El horror de nuestro tiempo

Por.  Aníbal Venegas    
Fuente: www.elclarin.cl (30.10.08)
 
Hoy existe un total desgaste de la imaginación: sencillamente hay escasez de sujetos pensantes. El Siglo XXI se ha transformado de pronto en ese escenario oscuro y decadente, atiborrado con tecnologías de “punta” descritas hasta el cansancio en las innumerables películas y novelas de ciencia ficción del siglo pasado y que añoraban una humanidad absorbida en su totalidad por las cámaras voladoras y el televisor que transmite a la velocidad de las botas de siete leguas.

Si antes hubo una crisis de la razón, hoy podemos afirmar sin misericordia que estamos sumergidos en una crisis del intelecto en su totalidad, en una crisis del hombre en tanto hombre.

Parece increíble la absoluta atención mundial dispuesta a las próximas elecciones presidenciales norteamericanas ¿A quién le importa si el regente del país de las “oportunidades” y de la mid cult sea el republicano o el demócrata? Por desgracia, la realidad nos demuestra que el porvenir del país del norte tiene directa –o absoluta- injerencia en nuestra vida, siempre anulada y cansada por cuánto sucede en las tierras mustias y yermas del tío Sam. Estados Unidos constituye y ha constituido una fuente inacabable de recursos, siempre vinculados al capitalismo sin límites, de hocico y de patas que tanto han ventilado sus lacayos a lo largo de todo el siglo XX y XXI, y que desde hace algunos meses está dando claras señales de que su tiempo y su gloria se están fugando a través de un crepúsculo maquinado por ellos mismos. Pero ¡Qué más da! Todavía queda mucho Estados Unidos por delante…

Cuando el capitalismo tal cual lo entendemos hoy en día comenzó a gestarse, una profusión de filosofías, escuelas de pintura, escultura, literatura y de forma ulterior, de música y cine empezaron a acaparar la escena mundial. Surgieron voces desafiantes y sin temor a las mordazas impuestas por el sistema establecido; allí hubo un Marx que transformó la siempre aburguesada y acomodada filosofía que tuvo a Hegel como su último exponente; un Nietzsche que destrozó los últimos vestigios de una historia occidental “racional” y fabricada a la medida de grandes europeos como Kant (“Los negros de África carecen por naturaleza de una sensibilidad que se eleva por encima de lo insignificante. […] la religión de los fetiches, entre ellos extendida, es acaso una especie de culto idolátrico que cae en lo insignificante todo lo hondo que parece posible en la naturaleza humana” escribió el genio de Köninsberg). Si un Freud, un Klimt, un Marcuse, un Chaplin, un Bergman; la lista de genios se proyecta hacia el infinito. El siglo XX, y en particular naciones como Chile orgullosa de saberse poseedora de tres o cuatro genialidades en su mayoría marcadas como errantes o sencillamente apátridas, ha sabido aprovecharse de las grandes ideas y llevarlas al único fin que tiene esta sociedad occidental en su conjunto: el porvenir económico.

Marcuse demostraba la forma en que las grandes obras concebidas por gente como Mozart, Freud o Marx se anulaban y perdían su “fuerza inspiradora” al ser ofrecidas como carne fresca en las instituciones occidentales del capitalismo, como el supermercado o los grandes almacenes. Pero aún en la fuerte crítica ejercida por los grandes pensadores de la izquierda del siglo XX, existía la fe en tiempos mejores, donde el equilibrio espiritual e intelectual del sujeto histórico y su lucha constante por la ideología cobrarían finalmente un sentido (Profundizar más con “Ensayo sobre la Liberación” de Herbert Marcuse). Mas, en pleno siglo XXI, tiempo efímero y cargado de renunciamiento, bombardeado por terrores inexistentes y fundados por obra y gracia del acaso, donde la esclavitud, el hambre, la enfermedad y el silencio todavía son escenarios indelebles para sociedades enteras, el pensamiento ha devenido estupidez y vulgaridad, en cualquier caso un afán obcecado y una resistencia contra toda forma verdadera y positiva de humanización.

Hoy la imbecilidad parece haber roto todos los límites. Los analistas de la economía –algunos con cargos ministeriales inclusive- rasgan vestiduras toda vez que les ofenden “su intelecto” cuando se presentan pruebas reales de que el neoliberalismo no anda bien (Ese neoliberalismo lisiado bien podría postular al sitial del niño símbolo de la Teletón). De inmediato comienzan a espetar cifras y encuestas, siempre obedientes al sistema establecido, ridiculizando cualquier actitud disidente respecto a este escenario actual que no promete recesión sino que actualmente la padece. Desde la presidencia anuncian promesas a la luna, tranquilizando al populacho con chorradas del tipo “este año próximo no se interrumpirán los planes social” ¡Cuán exitosos sin lugar a dudas! Y por supuesto que una nación delirante como la chilena, aturdida por el sonido ensordecedor de una televisión que desde hace años viene dando sentido a la vida, cree a pie juntillas cuanta necedad viene destilando de los salones alfombrados en boucle de Palacio, exhalando todos al unísono resuellos de tranquilidad. Nadie quiera admitir que es la estupidez del hombre la única culpable de esta realidad caótica y atolondrada, enfermiza y extraviada; pero lo cierto es que no puede dejar de sorprendernos lo paradójico que se vuelve un mundo donde cada vez hay más dinero y alimentos y sin embargo crece el hambre, donde cada vez hay mayor tecnología y no se anhela encontrar cura para las enfermedades que paulatinamente están liquidando a naciones enteras, donde la internet ofrece posibilidades chamánicas de conocimiento y empero, las nuevas generaciones se revuelcan orgullosas en la supina ignorancia…

Pero lo más preocupante es la absoluta inmovilidad del intelecto y en cambio, su perfecta alineación con el sistema establecido. Los artistas quieren producir y vender pero jamás crear (hay quienes incluso se atribuyen el manejo total de la plástica por coser mostacilla en un echarpe de moda), los filósofos, periodistas y escritores desde hace mucho no son nada más que intelectuales a sueldo ¿Qué no hay ciertos escritores que bufan como vacas rabiosas por el sólo hecho de que su colega vende libros, tachando en ocasiones al contrincante de turno como una vil escribidora? Pero siempre hay esperanza, claro; material hay de sobra. Toda la desidia, la fiebre del espíritu y del alma padecida por hombres y mujeres, todo el miedo y el cansancio actuales no son otra cosa sino aspectos de esta vida atrincherada en la ciénaga de la infelicidad, pero que sin embargo se transforman en el acicate para continuar expandiendo el intelecto. Empero, la izquierda socialista o comunista, critica o tendenciosa, ha abandonado la tarea y ha decidido emprender su rumbo hacia el paganismo intelectual en el que se revuelve todo el mundo poderoso de nuestro tiempo; nosotros, el resto, precisamos revivirla, quizá provistos de distinto nombre y fundamento, pero seguros pues no existe otra llave para abrir el portal del intelecto, que nuestro abrumado e indescriptible conocimiento.

anibal.venegas@gmail.com

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