Por Oscar Portela*
Fuente: www.margencero.com
El abordaje al tema de la lectura ofrece múltiples perspectivas. La que elijo, por convicciones personales y estrictos defectos de formación, es la específicamente filosófica.
Desde el punto de vista epistemológico, las ciencias pueden y deben responder – y, obviamente, lo hacen acertadamente – acerca de lo que constituye, o constituyó, el medio de comunicación y reflexión por excelencia del proceso civilizador y de humanización que elevó al hombre sobre la mera animalidad.
En realidad, las formas más antiguas de la escritura, que establecieron el puente hombre – mundo desde lo especular, nos remiten al instante en el que el hombre se separa vergonzosamente del mundo animal para buscar, en el largo proceso de los interdictos, el camino que lo conduciría finalmente a una forma profana de “escritura”. Pero no se trata sólo, como podríamos estar tentados de creer, de una forma sintáctica e idiomática de escritura sino del viraje abrupto en que el hombre es lanzado al “mundo” como horizonte de sentido (el mundo no es, dice Heidegger en La esencia del fundamento, sino que “mundea”, está en Lascaux) como nos lo hizo notar, entre otros, Blanchot.
Lo primero que debemos preguntarnos es ¿por qué estamos reunidos acá?, ¿existe un auténtico llamado que nos re-una en torno a un diálogo necesario, en un mundo en que el saber se torna día a día sólo información, y el sujeto de la información, pasivo receptor de ésta? El saber acá – la auténtica doxa, es decir el saber que sabemos, – ocupa en este mundo demasiado lugar.
Hablamos de la lectura, pero no sabemos a ciencia cierta qué significa leer…
¿Acaso puede disipar este enigma un trabajo filológico sobre la etimología de la lengua, y menos de la esencia del lenguaje?
Los filósofos modernos no creen en una grafía originaria, fondo y esencia de la lengua, que nos diera el sentido de un texto; ergo, nunca leemos un mismo libro, nunca vemos un mismo cuadro, ni escuchamos una misma melodía, pero desde el texto emerge un llamado que hoy tiende a ser ocluido, cerrado por la información.., y, sin embargo, desde aquéllo que se deja leer, nos llega un llamado. Leer, como la “religatio” religiosa, – desatar, abrir -, es inversamente, según Cicerón, “leegere”: reunir, juntar, poner tal vez algo en cierto orden.
¿Hemos avanzado un paso en la pregunta?, ustedes juzgarán.
Luego, al paso, y sólo al paso, hablaremos, diremos algo de la desaparición del libro, no como objeto obviamente. “Biblos”, libro, significa totalidad de sentido. La Biblia, el Libro, como espejo y sentido del mundo frente a una multiplicación del sentido del texto, a lo que Jacques Derrida llama “diseminación” en lugar de inseminación/ fragmentación de ese centro de sentido que era el libro, del mismo modo que nosotros como sujetos, entramos con el texto en diversas relaciones.
¿Hemos avanzado el segundo paso? También deben decirlo ustedes.
En tercer lugar, no sólo debemos ponernos en guardia sobre lo que Ivonne Bordelois afirmaba – el mensaje del medio oculto detrás del mensaje – sino sobre la imposición de las necesidades y modelos de lectura. (Baudrillard quiso decirnos “la guerra del Golfo no existió”, fue percibida y vivida por el televidente como si fuera un film).
En fin, tengamos en cuenta que siempre estamos leyendo porque siempre estamos interpretando, y que una gramática no es sino una astilla de las infinitas combinaciones de la escritura.
Gorodischer hablaba ayer de los sistemas que nos permiten leer la edad de una momia, y ésa es otra forma de escritura que debemos tener en cuenta siempre al relacionarnos con los medios técnicos, asumiendo que la mano que habla dirija al Mouse, y no el Mouse a la mano en la que comienza el lenguaje.
Finalmente, podríamos preguntarnos igualmente si el sistema chino de escritura, que sólo Leibnitzs se atrevió a desentrañar con profundo respeto, no constituye el antecedente de los modernos medios cibernéticos de ”comunicación”, de investigación, e incluso de los sistemas maquínicos de investigación, de lo que los griegos llamaron “Phycis” – presencia-, y los modernos, naturaleza.
Podemos ir más lejos aún y decir que un pentagrama es el antecedente matemático y físico de una forma de escritura, propia sólo de Occidente. La potencia fáustica por excelencia.
Si bien la “lectura” de las vísceras de las aves para formular profecías ha pasado, en pleno siglo XXI para la medicina no ortodoxa existen modos de lectura de síntomas en las que el cuerpo es un texto que debe ser descifrado para poder ser curado.
Esto significa que lo que llamamos lectura no se limita, de ningún modo, a lo que la tradición occidental ha interpretado como un sistema de desciframiento de dialectos, idiolectos, idiomas estructurados en formas sintácticas y gramaticales, que nos han proporcionado cierta percepción especifica del tiempo físico y fenomenológico, sino sólo una de las tantas formas de “estar en el mundo”, e inter-actuar con las distintas formas de presencia que constituyen la esencia de la temporalidad.
Es de hacer notar que en la cima del logos griego y de las formas idiomáticas, gramaticales y sintácticas aceptadas, Hegel profesó un profundo desprecio hacia lo que acabamos de llamar “escritura china”. No obstante, en medio de distintas formas de lectura iconográfica, devenidas de la revolución cibernética, esencialmente acústica y visual, que han ganado hoy la batalla de lo que durante milenios llamamos el lenguaje de la escritura gramatical, esa lengua fue una adelantada.
De cualquier modo, para un presunto sujeto, – sujeto hoy programado por las técnicas físico químicas -, el “mundo” sigue siendo un texto, hoy cuasi -virtual, que debe ser “interpretado” velozmente – cuanto más velozmente mejor (este es el desafío según Virilio), sea merced a juegos electrónicos, o a nuevas formas de gramática, impuestas por la mutación de la esencia del lenguaje, que Heidegger profetizara. En lugar de cinematógrafo, cine; en lugar de padre, “pá” y hoy, merced al Chat, tres palabras reducidas a una codificación.
Todo esto nos permite pensar que el lenguaje – la lengua – nos está rehusando pertinazmente el habla.
¿Con cuántas palabras de un solo idioma se maneja un joven hoy? Esta
es la pregunta que debemos formularnos; pues el mundo como “horizonte de sentido” se estrecha, se convierte en un túnel. (Debemos también decir que la revolución de los medios informáticos puede ser benéfica, en tanto no sean utilizados como nuevas formas de neo-colonización cultural, en las que se imponen modelos acústicos y visuales que nos conducen a la reflexología de Pavlov, en mitad de un “mundo” que ya no mundea, sino que se convierte en una pequeña pelotita al alcance de cualquier “Mouse”).
¿Cómo volver a despertar el deseo?, ¿cómo trabajar el deseo de lo
imaginario, -tanto en el sentido deleuziano como en el de Castoriadis- ¿qué es lo que constituye el núcleo de lo imaginario colectivo, es decir, la
posibilidad de una comunidad cultural?
Tarea ímproba que necesita de una nueva “paideia” política que recree
la necesidad del sentido anidado en el deseo, como motor de la creación en todos sus aspectos. Lo demás es sólo reciclaje de una época epigonal que ya no puede prometer, si consideramos la frase de Nietzsche “El hombre es el animal que puede prometer”. De ahí que de los “géneros literarios” producidos y mercadeados por la industria editorial, sea la poesía, – y la poesía de la poesía como afirmaría Badiou-, la que ha pasado definitivamente. Leer, ha sido para nosotros durante siglos poder, merced a la interpretación de un texto, hacer “mundear un mundo”, extenderlo a lo imaginario, y desde ahí interactuar con una realidad, que difiere de la ”imaginación autista y pasiva en el extremo del término.
Sin ese proyecto político que trabaje específicamente sobre la deconstrucción de las huellas de la tradición occidental, llevar a los jóvenes nuevamente a la lectura – al tiempo de la lectura -(acá debemos pedir el milagro de lo que en filosofía llamamos “dar el tiempo”, no existe el tiempo sino como don o como gracia), se hace una tarea ímproba, difícil.
Continúa, sin embargo, siendo el mayor desafío de los tiempos que corren. Si ello no se logra, la esencia del lenguaje, como los manantiales, puede secarse; en este caso, el mundo se quedaría sin mortales y los mortales sin el sentido de la historicidad y de la muerte, que son tal vez los soportes de la escritura, en tanto el mundo sigue siendo un texto (un poema, una sinfonía, un cuadro, una narración) que debe ser interpretado. Pero antes que nada, debemos tal vez hablar sobre la necesidad de aprehender y transmitir conocimientos, y eso está por ahora en manos de quienes tienen alma de maestros, en el sentido búdico de aquél que indica y abre los senderos en las abras del bosque.
*Oscar Portela, poeta y ensayista argentino. Su currículo completo en el archivo de Logogrifo.
Filed under: C1.- Literatura, libros |
Deja un comentario