Pantalla grande, pero chata

Por: Rolando Segura, desde Montreal, Canadá
Fuente: icalquinta.cl

El cine yanqui comercial se mueve en función de las ganancias, utiliza argumentos repetidos hasta la saciedad y aplasta otras valiosas expresiones culturales

ES DIFÍCIL NEGARLO. El cine, como relato fílmico, está más que nunca dividido en dos segmentos: el cine-industria y el cine de autor, entendido como la película cuyo destino está en un 100% en manos del director.

Desde que Estados Unidos lanzara su fabulosa máquina publicitaria, durante las primeras décadas del siglo XX, el cine se ha transformado en un rentable negocio, el que supera, incluso, muchas otras exportaciones norteamericanas. Es así como los excedentes comerciales de la industria del cine de Hollywood se expresan hoy en billones de dólares. Ya no se realizan películas, sino que se elaboran productos alrededor del cual girarán cientos de otros productos derivados: tazones, poleras, afiches, peluches, juguetes, series televisivas, incluso modas juveniles.

Este fenómeno se ha multiplicado peligrosamente en el resto del cine mundial, amenazando así la forma única que tiene cada cultura de retratar la vida en su cinematografía local.

¿Qué podemos entender por globalización? Es un tipo de occidentalización, o mejor dicho, de americanización de la vida. Es adoptar a como dé lugar los valores sociales, económicos, políticos y culturales del omnipotente Estados Unidos. Su rol de policía del mundo no sólo se puede apreciar en las prepotentes invasiones a otros países mediante las armas, sino también a través del “inocente” cine hollywoodense.

Por muy singular que parezca, el cine comercial estadounidense no hace más que jugar un rol adormecedor sobre los pueblos, acostumbrándolos al status quo social que imponen las archi repetidas historias de Hollywood.

Después de la Segunda Guerra, con Francia en ruinas, Estados Unidos pretendió imponer su cine, prohibiendo la proyección de cintas francesas en las pantallas galas. Esta aberración fue acompañada de una argumentación altamente peligrosa, que pretendía dejar a Estados Unidos como único productor mundial de cine, pues su fábrica bastaba para entretener a las masas, como si tal fuese el único propósito de la cinematografía.

CUENTO REPETIDO

Como la producción audiovisual norteamericana domina ampliamente la gran mayoría de los mercados locales, con la excepción de los países que le son político o ideológicamente distantes, se cree, aunque cada vez más las películas sean realizadas en otros países, que el único cine válido es el producido por Hollywood, lo que constituye literalmente un intento de asesinato de las otras culturas.

El esquema es siempre el mismo: el “mal”, o sea cualquier elemento ajeno al pensamiento o a la tranquilidad yanqui, amenaza o tienta al “bien” (al héroe norteamericano), pero este último siempre vencerá, y devolverá al “mal» al lugar que le corresponde. Esta forma de conformismo narrativo se puede observar en los decepcionantes finales felices obligados, donde el orden establecido permanece inalterado, sin que jamás nadie logre en definitiva revolver el gallinero.

Es cuestión de observar la estructura dramática de cada película hollywoodense (insisto en este punto, pues en Estados Unidos también existe, un cine independiente, creativo e interesante), el uso abusivo de la cámara lenta para poder observar detalladamente el esfuerzo, la valentía y la bravura del héroe, en un sacrificio casi divino por salvarnos del “mal”, entre otros.

Hasta aquí nada muy terrible. Lo cierto es que los norteamericanos, en su gran mayoría, acatan y defienden a muerte el sistema de vida en el que se encuentran insertos, pues ellos lo eligieron. Por lo de más, han sido educados de una determinada manera, en la que creen y la que aceptan.

OTRO CUENTO REPETIDO

El peligro está cuando el cine hollywoodense pretende imponerse por sobre las demás creaciones, argumentando que sólo las cintas yanquis responden a la demanda del público general, es decir, que únicamente ellas representan lo que la audiencia quiere ver.

En este sentido, es cada vez más difícil hacer cine fuera del gran marco comercial. Un cine donde el cineasta pueda expresar libremente un punto de vista, una idea, o simplemente narrar una historia que estime digna de ser difundida a un público que busca en una cinta, más que una distracción a la tediosa y aburrida vida cotidiana de la ciudad, un sentido o una reflexión humana.

La principal traba a la que se ven enfrentadas las diferentes culturas locales es la censura económica que se aplica a los guiones que no presentan los elementos que hacen vendible una película. Este tipo de censura, que es aplicada por quienes financian la realización de las cintas –ya sea a través de recursos privados o, peor aún, estatales-, no hace más que castrar una forma de expresión cultural que debiera ser protegida y fomentada.

Es preciso tener en cuenta que la identidad se construye a través de las artes y, en este sentido, el cine es, seguramente, la expresión artística más importante de estos tiempos. Así, la identidad cultural de cada pueblo debe ser vista y re-vista en su cinematografía local, y no puede ser abortada por la estúpida obsesión de la rentabilidad económica.

Resulta increíble ver cómo una película es catalogada como un fabuloso éxito o un total fracaso sobre la base exclusivamente de la cantidad de dinero que logró recaudar. Este traspaso del valor de la expresión artística a los libros de contabilidad es la culpable de que se censure y se castre la posibilidad de crear un cine al margen del circuito comercial.

La esencia pura de la creación se encuentra justamente en la originalidad y en la búsqueda incesante de una expresión particular y auténtica. Por desgracia, caemos en la búsqueda obligada de imitar una estructura dramática establecida, convirtiendo el cine en una constante repetición temática.

Al limitar las películas realizables, se restringe el poder creativo presente en cada sociedad. Es preciso recordar que no todos los filmes deben tener acción, mujeres y drogas.

Existen otras cosas en la vida.

Censurar esos otros puntos de vista pone en peligro la cultura local, con su forma única, pero no exclusiva, de ver la vida a través del cine.
 

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