Del mito neoliberal a su eficiente alternativa

Por: Roberto Cobas Avivar
Fuente: Envío directo para http://www.hernanmontecinos.com (17.07.08)

Desintegrar toda resistencia social como medida preventiva sine qua non. Luego toda teoría económica podrá ser aplicada al organismo ya indemne. El resultado tendrá más de un 99% de probabilidad de éxito. Siempre y cuando el organismo no muera lo suficiente como para que no pueda trabajar y producir lo que el modelo le encomiende.

A pesar de ello, Milton Friedman tuvo la singularidad de ser el único premio Nobel de economía que veía en menos de 7 años cómo el modelo se le hundía en una crisis de manual. El camino para el éxito, como todos sabemos, se lo había preparado con esmero A .Pinochet. Condiciones ideales. Sindicatos disueltos, partidos opositores (ante todo, comunistas y socialistas, claro) desintegrados y perseguidos. Represión militar a estadios llenos. Multitud de asesinados y desaparecidos. Listo el laboratorio, hacían su entrada con guantes blancos los “chicagos boys”. Era Chile y corrían los años 1974-1981. En 1982 estallaba el globo, ¿por dónde si no?: el sistema bancario-financiero. Y el estado capitalista liberal, en contra de los catequismos de oficio, socorría a la banca privada con el dinero público. La privatización de todo beneficio frente a la socialización de todo coste. Cualquier parecido con la actual crisis financiera del llamado mundo neoliberal desarrollado no es pura casualidad.

La reprivatización por céntimos y la entrega en remate de otras empresas estatales a un puñado de grupos familiares ya garantizaban que la clase empresarial oligarca chilena, esa que había implantado las condiciones ideales para el experimento de M. Friedman, tuviera a buen resguardo las riendas del poder económico y político.

Para sacar la economía del escándalo político al que la había sometido el premio Nóbel había que revisar, de hecho se había revisado, la filosofía del modelo, según la cual bastarían para su éxito la reprivatización de todo lo que valiera (para el lucro privado), el ajuste técnico macroeconómico, la apertura del mercado y de la balanza de pagos. Todo según el monetarismo más ineficaz que la historia de la economía política va a recordar.

En consecuencia, para poner en evidencia la desidia del modelo capitalista chileno es importante, primero, detenerse lo imprescindible en el problema de la distribución de los ingresos. Recordemos que toda la ideología del neoliberalismo se nutre de la idea del derrame. Ese otro eufemismo con que se renombra la teoría del bolo conocida mucho tiempo antes en América Latina. Antes de repartir hay que producir, aumentar la riqueza, y ese crecimiento del bolo (pastel) se derramará por fuerza gravitacional empapando a todos gracias a las manos invisibles de los mercados perfectos.

I

En Chile, según la aséptica CEPAL, en el año 2000 “mientras la población perteneciente a los hogares del 10% más pobre captaba sólo un 1,71% de los ingresos totales, el 10% más rico alcanzaba el 40,29% de éstos”. La escritora Isabel Allende lo llama “el abismo obsceno entre los que mucho y los que menos tienen hoy en Chile”. Paradójicamente en el año 2007 la misma CEPAL reporta la disminución de la magnitud de pobres en Chile en un 5% más. Si ya se había descendido en 10 años, nos cuentan, del 45% al 20%, ahora se identifica como tales a un 14% de la población.

Pues bien, el hecho de la desigualdad de los ingresos lleva a que la situación de pobreza en Chile apunte, cuando menos, hacia el doble de la magnitud que vienen ofreciendo las instituciones oficiales y, en general, las organizaciones internacionales más variopintas. Según la Organización de Naciones Unidas, Chile se sitúa entre sus 15 estados miembros con peor socialización del ingreso, en el lugar 113. Téngase una idea del grado de concentración de la riqueza cuando al mismo tiempo Chile ha pasado a ser en el 2007 la economía con el mayor PIB per cápita de la región, según los cálculos aritméticos de su Banco Central.

Veamos: si se consideran con indulgencia los aprox. 90 dólares per capita mensuales – la mitad del salario mínimo promedio, es decir, lo supuestamente justo para la reproducción simple de la fuerza de trabajo – con los que el Gobierno traza la línea divisoria entre pobres y no pobres, cabe afirmar que hoy Chile observa un nivel de pobreza – cálculo conservador – de no menos del 20% de la población, en ello un 10% en la indigencia. Investigaciones de especialistas independientes llegan a situar en el umbral de la pobreza alrededor del 70% de la población. Puesto que el 50% de la renta media disponible neta, aquella que permitiría un nivel de gastos que facilitase la reproducción no simple de la fuerza de trabajo, se sitúa en alrededor de 370 mil pesos. Es esa misma escala comparativa que en la UE le asigna a España un 20% de su población en la pobreza (más de 8 millones de personas). En Chile, sin embargo, 7 veces más que los 47 mil pesos que el gobierno expone como necesarios para llenar una canasta estadística de productos básicos, calculada hoy por obra y gracia de la voluntad oficial nada menos que a precios del año 1987.

He expuesto en otras ocasiones que, como es sabido pero discretamente conocido, los cálculos del índice de pobreza en las realidades capitalistas tercermundistas se ciñen por definición a la dimensión monetaria de la sustentabilidad biológica. Es una pobreza bio-aritmética. El ingreso necesario para adquirir una canasta de productos “básicos”, en lo esencial alimentarios. Si en un país como Chile “el ingreso medio del decil de hogares de más altos ingresos es 23,6 veces superior al del decil más pobre, y casi 3 veces mayor que el del 40% de hogares de menores ingresos”, entonces puede apreciarse lo que significa que esa mayoritaria población tenga que desembolsar adicionalmente de sus ingresos, como está obligada a hacerlo, no menos del 60% del costo de los servicios de salud y educación.

El índice de la pobreza, tal como pretenden ignorar los analistas orgánicos al orden burgués, no refleja el grado de vulnerabilidad social. Ese grado además de ser inversamente proporcional al nivel de ingresos de las personas, expresa la situación de desigualdad humana que genera el modelo de exclusión social escondido tras el eslogan neoconservador de la igualdad de oportunidades. Igualdad de oportunidades para hacer rendir mejor el capital privado. Se trata de pobreza e indigencia absolutas – asociadas al salario, es decir, al pago del trabajo residual – bajo el agravante de desamparo social estructural. O sea, aquella situación que no responde a la coyuntura de la pérdida temporal de un empleo, sino a una situación de incapacidad social para la potenciación de las posibilidades de inserción sostenida y el aprovechamiento equitativo de la riqueza cultural producida por todos. Es lo que reflejan complejos estudios sociológicos de la Universidad Católica Silva Enrique (su Escuela de Administración y Economía), al exponer que hoy en Santiago de Chile no menos del 50% de la población manifiesta la certidumbre de vivir en la pobreza de las vulnerabilidades.

Esa cara no oculta sino ocultada de la pobreza chilena es lo que, al interrumpir su largo exilio político y desembarcar en Santiago para ponerle el rabo al golpista asesino, llevaba al cineasta Miguel Litín – a pesar del escalofrío ante la vista de los uniformes militares de siempre – a restregarse incrédulo los ojos por el resplandor de los edificios nuevos, el metro ampuloso y las calles atestadas de coches modernos. Pocos días le bastarían para salir de su asombro.

Voy a exponer con mejor aún claridad comparativa el por qué del fracaso chileno. Para ello basta reconocer la idea revolucionaria que anida en el hecho de que la seguridad social, el grado de vulnerabilidad socio-humana de la población cubana, no es por definición y práctica política inversamente proporcional al nivel del salario. Ello permite afirmar que la pobreza en Cuba no existe. Y no existe mucho menos tomada según la realidad política reinante en los países del llamado tercer mundo y en no pocas situaciones al interior de los países industrializados. No está la población cubana sometida a un estado de vulnerabilidad social por el hecho de padecer el rigor de la carencia material y la baja calidad de muchos servicios. No lo está tampoco por el hecho de la deficiente calidad de vida que supone el irresuelto problema de la vivienda para una amplia porción de la población. No lo está en suma porque a pesar de la dicotomía existente entre la realidad y las expectativas de bienestar, no son las expectativas sociales una función de intereses políticos sectarios y grupos empresariales de capitales privados.

Son esos hechos los que explican que Cuba sea consideraba por la FAO como el único país en la región que garantiza la seguridad básica alimentaria de su población, incluida la mejor de las gerencias públicas de las ayudas que la FAO proporciona en todo el mundo; que la o­nU declare que es el único país del hemisferio que cumple con los objetivos del Milenio; que la UNICEF exprese que es el país con mayor nivel en su enseñanza primaria en el continente luego de rigurosos controles y exámenes a las poblaciones escolares en la región; que la OMS afirme que es el país de América Latina con mejor sistema de asistencia médica universal, ello a pesar de las insuficiencias de medicamentos y en los servicios; que sea inequívocamente reconocido como uno de los pocos países no industrializados con mayor cobertura de la enseñanza y la salud; que pueda ostentar un movimiento deportivo masivo como pocos países lo consiguen; que la cultura como creación y producto sea un bien de acceso general; que sea el único país occidental donde la participación socio-política no resulta una prebenda del tráfico de influencias económicas y políticas, a pesar de todo el burocratismo que anida en el sistema de gobierno. No son paradojas como pudiera parecerle a los desinformados ni demagogia como quisieran ver los necios de costumbre. Es la justa explicación de la diferencia entre carencias socio-materiales y vulnerabilidad humana de una población.

A pesar de las secuelas socioeconómicas del modelo neoliberal, el Chile de la concertación política ha hecho valer hasta hoy la imagen de economía próspera. Para muchos el costo social que suponían aquellas condiciones de laboratorio había sido un costo colateral necesario. El fin venía a justificar una vez más los medios. El infierno exorcizado.

II

Entonces, para poner al desnudo la otra cara escondida del mito neoliberal chileno asumiré su propio terreno con un criterio económico políticamente correcto: la estructuración de un crecimiento económico con una visible tendencia a la participación sostenible de valores agregados. Para establecer qué hace la diferencia comparativa es preciso exponer que el modelo de economía estatal cubano supera con creces cualitativamente el resultado del modelo económico neoliberal chileno.

Esta afirmación con toda seguridad descoloca tanto a los defensores a ultranza del desarrollismo liberal como a los detractores doctrinarios de la acumulación estatal de capital si de un estado no-capitalista como el cubano se trata. Sea de paso oportuno precisar que al hablar de estado no-capitalista me refiero al hecho de entender, como entiendo, que Cuba se encuentra en el tránsito hacia un estado socialista. Con lo cual llamo a la abstención demagógica del pensamiento fundamentalista que tilda de oportunismo político a la idea que no habla (afirman que con “valentía”) de estado socialista, aludiendo “revolucionariamente” a la reflexión crítica a este respecto de Ernesto Che Guevara.

Hoy la economía chilena, después de un largo periodo de sostenido y alto en ocasiones crecimiento económico, presenta la estructura industrial de la economía subdesarrollada que siempre fue. El crecimiento económico, he expresado, pertenece a la esfera de los instintos animales, el desarrollo, a la de las ideas socio-políticas. Esta realidad tiene dos dimensiones interdependientes. Una: que el crecimiento de la riqueza puede darse incluso bajo condiciones de atrofia del sistema económico, es decir, del modo de multiplicar el pan y lo peces; dos: que ello es posible cuando el objetivo del modo de producir y distribuir no es la reproducción socio-material del conjunto de la sociedad, sino salvaguardar los intereses prioritarios de esa exigua parte de ella que se ha hecho con los factores clave de su funcionamiento.

En efecto, la explicación de la atrofia del supuesto modelo económico de éxito chileno no es ni mucho menos compleja. Lo que ha tenido lugar en Chile es un proceso de exponente acumulación y concentración privada de capital llevado por varios grupos oligárquicos que reducen la estructura de la economía a sectores de productos primarios (commodities) y a la continuada explotación de sus grandes reservas de cobre como recurso no renovable dominante. Ese ha sido el resultado de la teoría del desarrollo neoliberal que con entusiasmo de fanático sin escrúpulos académicos ni ideológicos estrenó M.Friedman en Chile, en el escenario apisonado por el salvajismo castrense de la misma casta burguesa que ayer fabricó a A.Pinochet y hoy sigue recogiendo los beneficios.

Después de más 30 años del reciclado laissez faire, es decir, de la economía con más TLCs firmados per cápita en Latinoamérica, tal como encomian desde los santuarios de la economía de mercado, ¿qué nos muestra el modelo neoliberal de crecimiento chileno?, un PIB dominado por:

– un 13% de productos de la industria manufacturera: de la celulosa, forestal, pesquera y agroalimentaria (salmón , vino y fruticultura),
– un 24% por la minería,
– un 62% de servicios; en ello las telecomunicaciones y el sector financiero, los íconos de la modernidad capitalista, alcanzan apenas un 5% y un 13 % respectivamente.

Esta estructura del PIB determina que la supuesta alta competitividad del modelo neoliberal se reduzca a una estructura de las exportaciones dominada por el cobre, hoy en un 45%. Es decir, el soporte del modelo se sigue llevando sobre los ciclos del precio de una materia prima en los mercados internacionales. Esa parasitaria monocultura “industrial” reproduce el esquema de monocultura exportadora de la industria azucarera cubana, ya superado en Cuba desde inicios del presente siglo.

¿Cómo se comportan los patrones de crecimiento en ambos modelos? El crecimiento promedio del PIB en los últimos 8 años es para Chile de 4.8 puntos, mientras que para Cuba de 6.4 puntos. Si observamos que esta diferencia se acentúa en el periodo 2004-2007 para arrojar 5.9 y 9.3 respectivamente, y que en los años 2006/07 Chile absorbe nada menos que 23 millardos (sic) de dólares en inversiones extranjeras, es necesario tomar nota de una cuestión:

Que toda la expansión de la economía de mercado chilena no es expresión de algún modelo de resultados inexequibles, a los cuales no se pueda llegar y superar bajo premisas anti-neoliberales.

Si la evidencia muestra que el crecimiento de la economía cubana bajo su modelo estatal llega a ser superior al de la economía de mercado “más moderna de América Latina”, el valor de la emulación cobra el significado que nos interesa cuando se confirma la característica cualitativa del crecimiento y la proyección del comercio exterior del modelo cubano.

La evolución de la estructura del PIB cubano en el lapso entre 2004 y 2007 se caracteriza por el creciente predominio del sector terciario en una proporción al final del periodo de 3/1 y 6/1 en relación con el sector secundario y primario respectivamente. La estructura del PIB de Cuba presenta una participación de alrededor del 70% de los servicios. A primera vista puede saltar la idea sobre la similitud de la estructura del PIB con la del modelo chileno. Sin embargo, la semejanza es sólo un espejismo empírico. Para llegar a ese punto de inflexión cualitativa del PIB cubano ha sido necesaria una sostenida política de gastos sociales ascendente a más del 65% del gasto público total, fuertemente pronunciado en la educación y la salud. Entre 2000 y 2006 la tasa de incremento anual del gasto en educación general y especializada fue del 14,4%. Ello representa el mantenimiento de cerca de 3 millones de estudiantes (sic) en más de 12 mil centros educacionales existentes en el país. No existe precedente en América Latina. Esa inversión social establece la diferencia.

En lo que puede calificarse como una política socioeconómica coherente, el intensivo aprovechamiento de una fuerza de trabajo con perfil de calificación en sectores productivos de alto valor agregado, explica el que ya en la estructura de las exportaciones de Cuba en 2007 predominen los ingresos por concepto de servicios nada menos que un 70% sobre el total del valor de las exportaciones del país. Lo cual explica la correspondencia entre estructura cualitativa del PIB y su impacto en la capacidad competitiva de la economía nacional. Servicios médicos y el valor creciente creado por los servicios del turismo internacional (sin que aún constituya una industria verdaderamente multiplicadora del producto) con montos promedio por encima de los 2 millardos de CUC desde el 2004 hasta la fecha y una perspectiva de crecimiento pronunciado a partir del presente 2008 (ya se alcanza el millón de turistas en el primer cuatrimestre) marcan la pauta.

El espejismo de la aparente semejanza estructural de ambos patrones de crecimiento se hace añicos definitivamente cuando se constata que, por igual consecuencia de política socioeconómica, en la estructura de las exportaciones de Cuba los bienes farmacéuticos y biotecnológicos – bienes de alto valor agregado y fuerte impacto competitivo en mercados de especial exigencia tecnológica – hayan desplazado todos los productos tradicionales que caracterizaban el comercio exterior cubano hace sólo una década. Donde la tasa de crecimiento anual de éstos últimos entre el 2004 y el 2007 fue del 25%. Ésa es la tendencia estructural. La favorable coyuntura de los altos precios del níquel hace que el mineral ocupe hoy la primera posición exportadora. En contraste, la tradicional industria azucarera ha cedido de manera irreversible su primacía en la economía nacional. Tal desenvolvimiento de la estructura cualitativa de las exportaciones viene acompañada por una disminución de aprox. el 30% de las remesas familiares de emigrados cubanos

Todo ello se traduce en una balanza de pagos jalonada a números positivos por una estructura cualitativa que rompe con el perfil de economías subdesarrolladas. Un resultado que esconde potencialidades muy superiores, por el hecho del inapropiado alto nivel de importaciones de bienes de consumo (alimentos) en detrimento de las importaciones de bienes de capital.

III

Naturalmente, llegados a este punto, las afirmaciones hechas sobre la evolución del desempeño cualitativo de la macroeconomía cubana pueden hacer incomprensible para muchos el fenómeno que todos sufren y que identifico como economía de la carencia en Cuba. En disímiles trabajos he expuesto algunos acercamientos al problema.

Si establecemos un antes y un después de la economía cubana pos 1959 ese Rubicón estará marcado por la crisis estructural que estalla en 1991 y toca fondo en 1993 con la caída acumulada de aprox. el 35% de su PIB. Entonces, podremos ubicar en “el antes” el agotamiento de la modelación estado-centrista inducida en el país por el socialismo real eurosoviético.

Hasta 1990 la economía cubana funcionaba sostenida por una relación de dependencia estructural a dicho bloque económico. Los relativamente cuantiosos flujos financieros que afluían al país no eran reconvertidos por la economía nacional en un crecimiento industrial de eficiencia estructural. El modelo de economía centralmente planificada y verticalmente gestionada no lo permitía. Y ésta es la razón primaria. La causa coadyuvante fundamental era la atadura a las tecnologías desfasadas que se tenían que asimilar como inversiones directas. El bloqueo económico-financiero estadounidense y la asociación con el entonces CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica) se conjugaban para no dejar opciones. Se imponía una recolocación de esos recursos económicos en las mismas economías socialistas emisoras que, por razón de la poca diversidad de mercados y capitales, impedía el efecto multiplicador de la aplicación del capital.

Ese entramado de relaciones económicas en alto grado enajenadas – a pesar del decisivo soporte para la economía cubana – y la prevalencia del voluntarismo económico en la dirección de la economía interna crean el caldo de cultivo para la devastadora crisis que revienta con la caída del llamado sistema real socialista. La abrupta pérdida del 80% del mercado sobre el que se sostenía la economía del país y de las fuentes de financiación inversionista impactan con demoledora fuerza sobre una estructura económica con reducida capacidad, por no decir exigua, para la elástica absorción del cambio de condiciones del entorno.

El periodo especial en tiempos de paz que el gobierno cubano declara no es en ningún caso consecuencia del prolongado y férreo asedio económico yanqui, sino la respuesta de resistencia espartana social ante una emergencia nacional incubada por el propio sistema económico. No deja de ser una respuesta política revolucionaria del Partido y el Estado, por cuanto se decide capear la debacle sin acudir a la doctrina neoliberal del desastre creativo. He expuesto que haberse subido en esos momentos al tren político de las aperturas económicas neoliberales en boga en el mundo y en especial en la región, solución fácil por la disponibilidad de capitales excedentes ávidos por comprar (a precio de remate) todo lo comprable e inundar con excedentes de mercancías los mercados locales, hubiese significado en la práctica la evasión oportunista de la responsabilidad política propia del Partido por el descalabro de la economía cubana. Es la asunción indirecta de esa responsabilidad ante un pueblo al que en ningún caso se le podía ni puede imputar el desenlace crítico del camino hasta ahí recorrido.

Otra cosa es el alargamiento del periodo especial y el sostenimiento de la economía de la carencia. En esencia ello expresa la persistente incapacidad del modelo de economía para catalizar un salto cualitativo integral de su desempeño. Y debe llamar la atención el hecho de que suceda así a pesar de la eficaz estrategia anti crisis del Partido y el Gobierno que reinserta en sólo 4 años la economía en una trayectoria de crecimiento de tendencia alcista sostenida. Circunstancias que develan las potencialidades de expansión existentes fuera de los corsés de la ortodoxia real socialista y vienen a marcar el inicio del “después” de la modelación. A partir de este momento se logra una importante reorientación estructural macroeconómica[1].

Cuatro factores cardinales de la nueva cualidad macroeconómica a destacar son:

El replanteamiento de la política fiscal que condujo al saneamiento y equilibrio en corto tiempo de las finanzas, desactivando así la espiral inflacionaria y la estrangulación de los precarios equilibrios entre demanda y oferta. El signo notorio es haber reducido en el corto plazo y de manera solvente la relación entre el peso y el dólar de 160 a 25 por uno. Es decir, la manifestación de la capacidad de controlar y regular la demanda agregada.
La remodelación del sistema financiero-bancario y la consiguiente reconversión monetaria con la eliminación de la dualidad moneda nacional-dólar. Lo que se establece con ello es la convertibilidad parcial de la moneda nacional y el control soberano sobre la política monetaria. Cuyo indudable éxito ha resultado la confianza social en una divisa propia convertible (el logro de un expresivo aumento de los depósitos locales en la moneda cubana) que sienta la base subjetiva para la plena convertibilidad de la moneda.
El total redimensionamiento del comercio exterior hacia nuevos mercados, operados todos en condiciones de competitividad de bienes y servicios transables.
Ni la crisis ni las operaciones del ajuste macro se enfrentan en detrimento de la política inversionista en programas socio-productivos y en sectores neurálgicos de las infraestructuras (cerca de 1500 millones de dólares de inversión en la energética, para citar un sector de relevante importancia estratégica en la sustentabilidad del crecimiento a largo plazo).
¿Ante cuáles contradicciones queda el modelo? Ante aquellas que condicionan su capacidad de sustentación y en virtud de ello su viabilidad sistémica.

El impacto en la economía de un reajuste macroeconómico calibrado socialmente cobra un significado especial. Pero el crecimiento económico adquiere sentido social integral cuando es capaz de satisfacer cualitativamente los niveles de necesidades siempre crecientes de la población. No todo crecimiento del PIB lo garantiza. Desde esa importante arista la formación cualitativa del PIB, definida por una mayor participación de los servicios, como he señalado ascendente a casi el 70%, expresa un desequilibrio orgánico y funcional en la estructura productiva. El problema determinante del desequilibrio no es de tipo cuantitativo, aún cuando esa proporción deba también redimensionarse. Se trata de una cuestión de eficiencia económica y productividad tecnológica en sectores industriales destinados a satisfacer el más complejo registro de necesidades socio-materiales. Un problema insuperable desde la concepción de economía estatal que se practica.

En Cuba ese desequilibrio se presenta por la incidencia de dos factores que conjugados redundan en la insuficiencia crónica de la oferta de bienes de uso y consumo:

El sostenidamente bajo nivel de inversiones en las industrias ligera y del sector agropecuario.

La baja productividad estructural del modo de producción

El nivel de infra-inversión en la industria ligera y en la industria manufacturera agroalimentaria ha obedecido a una concepción que prioriza hasta hoy el llamado consumo social. Tratando de garantizar niveles primarios de satisfacción de las necesidades materiales de consumo a través de un sistema de racionamiento administrativo, el “planificador central” ha podido forzar la distribución acrítica de los recursos hacia los programas sociales de educación y salud. En dicha concepción el consumo individualizado no se concibe como un factor del crecimiento económico. De esa forma desaparece el efecto multiplicador de las capacidades productivas que las inversiones en el sector de la industria ligera y de alimentos están llamadas a crear. Es lo que marca, en cambio, la diferencia en el modelo de crecimiento chileno. Donde el sector de alimentos y bebidas alcanza casi el 35% de la producción industrial. La oportunidad de negocios e impacto tanto en el consumo social doméstico como en la proyección exportadora que el mercado capitalista es capaz de definir supera con creces la capacidad de discernimiento social del “planificador socialista”. No es en absoluto una paradoja.

La baja productividad estructural del modo de producción cubano está dada por la concepción que ha restado toda función en la dinámica y la cualidad del producto al factor de la competencia en el movimiento de la microeconomía, especialmente en los sectores productores de bienes de uso y consumo y servicios no básicos. La criminalización política del mercado así lo ha conseguido.

Insuficientes inversiones productivas y bajo e ineficiente rendimiento de las inversiones son las claves de la carencia.

La economía cubana no debe permitirse en ningún caso la deriva hacia un modelo de consumo exclusivo, so pena de asumir el cronicismo de la precariedad socioeconómica como parte de la solución y no del problema. Por lo tanto, alcanzar el nivel de inversiones productivas requerido, para pensar en un salto económico de orden en el mediano y más largo plazo en la industria ligera y alimentaria, no podrá lograrse sin potenciar al máximo dos vertientes de ahorro externo:

La cooperación económico-industrial gubernamental

La atracción de capitales productivos externos no-gubernamentales.
En el primer caso, el desempeño de la gestión estatal demuestra una considerable eficacia en la conformación de un tejido de relaciones económicas regionales y extra-regionales con incidencia directa en la recapitalización de las infraestructuras y determinados sectores industriales. Los procesos de integración regional auspiciados por Venezuela y Cuba, especialmente en el marco del modelo pionero de cooperación ALBA, demuestran potencialidades ascendentes. No obstante ello, esta decisiva línea de trabajo tiene y tendrá como limitante estratégica dos cuestiones: 1) el restringido acceso a tecnologías industriales que se desarrollan fuera de ese entorno económico y que, además, se asocian a otras fuentes de capitales y otras cadenas de inversión; 2) la necesidad de aprovechar la financiación gubernamental en programas de envergadura social e infraestructuras determinantes de la sostenibilidad estructural del desarrollo.

No es probable, por ende, que el salto de orden necesario en los niveles de inversión productiva y productividad tecnológica industrial se logre sin la complementación de capitales foráneos no-gubernamentales. Esta realidad lleva al convencimiento de que la atracción de estos capitales productivos está llamada a ser un factor insustituible en la reactivación de la economía cubana. Sin ello no se podrá aspirar a romper el círculo vicioso de la economía de la carencia.

Algo, sin embargo, ha de ser cabalmente comprendido. La atracción de inversión directa no-gubernamental no se dará fuera de la fuerte competencia que establecen las necesidades de tales capitales en la región. Para convertirse en un fuerte polo de atracción no basta con la avanzada Ley de Inversiones Extranjeras vigente en Cuba, competitiva con sus similares del entorno. Ello es sólo el marco de garantías jurídicas y ventajas comparativas necesarias. De igual modo que la capacidad que posee hoy el sistema financiero-bancario cubano para la canalización eficiente hacia el interior de la economía de los flujos de inversiones externos representa la otra condición necesaria. Lo que se impone como premisa fundamental es un relanzamiento del sistema empresarial tal que todo capital a invertir tenga claras las ventajas competitivas en cuanto a los retornos esperados y el impacto expansivo de las inversiones – vía cadenas de valores integradas y/o proyección exportadora – hacia los ámbitos intra y extra regional.

Estas consideraciones obligan a insistir en cuatro aspectos estructurales: a) que los flujos de capitales externos no-gubernamentales han de ser aprovechados descentralizadamente en inversiones productivas de sectores de la industria ligera y agroalimentaria; b) que la descentralización concierne tanto al movimiento de los flujos así como al fomento y movimiento autónomo de pequeñas y medianas empresas no-estatales; c) el marco del funcionamiento empresarial no puede ser otro que el de un único mercado interno, coherente y discrecionalmente regulado; d) que sin la convertibilidad plena de la moneda ninguna de las tres premisas anteriores será eficiente.

Cabe esperar que la discusión de este vital aspecto de las reformas estructurales necesarias conlleve a la reversión de las decisiones que, por incongruencias de la política económica, han planteado como prescindibles los beneficios de una consecuente integración en la economía cubana de capitales productivos externos no-gubernamentales.

Pero, aún cuando ambas vertientes del ahorro inversionista se consoliden conceptual y prácticamente, nada se resolverá de manera sostenible si vence la filosofía del crecimiento cuantitativo de la economía. El PIB no puede crecer con dinámicas pronunciadas de forma indefinida, baste observar que a más largo plazo es ecológicamente insostenible. En todo caso, los flujos de inversiones podrán seguir en aumento y el PIB seguir creciendo sin que ello garantice la eficiencia sistémica de la economía, es decir, la reconversión eficiente y multiplicadora de los recursos (siempre escasos). Lo que estará definiendo la sustentabilidad del desarrollo será por tanto el aprovechamiento cualitativo de los recursos productivos, materiales y humanos.

Si el creciente capital que hoy se invierte en la reposición del parque de autobuses urbanos no se resguarda y potencia con una radical reorganización y explotación de su base técnico-material y no se retoma el plan director para el sistema de transporte rápido masivo, el transporte de pasajeros permanecerá como hasta ahora en crisis cíclicas. En contraste, el abandono del uso de bicicletas y la renuncia a convertirlo en un elemento de la cultura del transporte en todo el país (infraestructura vial y parque moderno de ciclos por medio) habla sobre la escasa visión social del “planificador central”. De la misma forma que resulta contraproducente un programa de reposición del parque rodante ferroviario sin enmarcarlo (discutirlo) dentro de una estrategia de electrificación del ferrocarril central. Si tales dimensiones del problema de la sustentabilidad del desarrollo escapan a la idea de la revolución energética ello se debe a la concepción de estado centralista y economía verticalmente gestionada.

Es la misma concepción que lleva al campesino a amarrar y dejar morir de hambre en la vereda al ternero porque no le sale a cuentas criarlo para la producción de carne. El hecho (tomado como ejemplo) posee connotaciones especiales. No es indiferente en nada que se trate de ese mismo campesino que, a pesar del burocratismo dirigista del “planificador central”, la falta de recursos y la ausencia de mercados orgánicos, está produciendo el 60% de los productos agrícolas que hoy consume toda la población y que ayer, no se olviden los significados políticos, fue en su mayoría el principal aliado del ejército rebelde insurrecto y luego el valuarte principal en la limpia del Escambray. Es esa misma concepción que conlleva a que sin la decisión de la máxima dirección del Estado el sistema empresarial hace unos pocos años no fuera capaz de producir por sí solo las ordinarias juntas de goma que en su momento hacían inservibles las ollas de presión de la inmensa mayoría de los hogares cubanos. O cuando el Ministerio correspondiente no atinaba a plantear soluciones con perspectivas para el crash energético que venía sumiendo el país en la precariedad más absoluta. O cuando sólo después de que el actual Presidente del Consejo de Estado aludiera públicamente a la ineficiencia del transporte de leche – un problema pertinente en economía a las investigaciones de operaciones, pero que sólo podrían aplicar empresas funcionando en un entorno de adecuada autonomía gestionaria – los “entes políticos y administrativos” involucrados tomaran cartas en el asunto.

Las ilustraciones expuestas son reproducibles en todos y cada uno de los sectores de la economía. Contrariamente a la creencia en la facultad visionaria que el culto al personalismo le atribuye a los cuadros políticos dirigentes, máximos o intermedios, lo que se pone de relieve es justamente la precariedad de un sistema de participación social y económica atenido a la toma vertical de decisiones inapelables. En consecuencia, no puede concluirse otra cosa sobre la ineficiencia sistémica que no sea la disfuncionalidad del modo de producción y de relaciones socioeconómicas existentes.

En tales circunstancias, el agotamiento estructural del modelo socioeconómico puede ser enmascarado por el sostenido crecimiento del PIB. Para Cuba el peligro es sumamente sensible por cuanto el crecimiento se está dando sobre un nuevo patrón de acumulación. Un patrón determinado por las relaciones de cooperación de nuevo tipo con Venezuela y otros países de la región así como por la estrecha vinculación con China, un partner de importancia económica mundial y reconocidos lazos con Cuba. En dichas condiciones el crecimiento económico se convierte en un heroico castillo de naipes y el recurrente eslogan de “sustitución de importaciones” reacomoda el voluntarismo económico. El antecedente está en las relaciones de cooperación financiera e industrial con la exURSS que soportaron hasta 1990 la economía cubana. El discurso político de la dirigencia partidista exponía entonces la ineficacia del bloqueo usamericano ante la aparente solidez y la supuesta eficiencia de las relaciones económicas con el otrora bloque “socialista”. La posibilidad del cese del bloqueo económico-financiero yanqui se presenta ahora más como otro motivo para poner en entredicho la necesidad de acometer sin demoras los profundos cambios estructurales del modo de producción que como una obvia oportunidad de negocios.

Un desafío tan insoslayable como exigente sigue pendiendo sobre la realidad cubana: el despegue sustentable de la economía y su impacto en la elevación del bienestar socio-material de la población no se dará sin la transformación radical del modo de producción y de relaciones socioeconómicas actual. De ello dependerá que la brecha entre precariedad económica y expectativas de desarrollo individual y familiar deje de ser una dicotomía para convertirse en un acicate de la participación y la creación. De nada servirá llamarnos a engaño.

Roberto Cobas Avivar (RCA)

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[1] Los lectores pueden encontrar referencias para su estudio en abundantes materiales especializados o no de autores cubanos y extranjeros publicados en Cuba y en el exterior

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