Por: Leticia Santín (*).
Fuente: La Insignia. España, marzo del 2003.(*)
Investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-México. Quiero agradecer a José Hernández de la editorial Tecnos del grupo Anaya, su invitación a participar en esta presentación del libro de Joan Antón y agradecer también por tener el honor y el gusto de compartir esta mesa con mis amigos y colegas Jesús Rodríguez Zepeda y Joan Antón Mellón en un ambiente de tertulia.
Orden, jerarquía y comunidad.
Fascismos, dictaduras y posfascismos en la Europa Contemporánea
De Joan Antón Mellón
Madrid, Tecnos, 2002.
La obra que nos reúne es producto de un arduo y sólido trabajo de investigación que Joan Antón ha llevado a cabo durante la última década, al estar observando el ascenso de movimientos sociales y de ideologías de derechas en diversos países de Europa. Particularmente, en su caso, tomando en consideración que el fenómeno de mayor trascendencia, desde la óptica politológica del sistema de partidos de los últimos 20 años en Europa, ha sido y es la reconversión de una extrema derecha y de la derecha radical en una nueva agrupación de partidos: el neopopulismo; asunto del que me ocuparé sucintamente más adelante.
Los siete capítulos de este obra congregan a destacados historiadores y politólogos que nos entregan serios estudios científicos sobre el fascismo clásico, como es el caso de Italia así como las dinámicas fascistas del Tercer Reich; reflexiones sobre esta categoría: el fascismo, todavía imprecisa para los historiadores y politólogos, contando con autores como Emilio Gentile, Roger Griffin y Enric Ucelay-Da Cal. Encontramos de igual manera un estudio sobre el franquismo de Ismael Saz, el Estado Salazarista como dictadura autoritaria y corporativa, de Josep Sánchez y, de Marco Tarchi, sobre el radicalismo de derecha y el neofascismo en la Europa de la posguerra y, por último, el estudio del propio Joan Antón sobre el neopopulismo de Europa Occidental, a través de sus parámetros doctrinales y esquemas ideológicos.
¿Qué importancia tiene en los inicios del siglo XXI contar con una obra como la que hoy se presenta? ¿Cuáles son algunas de las claves ideológicas que están ocupando un lugar hegemónico en el mundo contemporáneo? ¿En la actualidad, hacia dónde nos podemos dirigir ideológicamente, si conocemos los parámetros desde donde analizar y valorar fenómenos políticos como son los ascensos de una derecha radical o de una derecha extrema?
Para responder a estas preguntas quiero señalar, de manera especial, que esta obra trata no sólo de los idearios antidemocráticos que están arraigados en la cultura política occidental, sino también nos da un panorama claro, con base en el rigor y precisión conceptual, sobre el fascismo como ideología y la serie de partidos o subpartidos y grupos de familias que de él se han derivado, para reflexionar a profundidad sobre las conductas y las actitudes de los poderes políticos hegemónicos actuales.
Voy a compartir con ustedes algunas de las reflexiones que están presentes en este libro.
Tenemos aquí una obra muy importante, pues puede ser leída desde una óptica democrática; es decir, su importancia radica precisamente en que desde esta óptica nos permite conocer cuáles son los mecanismos sociales, culturales, ideológicos, organizativos e institucionales que enarbolan una serie de idearios antidemocráticos como son el fascismo, los neofascismos y los neopopulismos de derecha, que forman parte de la cultura política occidental.
Conocer el ideario antidemocrático de estas ideologías a partir de la apuesta democrática con la que estamos ciertos nos hemos comprometido en esta generación en México, implica conocer de manera fundamental los riesgos que enfrentamos ante una cultura política -en nuestro caso autoritaria-, y sus posibles reconversiones en nuestro país. Es importante tener presente no sólo que existen tentaciones autoritarias, sino que éstas tienen una nítida expresión en la cultura, en los idearios y de manera muy específica en los comportamientos, las conductas y las actitudes en la sociedad, a partir de los cuales pueden resurgir tanto en Europa como en América tentaciones autoritarias, dictatoriales o totalitarias.
Ante la importancia de conocer el ideario antidemocrático que esta obra nos ofrece, quiero comentar que está cruzada a lo largo de sus estudios por dos ideas fuertes. La primera, como bien lo señala Joan Antón, es que los fascismos clásicos y por tanto los fascistas europeos de aquellas primeras horas del siglo XX, representados por las clases medias que enarbolaron estas alternativas ultranacionalistas y palingéneticas, deben ser estudiados a profundidad, pues «sólo si entendemos cómo los fascismos clásicos lograron los apoyos sociales, podremos prevenir su resurgimiento, con independencia de la mutación que adopte».
Este no es un asunto menor, pues desde claves democráticas y a favor de un juego limpio, se trata de estar alertas a los cambios de mentalidades reflejados en comportamientos, actitudes y conductas de la sociedad. La idea de las derechas inmutables, o bien como lo trata el libro, de fascismos inmutables debe ser tomada con mucho cuidado pues no reside en el estricto campo de la política la comprensión de los fenómenos políticos.
De ahí que la segunda idea que cruza este libro sea igualmente relevante. Son los análisis históricos de los fenómenos políticos lo que nos permite aproximarnos a su comprensión científica, pues están estrechamente ligados a algún tipo de ideología política. Con base en esta segunda idea debo decir que la obra está elaborada con gran rigor analítico y científico.
Así, a partir del análisis de las ideas, comportamientos y conductas de las sociedades y de su tratamiento histórico, se dan parámetros para definir el fascismo clásico. Y, a partir de éste, conocer cuáles son los grupos de familias que están cercanos a él y sus rutas a través del tiempo. Una categoría tan imprecisa como el fascismo para las ciencias sociales ha seguido siendo un desafío politológico e historiográfico, «no hay un consenso historiográfico ni politológico sobre la categoría del fascismo». Por eso, uno de los desafíos de esta obra es analizar los comportamientos de la sociedad, de modo que encontramos audaces planteamientos metodológicos, como el que hace Ucelay Da-Cal.
El ejercicio se diseña a partir del análisis del binomio Estado y sociedad civil, proponiendo mejor explorar a la sociedad civil, pues es el espacio donde de manera tangible se encuentra la economía y la vida política. El autor que menciono, lo hace valorando el pasado con las ideas actuales. Es decir, los antecedentes ideológicos del fascismo musoliniano y el fenómeno análogo en Barcelona del nacionalismo radical catalán, pues ambos incubaron en focos urbanos. En su tiempo, el pensamiento antiliberal pretendió encontrar unas lógicas sociales alternativas al vocabulario liberal de ciudadanos, gobierno representativo, sufragio universal y del reconocimiento de los derechos del ciudadano en clave individualista.
Esto quiere decir, en términos muy básicos, que el ideario antidemocrático de entonces encontró en las ideas de Orden, jerarquía y comunidad, una agenda política e ideológica que desafió y contrarrestó los avances del liberalismo y la democracia del siglo XIX. El resultado lo sabemos: el nazismo alemán y el fascismo italiano irrumpieron en escena.
El fascismo surgió ante la vertebración de una sociedad civil insatisfecha, igual que en nuestro tiempo actual, pero que entonces se tradujo en un lenguaje interpretativo limitado y con comportamientos sociales que dieron rienda suelta a fenómenos xenofóbicos en las agrupaciones políticas, por una parte. También, por la otra, esta sociedad civil se planteó frente al Estado como poder político monopolista. Sociedades civiles de aquel tiempo unidas por «particularidades» en su sentido político, que se inclinaron por el interés particular, compuestas por «particularidades» en competencia, estaban incómodas con el pensamiento liberal y, por tanto, desconfiaron de los partidos. De igual modo la cultura cívica se convirtió en religión cívica. El fenómeno fue muy complejo y, sin querer hacer aquí reduccionismo, la sociedad civil en búsqueda de alternativas socialistas, sindicalistas o nacionalistas luchaban por encontrar nuevas formas organizativas de todo tipo, desde laboral hasta empresarial, desde ideológicas hasta de ocio, más allá de la matriz o monotipo liberal democrático. Pero su esquema aglutinador fue justamente la insuficiencia del esquema liberal, teniendo gran resonancia en Alemania, Austria-Hungría e Italia. La Gran Guerra, la Guerra Mundial de 1914-1917 y el triunfo bolchevique, entre otros acontecimientos políticos, actuaron como mezcladores de planteamientos ideológicos, poniendo en duda la viabilidad del modelo liberal democrático, pues parecían agotadas las nociones de un ciudadano en abstracto y de los derechos universales del hombre. Más que un hombre en genérico, existía entonces muchos animales sociales dispuestos a incorporarse a una nueva manera de entender la vida política, contrapuestos al poder público. Las sociedades civiles en lucha consigo mismas, en guerra civil, se sintieron enarbolando castas o razas y, unidas en identidades, se sintieron atraídas por sus vínculos interiores. El resultado, nos dice el autor: «este impulso por edificar lo auténticamente auténtico, en su pureza, concretó la justificación de la inventada naturaleza totalitaria de un poder entendido como nuevo, original, sin más lastre del pasado que el que se considerara necesario para mantener la anhelada esencia. La paradoja, por supuesto, fue la destrucción de la sociedad civil en nombre de su perfeccionamiento».
Esto es lo que trajo el cambio de siglo, aquel que venía de las luces a lo largo del siglo XIX y que entró al XX con múltiples efectos. Entre ellos, con «técnicas bélicas aplicadas a la sociedad civil», bajo tres premisas: publicidad, consumo y producción, y con un despliegue teatral de camisas y uniformes, asociaciones verticales de grupos demográficos diversos, que formó parte de la teatralidad fascista que dio identidad al movimiento.
Sin dejar de estar acorde con los tiempos, el ascenso del primer fascismo en el siglo pasado puso en la mesa la idea de que «la política debía ser siempre entendida como una guerra, un combate a muerte en el cual la tarea cultural era literalmente equivalente al pelotón de ataque…»
Ahora bien, uno de los problemas que nutren un mal entendimiento sobre las derechas y sus derivaciones ultras, es su demonización. De ahí que la demonización del fascismo, esa capacidad de ser terrible, se convirtiera en la Primera Guerra Mundial en un objetivo consciente.
Al respecto, como mencioné en un principio, Joan Antón, desde el análisis de los neopopulismos, plantea varias cuestiones de interés: interpretar el auge de la reconversión de una extrema derecha y de la derecha radical en una nueva agrupación de partidos llamada neopopulismo como patología de la democracia, o etiquetándola de manera apresurada de fascismo más o menos camuflado, obnubila la posibilidad de entender cuáles son las demandas sociales a las que estos partidos tratan de dar respuesta. En las últimas décadas el neopopulismo o los neopopulismos han surgido como efecto de las contradicciones del sistema, por tanto no forman parte de una patología del mismo sistema y, en consecuencia, ni hay que demonizarlos ni verlos como fascismos encubiertos.
Ideológicamente han asumido un conservadurismo radical tomando en consideración algunas claves de la democracia y de valores políticos liberales. ¡Ello constituye uno de los elementos más reveladores! Las organizaciones neopopulistas pertenecen a la amplia familia de partidos de derecha, pero constituyéndose como una familia específica y dentro del sistema de partidos.
El neopopulismo es un estilo de actuación que ha logrado su consolidación electoral y su implantación en el sistema de partidos: en Italia la Liga Norte de Bossi, en Austria el FPÖ de J. Haider y el MNR en Francia. En cuanto a su influencia se destacan tres elementos:
1. Influyen en la agenda política de partidos de centroderecha.
2. Realizan un cuestionamiento radical de los principios democráticos propios de las sociedades occidentales y principalmente de las prácticas redistributivas del Estado de Bienestar.
3. Un aspecto relevante de estos nuevos partidos es que son resultado de las crisis o las transformaciones estructurales, sociales, culturales e ideológicas de las sociedades.
De modo que encontramos ofertas radicales, que pueden ir desde los partidos verdes hasta los neopopulistas, posturas partidistas que comparativamente están enfrentadas.
El cambio estructural, esto es, la globalización y la era postindustrial, son el asiento para que las ideas políticas del neopopulismo lleguen a ser hegemónicas en algunos países. La libertad, la igualdad, la identidad y el poder son términos cuyo uso ideológico retrata bien su orientación programática.
Para ilustrar algunas de estas ideas, sólo señalo que ante la igualdad los neopopulismos se declaran radicalmente en contra del igualitarismo redistributivo propio de los Estados de Bienestar. Esto comporta concepciones en realidad anti-igualitaristas. La identidad es una preocupación clave y fundamental, pues dada la catástrofe de la influencia de derroche de las clases políticas y de las burocracias, son las virtudes tradicionales, relacionadas con un proyecto colectivo que va más allá tanto del consumismo hedonista, el afán de lucro insolidario y el exacerbado individualismo, que la solución pasa por la «regeneración moral» de las masas. Por eso se observa que, también desde reivindicaciones esencialistas como la etnia y la cultura rechaza el multiculturalismo y a los islamistas por no ser europeos o por no ser culturas afines.
Con esto concluyo. El neopopulismo es un movimiento que se coloca como super clasista ya que «sabe» regenerar moralmente a las sociedades. De ahí que la tesis fuerte del autor sea importante: conocer los lenguajes políticos de la derecha radical y la extrema derecha implica conocer el mecanismo por el cual articulan sus propuestas, este es, a partir de las demandas sociales, mismas que se convierten en sus vasos comunicantes ideológicos para organizar sus agrupaciones políticas.
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