Realities, talk-shows y programas del corazón: un análisis desde sus condiciones de producción

Por: Fernando Tucho
Fuente: revistapueblos.org (15/06/05)

Este artículo está dedicado a aquellos géneros que de manera común se conocen como “géneros de realidad” y que engloban programas como los reality-shows (tipo “Gran Hermano”, “La selva de los famosos” y similares) y los talk-shows (tipo “El diario de Patricia”, “A tu lado”, …), y donde también incluimos los denominados programas del corazón (desde “Crónicas Marcianas” hasta “Salsa Rosa” o “Aquí hay tomate”). Pero nuestro análisis no va a entrar en los tradicionales debates sobre la supuesta inmoralidad de sus contenidos o sus efectos perversos sobre la audiencia, sino en sus condiciones de producción [1].

Queremos realizar aquí un acercamiento desde una perspectiva mucho menos atendida pero que nos parece mucho más interesante: un análisis desde las condiciones de producción de estos programas, vía para acercarnos a los contextos generales de producción de nuestra sociedad de mercado. De ahí que huyendo de denominaciones del tipo “telebasura” prefiramos referirnos a estos programas desde esta perspectiva como “géneros del máximo beneficio al mínimo coste”. El análisis que sigue es sólo una propuesta, invitando a los lectores y lectoras a realizar sus propios análisis, individuales y colectivos, desde su experiencia particular.

Como consumidores, cuando nos disponemos a consumir un producto nos solemos plantear tres cuestiones, por este orden: ¿me gusta?, ¿cuánto cuesta?, ¿qué calidad tiene?, pero raramente nos planteamos cómo está producido. El modo de producción no es un factor relevante en nuestra decisión como consumidores, aun cuando es el elemento que en mayor medida define el resultado final de cualquier producto [2]. Parece ocurrir igual en el caso de los productos mediáticos.

Autores como Víctor Sampedro defienden que lo que define a programas como “Gran Hermano” u “Operación Triunfo” no es ni la estética de sus contenidos ni su categoría moral, sino sus mecanismos de producción (Sampedro, 2003). Así, aplicando la teoría de la macdonalización de la sociedad de Ritzer (1993/1999), entendida ésta como un proceso de racionalización que extiende los principios empresariales de los restaurantes de comida rápida a todas las actividades humanas, Sampedro rehuye de términos como telerrealidad o telebasura para referirse a este género como McTele.

Sin entrar al detalle por falta de espacio, detalle que se puede encontrar en obras como la de Mariola Cubells ¡Mírame. Tonto! Las mentiras impunes de la tele (2003), podemos realizar una breve descripción de cómo esta búsqueda de la máxima eficacia económica se impone en la producción de este tipo de programas, con las consecuencias que conlleva. Este conocimiento debiera permitirnos actuar como consumidores más responsables, sabiendo a qué modelos socioeconómicos contribuimos con nuestras elecciones.

Obtener una rentabilidad inmediata y lo mayor posible es el único objetivo de las productoras que engendran este tipo de programas. El modelo comercial de televisión, hegemónico en nuestra sociedad, es una industria capitalista como otra cualquiera, aunque trabaje con materiales más sensibles. En el modelo comercial, la ciudadanía, devenida en audiencia, es el producto que se fabrica y se vende a los anunciantes. A más audiencia, más dinero. Conseguir el programa televisivo que pueda atraer al mayor número de personas, buscando para ello un mínimo común en los contenidos con la consiguiente degradación de los mismos, se convierte en objetivo básico.

Pero no es el objetivo primordial con todo. Como bien han venido esgrimiendo los responsables de la cadena Tele 5, el objetivo no es ser líderes en audiencia sino líderes en rentabilidad. Y la rentabilidad no es sólo cuestión de obtener muchos ingresos=audiencia, sino también de tener los menores costes posibles. De ahí que, por ejemplo, el fútbol, aun siendo el espectáculo que más público congrega delante del televisor, no sea el género más rentable, ya que los costes que conlleva, sobre todo los derechos de retransmisión, son muy altos. Igual ocurre por ejemplo con la ficción o con los informativos.

El modelo comercial de televisión necesita de géneros mucho más baratos de producir, y ahí la respuesta son los realities, los talk shows, los programas del corazón, etc., espacios capaces de atraer a una audiencia amplia y variada, y cuya producción resulta muy económica. Esto explica que hayan ido ganando espacio en la parrilla hasta consolidarse en 2004 como el macro-género con mayor presencia. Si en 2001 estos espacios ocupaban de media el 10,6 por ciento del tiempo de emisión de las tres grandes cadenas nacionales -TVE1, Tele 5 y Antena 3-, en el verano de 2004 habían alcanzado el 18,5 por ciento. Si tenemos en cuenta sólo a las dos cadenas privadas, ya que para esa última fecha TVE1 había comenzado un giro en su programación con el nuevo Gobierno, el porcentaje alcanzaba de media el 23 por ciento [3]. Y en relación directa a esta alta presencia en pantalla, estos espacios son los que más puntos aportan a la audiencia media de cada cadena. Cifras que continúan en ascenso.

¿Cuáles son las claves de este tipo de producción que minimiza al máximo los costes?

Las claves de la producción

Para comenzar, como en cualquier empresa que tiene en la máxima rentabilidad su objetivo único, la primera clave es la explotación de sus trabajadores. Jornadas de trabajo interminables sometidos a condiciones deshumanizantes en aras de mantenerse en un mercado laboral salvaje donde otros cientos esperan su oportunidad, donde muchas veces se cobra por cada historia que se consigue colocar en el talk show de turno, convirtiendo al invitado en una mercancía a vender para conseguir llegar a fin de mes, y donde la supervivencia del programa se juega cada semana, sometidos a la presión permanente de jefes endurecidos a fuerza de años en esa profesión. Posiblemente estas condiciones les sean familiares, pues cada vez son más habituales en muchas empresas. Son las condiciones propias del capitalismo neoliberal.

La principal novedad frente a otras industrias es que este tipo de programas suma otra fuerza de trabajo aún más explotada. Esta nueva figura no es otra que el propio concursante o invitado de turno. El ciudadano no sólo alimenta a esta industria consumiendo estos programas desde casa, sino que además ahora se encarga de elaborarlos de manera prácticamente gratuita. El negocio es redondo. Por supuesto, hay grados dentro del mundo de los invitados. Los concursantes en espacios como “Gran Hermano” y “Operación Triunfo” obtienen cierta remuneración y la esperanza de extraer una rentabilidad futura, aunque los beneficios inmediatos que logran los empresarios son en comparación absolutamente desproporcionados. Algo similar ocurre en los programas del corazón, donde los famosos que acuden son remunerados sabiéndose partícipes de una industria que deben sustentar si quieren seguir alimentándose de ella. Pero frente a estas “explotaciones consentidas con fines lucrativos”, la mayoría de los invitados anónimos a realities y talk shows no cobran nada a cambio de su participación [4].

Con estos ingredientes se elaboran programas que son manejados por unas pocas productoras y presentados con presupuestos inflados a las cadenas de televisión, y que son aceptados por sus responsables aun a sabiendas de ello, porque los favores en televisión valen mucho y el negocio para ambas partes sigue siendo grande. Lo más sangrante es que en muchas ocasiones este dinero proviene de las arcas públicas, las cuales supuestamente deberían sufragar otros modelos de televisión.

De la racionalización a la deshumanización Como bien señala Ritzer en la obra comentada, estos sistemas racionalizados de producción, donde todo se organiza para obtener la eficacia suprema en la consecución del máximo beneficio al mínimo coste, terminan cayendo paradójicamente en la irracionalidad al negar la imperfección e imprevisibilidad de la condición humana, convirtiéndose pues en sistemas deshumanizados. Este hecho es muy claro en lo que respecta a la producción de los programas que venimos analizando.

Ya hemos mencionado cómo la necesidad de llenar de invitados programa tras programa lleva a considerar a éstos como meras mercancías, meros objetos a los que se manipula vilmente si es necesario con tal de que la maquinaria no se detenga (y el periodista no se vea en la calle). Se impone una racionalidad instrumental que produce una objetivación deshumanizante de las personas, a partir de la cual se explica el tratamiento descarnado y despreciativo dispensado en muchas ocasiones tanto hacia los invitados como hacia la audiencia. Son numerosos los testimonios que reflejan, por ejemplo, cómo mientras el programa está en antena, la presentadora se desvive por los problemas de la invitada, pero cuando llega el momento de ir a publicidad y la invitada se dirige a seguir contando su historia a quien hace un instante parecía tan interesada, ésta la evade con cierto desdén mucho más preocupada por el estado de su maquillaje.

Tampoco faltan declaraciones de profesionales que reflejan el desprecio absoluto que llegan a sentir los responsables de estos programas por su audiencia, “pobres desgraciados que consumen unos productos televisivos de nula calidad”, algo que ni ellos ni sus allegados harían jamás.

Esta mercantilización de las personas y sus experiencias muestra la deshumanización de unos sistemas de producción -y por ende en gran parte de una sociedad- que se dicen avanzados, explotando lucrativamente los miedos y las necesidades de invitados y público, miedos y necesidades que están en el origen de la participación y el consumo de estos programas, dando lugar a una suerte de canibalismo televisivo donde unos, audiencia, nos consumimos a otros, invitados. Una deshumanización reflejada en los creadores de estos programas, que hacen gala de un absoluto desprecio y falta de respeto por ese otro sector de la población que en definitiva es el que hace girar su industria, un desprecio que se justifica en gran parte precisamente porque consumen esos programas que ellos producen. El otro deja de ser un congénere para convertirse en medio de producción de nuestra riqueza. ¿Es este el modelo que queremos apoyar?

Por supuesto, la economía moderna sabe esconder muy bien los procesos de producción bajo el halo mágico del consumo. El mundo deshumanizado de la producción se recubre de un manto encantado cuando deviene mundo del consumo (Ritzer, 1999/2000). Igual que la asombrosa creatividad de la publicidad y la fascinación que producen los héroes del deporte ocultan las condiciones de explotación en que se han producido las prendas deportivas que pretenden vendernos; igual que la fascinación experimentada por el consumidor cuando puede redecorar su casa y su vida a precios aparentemente irrisorios nos nubla la razón de preguntarnos por qué es todo tan barato; de igual forma, la magia de las imágenes televisivas y el glamour de las estrellas nos impide ver la deshumanización del modelo de producción de estos programas. Si entendemos manipulación en un sentido amplio como toda aquella mediación que nos impide o dificulta acceder o crearnos una imagen lo más fiel posible de una realidad, sin duda el ocultamiento de los procesos de producción a través de toda una serie de herramientas fascinadoras puede ser considerada como la principal manipulación operada por estos programas.

Referencias:

CUBELLS, MARIOLA (2003): ¡Mírame, tonto! Las mentiras impunes de la tele. Barcelona: Ediciones Robincook. RITZER, GEORGE (1993/1999): La McDonalización de la sociedad. Un análisis de la racionalización en la vida cotidiana. Barcelona: Ariel.

RITZER; GEORGE (1999/2000): El encanto de un mundo desencantado. Revolución en los medios de consumo. Barcelona: Ariel.

SAMPEDRO, VÍCTOR (2003): “La McTele como industria de identidades lucrativas y de consumo. Análisis de Gran Hermano y Operación Triunfo”, en La pantalla de las identidades. Medios de comunicación, políticas y mercados de identidad, ed. Sampedro, Víctor: 305-336. Barcelona: Icaria.

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Fernando Tucho es profesor de Comunicación en la Universidad Rey Juan Carlos y miembro de Aire Comunicación. Este artículo ha sido publicado en el nº 16 de la edición impresa de la revista Pueblos, junio de 2005, pp. 21-23.

[1] Este artículo está extraído del texto del autor “Géneros de simulación de realidad o el negocio del canibalismo televisivo”, en Aparici, R., Díez, A. y Tucho, F. Medios y manipulación en la Sociedad de la Información, Ed. De la Torre, de próxima aparición.

[2] Tal y como vienen defendiendo los movimientos que promueven el Comercio Justo y el Consumo Responsable, incorporar el elemento de la producción en nuestras decisiones como consumidores debiera ser un objetivo básico de cualquier formación ciudadana. Tal objetivo se plantea la Educación en Comunicación en lo que respecta a los productos mediáticos.

[3] Datos extraídos del reportaje “¿Dónde está el límite, corazón?”. El País Domingo, 12/09/2004.

[4] Cabría preguntarse a continuación por qué asisten estas personas a contar su vida a estos programas si no es a cambio de dinero. La principal hipótesis estaría relacionada con el poder que ejerce el mundo televisivo sobre un amplio sector de la audiencia, un público que tiene en la pequeña pantalla el centro de su relación con la esfera pública, y también su única vía de participación en la misma. Sin duda es este un tema de calado que no puede ser aquí atendido.
 

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