Por: Fernando Atria y Carla Sepúlveda
Fuente: Revista “Trama”
“Neoliberalismo” es un concepto interesante. Algunos creen que es un concepto falso, un espantapájaros. La queja al respecto de Mario Vargas Llosa es característica: “Me considero liberal y conozco a muchas personas que lo son y a otras muchísimas más que no lo son. Pero, a lo largo de una trayectoria que comienza a ser larga, no he conocido todavía a un solo neo-liberal”. Esta es la primera pista importante: “neoliberalismo” es una designación que no se ocupa en primera persona. Esto parecería indicar que no tiene contenido, que es un término cuya única función es servir de piedra arrojadiza en la discusión política. Pero que una designación no se ocupe en primera persona no quiere decir que no tenga contenido. Sí quiere decir, en cambio, que su contenido es un área de disputa, de controversia política. Es decir, que se trata de un concepto polémico, que se usa para establecer una alineación política.
En este artículo se propone una caracterización política del neoliberalismo, que se distingue de su identificación filosófica. La primera es una cuestión de oposiciones concretas, la segunda es una cuestión de teorías o proposiciones que se afirman como verdaderas o correctas. El neoliberalismo tiene continuidad con el liberalismo, pero solo en el plano de las ideas. En el plano de las oposiciones concretas, es su opuesto. Y son las segundas, no las primeras, las que identifican políticamente. Por eso, puede decirse que el socialismo es el desarrollo del contenido emancipador del liberalismo. Dicho contenido es negado por el “neo”-liberalismo, que se apropia del liberalismo como una mera idea.
Neoliberalismo y liberalismo.
El neoliberalismo entiende al individuo al modo de la economía “neoclásica”, esto es, como un agente para quien solo su interés individual tiene fuerza motivacional,[1] en el sentido de que solo la acción autointeresada es estable en el tiempo.
La conexión entre esta clase de individualismo y el modo en que se estructura el Estado neoliberal es que la medida de legitimidad de la acción estatal está dada por lo que sería racional para cada individuo. Para el neoliberal, entonces, las acciones estatales legítimas son solo aquellas compatibles con la maximización del interés individual de cada uno porque corresponden a una acción o prohibición querida por todos, salvo por el irracional.[2] Bajo esta lógica resulta conveniente para un individuo reconocer al Estado poder para protegerle del ataque de terceros, pero resultaría aún más conveniente para él que el Estado lo protegiera solo a él del ataque de terceros y no a los demás. El problema es que una pretensión de esta clase es insostenible por la simetría de la situación entre los individuos: si la pretensión se cumpliera para todos, no habría protección para nadie. Sin la prohibición de autoexcepción, la pretensión resulta entonces inestable.
La cuestión decisiva es qué interés individual generalizado persigue la acción estatal.[3] Como se trata de intereses individuales, la decisión justificada para el Estado es, en rigor, la misma a la que los individuos llegarían contratando por su cuenta, si no fuera porque los costos de contratar hacen la contratación directa imposible en los hechos.[4] Actuando en persecución racional y autointeresada de sus intereses, los individuos financiarían fuerzas de seguridad y tribunales, o programas mínimos de protección social (y por eso el Estado neoliberal puede legítimamente hacer todo eso). Pero no acordarían financiar educación o atención de salud superior al mínimo indispensable, a menos que de ese modo pudieran ganar algo.[5]
Liberalismo: contrato social y estado de naturaleza
Lo anterior es neoliberalismo, no liberalismo. En sus orígenes, el liberalismo no estaba preocupado de emitir un juicio sobre la falta de justificación del Estado de bienestar, ni de identificar en las políticas redistributivas un “camino de servidumbre”. ¿Tiene razón el neoliberal que dice portar hoy el estandarte que en su momento llevó el liberalismo? Nótese cómo esta pregunta se proyecta en dos sentidos: primero, hacia el socialista, que asume una posición contraria al neoliberalismo: ¿está con eso asumiendo una posición contraria al liberalismo? Pero segundo, hacia autodenominados “liberales” como Vargas Llosa y tantos otros, que rechazan el término “neoliberal” pero proclaman su liberalismo: ¿es eso contradictorio? La mejor manera de comenzar examinando la relación que hay (o no hay) entre liberalismo y neoliberalismo es mirar a la idea central originaria, la idea desde la que una teoría individualista arranca: la de contrato social.
Como teoría, el liberalismo piensa lo político desde el estado de naturaleza y, desde aquel, justifica el Estado a través del contrato. En estado de naturaleza, los hombres viven vidas miserables,[6] porque están siempre expuestos al ataque de otros. Cada individuo mira al resto como medios para realizar sus fines (es solipsista) y por eso el estado de naturaleza es un estado de guerra, del que a cada uno conviene escapar.
El déficit del estado de naturaleza está dado por lo que Hobbes llamó “igualdad natural”: el hecho de que nadie sea tan débil como para ser incapaz de dañar a otro y nadie tan fuerte como para no temer al otro. La manera en que esta igualdad natural puede romperse es mediante la creación de un agente incomparablemente más poderoso que cada individuo. De este modo, el Estado se justifica mediante el contrato.[7]
El recurso a la idea de contrato tiene el sentido político de mostrar que la obligación de los individuos de obedecer la ley no es una obligación natural –una que surja por el solo hecho de que existan seres humanos–, sino artificial. La autoridad del Estado, aunque parezca un dato fáctico dado, requiere también de justificación.
Pero el recurso a la idea de contrato tiene también una segunda implicancia en la teoría liberal: la perspectiva desde la cual ha de juzgarse si va en beneficio o no de cada individuo obedecer la ley. Dicha perspectiva solo puede ser la de la situación previa a la contratación, es decir, el estado de naturaleza. El Estado es legítimo porque ofrece a cada uno una vida mejor de la que se podría tener sin él.[8]
El liberalismo como teoría y como oposición concreta
Lo anterior es una (breve) descripción, por así decirlo, de la teoría liberal. Pero el liberalismo no es solo una teoría. El liberalismo clásico fue también una posición en un determinado conjunto de alineaciones concretas, algo que se aprecia al preguntarse contra qué se alzó.
La respuesta es relativamente clara: el hostis –enemigo u antagonista– del liberalismo era la monarquía, el antiguo régimen. Por eso en la reflexión liberal clásica no hay discusión acerca del Estado de bienestar, la redistribución, etc. Por cierto, que los autores liberales clásicos no discutan un problema no quiere decir que de esas ideas no se siga algo respecto de este (pues las teorías son conjuntos sistemáticos de ideas). Esta es precisamente la posición que adopta el neoliberal actual. A partir de consideraciones como las anteriores continúa preguntándose cuál es, en ese contexto, la función que el Estado puede legítimamente asumir. Y su respuesta es que debe cumplir su parte del contrato, que consiste, como hemos visto, en un intercambio básico de protección por obediencia (el mismo argumento funda la autoridad del Estado y sus límites). Así, más allá de garantizar la seguridad de cada uno protegiéndolo de los ataques ilícitos de otros, no es mucho lo que un Estado liberal puede legítimamente hacer. De aquí se sigue el sentido que el neoliberal da a las ideas de libertad e igualdad: libertad en sentido negativo (ausencia de coacción no autorizada legalmente) e igualdad ante la ley: la ley no puede tratar a unos como si fueran más importantes que otros (lo contrario infringiría la prohibición de autoexcepción).[9]
Así es como el neoliberalismo puede ser considerado como el heredero del liberalismo, su “neo-”versión.
Pero lo anterior supone tratar la relación entre liberalismo y neoliberalismo como un problema teórico, es decir, como si fuera una cuestión de conceptos. Lo que caracteriza al tratamiento teórico o académico de una cuestión como la de la relación entre liberalismo y neoliberalismo es que opera en el plano de las ideas, y la entiende como una de implicación (a lo más) o de compatibilidad (a lo menos) entre dos conjuntos de ellas (el de las ideas identificadas como “liberales” y el de las identificadas como “neoliberales”). Pero políticamente hablando, lo que interesa es el liberalismo como tradición, es decir, como narrativa. Políticamente hablando, la cuestión de la relación entre liberalismo y neoliberalismo es si el sentido político de la tradición liberal es uno que puede ser apropiado por el neoliberal.
Y como ser hoy neoliberal es asumir una posición a la derecha del espectro político, uno bien puede preguntarse si el liberal de antaño, que se ubicaba a lo que desde la Revolución Francesa llamaríamos “izquierda”, es efectivamente el antecesor del neoliberal de derecha actual. Para responder esta pregunta, es imprescindible considerar que las posiciones políticas son posicionamientos concretos, que implican determinadas oposiciones. Esto es lo que quiere decir que los conceptos políticos sean constitutivamente polémicos.
Oposiciones concretas. Sustitución de antónimos
El enemigo del liberalismo era el antiguo régimen. El liberalismo se alzó en nombre de la libertad de cada uno en contra de un sistema que ahogaba la libertad, asignando a cada individuo un lugar, un estatus que se entendía “natural” o “tradicional”. Desde el punto de vista del antiguo régimen, el liberalismo fue indudablemente una fuerza emancipadora, “una nueva etapa de progreso político”, como lo llamaron Marx y Engels (1981) en El Manifiesto Comunista.
Este punto es especialmente importante, porque los conceptos políticos adquieren su significado a la luz de oposiciones concretas y este problema es precisamente uno de oposiciones concretas: una teoría política que surgió para afirmar la libertad frente al tirano ha devenido en una que afirma que el ciudadano que paga impuestos para algo más que financiar la policía y los tribunales es oprimido como el que está sujeto al tirano. Y como una visión socialista necesita estar de acuerdo con lo primero pero rechazar lo segundo, es crucial determinar si la segunda idea es un corolario de la primera (determinar si son, en rigor, separables).
Para hacerlo, nos ayudará considerar la idea que Stephen Holmes llama “sustitución de antónimos”. Holmes reprocha a los críticos del liberalismo que sistemáticamente lo malentienden (por ignorancia o mala fe), tergiversando sus conceptos centrales por la vía de sustituir sus respectivos antónimos:
“La idea liberal de competencia es rutinariamente denigrada por la vía de contrastarla con el amor fraterno. Para el liberalismo clásico, sin embargo, el antónimo principal de la competencia no era amor sino monopolio […] Los antiliberales oponen al escepticismo la sabiduría moral. El antónimo original de la duda liberal era, sin embargo, la falsa certeza y el fanatismo. La propiedad privada es comparada desfavorablemente con la caridad, mientras los liberales la veían como una alternativa a las confiscaciones regias. Las actitudes instrumentales son contrastadas con las actitudes morales, pero ellas parecen más atractivas cuando se oponen, como lo eran en los siglos xvii y xviii, al derroche y el exhibicionismo cortesanos. Similarmente, los derechos son contrastados con los deberes, una oposición que hace que los primeros parezcan mezquinos y egoístas. Los opuestos originales de la idea de derechos, sin embargo, eran la tiranía, la esclavitud, la crueldad […] El contrato o intercambio es contrastado al altruismo recíproco. Pero el opuesto al intercambio no era solidaridad sino una relación en la que una de las partes era enteramente sacrificada a la otra” (Holmes, 1993:253).
Holmes cree que esto muestra la incomprensión o la mala fe de los críticos del liberalismo, que ponen en boca del liberal lo que este no quiere decir. Pero Holmes aquí yerra el blanco, a pesar de haber identificado agudamente el problema (la sustitución de antónimos). El problema no es el del liberal al que sus críticos, sustituyendo los antónimos, hacen decir lo que no quiere decir. El problema es que la teoría construida por el liberal para luchar contra la tiranía y la arbitrariedad ha sido capturada por quienes hoy defienden el privilegio. Los antónimos, no son sustituidos arbitrariamente por los críticos: los antónimos los cambia la historia.
Mirando los antónimos originales es posible entender por qué el liberalismo fue efectivamente una fuerza emancipadora. Las instituciones liberales tienen una dimensión liberadora porque permiten el tránsito de una sociedad en la que la posición de cada uno estaba fijada por su estatus a otra en que queda fijada solo por el contrato. Ellas disuelven los vínculos tradicionales. El liberalismo es la oposición al monopolio, el fanatismo, las confiscaciones que dejan el individuo expuesto a la arbitrariedad del gobernante, el derroche y el exhibicionismo, la tiranía, el sacrificio de unos (“inferiores”) a otros (“superiores”).
Pero, desde luego, entre liberalismo y neoliberalismo hay un evento importante: la derrota de la monarquía. Al ser derrotada, la monarquía dejó de constituir un hostis políticamente relevante.
Y como los conceptos políticos son polémicos, es decir se formulan para dar contenido a oposiciones concretas, el hecho de que una posición resulte vencedora, es decir, derrote completamente a su hostis, la hace irrelevante. Victoriosa, la teoría formulada se transforma entonces en una pieza de museo que sobrevive en los manuales de teoría política. Ha quedado vacante. Y una teoría vacante es una teoría que está disponible para el momento en que surja una nueva oposición a la que pueda dar contenido. El neoliberalismo es la apropiación de la teoría liberal para hacer frente a un hostis distinto (del siglo xx): el socialismo y el Estado de bienestar.
Pero entonces resulta que el neoliberalismo es neo-liberal solo en un sentido teórico (en el plano abstracto de las ideas) no en un sentido político (en el plano concreto de las oposiciones). Sustituidos los antónimos al hacerse las oposiciones liberales originales políticamente irrelevantes, ¿qué es lo que define a la tradición liberal hoy? ¿El término que el liberalismo clásico acuñó para oponer a su antónimo (competencia, escepticismo, propiedad privada, acción instrumental, derechos, contrato), o la oposición a la forma actual de esos antónimos (monopolio, fanatismo, confiscaciones que dejan al individuo expuesto a la arbitrariedad del gobernante, derroche y exhibicionismo, tiranía, sacrificio de unos a otros)?
Porque el monopolio sancionado por el monarca fue derrotado por el liberalismo, pero hoy su equivalente reaparece en la forma de concentración del capital, producido por el mercado; el fanatismo contra el cual es políticamente urgente luchar ya no es el fanatismo religioso que ha devenido marginal aunque vociferante, sino el fanatismo neoliberal que, escéptico respecto de la posibilidad de que la deliberación política pueda ser sobre lo que va en el interés de todos, la entiende como negociación entre individuos autointeresados, cada uno de los cuales busca manipular al otro para obtener sus fines; la amenaza para la libertad ya no son las expropiaciones regias, sino la enorme diferencia de poder entre ricos y pobres, construida sobre una propiedad privada que no puede ser vista hoy como protección de la libertad sino de la riqueza, y deja al individuo expuesto a la arbitrariedad de los dueños. Hoy el derroche es entendido como estratégicamente conveniente (hasta tiene una explicación neodarwiniana). Y para qué hablar de la tiranía y del sacrificio de unos a otros: portando sus derechos naturales, ricos y pobres pueden dormir bajo los puentes de París, mientras las condiciones de competencia en una economía globalizada presionan constantemente a la baja la protección laboral, porque las condiciones que deben ser creadas para que las empresas puedan competir con éxito coinciden con las que son necesarias para asegurar al dueño del capital el mayor retorno posible.
Cada par de conceptos ha cambiado su contenido. Respecto de cada uno de ellos, el concepto que para el liberalismo clásico era emancipador (y que hoy el neoliberalismo defiende con entusiasmo) ha devenido su propio antónimo; ha terminado por reproducir lo que originalmente pretendía combatir. En estas condiciones defender el concepto original introducido por el liberalismo es abandonar la teoría liberal. Por esto no es raro que los sucesores de los enemigos originales del liberalismo (es decir, los sucesores de los defensores del antiguo régimen), sean hoy los aliados del neoliberalismo. Solo así se hace transparente lo que de otro modo sería incomprensible: que el aliado político del neoliberalismo sea hoy el conservadurismo religioso, el paradigma del enemigo original de la tradición liberal (las llamadas “dos caras” de la derecha).[10]
Por eso, la manera de pensar en el socialismo para nuestra época es comenzar desde las oposiciones concretas. El neoliberal se viste con un ropaje que no le pertenece, cuando es visto a través del lente de las oposiciones, no de las ideas abstractas. Hoy los enemigos de la tradición liberal, o de lo que fue importante y emancipatorio en ella, son quienes mantienen la teoría en las condiciones actuales, y sus herederos legítimos son quienes buscan reformular los conceptos para luchar contra las nuevas formas de los viejos antagonismos. Esa es, a nuestro juicio, una manera especialmente fértil de pensar un socialismo que mire a nuestra época.
Referencias
Atria, F. (2013) Veinte Años Después, Neoliberalismo con Rostro humano Catalonia, Santiago.
Hobbes, T. (1987) Leviatán. Fondo de Cultura Económica, México.
Holmes, S. (1993) The Anatomy of Illiberalism, MA: Harvard University Press, Cambridge.
Jofré, G. (1987) “El sistema de subvenciones en educación: La experiencia chilena”, en: Estudios Públicos N°18, Santiago.
Marx, K. (1981) El Manifiesto Comunista. Editorial Ayuso, Madrid.
North, D. C. (1990) Institutions, Institutional Change and Economic Performance. Cambridge University Press, Cambridge.
Smith, A. (1994) Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Fondo de Cultura Económica, México.
Vargas Llosa, M. (1999): El liberalismo entre dos milenios, [Recurso electrónico: http://www.elcato.org/el-liberalismo-entre-dos-milenios%5D.
[1] Como decía Adam Smith, el carnicero o el panadero no dan pan o carne al otro porque este lo necesite, sino porque esa es la manera en que ellos pueden servir su propio interés: “No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su propio egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas” (Smith, 1994:17).
[2] Por irracional se entiende aquí a ese que Hobbes llamaba “the Fool”. La oposición del irracional es, precisamente por ello, políticamente irrelevante.
[3] Este interés es generalizado porque excluye la prohibición de autoexcepción, pero sigue operando bajo una lógica individual.
[4] Tales son los que, en el discurso económico, se denominan “costos de transacción”. En este contexto, el más notorio de estos costos es, desde luego, evitar la autoexcepción, lo que es tematizado a veces “problema del free-rider”.
[5] Lo anterior no es una exageración retórica, como tampoco es solo derivación de las consecuencias que se siguen (a nivel conceptual) de premisas que pueden calificarse como neoliberales. En Chile abundan los ejemplos, como las reflexiones que dieron lugar al actual sistema educativo en Chile. Véase, por ejemplo, Jofré (1987:212).
[6] La vida es “solitaria, pobre, desagradable, bruta y breve”, decía Hobbes en lo que debe ser uno de los pasajes más famosos de la teoría política (Hobbes, 1987:89).
[7] El contrato, por cierto, no debe ser entendido como una descripción histórica, pero tampoco como un “mito”. Es una forma de expresar la idea (liberal) de la que arranca el neoliberal: que la legitimidad del Estado se funda en que protege los intereses de los individuos, que son anteriores. Cada individuo “contrata” estratégicamente, persiguiendo su interés particular, y de la suma (es decir, de la generalización) de esos intereses particulares surge el Estado. Los derechos que los individuos no ceden se denominan por eso “inalienables”. Que un derecho sea inalienable quiere decir que un individuo no puede renunciar a él por convención. Nótese que aquí para entender el sentido de los derechos “inalienables” es necesario invertir las cuestiones: no se trata de que la tesis (1) de que son inalienables tenga la consecuencia de que (2) no puedan ser cedidos, sino al revés: la idea de que (1) no es racional para los individuos deshacerse de ellos se expresa diciendo que (2) son inalienables.
[8] La declaración de independencia norteamericana de 1766 muestra el sentido en que estas ideas fueron emancipadoras. Los “hombres tienen derechos” y los gobiernos existen para “garantizarlos” tiene el sentido de afirmar políticamente que el Estado es para los individuos y no los individuos para el Estado. Cuando el Estado falla en la protección de esos derechos, pierde toda autoridad y los individuos pueden (están legitimados para) “reformarlo o abolirlo”.
[9] Lo que un Estado neoliberal no puede ignorar, sin embargo (porque sí se plantea una cuestión de ilegitimidad), es la posición del que, como consecuencia de vivir en estado civil (es decir, como consecuencia de deber obediencia a la ley), queda peor de lo que estaba en estado de naturaleza. En ese caso el Estado carece de título para exigirle obediencia y la ley a su respecto es opresión. Por esto, aunque para un Estado neoliberal la desigualdad es irrelevante, la pobreza sí es un problema.
[10] En efecto, lo que une a neo-liberales y al conservadurismo religioso no está en la teoría. La representación abstracta del mundo que anima –v.gr. a los legionarios de Cristo– está en las antípodas de la que anima al neoliberal. La respuesta solo puede estar en las oposiciones concretas: lo que los hace aliados es que comparten un hostis. Así, el neoliberalismo es conservador en un sentido que lo alinea en intereses con el conservadurismo religioso. Lo que tiene de conservador el neoliberalismo es que acepta la desigualdad como un hecho natural, consecuencia de que, en tanto recursos, unos son mejores que otros (más “productivos”).
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