Por: Hernán Montecinos
Fuente: culturalibre.cl
Debemos reconocer una gran paradoja: Marx, hombre de inteligencia superior, entre todos los hombres hasta ahora conocidos, pese a la fama y gloria que ha rodeado su nombre, sigue siendo un autor cuya obra, -al contrario de lo que pudiera creerse- ha sido poco conocida.
Y este juicio no deja de tener razón, si consideramos que de lo tanto que se ha dicho sobre su pensamiento y obra, ha quedado al descubierto que gran parte de aquellos que han pretendido conocer y comprender sus ideas, no han hecho más que malinterpretarla o dogmatizarla.
En efecto, el desconocimiento del pensamiento de Marx, se remonta desde el periodo en que éste empezó a escribir sus primeros escritos. No de otra forma se explica que, mientras estuvo en vida, la clase proletaria no hizo suya la práctica social y política contenida en su teoría. Al contrario, en dicho periodo éstos más bien asumieron su pensamiento en términos anarquistas, reformistas, o bien, meramente economicistas.
De otra parte, mientras estuvo en vida, su pensamiento fue deliberadamente silenciado por la cultura burguesa, no permitiendo la penetración de sus ideas en los círculos universitarios, ni menos, que sus resultados científicos y metodológicos fueran incorporados a los conocimientos de la época. Al develar el carácter clasista de la cultura burguesa y crear, junto con Engels, una teoría revolucionaria encaminada a transformarla, la burguesía no encontró mejor modo de oponerse a ella, que recurriendo a su silenciamiento. Y cuando dicho propósito se hizo un imposible, por la fuerza de su contenido y los mismos acontecimientos, recurrió al expediente de asumirlo, pero, cambiándole su carácter. Por ello, no resultó casual que la socialdemocracia europea, asumiera el marxismo como principio de su acción política y programática, pero bajo una connotación distinta a su verdadera naturaleza, esto es, cambiando su elemento central subversivo “transformador”, por el “reformador”. Esta es la primera gran desnaturalización que experimenta el pensamiento marxista.
De otro lado, no hay que olvidar que las acciones anarquistas desnaturalizaron también el sentido originario del marxismo. En efecto, aún cuando, conservaron su carácter revolucionario, alentaron una revolución espontaneísta pretendiendo llegar directamente al comunismo, sin mediar la etapa de transición socialista. Y si bien aspiraron a una sociedad comunista sin necesidad del Estado, plantearon su inmediata eliminación, y no su natural extinción una vez que las categorías superestructurales hicieran innecesaria su existencia, tal cual lo postulaba la teoría marxista.
Es sólo después de su muerte que su teoría logró constituirse en la ideología declarada de los partidos obreros, alcanzando su auge más pletórico durante el transcurso del período de gestación y posterior materialización de la revolución bolchevique. Podemos concluir, sin lugar a equívocos, que el breve periodo leninista de la revolución rusa ha sido el momento más feliz del marxismo, en cuanto la teoría se funde y complementa con la práctica en las condiciones políticas y sociales concretas de la sociedad rusa de entonces.
Más contemporáneamente, cosa ya sabida, el marxismo ruso también hizo lo suyo. El periodo staliniano logró imponer un marxismo de “vulgata” o, si se prefiere, un marxismo de “manual”. De este modo, la desviación o mal interpretación inferida antes al marxismo por el anarquismo y la socialdemocracia, da paso a la dogmatización convirtiéndolo en un marxismo de “escuela”, un marxismo de consignas.
En un cuadro así, más de alguien necesariamente estará preguntándose todavía, ¿cómo es que el marxismo ha podido ser tan mal utilizado por tantos millones y millones de personas con un desconocimiento tan evidente de lo que presenta su teoría originaria? Pienso que en este cuestionamiento central se encuentra todo el quid del problema.
A este respecto, ya premonitoriamente Erich Fromm adelantaba algunas ideas sobe el tema: «Una de las ironías peculiares de la historia es que no haya límites para el mal entendimiento y la deformación de las teorías, aún en una época donde hay acceso ilimitado a las fuentes; no hay un ejemplo más definitivo de este fenómeno de lo que ha sucedido con la teoría de Karl Marx en las últimas décadas. Se hacen continuas referencias a Marx y al marxismo en la prensa, los discursos políticos, los libros y los artículos escritos por los estudiosos de las ciencias sociales y filósofos respetables; no obstante, con pocas excepciones, parece que los políticos y periodistas jamás han echado siquiera una mirada a una línea escrita por Marx y que los estudiosos de las ciencias sociales se contentan con un conocimiento mínimo de Marx. Aparentemente, se sienten seguros actuando como expertos en este terreno, puesto que, nadie con prestigio y posición en el reino de la investigación social pone en cuestión sus ignorantes afirmaciones».
Y no sólo Fromm también, en nuestra América Latina, Carlos Mariátegui, alarmado por la fe de dogma que hacían intelectuales criollos por el marxismo venido desde Europa, exhortaba para que en nuestro continente éste no fuera copia y calco del proveniente de otras latitudes, sino que, expresión genuina de los hombres nacidos de nuestras propias entrañas.
Ahora bien, hay que reconocer que por ser el marxismo una esfera del conocimiento no contemplado en los planes de estudio en las escuelas y, por ende, no constitutivo de examen para nadie, su contenido se prestó, y aún se presta, para que todo el mundo piense, hable, y escriba sobre él de la mejor manera que se le antoje. No existen autoridades reconocidas que puedan cautelar que se respeten los hechos y verdades en el espíritu en que los teóricos fundacionalistas lo crearon. En un cuadro así, el marxismo fue presa fácil para que los comunistas rusos se apoderaran de su teoría, logrando convencer a una gran mayoría que su práctica y su teoría correspondían exactamente al pensamiento doctrinario de Marx y que, correlativamente ésta, tendría que aplicarse y desarrollarse en el resto de los países, haciendo abstracción de las realidades distintas y concretas de éstos.
Pero no solo los socialdemócratas, anarquistas y comunistas rusos han tenido responsabilidad sobre esto, también anticomunistas muy diversos. Ahí están, entre otros, Charles Andler, quién pronosticaba en 1897 la «disolución del marxismo». El profesor Masaryk, quién diagnosticaba en 1898 la «crisis del marxismo». Henri De Man quién, sobrepasando los límites revisionistas, convocaba a la liquidación del marxismo. El socialista Kautsky, con una clara línea de derecha en el seno de su propio partido. Entre otros tantos, llegamos a Francis Fukuyama, quién pregona no sólo el fin del comunismo, sino también el fin de las ideologías. Y aún más, dejándose llevar por su entusiasmo, añade también, el fin de la propia historia.
Aquí en nuestro país, algunos políticos e intelectuales criollos, habiendo posado de marxistas, prontamente se desbandaron para sumarse a los aires triunfalistas del discurso ideológico neoliberalista. Para justificarse, no encontraron nada más fácil que cambiar del diccionario la palabra “oportunismo” por “renovación”. Con la sutileza que le caracteriza, Mario Benedetti los ha retratado y dejado al descubierto: «Muchos escritores que se dijeron ser revolucionarios, demostraron más tarde que en realidad solo apuntaban a una revolución utópica. Tienen la ventaja de que es perfecta, pero la desventaja de que nunca se realiza, lo cual constituye para algunos pusilánimes un panorama nada decepcionante, la revolución posible, en cambio, tiene la desventaja de que es imperfecta, pero la ventaja de que es verosímil, es decir, que la historia le entrega a veces su aval.»
Tanto o más importante ha sido también la forma en que la teoría marxista ha sido expuesta o enseñada por gran parte de los “especialistas”. En efecto, expuesta y enseñada a partir de visiones particularista no han hecho más que reducirla y truncarla en su omniabarcador espíritu. Privilegiando ya sea al Marx historiador, filósofo, economista, o especialista en tal o cual ciencia, no han hecho más que limitar el pensamiento de Marx, obviando y soslayando lo que es su sentido más original: un pensamiento unitario y coherente que recogiera e interrelacionara armónicamente cada una de las compleja disciplinas y especialidades abordadas, dentro de un todo unitario y coherente. No se tuvo en ****** que el propio Marx se definió contrario a todo espíritu particularista, puesto que no fueron la filosofía ni la economía ni la historia ni la especificidad de tal o cual ciencia las que llamaron su particular atención Más que nada, debemos señalar en él, ante todo, el plan más general de una crítica activa del estado social imperante, para llegar a determinar, partiendo de dicha crítica, la existencia de un hombre extraviado y amputado en su esencia creadora.
Ahora bien, si tuvo que entrar a particularizar en una específica esfera, ello lo hizo tan sólo como un paso necesario para llegar a determinar lo que constituyó su permanente preocupación: dotar a los hombres de una herramienta teórica que, en su aplicabilidad práctica, les permitiera la transformación de la sociedad de clases por otra sin clases, como modo de recuperar su natural esencia creadora y alcanzar así mejores condiciones de existencia. Por eso, si cada particularidad estudiada por Marx no constituyó un manotazo al aire, debe entenderse que con ello sólo se orientó a satisfacer la necesidad de un requerimiento mayor: sentar las bases definitivas de una teoría emancipadora del hombre dentro del marco de un pensamiento diverso, pero necesariamente entrelazado para formar un todo homogéneo. Así, por ejemplo, como bien lo apunta Marshall Berman, pese a que Marx, sin duda, es un materialista, no está primordialmente interesado en las cosas materiales creadas por la burguesía, más bien se interesa en analizar profundamente las relaciones y los procesos que se dan en torno a la creación de los objetos. Marx –según el mismo Berman-, no se detiene mucho en las invenciones e innovaciones concretas; lo que le interesa es el proceso activo y generador a través del cual una cosa lleva a la otra.
En la misma línea, apunta Fromm, de que no hay mayor mal entendimiento aquel que atribuye a Marx asumir la creencia de que la motivación principal del hombre era su deseo de ganancia y de bienestar económico, y que la búsqueda de mayores utilidades económicas y materiales constituía el principal motivo de su vida (desviación que aún hoy se mantiene en gran parte del sindicalismo). Como complemento de esta idea existe el supuesto de que con ello Marx descuidó la importancia del individuo. De esta falsa idea proviene la creencia de un Marx antihumanista, y antiespiritualista; el ideal de una persona bien alimentada y bien vestida, pero carente de un espíritu. Por cierto una impresión falsa, nada más lejos de la realidad, por cuanto el fin último de Marx propendía a la emancipación espiritual del hombre, su liberación de todo determinismo, fundamentalmente, del determinismo económico y, la restitución a su totalidad humana.
De lo expuesto, se comprenderá el daño que se le ha hecho a la teoría marxista haciendo uso y abuso del cliché, erigiendo monumento intelectual a algunos párrafos hasta elevarlo a la categoría de dogma, como si en algún breve contenido se encontrara sintetizado la totalidad del pensamiento marxista. Y aún cuando consideremos genial algunos de sus aforismos, la condición apodíctica atribuidos a ellos son contrarios al espíritu mismo de su doctrina: la expresión de un gran libro abierto, contrario a todo espíritu determinista.
Ahora bien, la caída de la Unión Soviética no ha hecho más que confirmar este cuadro, al iniciarse de inmediato un gran desbande de aquellos intelectuales que presumieron ser marxistas. Al caer la URSS, concluyeron como correlato la muerte del marxismo. Por cierto, a todas luces una ignorancia supina. Quedaron en evidencia que sus desbandes se debió al hecho de que se quedaron sin discursos. Incapaces de pensar con cabeza propia, no pudieron analizar los acontecimientos en los elementos propios en que estos se dieron. Como la cabeza a través de la que pensaban se cayó, se cayeron sus propias cabezas. Nunca tuvieron en cuenta el espíritu crítico, dialéctico y siempre abierto del pensamiento de Marx, tal como lo puso en énfasis, Jenny Marx, su esposa, en carta dirigida a Johann Philipp Becker: “Naturalmente, Marx no posee ningún remedio específico, ninguna píldora ni pomada para curar las abiertas y sangrantes llagas de nuestra sociedad, pero entiendo que del proceso histórico natural de donde surgió la sociedad capitalista supo deducir conclusiones prácticas y métodos para aprovecharlas sin que lo intimidaran los resultados más audaces…”
Por la experiencia histórica hasta ahora conocida, podemos concluir que no existe la “revolución en general”, sino que revoluciones particulares, caracterizadas cada una de éstas, en su origen, primero, y en su posterior desarrollo, a las particularidades históricas e idiosincrásicas inherentes a cada una de las realidades en que estas se gestan y desenvuelven. Así como la insurrección de obreros y soldados en Moscú y Petrogrado fue la base para la gran Revolución Bolchevique, y la guerra de guerrillas en Sierra Maestra y El Escambray lo fueron para la Revolución Cubana, así también, la gran marcha campesina lo fue para la Revolución China. Esto quiere decir, aunque parezca redundancia, de que cada proceso revolucionario debe estarse a sus propias particularidades, todas ellas distintas unas de otras. Si Lenin hizo grandes aportes a la revolución Rusa generando leyes políticas magistrales que sirvieron a dicho proceso, ello no tendría que implicar necesariamente que tales leyes políticas, en su conjunto, tendrían que ser válidas para las realidades revolucionarías de otras naciones. Un error arrastrado por muchos años y cuyas consecuencias todavía las estamos pagando.
De lo hasta aquí dicho, comprobamos que el marxismo ha sido una teoría que pocos conocen, a pesar, de que todos se permitan hablar en su nombre. Lo más lamentable de todo, es que su mal interpretación y dogmatización haya provenido de aquellos que suponíamos eran sus seguidores. Todo hacía pensar que por su mayor conocimiento y cultura, los intelectuales eran aliados naturales de los trabajadores, y por ende, aliados también de la revolución. Sin embargo, su gran desbande han dejado al descubierto sus debilidades ideológicas, en algunos casos, y en otros, que nunca fueron marxistas de verdad asumiendo sólo poses de tales, salvo contadas excepciones (Gramsci, Ho Chi Minh, Fidel, Martí, Allende, el Che, Mariátegui y otros). Por eso es que, la gran lección que nos queda es que en todo proceso, que se precie de revolucionario, de aquí en adelante, habrá que distinguir con clara precisión cuales intelectuales o políticos serán confiables como compañeros de ruta de los trabajadores. Por cierto, no podrán serlo aquellos a los que Mariátegui se refirió en los siguientes términos:
«Repudian a la burguesía, pero no se deciden a marchar al lado del proletariado. En el fondo de sus actitudes se agitan desesperados egocentrismos. Los intelectuales querrían sustituir al marxismo, demasiado técnicos para unos, demasiado materialistas para otros, por una teoría propia. Un literato, más o menos ausente de la historia, más o menos extraño a la Revolución, se imagina suficientemente inspirado para suministrar a la masa una nueva concepción de la sociedad y la política. Como las masas, no le abren inmediatamente un crédito bastante largo, el literato se disgusta del socialismo y del proletariado, de una doctrina y una clase que apenas conoce, y a la que se acerca con todos los prejuicios de Universidad. Es absurdo mirar en ellos otra cosa que un humor reaccionario, del que no cabe esperar ningún concurso al esclarecimiento de los problemas de la inteligencia y la Revolución. De tales, solo puede esperarse el máximo uso del malabarismo intelectual para confundir y fugar de su pecado de juventud o de entusiasmo y finalmente, como excusa, aposentarse en las rollizas ubres de la libertad de la cultura.»
Ahora bien, constituye lugar común reconocer que la caída del socialismo real en 1989, constituyó un momento de perplejidad intelectual para el mundo de la izquierda, teniendo un muy fuerte eco en la comunidad académica con afinidad a sus respectivas corrientes políticas. Como sabemos, dicho momento generó una ampliación del desencanto político dentro del espacio público, trayendo como consecuencia un desperfilamiento a priori de cualquier posibilidad de proyecto, pareciendo quedar las nuevas propuestas intelectuales sin futuro. No obstante hoy se observa que las corrientes intelectuales de izquierda, en Latinoamérica, siguen refiriendo sus reflexiones a partir del pensamiento marxista, aún pese, a la existencia de una nueva realidad que intenta hacer prevalecer un pensamiento único, teniendo como telón de fondo la aplicación de un brutal neoliberalismo.
Todo este contexto exige de nosotros nuevas propuestas las que deben afirmarse en la generación de un conocimiento con interés genuinamente emancipatorio, liberados de las condiciones intelectuales opresoras que no han permitido el ejercicio libre de la reflexión que vaya a correlato con el espíritu dialéctico originario del pensamiento de Marx. Por eso, es necesario hoy que las intuiciones teóricas de Marx, presentes en sus escritos, deben resurgir –como diría Habermas- desde un proceso de “revolución recuperadora” de su propia racionalidad y ya no referido a la hermética interpretación del marxismo que siguen teniendo, en mayor o menor medida, sumida a la izquierda latinoamericana en una profunda crisis tanto epistémica, como ideológica y programática.
Epistémica, en tanto cuanto el marxismo latinoamericano negó toda posibilidad de falsibilidad a su discurso político, apelando a su incontrovertible afiliación científica, expresando así un discurso meramente instrumental.
Ideológico, porque posterior a la obra de Mariatégui, el marxismo latinoamericano transitó por el hegemonismo de la interpretación soviética, llevándolo a estatuir un dogma de partido, que llegó a dejar por fuera la complejidad cultural de nuestra región en las tareas de generación de un proyecto alternativo de sociedad.
Finalmente, programático, debido a que la administración de este cuerpo doctrinal absoluto, se constituyó de suyo en un cuerpo doctrinal muerto que difícilmente tendría un potencial analítico y propositivo de amplio espectro en la puesta en marcha de programas políticos con genuina capacidad de intermediación social. De aquí podemos colegir que uno de los primeros y fundamentales errores de la izquierda marxista tradicional latinoamericana, fue la comprensión cristalizada del vasto legado teórico de Marx, en la que la “afirmación” estuvo siempre por encima de la “argumentación”.
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