Por: Osvaldo Fernández Díaz
Valparaíso, abril de 2004
Una sorpresiva recuperación de la figura histórica del Presidente Allende, fue la primera constatación de las actividades, que en Chile se llevaron a cabo, en septiembre del año 2003, para conmemorar y recobrar una memoria que había venido siendo deliberadamente hundida en el olvido, en medio de una oscura mezcla de complicidades y traiciones.
Así de pronto, multiplicada por la infinidad de reportajes televisivos que se sucedían, emergió la verdad, y esta verdad se hizo conciencia entre los chilenos.
Hasta tal punto se había llegado en el esfuerzo por hacer opaco aquel momento histórico, que el silencio resulto ser mucho más largo que el período que duró la dictadura y terminó formando parte de aquella opresiva herencia que ésta nos dejara. Rémora que aun perdura en nuestras instituciones, en nuestro quehacer político; que falsea nuestro lenguaje e impide la transparencia en nuestros comportamientos políticos; que se perpetúa a través del modelo económico que entonces nos fuera impuesto, y que hoy sigue rigiéndonos. Impronta valórica negativa, que afecta nuestros gestos y sigue provocando los inevitables temores de un pasado que como el peso de la noche continúa solapadamente abrumándonos y afligiéndonos.
Durante esa noche de las bayonetas y los cuchillos corvos, en medio de un conjurado olvido, se instaló en Chile una pertinaz amnesia, que ha coincidido con los propósitos ideológicos del grupo dominante que representó, en su momento, la dictadura militar, y que hoy sigue presente a través de los poderes fácticos. Para la dictadura, la desfiguración de Presidente Allende pasó a ser la clave ideológica del desmantelamiento político, institucional, y cultural, que tanto la agresión interna ejecutada por los militares, como externa del gobierno de Nixon, se habían propuesto llevar a cabo. Era preciso hacer desaparecer de la superficie de la historia de Chile lo que un movimiento popular en ascenso había venido produciendo y creando. La meta era trastornar los valores de una voluntad colectiva y popular, cuyas ideas de solidaridad había ido logrando asentar como tradicionales del pueblo chileno desde el gobierno de Frei en 1964, hasta culminar con el gobierno de Salvador Allende en 1970.
Se comenzó por desvirtuar su muerte entregando versiones distintas y confusas a ese respecto. Se le enterró secretamente manteniendo oculto el lugar de su sepultura. Se desvirtuó su conducta y su vida personal. El operativo destinado a rebajarlo, llegó, en los primeros días de la dictadura al ridículo. La ideología del golpe militar quería hacer de Salvador Allende la imagen del anti-héroe y se propuso, a través de un esfuerzo tan enorme como inútil, a través de todos los medios a su alcance, borrar de la memoria de los chilenos lo que había sido la Unidad popular y su gobierno. Hubo nombres históricos y símbolos, que formaban parte de nuestro patrimonio cultural chileno, como el de Pablo Neruda o Luis Emilio Recabarren, que no sólo dejaron de mencionarse, sino que se convirtió en un peligro hacerlo. Otros fueron reemplazados, como el de Gabriela Mistral por el de Diego Portales. Otros pasaron a ser motivos permanentes de escarnio. De la Unidad popular sólo se hablaba en momentos electorales y para exhibirla como un espectro o fantasma del mal, expresión del caos y el desorden que se había querido evitar. Era para la dictadura una manera de reafirmarse. Aún hoy, en estos precisos días cuando cada vez queda más en claro que el desorden fue provocado, traído desde fuera, (1) por los Nixon y Kisinger, y apoyado desde dentro por la derecha chilena, se sigue insistiendo desde los sectores pinochetistas, en esta imagen del desorden como sinónimo del gobierno de la Unidad popular.
Pero no sólo el silencio fue impuesto. También se trataba de travestir la verdad, de adulterar los hechos. Con tal propósito se afanaron por cortar la historia en dos, invirtiendo las dos fases del proceso. Y así el crimen y el criminal pasaron a ser lo justo y la víctima el culpable. Mientras el período del gobierno popular fue convertido en un momento negativo de puro caos, el golpe de estado, cuyos sangrientos rasgos recién los estamos conociendo en toda su amplitud, y que interrumpió violentamente el proceso popular, se lo llamó y designó por el poder que se instala en ese instante como un momento de recuperación y rescate. De “liberación del comunismo”, se dijo. A este acto de inaudita saña, se le inventó el nombre de “pronunciamiento”, y al mismo tiempo se prohibió usar la palabra “golpe”. Aun hoy, las palabras “dictador”, “dictadura”, “golpe de estado”, “tortura”, tienen sus reemplazantes o son formuladas con términos eufemísticos. Así la tortura pasó a ser un “apremio ilegítimo”.
Siguiendo los preceptos de la Doctrina de la Seguridad Nacional, se inventó un enemigo interno: y el pueblo de Chile fue invadido por sus propios soldados. La cabeza de la asonada militar se adjudicó el nombre de “junta”, en afán de legitimación, asimilándose así a aquel momento de independencia, tiempo fundador de la República de Chile cuya existencia, este mismo golpe de Estado de 1973 suprimía. A la traición se la llamó patriotismo, y los militares se auto-proclamaron como los médicos que venían a sanar un sociedad enferma, repitiendo las palabras de aquél general franquista ante las puertas de Barcelona, antes de la masacre final.
La instalación de este estado de amnesia generalizado, fue dando dividendos políticos: permitió a la larga que en Chile, la derecha lograra que la imagen siniestra de los primeros días del dictador, fuera poco a poco blanqueándose, como el dinero sucio que se “lava”, y de esta manera, el dictador fantoche de anteojos oscuros de los primeros tiempos del régimen militar pasó a convertirse, para los chilenos, en la figura del « tata » o abuelo gentil, semejante a las últimas imágenes de Porfirio Díaz, ese otro dictador que provocó el inicio de la revolución mexicana. Decimos “para los chilenos”, porque en Chile fueron necesarios los años y todos los recursos de la represión, para el logro de semejante empresa. En cambio en el mundo la asimilación de Pinochet a Hitler nunca cambio. Su antipopularidad que se revigorizó con su arresto en Londres, es una prueba fehaciente de lo que estamos diciendo. Los millones gastados en una cosmética comunicacional destinada a exportar la figura del “tata” a Londres y Europa fueron vanos. Era incluso grotesco en esos días del arresto que mientras el cable hablaba del dictador aquí en Chile la Televisión y la prensa seguía tratándolo de “Señor presidente”. Bueno, esto no es nada nuevo, casi todos los dictadores latinoamericanos, se afanaron, en procura de legitimidad, porque luego de un tiempo se les llamara “Señor presidente”, como lo ha descrito magistralmente nuestra narrativa.
Por eso mismo, durante años, esta oposición entre memoria y olvido, se convirtió en un contraste inevitable, no sólo histórico sino también espacial, alcanzando una configuración geográfica, diferenciando los criterios entre un interior, el que imponía la dictadura en la vida nacional, y un exterior en donde, la solidaridad internacional y el exilio se encargaron de mantener intacta la verdad de lo que realmente pasó en aquellos mil días que duró el gobierno de Salvador Allende. Se vivió entonces una extraña situación, que fue más flagrante en el comienzo del periodo pos-dictadura. Tanto el chileno que retornaba del exilio, o el extranjero que visitaba nuestro país, que venían cargados de una memoria histórica, encontraban ante sus preguntas un muro de silencio y de olvido. El exilio había pasado a ser memoria y el interior de Chile olvido. Por eso no se entendían. Pues los pocos que sabían todo y usaban el lenguaje de la verdad, no podían hablar. De esta manera exilio e interior no hablaban el mismo lenguaje. Chile, a causa de la profunda herida que la dictadura le había infligido, se había convertido en olvido. En un obstinado olvido.
Por eso me parece que estos días de recuerdo y conmemoración, con ocasión de cumplirse los treinta años de la muerte del Presidente Allende son muy importantes, tanto para Chile como para el exilio, para que la verdad que ahora pugna de todos lados pueda volver sobre sus fueros. Por lo pronto, es ésta una posibilidad de que se sane esta fractura. Al parecer es lo que está ocurriendo. En primer lugar, porque la memoria histórica es obstinada, y la verdad ha terminado por abrirse paso atravesando la espesas capas de ocultamiento, y ha mostrado a plena luz, durante este aniversario, quien era realmente el traidor y quien el héroe. Quienes los victimarios y quienes las víctimas. Se vio, por ejemplo, en la televisión, que, mientras Allende trasmitía su últimas palabras con la serenidad de quien sabía que ingresaba en la historia, en su trágico aunque heroico fin; el dictador sugería que le podían ofrecer un avión para que el Presidente escapara, porque los aviones, decía con voz gangosa … se caen.
La diferencia era elocuente. De un lado una figura que se va elevando, del otro un ser turbio que se empequeñece cada vez más en la mentira y la felonía. Era la forma casi plástica como la verdad iba emergiendo desde las sombras del recuerdo amurallado. Porque la verdad viene siempre junto con el conocimiento, y conocer es reconocer. Es decir recorrer de nuevo a través de la memoria los trayectos de la realidad. Por eso estos actos no han de quedarse en el puro homenaje. Este ha sido un momento de verdad. Único quizás en estos treinta años. Y eso que la verdad de lo que ocurrió sólo recién empieza a conocerse.
Creo que debiéramos preguntarnos también ¿qué ha ocurrido durante este aniversario en particular que como cifra redonda no vale más que otra? Por supuesto están los esfuerzos organizativos que se han desplegado, incluso por el propio gobierno de Chile. ¿No habría que buscar, acaso, como respuesta el ansia de saber acerca de lo sucedido, por parte de las nuevas generaciones, de los hijos de la dictadura y de los hijos de la concertación que no vivieron la época? Hay una cifra es reveladora al respecto. En Chile, en el momento del golpe de estado había entre 8 a 9 millones de habitantes. Hoy somos 15 millones. Si a esto agregamos los que entonces tenían menos de siete años nos encontramos con que más de la mitad de los chilenos, no sabía nada de lo ocurrido. Creo que una respuesta cabal requiere añadir lo que la conmemoración significó en el extranjero. Pues si bien lo primero a que quería referirme en este necesario ejercicio de análisis es a la recuperación de la memoria histórica que marcó la conmemoración en Chile, a nivel mundial la figura del recuerdo fue diferente, porque la memoria no había sido ocultada ni menos se había perdido. Los acontecimientos de Londres revelaron que el recuerdo del Presidente Allende seguía intacto, no sólo entre los chilenos, lo que era natural, sino también para la solidaridad europea y mundial, lo que era ya más inusitado. Cabe entonces, una reflexión, en este sentido. Reflexión que deberá hacerse en torno a una pregunta que continúa abierta: la pregunta por la vigencia del modelo político que la Unidad popular puso en marcha. Esta pregunta interroga por la actualidad de Allende concebida como una oferta política en esencia todavía válida. Como unas de las formas que podría adoptar en América Latina el proyecto socialista.
El gobierno de Allende fue el genial borrador de un socialismo posible y chileno. El gobierno de la Unidad popular, en tanto oferta socialista tuvo de inmediato la doble dimensión nacional y mundial que sigue teniendo hasta el día de hoy. Se trataba de un socialismo distinto, alternativo al socialismo que por entonces funcionaba como paradigma mundial. Había sido una “creación heroica”, tal como la había propuesto Mariátegui; algo que nacía desde Chile, de manera indo-americana. Era la manera como Chile había traducido para su propio suelo la experiencia de la revolución cubana.
El allendismo no fue un movimiento populista. No consistió en una multitud tras un jefe carismático, provisto de un discurso demagógico, como ocurrió en América Latina durante las décadas de los años 30, 40 y 50. Varias diferencias separan radicalmente la experiencia de la Unidad Popular de aquel momento populista. Diferencias que no sólo imprimen al allendismo un claro contenido revolucionario, sino que explica, además, que haya sido la creación de una alternativa nueva de socialismo que fue emergiendo de la historia de Chile y de la historia del movimiento popular chileno, que en tanto socialismo, proyectó lo que el gobierno construía, como otra alternativa posible frente a los socialismos ya existentes. En vez de la multitud confusa de aquel entonces, que actuaba atraída por el discurso demagógico de un líder, en este caso se trataba de una amplia alianza política que había venido organizándose y reorganizando, recomponiendo con el curso del tiempo y de las diferentes coyunturas históricas, a través de las justas electorales por las que fue pasando este proceso popular. El resultado se consolida pocos años antes del triunfo de 1970 donde culmina en una alianza política pluralista, compuesta en el plano ideológico de una matriz marxista liderada por socialistas y comunistas, junto a sectores cristianos radicalizados y otros de corte más liberal. No era ni fue el gobierno de un partido único. En lo social la matriz era ciertamente obrero campesina que había sabido permeabilizar sectores medios ganándolas para una lucha. En este mismo plano y en lo que se refiere a las masas, la unidad popular ya desde mucho antes había sabido ganarse a sectores sociales nuevos y emergentes como el de pobladores, las organizaciones de mujeres y de campesinos, que hasta entonces habían sido sus flancos débiles. En la lucha por profundizar las reformas emprendidas por el gobierno democratacristiano, estos sectores habían adquirido hábitos y normas de organización que se desarrollaban paralelas y a veces en contra del bloque de poder que actuaba “por arriba”, y que al promoverlos sólo les pedía apoyo. Desde entonces esta masa que había creado distintas formas y tipos de movimientos como el de pobladores, los jóvenes y los campesinos, las mujeres había venido actuando organizadamente junto al movimiento sindical dirigida por la CUT. Todos estos movimientos sindicales, de pobladores, juveniles, fueron transformándose poco a poco, en una voluntad política que en ese entonces, y respecto del gobierno de la Unidad Popular se constituyó como su sujeto histórico.
En el plano de las reformas estructurales, el gobierno de la UP, que fue la forma estatal que asumió el allendismo, a través de una política de nacionalizaciones, reforma agraria y universitaria, planificación y establecimiento de las áreas de la economía, prolonga, consolida y supera las emprendidas y realizadas por el gobierno de Frei en 1964. Es decir desde Frei hasta Allende hubo un enorme paso en adelante en el sentido de profundización de las medidas estructurales que dejaban atrás un mero reformismo.
La participación popular que había recorrido ya un camino, desde los primeros esfuerzos de una Democracia cristiana, en procura de una base de legitimidad popular, en disputa con los movimientos tradicionales, se ve realimentada, adquiere contenidos nuevos o cuando comunistas y socialistas junto al MIR entran a disputarle el terreno. (2) Por otra parte, al sectarismo de la consigna religión versus marxismo, o de revolución en libertad se respondía con el pluralismo y la incorporación de la masa cristiana en el proceso.
Son estos sectores, tradicionales y nuevos del movimiento popular chileno; la forma de su acción vinculada a la acción de los partidos políticos que componían la Unidad Popular; la dialéctica que supieron crear en correspondencia con lo que hacía o pedía de ellos el gobierno (la batalla de la producción, por ejemplo) lo que conforma y le da sentido histórico al concepto de protagonismo. En el momento del gobierno de Allende, se había avanzado a años luz de la masa cautiva por un discurso demagógico de los años populistas. Estábamos ahora en presencia de un pueblo, al tanto de las medidas concretas que se estaban proponiendo y que las apoyaba e incluso empujaba hasta el límite de sus posibilidades, acción que llevó a ciertos excesos, que formaban parte del riesgo que la naturaleza del proceso implicaba. Se estaba generando una nueva relación entre dirigentes y dirigidos, destinada a reemplazar la oligárquica oposición entre dominantes y dominados. El conjunto de estas medidas económicas y sociales, la instalación y asentamiento de estas dialécticas, la variedad social y política e ideológica de esta masa, así como la variedad organizativa, la forma que adquiere la relación entre la sociedad civil con el Estado es lo que define el carácter revolucionario, socialista que construía y la razón de su interés mundial.
Por eso el gobierno de Salvador Allende despertó de inmediato un interés internacional. Por eso también desde su primera formulación se entró en conflicto con los intereses imperiales. En verdad fueron dos los conflictos que enfrentó el gobierno de Allende. Uno desde dentro, que provocó problemas en el interior de la alianza y que impidió hacer unívoca la acción política del Estado, que provenía de quienes veían a la Unidad popular como deformación del paradigma, lo que vino de los sectores políticos que se ubicaron más a la izquierda del proceso, y otro desde fuera, provocados por los intereses de la contrarrevolución imperialista, que veía a Chile como un peligro para su dominación en América Latina. Es decir, el proceso que iba haciendo concreto su programa de cambio social, e iba marchando hacia una sociedad más justa, amenazaba los intereses del proyecto imperial para América latina.
¿Cómo los conflictos que se generaban a partir de la nueva experiencia revolucionaria que se estaba produciendo en Chile comenzaban a leerse dentro de contexto latinoamericano y mundial? Por lo pronto, la experiencia de la UP habrá que leerla para nosotros, chilenos y latinoamericanos. Para ahora, como parte de la experiencia que debemos asimilar para un proyecto propio y actual de socialismo, dentro de los contenidos que hoy podamos imprimirle, en torno a nuestras propias posibilidades de encaminarnos hacia una nueva utopía.
En este sentido, la experiencia allendista, se junta, como bagaje político y cultural latinoamericano, a otras experiencias, tales como la revolución cubana, el movimiento sandinista, el zapatismo que culmina el movimiento indígena, la teología de la liberación, la vigencia del proyecto bolivariano, nuestra manera gramsciana de hacer política, los aportes de Martí, de Recabarren, de Mariátegui. Son todas experiencias y lecturas necesarias. Imprescindibles para la construcción de nuestro propio camino. Es cierto que en Chile se ha retrocedido; como dijimos el peso del pasado dictatorial nos arrastra hacia atrás. Hay un déficit considerable de protagonismo popular y si bien se atisba un proceso de recuperación, este es todavía muy lento. Pero, en contrapartida, se puede afirmar que estas experiencias no han perdido vigencia. Están marcando un quehacer político nuevo.
Al mismo tiempo nos preguntamos, en qué sentido se puede hablar desde esta perspectiva latinoamericana de su vigencia. O comenzando por el comienzo, ¿es la vigencia de Salvador Allende algo real? O desde más atrás aun, ¿qué es lo que lo acerca a nosotros? Preguntas tanto más apremiantes si consideramos que en un pasado reciente, incluso, hay que decirlo, posterior a la dictadura, se postuló que pensar en Allende y el allendismo era una pura manifestación de nostalgia. Que había que renovarse y el primer paso hacia la renovación era desprenderse de ese pasado que representaba el allendismo. ¿Por qué ahora no se ha dicho lo mismo? ¿Por qué no se ha repetido esta afirmación en los discursos que rodearon este treinta aniversario?
Lo que esta pregunta abre y deja abierto es lo que trae consigo el interrogarse por el sentido de esta vigencia suya. Su experiencia como una de las tantas y posibles alternativas a la globalización neoliberal, digámoslo así, usando un lenguaje reciente y para dejar la problemática en el contexto en que ahora aparece situada.
Creemos que la respuesta tiene también una dimensión más mundial que nacional. De hecho, no fue el recuerdo lo que conmocionó a los que conmemoraron en el mundo este treinta aniversario, sino la esperanza. La esperanza y la búsqueda de una respuesta. Una esperanza contenida en una multitud de experiencias, tradicionales y nuevas, como las que hemos enumerado y a las cuales se integra la de Salvador Allende. Más bien se le conmemoró por la fuerza que supo darle a un protagonismo popular chileno que hizo suyo y encarnó la utopía que fue el gobierno de la Unidad Popular. Mucho se ha repetido la frase, “el sueño que nos arrebataron”; el sueño que el golpe de estado, vino a interrumpir violentamente. Un sueño que estaba comenzando a realizarse. Hoy nos hallamos ante la necesidad de nuevos protagonismos, de nuevas utopías. Más aplastante se hace la globalización neoliberal, más vienen las ganas de soñar. De reconstruir a través de la fuerza de la utopía lo que hoy parece irreparable. Hoy se sueña en todo el mundo. Attac es un sueño, el movimiento de los movimientos otro sueño, el contra-imperio, otro sueño posible. En ese sentido Allende sigue vigente porque supo enseñar a soñar a un pueblo y despertar, gracias a ello, expectativas en todo el mundo.
La desesperanza es tan grande a veces, el dominio imperial y la uniformidad productiva tan implacable, que el anhelo de utopías se ha hecho hoy irresistible. Vivimos tras las respuestas. Volvemos a leer a Marx junto con los otros profetas. Lo leemos de nuevo porque supo entrar en las entrañas del monstruo, y como tal queda como suya la radicalidad de su crítica al capitalismo, (repitamos a Derrida). Se ensayan distintas y nuevas ofertas de socialismo, o, sin querer exigir tanto, se da por asentado de que una sociedad más justa es posible. Tan insoportable nos parece la presente. Tanto la aborrecemos. El paraíso pronosticado por Fukuyama ya no lo jubila nadie. En es esta expectativa que la invocación a Allende se ha hecho actual, nuestra, presente. Pues nos hemos quedado con preguntas que por ahora carecen de respuesta, o cuyas respuestas buscamos. Como dice el grafito argentino, las respuestas que ya sabíamos no corresponden hoy con ninguna de nuestras recientes preguntas. Por eso no proponemos leer la experiencia de Allende como un paradigma. De ninguna manera. Por lo demás se acabaron las experiencias paradigmáticas. Hay que analizar estas experiencias, como el esbozo de algo posible, y en el caso de Allende, sobre todo en lo que se refiere al protagonismo popular que allí se produjo.
Hoy, el advenimiento del Imperio, ha hecho de esta mundialización un hecho inevitable, una posibilidad, al mismo tiempo que un obstáculo para el futuro. El impacto de este advenimiento del imperio es tan abrumador que nos sentimos como dentro de una barca en alta mar y a la deriva.
El imperio, se dice, ha llegado:
«El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales. Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando –en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.» (3)
Sin embargo estábamos avisados. No debiera habernos pillado tan de sorpresa. Los fenómenos económicos, culturales y políticos que hoy vivimos, en sus rasgos esenciales y más profundos ya habían sido anticipados. Los conocíamos de sobra. Bastaba abrir las páginas de El Capital de Marx. El primer capítulo del Manifiesto adelanta sus rasgos principales del movimiento del capitalismo que parece finalmente fijarse en la forma de una reproductividad permanente que establece esta forma absolutamente móvil para siempre, colocándola como una constante, o como la esencia del MPC: «Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, un movimiento y una inseguridad constante distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones sociales estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas admitidas y veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.» (4)
Las formas actuales de las relaciones capitalistas y su globalización, nos han puesto de bruces frente al Imperio. Pero se ha avanzado más en el conocimiento del movimiento económico en su superficie que en las consecuencias que puede provocar. Más en el análisis de lo económico que en su repercusión política. Más clarividentes han resultado los que dominan que los dominados. En el sector empresarial que opera, financieramente, a nivel mundial las cosas parecieran estar más claras, ya tienen establecidos sus cánones de ganancia. Mientras que los sectores dominados, la subjetividad, no encuentra todavía la forma concreta para contrarrestar este fenómeno.
Pero en el sector dominado, mundialmente dominado, es decir la masa universal de donde tendrá que salir el nuevo sujeto histórico, por ahora, las interrogantes se acumulan: la lucha que se va a emprender debe ser ¿en el marco del Estado-nación o a nivel mundial? Si el fin político de este proceso es confrontarse con el poder imperial, como será la forma de este enfrentamiento y contra quien? (5) ¿Partido político o movimiento? Lo que estamos experimentando, no es otro que el movimiento del capitalismo que en ésta, su tercera revolución industrial, (6) se hace aún más abismal que la que la que presenta Marx en el Manifiesto y que hemos citado poco antes. Es ese un mar de fondo cuya lógica se nos escapa, pero que pone en tensión todos los esfuerzos políticos actuales, redefine el sentido y el lugar del poder, lo multiplica, al mismo tiempo que introduce la lucha política dimensiones hasta ayer ignoradas, combinaciones entre poder local, nacional y global. Poderes transversales y fácticos que obligan a pensar mejor fórmulas que en su primera simplicidad Maqiavelo, si de simplicidad puede hablarse en este caso. Las respuestas a esta situación por parte de las posiciones socialdemócratas, son tan variadas como paradójicas. Por ejemplo se compara la situación actual a una galera romana, diciendo que los esclavos que reman son los que se oponen a la globalización neoliberal, o los que la condenan o hablan de atrás alternativas. En cambio los que la aceptan tal como ella se ofrece por el momento, bajo su forma neoliberal, son los que dominan la nueva situación. Son los mismos que predican la prudencia y optan por ella antes que por la rebeldía. Para ellos, el protagonismo es una mala palabra; hay que escapar a cualquier intento de especificidad.
La dimensión mundial de la lucha no fue ajena al pensamiento de Allende. Su insistencia en darle un rol protagónico al pueblo, que animó su gobierno, queda como oferta válida más allá, incluso que los contenidos de su programa. Es en esta dinámica popular, en este saber entregarle al pueblo la soberanía con que soñó Rousseau, lo que lo mantiene válido. En su momento lo que despertó internacional interés fue la originalidad de la oferta socialista, que salía de los moldes consagrados. Eso trajo discusión entre sus partidarios y amigos, el furor y el empeño por acabar con su gobierno por parte de sus enemigos, en especial, por parte de quien más temía el ejemplo allendista, el gobierno de los EEUU.
Treinta años han pasado. Treinta años para que la verdad estalle a plena luz del día. Muchos aunque suficientes años para que los que lo negaron, desilusionados de una renovación que no fue, vuelvan a recordarlo. Durante este tiempo, su valor mundial ha ido agrandándose hasta hablar de su vigencia más allá de una mera retórica de homenaje. Treinta años, entonces, para que su pensamiento se vuelva a actualizar y la pregunta por su vigencia se renueve en torno a temas tan nuestros, y tan urgentes como lo son el protagonismo popular y la utopía de una sociedad más justa. Allí, en la experiencia de su gobierno, subyacen también aportes para encontrar un nuevo sentido del concepto de socialismo.
NOTAS
(1) Basta con leer, entre otros, el libro de Patricia Verdugo, Allende. Cómo la Casa Blanca provocó su muerte, Santiago de Chile, 2003, que no ha tenido desmentidos, y el de Peter Kornbluh, Los EEUU y el derrocamiento de Allende. Una historia desclasificada, Santiago de Chile 2003, para enderezar definitivamente lo que nos habían contado, y entender cual fue el verdadero origen del caos y el desorden.
(2) Me parece que para estudiar esto que llamamos el “protagonismo” del pueblo chileno, habría que examinar su emergencia desde la época de Luis Emilio Recabarren en las salitreras, pasando por el Frente Popular, hasta la envergadura en el gobierno de Allende. Aunque para el caso, Recabarren y el Frente popular, constituyen más bien el tronco histórico del movimiento obrero, tanto del enclave salitrero en un caso, como el obrero fabril que emergió con la industrialización de los años 30 y40. La DC entra a disputar el terreno y a crearse nuevas fuentes de apoyo popular, dirigiéndose a las mujeres, los jóvenes y los campesinos, en un esfuerzo más de promoción que de participación. Ante la aparición de estos sectores nuevos, descuidados o no previstos por el movimiento obrero tradicional, los comunistas y socialistas emprenden, junto al MIR la recuperación imprimiéndole a este movimiento un real protagonismo. Especialmente el de pobladores.
(3) Hardt, Michael y Negri, Antonio, Imperio, Traducción: Eduardo Sadier De la edición de Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 2000, Buenos Aires, Paidos, 2002
(4) Marx, K. Y Engels, F, Manifiesto del partido comunista, ed. ICAL, Semanario El siglo, p.37
(5) Independientemente que este bastión o enemigo mundial sea el Imperio difuso y vago,(tan vago como la del revolucionario del tipo de San Francisco de Asis, con que Negri cierra su libro), que está en todas partes, pero en ninguna en especial, que nos proponen Hardt y Negri, o el Imperio del gendarme norteamericano, la verdad es que nos encontramos frente a un poder de dimensión global. Lo que introduce dentro de nuestra actual concepción de la política otra dimensión, que quizás no invalida las anteriores, pero que hace más compleja la lucha contra esta nueva forma de dominación y obliga a repensar esta práctica.
(6) Hemos tomado aquí la clasificación de Pierre Rosanvallon, quien se refiere a esta III revolución industrial en Le peuple introuvable, Paris, Gallimard, 1998, p13. Hosbawn habla en cambio de una cuarta revolución.
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