Platón: teoría de las ideas

Por: Hernán Montecinos
Fuente. Icaquinta.cl
La teoría de las Ideas de Platón se encuentra íntimamente ligada con la teoría del conocimiento humano. Una teoría que, considerada en sí misma y en sus relaciones con la teoría del conocimiento, puede reducirse a lo siguiente:
a) La ciencia tiene por objeto lo necesario, lo inmutable, lo absoluto: las cosas pasajeras, mudables y contingentes no pueden ser objeto de la ciencia. Entonces, la ciencia no puede ser el conocimiento de las cosas singulares, visibles y materiales que percibimos con los sentidos, pues éstas varían continuamente, y están sujetas a perpetuo mudar, como enseña Heráclito.

b) El objeto, pues, de la ciencia son las Ideas, las cuales contienen y representan lo que hay de necesario, inmutable y absoluto en las cosas. Estas Ideas son independientes, anteriores y superiores al espacio, al tiempo, a los individuos y al mundo visible; contienen y representan las esencias, es decir, la verdadera realidad de las cosas. Son nociones innatas, que no traen su origen de los sentidos, ni de las abstracciones y comparaciones del entendimiento.

c) Estas Ideas son a la vez tipos, modelos y ejemplares primitivos de las cosas singulares y sensibles, las cuales vienen a ser como impresiones, imágenes, imitaciones y participaciones de las Ideas universales, inmutables, inteligibles y eternas. Las Ideas son los verdaderos seres reales; son objetos más reales que los objetos sensibles, puesto que la realidad de éstos tiene su razón suficiente y trae su origen de la realidad de las Ideas. El mundo visible y material debe considerarse como una mera imitación y figura, como una imagen imperfecta del mundo inteligible, que es el mundo de las Ideas.

d) Aunque las Ideas tienen inmutabilidad, independencia y superioridad con respecto al mundo sensible, existe entre ellas cierto orden jerárquico en relación con su universalidad. El lugar supremo entre ellas corresponde a la Idea del Bien, la cual contiene debajo de sí a todas las demás. La Idea del Bien es, además, el modelo típico, el ejemplar supremo, según el cual Dios llevó a cabo la creación, o, mejor dicho, la ordenación del mundo. En la teoría de Platón, esta Idea del Bien es el ser de los seres, la esencia superior a todas las esencias, el principio real de la verdad, de la ciencia y hasta de la inteligencia; en una palabra: es el mismo Dios, principio y razón suficiente de todas las cosas, pero superior y distinto de todas ellas.

e) ¿Pero cuál es el lugar de las Ideas platónicas? ¿En dónde existen o residen estas Ideas? He aquí uno de los puntos obscuros de esta teoría. Platón afirma que las Ideas no residen en el mundo sensible, y que no necesitan del espacio. En cambio afirma, unas veces que existen por sí mismas y en sí mismas, ora que existen en el mundo inteligible, ya que existen en la Idea absoluta y suprema del Bien.

f) En el hombre deben distinguirse dos órdenes de conocimiento, uno inferior e imperfecto, otro superior y propiamente científico. El primero abraza las sensaciones y la percepción de los objetos singulares y sensibles con sus imágenes o representaciones. Este conocimiento no alcanza ni penetra a lo que hay de inmutable y permanente, o sea a la esencia de las cosas, y por lo mismo no merece el nombre de ciencia, sino solamente el de opinión, puesto que carece de necesidad objetiva, de claridad y certeza. Sin embargo, sirve para excitar, dirigir y concentrar la razón, que es la facultad superior del alma, sobre las Ideas que preexisten en el espíritu, aunque adormecidas y en estado latente. La intuición de estas Ideas, o digamos, de su contenido, que representa la esencia y realidad verdadera, inmutable y necesaria de las cosas, es lo que constituye el segundo orden de conocimiento, el conocimiento inteligible, la ciencia. En conclusión, si consideramos esta teoría de las Ideas por parte de sus aplicaciones a la teoría del conocimiento, a la que sirve de base, principio y forma, puede resumirse en los siguientes términos: Hay dos mundos, uno eterno inteligible, inmutable e insensible; otro material, producido, mudable, visible y contingente

Es de advertir aquí que, según ya se ha observado, que el pensamiento de Platón acerca de la teoría del conocimiento, o al menos su modo de expresarse, ofrece cierta confusión y ambigüedad. Hay pasajes de sus obras en que los sentidos externos, la memoria, el sentido común, la reminiscencia y la fantasía, aparecen como otros tantos modos y facultades de conocimiento, y hay también otros en que se presentan bajo un punto de vista más o menos diferente del ya indicado a las funciones, alcance y objetos de la imaginación, de la opinión, del pensamiento o cogitatio y del intellectus o ciencia intelectual.

El discípulo de Sócrates comienza por distinguir dos órdenes o géneros de ser objeto posible del conocimiento: uno inteligible, inmutable e incorpóreo; otro sensible, corpóreo y mudable. La percepción o conocimiento del primero, considerada esa percepción en general, se llama inteligencia, y es función propia y exclusiva de la razón, así como la percepción del segundo pertenece a los sentidos, y se llama en general opinión.

En vista de todo lo cual, podemos resumir y simplificar la teoría de Platón en los siguientes términos:

a) El objeto propio general del conocimiento humano, como conocimiento científico de las cosas en sí, como conocimiento perfecto, real y posesivo de la verdad, es el mundo suprasensible de las Ideas, mundo permanente, eterno e inmutable, como lo son las esencias de las cosas contenidas, o, mejor dicho, identificadas con las Ideas.

b) El objeto propio general del conocimiento humano, como conocimiento inseguro, mudable e imperfecto, es el mundo sensible, el mundo de los cuerpos singulares, mundo contingente, variable e imperfecto, como lo son los elementos o seres de que consta.

c) Al mundo suprasensible de las Ideas como objeto cognoscible, corresponde como facultad cognoscente en el hombre la inteligencia, y al mundo sensible como objeto cognoscible corresponde a su vez la opinión como facultad cognoscente.

Para que una teoría del conocimiento humano sea completa, no basta señalar el objeto y el sujeto o las formas del mismo, sino que es necesario además señalar y explicar el origen y el proceso o generación del mismo, y principalmente el tránsito del orden sensible y contingente al orden inteligible y necesario, que representa el objeto y el terreno propio de la ciencia. Colocado en presencia de esta última fase del problema del conocimiento, Platón no halla modo de resolverlo sino apelando a la hipótesis de la preexistencia de las almas. Las cosas sensibles que constituyen el mundo visible, y que son el primer término u objeto de nuestra actividad, ni contienen la esencia de las cosas, ni menos las condiciones de inmutabilidad, certeza, evidencia y necesidad que entraña la verdad; son como imágenes lejanas y obscuras, meras sombras de las Ideas, y por lo mismo impotentes e incapaces de ponernos en posesión de aquellas y de la verdad. Pero aunque impotentes de suyo para suministrar la percepción de las Ideas y de la verdad en sí, los objetos sensibles excitan y provocan al alma a fijar su mirada en las Ideas, lo cual consigue concentrándose en sí misma y abstrayéndose o separándose del mundo externo. Y si el alma, al concentrarse en sí misma, descubre y conoce las Ideas cuya lejana y obscura sombra había vislumbrado en los objetos sensibles, es porque esas Ideas existen en el fondo del alma, bien como sepultadas en el olvido y las sombras. Todo lo cual sólo puede concebirse y explicarse, admitiendo que las almas humanas, con anterioridad a su unión con el cuerpo, existieron y formaron parte del mundo inteligible, y vivieron en comunicación directa e inmediata con las Ideas.
 

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