El pensamiento

Por: Hernán Montecinos
Fuente: Kaosenlared.net (07.04.07)

Si consideramos que la Naturaleza se nos muestra tan fecunda como inmensa, debemos pensar que en todos los puntos del espacio surge la vida. En la filosofía griega, Metrodoro de Lampsaco señala que: “Decir que hay un solo mundo en el infinito es como suponer un inmenso campo consagrado a la producción de una sola espiga”. Rubrica su reflexión diciendo: “En vez de un solo mundo hay tantos mundos como los hay insectos y átomos”… “Los veo formarse en el seno del vacío”, agregará Lucrecio,… “Esos mundos, esos orbes habitados se desarrollan como el hombre, y como el hombre mueren para que otros nazcan. Todos los días nacen y mueren mundos en el espacio infinito. Es una perpetua evolución, seguida de una constante disolución”.

Ciertamente, éstas y otras reflexiones nunca han podido hacérselas ni los perros ni los gatos, puesto que el pensar reflexivamente es un atributo exclusivamente humano. Con tal distinción, el hombre ha logrado imponerse sobre el resto de las especies y, más aún, ha logrado dominar a la misma Naturaleza. De ahí que, así como el instinto guía al animal en su conservación, nutrición, reproducción y, en general, en el cuidado de sí mismo en orden a los fines de su supervivencia, así también el pensar reflexivamente constituye el fundamento que garantiza la armonía del hombre consigo mismo y con la propia Naturaleza. Es por ello que el hombre ha logrado prevalecer sobre las demás especies, pese a que en su estado natural aparece como el ser más débil y desamparado en medio de la naturaleza.

No obstante, esta distinción, asume una vital contradicción puesto que, si bien el hombre ha logrado penetrar la infinita realidad del mundo cósmico a través del telescopio, así como la pequeñez infinitesimal que le aporta la observación al microscopio, no es menos cierto la precariez de conocimientos que ha logrado tener sobre sí mismo. En este orden, la filosofía y los aportes que entregan los instrumentos intelectivos de las ciencias sociales, han aportado a través de la historia del desarrollo de la historia humana, un papel importante para el conocimiento del hombre en sí y, aún así, este conocimiento no se encuentra del todo maduro, ni ha terminado su ciclo de búsqueda en pos de un conocimiento más acabado. Sobre este particular, no sin razón, se ha sostenido que el hombre es una criatura que deambula constantemente en busca de sí mismo y que, en todo momento de su existencia siente la necesidad de examinarse y hacer escrutinio de las condiciones de su vida. En su Apología, Sócrates nos dice que: “Una vida no examinada, no vale la pena de vivirla”. Entonces, tenemos que, la determinación esencial de todos los atributos de la existencia de la condición humana, que la hacen distinguir y prevalecer sobre el resto, es precisamente esa facultad de examinarse constantemente a sí mismo para darse una respuesta a todas las interrogantes que incesantemente surgen.

De otra parte, no existe una realidad absoluta que sea la misma para todos los seres vivientes. La realidad no se presenta única sino diversa, distinguiéndole tantos esquemas cuantos organismos haya sobre la faz de la tierra. Cada organismo posee un mundo propio, irrepetible, que obedece a una experiencia peculiar. Determinamos entonces que los fenómenos que encontramos en la vida de una determinada especie biológica, no son transferibles a otras especies. Las experiencias y, por tanto, las realidades de dos organismos diversos, son unívocas para la particularidad de cada una de ellas. No sin razón el biólogo Johannes Uexküll ha señalado que en el mundo de una mosca encontramos sólo cosas de moscas, tanto así, como en el mundo de un erizo de mar encontramos sólo cosas de erizos de mar.

No obstante esta determinación, reconoceremos finalmente algunas generalidades que le son comunes a todos los organismos vivientes. Estas surgen cuando observamos las estructuras que conforman a las distintas especies; número, cualidad y distribución de los diversos órganos que los constituyen en relación con las funciones de vida que les son más vitales. Cada organismo, desde el más inferior al más superior dentro de una escala de valores determinada por la investigación de la ciencia biológica, se halla enteramente adaptado y coordinado en función con el medio ambiente en donde se desarrolla y desenvuelve. En tal carácter, no resultará tan propio hablar de formas superiores o inferiores de vida, toda vez que la vida se nos presenta perfecta, tanto en los círculos más estrechos como en los más amplios.

Ahora bien, para diferenciar el pensamiento del hombre del de los animales se dice respecto del primero que es un Homo sapiens. Sin embargo, para Erich Fromm, esta definición no sería tan correcta, pues todo dependerá de lo que se quiere decir con sapiens. Emplear el pensamiento con la intención de hallar mejores medios para sobrevivir, esto también lo hacen los animales, por lo que en este tipo de logro sólo existiría, en el mejor de los casos, una diferencia cuantitativa. Si, en cambio, con sapiens se quiere decir conocer, en el sentido del pensamiento que trata de comprender el meollo del fenómeno, del pensamiento que penetra desde la engañosa superficie en lo realmente efectivo, del pensamiento que se propone no manipular sino captar, entonces, según Fromm, Homo sapiens sería una definición correcta del hombre a partir de su pensamiento.

La distinción entre instinto y razonamiento no ha sido siempre unánime ni aceptado como tal desde un principio. Han surgido teorías que han hecho observaciones a la misma. Así, por ejemplo, Taine, postulaba que lo que llamamos “comportamiento inteligente”, no constituye un privilegio exclusivo de la naturaleza humana. Señala que ello no es más que un juego refinado y complicado del mismo mecanismo y automatismo asociativo que encontramos en todas las reacciones animales. Para este autor, instinto e inteligencia no tiene ningún sentido como distintivo real, asociando todo ello a un mero estado de diferencia descriptiva, esto es, que tal distinción siempre va a estar sujeto a un relativismo experimental que no siempre se va a mostrar como constante. En el mismo sentido, Jhon Dewey, ha señalado en Naturaleza y conducta humana, que no es del todo científico tratar de reducir actividades originales a un número definido de instintos, ya que el resultado de este intento siempre se mostrará desastroso. No se trata de encasillar –si suponemos que los encasillados representan separaciones fijas- pues impedimos, en lugar de facilitar, nuestro trato con las cosas. Lo científico no puede quedar reducido a una comparación de listados; de actuar así, la ciencia quedaría reducida a un problema de estadística antes que a la búsqueda de fundamentos que la determinen en su especificidad. En tal caso, los teóricos diferirán únicamente en cuanto al número y en cuanto a su orden. Unos tomarán veinte instintos, otros treinta y, porque no, cien o cientos. Cualquiera que sea el número de distinciones, de hecho existen tantas reacciones específicas para condiciones estimulantes diferentes, que los resultados se nos pueden aparecer ininteligibles y hasta caóticos.
Desde el punto de vista fisiológico, el pensamiento no es otra cosa que nuestras ideas reflejadas en el órgano del cerebro. Por eso se dice que el cerebro es el órgano del pensamiento. Sin embargo, desde el punto de vista filosófico, el cerebro no es estrictamente la fuente del pensamiento, sino que es el mundo real externo lo que lo origina. El cerebro, entonces, pasa a ser el órgano receptor de esa realidad externa para reflejarla en ideas. Lo anterior significa que el pensamiento y la conciencia no son determinados por el cerebro en sí mismo, sino que la fuente de todas nuestras ideas y de todos nuestros conocimientos, se encontrará en el mundo real circundante, vale decir, en todos los procesos que se operan en él. Lo que existe objetivamente son los objetos y representaciones tal cual lo apreciamos y, sobre la base de tales objetos o de tales representaciones, que encuentran su espacio en el mundo exterior, nos formamos los conceptos de ellos. Así, los conceptos vienen a ser lo secundario. Primero, la realidad, después su reflejo, esto es, la idea de esa realidad. Por eso el pensamiento es el reflejo, la copia, la fotografía de esa realidad.

Para el paso del pensamiento instintivo al consciente han debido de acontecer una larga sucesión de hechos históricos sociales. Esto va a quedar en mayor evidencia con la materialización de otros dos hechos históricos importantes: cuando el hombre empieza a valerse del trabajo organizado y cuando aparece el lenguaje. Llegamos a concluir, entonces, que el hombre no puede encontrarse a sí mismo, ni percatarse de su individualidad, si no es a través del medio de la vida social. Al igual que el resto de las especies animadas, se somete a las leyes de la naturaleza, pero, además, a las leyes de la sociedad. Tanto en uno como en otro caso, se diferencia de las demás especies, en que tiene una influencia participativa significativa y un poder activo para prevenir y modificar las leyes de la naturaleza y, con mayor razón aún, las formas de la vida social.

Es en este decurso que el hombre se ve obligado a elegir entre diversos cursos de acción. En el animal hay una cadena ininterrumpida de acciones que se inician con un estímulo y terminan con un tipo de conducta más o menos determinado que elimina la tensión creada por el estímulo. En el hombre esa cadena se interrumpe. El estímulo existe, pero la forma de satisfacerla permanece abierta, es decir, debe elegir entre diferentes cursos de acción. En lugar de una acción instintiva predeterminada, el hombre debe valorar mentalmente diversos tipos de conductas posibles, En otras palabras, empieza a pensar razonadamente. Modifica su papel frente a la naturaleza, pasando de la adaptación pasiva a la activa. Crea, inventa instrumentos pero, al mismo tiempo, que va dominando a la naturaleza, cae en la cuenta que siendo parte de ella tiene que trascenderla.

Por ello, el pensamiento debemos considerarlo como el producto social por excelencia, tanto por las particularidades de su origen como por su forma de funcionar y por sus mismos resultados. Sólo investidos de la palabra nuestros pensamientos se hacen reales, por ello se considera el lenguaje como la expresión directa del pensamiento. Esto significa que el pensamiento no existe de otro modo que en la envoltura de la palabra. Gracias al lenguaje los pensamientos no sólo adquieren expresión, sino que también se transmiten a los demás y, con la escritura, de generación en generación.

José Ortega y Gasset en su Meditación a la Técnica, va mucho más lejos aún, cuando dice que sin la técnica no habría ser humano. Señala que el animal no-humano es, al parecer, fruto exclusivo de la bioevolución; es producto de una selección natural que lo ajusta a un medio natural cambiante. El animal no-humano superviviente es siempre el que satisface sus necesidades de mejor forma en ese entorno. Pero el ser humano superviviente no satisface las suyas adecuándose al medio natural. En verdad, podría decirse, que ni siquiera las satisface como, por ejemplo, el animal sacia su sed o el hambre. Lo que el ser humano tiende a hacer, no es tanto satisfacer sus necesidades en ese sentido, sino que obviarlas o eliminarlas. Y lo logra o, al menos, lo intenta, reformando técnicamente la naturaleza. Por eso habría que decir que el ser humano es, ante todo, producto de la tecnoevolución, esto es, no de la natura, sino de la cultura.

Llegamos al punto en que debemos considerar, como proceso intelectual, que el pensamiento consciente es inminentemente creador; surge en situaciones en que para resolver los problemas resulta indispensable adquirir nuevos conocimientos que permitan modificar las condiciones circundantes con el fin de satisfacer los nuevos requerimientos cualitativos de dicho conocimiento. A partir del pensamiento surgen nuevas ideas y, con ello, nuevos conocimientos, pero siempre cada vez más agrupados en cuerpos orgánicos de conceptos afines que dan vida a las distintas esferas en que hoy podemos reconocer al pensamiento. En efecto, han surgido a través de la historia, sucesivamente, los pensamientos mágico, religioso, filosófico, científico, social-político, utópico, etc., los cuales ha nido formando una especie de collage cuyos fragmentos han ido dibujando el contorno de un pensamiento mayor y más complejo y que en nuestros días toman su cuerpo en el pensamiento moderno y en el posmoderno.

Ahora bien, tenemos que el pensamiento humano no existe solamente como proceso puro intelectual, sino que también se halla ligado a otra serie de complejos procesos psíquicos. Así, el pensamiento más simple sólo crea ideas subjetivas quedando abierto el problema para discernir si estas ideas corresponden a la realidad misma. Este problema no se resuelve sólo con meros razonamientos y demostraciones teóricas sino, ante todo, con la práctica histórica social que es la que en último término determina y categoriza el conocimiento. Por tal, si consideramos el conocimiento como el proceso en virtud del cual la realidad se refleja y reproduce en el pensamiento, dicho proceso se encuentra condicionado por las leyes del devenir social. De este modo, el conocimiento viene a representar el conjunto de procesos tanto interiores como exteriores, es decir, procesos tanto razonados como empíricos que en una combinación compleja permiten que la razón y la experiencia se reflejen relacionados como cuerpos organizados de ideas para constituir los nuevos conocimientos.

Ahora bien, a pesar de las diferencias de opinión, bien sabemos que las decisiones del hombre no están siempre marcadas, como en los animales, por el instinto. Sus decisiones, enfrentado ante una misma situación o hecho, se van a presentar dispares. Sus decisiones sólo él las tiene que tomar. Así se hallará en cada instante frente a alternativas diversas y, en cada decisión que tome, estará sometido al riesgo del fracaso. Podemos decir que el precio que el hombre paga por poseer conciencia es su propia inseguridad. En tal condición, tiene que encontrar principios de acción que reemplacen los principios del instinto. Debe buscar un marco de referencia que le permita organizar una imagen congruente del mundo para organizar su propia existencia. De este modo, el hombre en desventaja con el animal, no sólo tiene que protegerse contra el peligro de perder la vida, sino también, contra el peligro de perder la mente, esto es, llegar al estado de la locura. Ciertamente, el hombre nacido bajo las acechanzas enloquecería de verdad si no encontrara un marco de referencia apropiado que le permitiera sentirse en el mundo como en su hogar y eludir la experiencia del desamparo y desarraigo más absoluto. Para evitar aquello habrá de servirse de su pensamiento, facultad mediadora suprema mediante la cual podrá desarrollar ideas, adquirir conciencia y el máximo de conocimientos.

Una última referencia. Si definimos al hombre como un ser racional, por su capacidad de pensar conscientemente, surge la interrogante inmediata. ¿Son razonados todos los pensamientos del hombre? Evidentemente que no. Este ha sido el mayor problema con que se ha enfrentado el hombre ante la historia de la humanidad, puesto que la racionalidad e irracionalidad se han desatado contrapuestas en una interminable pugna. Desde ésta óptica, definido nuestro tiempo contemporáneo como una época en el que avanzan progresivamente los pensamientos irracionales, debemos sacar lecciones de ello. No todo pensamiento nuevo por sí sólo es siempre lo mejor para la marcha y progreso de la especie humana; de ello la historia más reciente se encuentra bien documentada. Por ello reviste suma importancia poner de relieve, a aquellos que rebajan el valor del pensamiento “tradicional”, el convencimiento de que aún el desarrollo de la idea que aparece como más nueva o más radical, debe necesariamente guardar continuidad con el pensamiento del pasado, de que no es posible progresar si se desechan las mejores conquistas del espíritu humano.

FUENTE:

Extraído del I capítulo del ensayo “Del Pensamiento Mágico al Posmoderno”, de Hernán Montecinos
 

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