explosiva de múltiples contradicciones que, sumadas, hacen tambalear el orden del sistema, abriendo la posibilidad –que no necesariamente se concreta- de la intervención revolucionaria de los trabajadores para el derrocamiento y transformación radical del sistema).

El “orden” que necesita el capitalismo no se produce solo. La reproducción, sin la cual el sistema capitalista no puede volver a comenzar año a año, tampoco es “automática”. Existen múltiples mecanismos destinados a mantener el “orden”, a garantizar la reproducción y a neutralizar todo intento político por impedirla.

Aunque los mecanismos son muchos, los resumiremos en dos grandes ejes: la violencia y el consenso, el poder y la ideología, la dominación político-militar y la dirección cultural, la fuerza material y la hegemonía. En una imagen sencilla de la vida cotidiana: la zanahoria y el garrote. Para explicar este proceso, Nicolás Maquiavelo, fundador de la moderna ciencia política, apelaba a dos figuras de animales: la inteligencia de la zorra y la fiereza brutal del león.

Cuanto más débil es la dominación capitalista y mayor crisis tiene la sociedad, mayor violencia necesitan los empresarios para seguir viviendo del trabajo ajeno. En cambio, cuanto más sólida y fuerte es esa dominación, más “democrático” y “pacífico” es el capitalismo. La combinación de violencia y consenso dependerá, entonces, de la efectividad lograda por el dominio político burgués y su reproducción.

La Violencia

De la misma manera que en los orígenes del capitalismo, durante la acumulación originaria, la violencia se convierte en “la partera de la historia”, durante el capitalismo ya maduro ese papel no desaparece de escena. Al contrario. Periódicamente, cuando la crisis se vuelve aguda y ya no bastan los mecanismos “democráticos” para mantener a raya al pueblo, las fuerzas represivas pasan inmediatamente al primer plano. Los casos de las dos guerras mundiales son sumamente expresivos en este terreno. Lo mismo vale para el genocidio y la desaparición de personas durante las luchas sociales de los años ’60, ’70 y ’80 en América latina. Cuando la dominación burguesa peligra, el terror muestra su rostro sin máscaras. Un viejo refrán dice que “no hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”.

Esto no es algo del pasado ni queda recluido en las sociedades periféricas – supuestamente “primitivas”- mientras que en el capitalismo desarrollado reinaría la paz, la tranquilidad y la concordia. Durante el año 1992, en la ciudad norteamericana de Los Ángeles, el Ejército estadounidense tuvo que sacar los tanques a la calle para frenar las protestas de la población norteamericana contra el racismo. Más recientemente, en Seattle (EEUU), o en Génova (Italia), las fuerzas político militares del Estado tuvieron que sitiar militarmente las ciudades para contener las protestas populares.

Esta violencia no tiene nada que ver con la violencia de abajo, la de un hombre del pueblo alcoholizado que toma un cuchillo y sale a pelear irracionalmente a la calle contra sus vecinos. Tampoco tiene nada que ver con la violencia entre pandillas juveniles en un barrio periférico de cualquier ciudad del mundo. Por supuesto que tampoco tiene nada que ver con que tres militantes sindicales le tiren piedras, durante una huelga de colectivos, al vidrio de un rompehuelgas.

¿Por qué el Estado es necesariamente violento?

A diferencia de cualquiera de estos ejemplos (y de muchísimos otros análogos…), laviolencia del Estado es sistemática, es una violencia racionalmente planificada, es una violencia oficial que cuenta con miles y miles de profesionales entrenados y una inmensa y poderosa maquinaria de guerra. La violencia del Estado es una violencia de arriba.

Aunque en la TV, los diarios y la escuela nos dicen que esa inmensa máquina de violencia tiene por objetivo “defender al país de ataques externos” (es decir de otros Estados), en realidad, durante el capitalismo maduro, el enemigo del Estado y de la violencia de arriba está dentro mismo del país. Toda esta maquinaria que cuenta con miles y miles de hombres armados y dispuestos a matar está destinada a reprimir al pueblo y a los trabajadores.
Qué es el Estado?

No existe una única definición. Cada ideología política lo define a su modo. El liberalismo burgués, por ejemplo, sostiene que el Estado es “la nación jurídicamente organizada”. No hace distinciones de clases: es “la nación” en su conjunto…o sea, todos los ciudadanos de un país. El Estado, según el liberalismo, representaría a todos por igual…Esto es lo que se le suele enseñar a los chicos en la escuela.

La filosofía marxista de la praxis cuestiona esta ideología liberal. Para el marxismo, para la ideología de la clase obrera, el Estado nunca representa a “todos por igual”. El Estado es la cristalización institucional de determinadas relaciones sociales de fuerza y, por ello mismo, nunca es neutral ni independiente de la lucha de clases. El Estado defiende a algunos sectores en particular. En la sociedad capitalista esos sectores pertenecen a la burguesía. El Estado del capitalismo no es sinónimo de “la nación” en su conjunto. Es un Estado burgués.

¡No hay que confundir al Estado y al poder con el gobierno de turno!. Llegar al gobierno no significa llegar al poder.

El Estado burgués cuenta con un conjunto de instituciones represivas permanentes (que no cambian con un gobierno de derecha o de izquierda, liberal o socialista). Estas instituciones no están sujetas a votación. Ellas sirven para garantizar el “orden normal” de la sociedad capitalista y la dominación de la burguesía: el Ejército, la Fuerzas Aérea, la Marina, las diversas policías, los servicios de inteligencia, los jueces, los tribunales, las cárceles.

El pueblo, en el mejor de los casos, pueda votar un gobierno (incluso de izquieda y socialista), puede votar un presidente, puede votar diputados y senadores. Pero el pueblo jamás vota si debe existir o no un Ejército, si deben existir o no servicios de inteligencia, si deben existir o no cárceles y tribunales, si debe existir o no la policía. ¡Eso no se vota! ¡Eso no está sujeto a elección alguna! Son instituciones permanentes que cuentan con miles y miles de profesionales entrenados en ejercer la violencia.

El ejercicio permanente del poder del Estado (más allá de quien sea el presidente y de qué partido esté en el gobierno) tiene un contenido: ese contenido se lo da la clase que tiene el poder. Ese contenido de clase no está sujeto a elección, no se vota. La única manera de cambiar el contenido de clase de un Estado es mediante una revolución. Por ejemplo, el nuevo contenido de clase -nítidamente burgués- que se inaugura en el Estado de Francia en 1789 responde a una revolución.

Ahora bien, ese contenido de clase del Estado, permanente, se ejerce a través de diversas formas políticas. Excepto en una dictadura abierta, regularmente el Estado burgués no muestra abiertamente sus colmillos. Se disfraza de cordero. Aprendiendo de la revolución burguesa victoriosa de 1789, el Estado burgués habla en nombre de “todos”, en nombre de “los ciudadanos”, en nombre de “la patria”, nunca en nombre de los empresarios y banqueros que realmente defiende. De allí que, si el Estado burgués es realmente efectivo, nunca defiende a un patrón individual. El Estado burgués defiende los intereses de la burguesía en su conjunto. Por eso Marx señaló en El Manifiesto Comunista que: “el Estado no es más que una junta de negocios comunes de la burguesía moderna”. Cuanto más “comunes” sean los negocios que defiende, menos necesitará la violencia de sus instituciones represivas que se mantendrán latentes (solamente como amenaza).

La verdadera dominación moderna, que supera las imperfecciones de la dominación de un monarca o de una dictadura de un individuo (habitualmente un militar), es la dominación anónima, universal y despersonalizada. Cuando más general es la dominación, más difícil es resistirse a ella desde la clase obrera. Identificar al general Pinochet como el máximo dictador al servicio de los monopolios capitalistas es mucho más fácil que identificar el contenido de clase de un Estado burgués republicano de un país que funciona en forma despersonalizada con parlamento, senado, elecciones periódicas, prensa, diversos partidos políticos (de derecha y de izquierda), jueces “independientes”, opinión pública “libre”, etc.

Pensando precisamente en ese proceso, Marx continuaba diciendo en El Manifiesto: “la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y el mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno”.

Bajo la forma política de la república parlamentaria con su prensa organizada en las grandes urbes, sus partidos políticos modernos, su poder legislativo, sus alianzas políticas, los fraccionamientos políticos de las clases, la autonomía relativa de la burocracia, etc., el Estado representativo moderno lleva al límite máximo de eficacia el dominio político burgués. De esta manera se superan las formas políticas impuras, incompletas y premodernas.
Existen entonces distintas formas de dominación política:

• Monarquía absoluta • Monarquía constitucional • Dictadura militar • República parlamentaria • Formas híbridas

La monarquía absoluta existió como forma política en los inicios del capitalismo. La naciente burguesía necesitaba concentrar todo el poder del Estado para transformar de raíz la sociedad y fundar un nuevo orden social. La monarquía constitucional surgió en el siglo XVII (17) en Inglaterra como forma mixta de compartir el poder entre la naciente burguesía inglesa y las viejas clases terratenientes. Hoy en día diversas sociedades europeas tienen monarquías constitucionales, pero en ellas ya está definido de antemano el contenido absolutamente burgués del Estado.

La dictadura militar (sea en las formas clásicas europeas del fascismo italiano [1922-1945] o del nazismo alemán [1933-1945] o de las dictaduras latinoamericanas) expresa una forma de dominación imperfecta. Si bien en ella coinciden en forma completa la forma y el contenido burgués, sin discusión alguna, genera habitualmente fuertes resistencias populares. Incluso armadas…

Cuando el capitalismo experimenta una crisis orgánica, la dictadura militar que viene a salvarlo también puede asumir formas menos “puras”. (La crisis orgánica es una crisis estructural de largo aliento –distinta de cualquier crisis puntual de coyuntura, donde solamente está en discusión un ministro o una medida del gobierno-. La crisis orgánica es la combinación explosiva de la crisis económica y la crisis política…¡juntas!. Consiste en la crisis y el debilitamiento de todo un régimen político y en la pérdida de consenso en la población del conjunto de la clase dominante y sus partidos políticos).

Para dar cuenta de los gobiernos de fuerza que intentan salvar el poder burgués durante las crisis orgánicas, los grandes teóricos del socialismo, como Carlos Marx o Antonio Gramsci, señalaron dos formas de dominación. Las bautizaron recurriendo a personajes famosos de la historia.

Marx la llamó “bonapartismo” usando como ejemplo la dictadura de Luis Bonaparte (sobrino del famoso Napoleón) en Francia durante el siglo XIX (19). El bonapartismo expresaría aquella forma política en la cual –durante un período de crisis- el ejército, la burocracia y el Estado aparentan independizarse de la lucha de clases y ser su árbitro. En el bonapartismo, los partidos políticos burgueses se separan de la burguesía como clase. En el orden político ésta pasa a ser representada, por ejemplo, por el ejército.

Antonio Gramsci recurrió a la figura del famoso político romano de la antigüedad César para hablar de “cesarismo”. Esta forma política representaría, en el terreno político, un equilibrio aparente de fuerzas sociales en lucha. Como fenómeno aún más general, el cesarismo expresaría soluciones de compromiso entre sectores enfrentados.

Sea con dictaduras clásicas o con dictaduras bonapartistas y cesaristas, los empresarios –como clase colectiva, no a nivel individual- corren el riesgo de generar demasiada oposición a su poder. ¡Eso es muy peligroso y explosivo!.

¿Por qué es tan difícil identificar a nuestros enemigos cuando nos dominan a través de la República Parlamentaria?

En cambio, con la república parlamentaria, los capitalistas están más tranquilos y relajados. Siguen manteniendo su poder indiscutido (lo que le otorga el contenido de clase al Estado) pero neutralizan la insurbordinación obrera, la indisciplina de los trabajadores y toda oposición de fondo y radical al sistema, a través de un complejo mecanismo de dominación anónimo, impersonal y burocrático.

Cuando hay crisis, la prensa burguesa publica un gran artículo de “denuncia”. Se inicia la polémica… Se descomprime la situación. Si el descontento igual crece, se cambia un ministro. Si eso no aminora al pueblo, se cambia un gobierno, pero el poder del sistema permanece inalterado. Se cambia algo…para que nada cambie.

La república parlamentaria es la forma burguesa de dominación política más flexible y eficaz. Cuando la violencia del Estado burgués, su amenaza permanente de castigo, su punición, su vigilancia, su disciplina, son considerados legítimas por su población, esa violencia cotidiana se vive como…”paz”. La paz, entonces, no es más que el dominio estable de la burguesía. La violencia necesita entonces permanentemente de consenso. No hay violencia pura, ni en las peores dictaduras. Siempre la violencia se apoya en el consenso. Cuando más estable el la dominación, más consenso tiene. Esta es la razón por la cual, en determinados períodos de la historia, el Estado burgués asume otro tipo de intervenciones sociales como la gestión de la escuela, los hospitales e incluso –durante el capitalismo de la segunda posguerra- la propiedad de los servicios fundamentales de la economía. En todos esos casos, la función de fondo que cumple es la de garantizar la reproducción del capitalismo en su conjunto, previniendo la crisis que derivaría de un mercado sin control estatal. Ese Estado que interviene en economía –doctrina promovida por el economista inglés John Maynard Keynes para frenar la influencia occidental de la revolución rusa- no es un Estado socialista. Sigue siendo un Estado burgués que persigue ganar consenso con finalidad capitalista.
En la construcción del consenso, la herramienta institucional más cercana con que cuenta el Estado es la ley y el derecho. Maquiavelo los asociaba a “la zorra” (por oposición al “león”, mucho más fiero, violento y salvaje). Marx define al derecho como “la voluntad de la clase dominante erigida en ley”. No la voluntad de “todo el pueblo”, sino la de la clase dominante.

La Hegemonía

El concepto de “hegemonía” es muy anterior a la teoría socialista y al nacimiento del marxismo. En sus orígenes aludía al predominio de un Estado-nación poderoso sobre otro más débil. El marxismo lo incorpora a su filosofía de la praxis y le otorga otro sentido. Lo aplica a la relación interna entre las clases sociales pertenecientes a un mismo Estado-nación.

El concepto de HEGEMONÍA es muy útil para explicar porqué el capitalismo nunca se derrumba ni se cae solo. La crisis latinoamericana muestra claramente que el sistema capitalista no resuelve los problemas materiales de la mayor parte de la población. Sin embargo, es ideológicamente hegemónico. Convence a la gente de que no hay otra forma de vivir más que la que ofrece el sistema. Dado que la manera más eficaz de ejercer el poder es de modo consensuado, en la sociedad capitalista existen todo un conjunto de instituciones encargadas de garantizar la reproducción del sistema vinculadas al consenso. Son instituciones distintas de aquellas que se encargan de la violencia sistemática (o de su amenaza). Estas instituciones pertenecen a la sociedad civil.

La sociedad civil es el espacio que media entre el mercado económico –ámbito de las empresas capitalistas- y el Estado político –ámbito de las Fuerzas Armadas, la policía, etc-.

¿Qué instituciones forman parte de la sociedad civil?

La escuela, los sindicatos, las iglesias, los partidos políticos, las sociedades de fomento, la opinión pública y los medios de comunicación masiva.

A inicios de la modernidad capitalista, cuando se construye el Estado-nación, la principal vía de construcción hegemónica es la escuela. En esta institución se enseñan los valores mínimos de obediencia al orden establecido, aquello que es “normal” y aquello que no lo es, la reverencia a los símbolos del poder, etc. Pero hoy en día ese lugar –que no desapareció- se complementa con uno de alcance mucho mayor: el de los medios de comunicación masiva. En ese espacio se construye diariamente el consenso de los sectores populares en favor del capitalismo. Allí se transforma la concepción del mundo burguesa en sentido común popular, gracias a la ideología que transmiten los medios de comunicación. De este modo, se interiorizan los valores de la cultura dominante y se construye un sujeto domesticado y reacio a los cambios radicales.

Cuando no existe una organización popular que dispute en el terreno de la sociedad civil con la ideología burguesa, la propaganda de los poderosos penetra fácilmente en la mente y el corazón del pueblo. Pero, en cambio, cuando existen poderosas organizaciones populares que disputan la hegemonía contra el poder, allí la dominación burguesa no es tan fácil ni “automática”.

Todo depende de las relaciones de fuerza entre la hegemonía burguesa y la contrahegemonía socialista. ¿Qué es la hegemonía?

La hegemonía es un proceso de dirección política de un sector social sobre otro. Se ejerce en el plano político pero también en el cultural e ideológico. La hegemonía consiste en la combinación de la fuerza y el consenso (no es solamente puro consenso).

La HEGEMONÍA no se ejerce solamente en la política entre las clases sociales y los grandes partidos, sino también en una esfera menos “visible”: LA VIDA COTIDIANA Y LA SUBJETIVIDAD.

A través de la vida cotidiana se interiorizan los valores de la cultura dominante y se construye una subjetividad domesticada. El capitalismo no resuelve los problemas materiales de la mayor parte de la población. Sin embargo, es ideológicamente hegemónico. Convence a la gente de que no hay otra forma de vivir más que la que ofrece el sistema.

La hegemonía burguesa combina la violencia estatal y represiva frente a los trabajadores rebeldes y revolucionarios y la paciente construcción del consenso cotidiano de las clases populares. La contrahegemonía socialista de los trabajadores consiste en el intento por dirigir política y culturalmente a todas las clases populares y a los intelectuales contra el capitalismo y en la resistencia frente a la violencia de la represión burguesa.

Hegemonía = consenso con los aliados y violencia con los enemigos En las sociedades capitalistas modernas, la dominación (violencia) y la dirección cultural (consenso) no se pueden separar. Siempre se combinan, según la coyuntura política y la relación de fuerza entre las clases sociales.
El capitalismo no se caerá nunca. Hay que tirarlo. Para ello hace falta tener una estrategia política que sirva para contrarrestar y enfrentar la violencia de arriba y también una estrategia para construir una hegemonía socialista desde abajo.

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA:

– Carlos Marx: El Manifiesto comunista. Ediciones varias.

– Carlos Marx: El 18 brumario de Luis Bonaparte. Ediciones varias.

– Lenin: El Estado y la revolución. Ediciones varias.

– Antonio Gramsci: Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno. Ediciones varias.

– Louis Althusser: “Ideología y aparatos ideológicos de Estado”. Ediciones varias.

– Néstor Kohan-Miguel Rep: Gramsci para principiantes [en historietas]. Buenos Aires, Longseller, 2003.

– Claudia Korol: “Educación popular: acción cultural para la libertad”. En el volumen colectivo Educación Popular. Experiencias y desafíos. Bs.As., Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, 2001.

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