Por: Montse Neira
Fuente: Revista “Estudios de la violencia”, N° 10, 1° trimestre 2010
Soy Montse Neira. Ama de casa, madre, hija, estudiante (estoy estudiando el Máster Universitario en problemas Sociales por la UNED) y ejerzo la prostitución desde hace 20 años.
Para que el lector no tome posicionamientos precipitados, comentaré que mis padres vinieron a Barcelona en los 50s, buscando mejorar su situación de vida y que nací en un piso patera del Casco Antiguo de Barcelona. En casa pasábamos múltiples necesidades pues aunque mis padres se mataban trabajando, eran empleos no cualificados y mal pagados.
A los 13 años tuve que ponerme a trabajar sin terminar mis estudios. Era otro modelo laboral y se accedía como aprendiz-a, a múltiples oficios. Nunca pude cuestionarme si me gustaba algún trabajo concreto, tenía que trabajar porque había que hacer frente a las necesidades básicas para sobrevivir y punto. Acumulé mucha experiencia en múltiples ámbitos pero cada vez los períodos de paro eran más largos y las dificultades para acceder a empleos mínimamente estables y que no fueran precarios arreciaban.
A los 29 años estaba divorciada con responsabilidades familiares, (mi exmarido obvió su parte y desapareció) y hacía ya había agotado el paro. Sabía que en prostitución se ganaba dinero, pero también tenía mis prejuicios ya que había interiorizado muy bien el estigma de la “puta” desde pequeña, que se concretaba en que cobrar por sexo es asqueroso, no es ético y en que los hombres eran viejos, sucios y babosos. Pero en sí, el sexo no me daba asco y pensaba que si me
encontraba con hombres así con lavarlos bien y ser amable no sería tan malo. Y lo de la ética, francamente cuando te juegas la supervivencia nadie te ayuda todo se relativiza.
Miré en la prensa y fui a parar a un piso muy cutre, se hacían muchos servicios al día y al finalizar la jornada “laboral” me iba a casa con el equivalente a dos mensualidades de lo que era mis anteriores trabajos. Al mismo tiempo descubrí que mis prejuicios no tenían nada que ver. Los hombres que acudían eran los que podía ver en cualquier otra situación, eran personas normales, lo cuál, como es de suponer me chocó mucho.
Estuve en varios sitios, porque si que se cometían/ cometen abusos en cuánto a las condiciones que había que ejercer: (obligatoriedad de realizar ciertas prácticas como felación sin condón, un horario excesivo o una retribución insuficiente). Lo que hacía ante situaciones así era marcharme a otro sitio, hasta que aprendí lo suficiente y con la economía saneada decidí que podía mejorar mis condiciones de vida.
Entonces fue cuando me independicé, alquilé un apartamento, reduje mi horario, y decidí ponerme a estudiar.
Siempre he tenido las cosas muy claras y me niego a estar con según que perfil de hombres, por ejemplo, si noto que han bebido en exceso o están bajo los efectos de otras drogas. Las normas las pongo yo, explico muy claramente que pueden esperar de mí y cuáles son las tarifas de cada servicio. Ellos son muy libres de aceptar o de rechazar, pero no tolero que nadie me quiere imponer nada porque pagan.
El mayor problema que he tenido que afrontar y afrontan mis compañeras es la estigmatización. Cuando se interioriza el estigma acostumbra a provocar sentimientos de frustración, baja autoestima y culpabilidad. Estos sentimientos pueden influir, dificultándolos o bloqueándolos, los procesos de recuperación de recursos y de valoración de las propias capacidades iniciados por las mujeres e incluso, y dado el caso, también puede producir el abandono o renuncia a un eventual proceso de recolocación laboral ( por no sentirse fuertes y seguras, por miedo a ser reconocidas o
discriminadas por su pasado etc.).
Desde mi punto de vista y tanto por mi propia experiencia como la de mis compañeras el estigma es la verdadera violencia que tenemos que soportar las personas que estamos inmersas en este mundo. No son las múltiples situaciones que tenemos que afrontar con los usuarios ya que las mujeres les hacemos frente y literalmente les mandamos “a la mierda” cuando hace falta. Aclaro que evidentemente estoy hablando de las mujeres que no estamos obligadas por mafias a ejercer, sino que un día concreto, ante unas circunstancias concretas decidimos optar por la prostitución como una alternativa más.
Junto con el estigma, el que la prostitución permanezca en situación de ilegalidad y permitir que existan burdeles sin ningún tipo de control es lo que hacen que se cometan más situaciones de vulnerabilidad.
Respecto a las iniciativas que se están tomando por diferentes ayuntamientos aprobando ordenanzas que prohíben a las mujeres estar en la calle, también es para mi violencia, ya que se les quita su medio de vida, además de ponerlas en situación de vulnerabilidad ya que no pueden negociar tranquilamente las condiciones.
No se les da alternativas para poder dejar la prostitución y tener empleos que no sean precarios y mal pagados, y a las que están en situación de trata, lo que menos necesitan es tener a las fuerzas de seguridad persiguiéndolas. Mención aparte son las personas que son víctimas de la trata y esclavizadas. Los medios de comunicación social y la ideología abolicionista dan una imagen homogeneizada que hacen creer que la mayoría de mujeres estamos en esta situación
cuando la realidad es mucho más heterogénea.
Respecto a la trata, primero de todo se ha de tener en cuenta que las víctimas no son sólo para ejercer la prostitución sino para muchos trabajos que necesitan mano de obra a muy bajo coste y para empleos que personas que han tenido otras oportunidades en la vida no quieren realizar. En este sentido hombres, mujeres y niños, son tratados por un igual. Al dar a conocer sólo datos, muchas veces sin contrastar y sin mencionar las fuentes la perspectiva que se da es equivocada. En
España sin ir más lejos se dan situaciones de trata para la agricultura, talleres textiles y el servicio doméstico. Esta realidad no se hace pública.
A mi modo de ver las leyes para combatir la Trata y la esclavitud sexual ya están bien ya que está tipificado como delito en el Código Penal. Asimismo, España ya ratificó el Protocolo de Palermo pero faltan más voluntad política y más recursos para aplicar la ley con todo su peso y combatir esta lacra y también para terminar con el estigma y los abusos que de ello se derivan, hace falta abrir un debate con valentía.
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La prostitución no es un tema que de votos y no está en la prioridad de los proyectos de los partidos políticos, más bien he llegado a la conclusión que es un tema para seguir en una guerra de ideas y para lucimiento personal, de algunos/as tecnócratas: abogados, criminólogos, trabajadores sociales, sociólogos etc, pero sin ninguna voluntad real de hacer algo al respecto. He tenido que oír en algún profesional como respuesta a por qué no se nos escucha a las prostitutas «no hay que escuchar a una prostituta para saber lo que es la prostitución».
Si nos escucharan sabrían que la mayoría de las mujeres y (hombres) estamos ejerciendo la prostitución como si fuera un trabajo, ni mejor ni peor que otros, ni más agradable ni menos, unos días son más duros y otros no tanto. Es una opción más que permite ganar más dinero que otros trabajos que están considerados “dignos” por la sociedad”
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