De la Teletón a la Navidad

Por: Hernán Montecinos
Fuente: Kaosenlared.net (24.12.07)

El mercado y el consumismo no dan tregua ni descanso; dondequiera que estemos nos persiguen hasta el cansancio. En nuestros hogares al prender la tele, la publicidad nos atiborra con mensajes incitándonos a comprar tal o cual producto.

Cuando salimos a la calle una diversidad de ofertones están ahí al alcance de nuestras manos. Todo parece muy  fácil y simple; entrar y llevar, para eso están las tarjetas de créditos que todo lo aguantan. Los motivos no faltan, y si no los hay, se inventan: ahí están como claros ejemplos el día del padre, día de los enamorados, día de la secretaria, día del niño, y todos aquellos  días que hagan falta.  Todo parece válido para estimularnos a comprar algo, el sacrosanto mercado así lo impone y así lo manda.

Aquí en Chile aún no apagados  los ecos de  esa lata televisiva llamada Teletón,  que nos incitaba, en nombre de la solidaridad, a comprar determinada marca de yogurt o shampoo detracito, como pisándole los talones, empieza inmediatamente a aparecer una nueva oleada de publicidad incitándonos a comprar, para esta nueva ocasión el regalo tal o cual  para celebrar el nacimiento del niño-Dios; al menos esa es lo que nos dice la propaganda. Si tenemos un ser querido o alguien a quien le tenemos afecto, tenemos que regalarle algo, eso es a lo menos de lo que trata de convencernos los mensajes subliminales de la propaganda. .

A estas alturas, debo confesar que, al igual que la Teletón, las navidades me están fastidiando. Afortunadamente, de la Teletón he podido escaparme, pues en los últimos años, en la hora exacta cuando empiezan las “27 horas de amor”, apago el televisor y punto. De la Navidad no puedo decir lo mismo. Ni apagando el televisor he podido escaparme de su impronta. Imposible eludir luminosos escaparates y vitrinas del comercio en las calles. Y peor aún, imposible no toparme en cada esquina con los infaltables “viejitos pascueros”, verdaderos espectros humanos, con barbas postizas y todo, más falsos que Judas. Por si fuera poco, cuando he creído liberarme del ambiente navideño, refugiándome en casa, allí están mi nieta y nieto para recordarme con sus tiernas caritas que faltan pocos días para los regalos del viejito pascuero… ¡No!… ¡Imposible! Esta última celebración, por más que lo intento, imposible zafármela.

Y aclaro, No es que me cargue la Teletón por el puro joder. Es que estando de acuerdo con los principios que le dieron origen, no lo puedo estar con la falsía de sus representaciones y su fastidiosa y estúpida parafernalia. ¿Son verdaderamente solidarios aquellos que aparecen en la tele? Sospecho, que muchos de los rostros que allí aparecen, más que la solidaridad misma, les interesa un lavado de imagen. ¿Cuántos rostros fachos podemos distinguir entre aquellos? Eso tengámoslo presente para no olvidarlo. Por su parte, están los empresarios que entre complacientes sonrisas, en una sola noche, entregan millones y millones de pesos, no obstante mantener explotados a sus trabajadores todos los días del año. Y Don Francisco y toda la comparsa de artistas que le acompañan ¿Cuánto ganan?… Existe una seria denuncia en la revista “Que Pasa” que da cuenta que son millones de millones… ¡Y eso que están solidarizando!… Una zona oscura que nunca se ha transparentado lo suficiente.

¿Y que decir de la Navidad? ¿Quién verdaderamente se acuerda esa noche del nacimiento del niño Dios? ¿Tiene sentido celebrar dicho nacimiento cuando en lo que fue su cuna árabes y judíos siguen matándose sin compasión? ¿Tiene sentido adornar el portalito de Belén con lindas figuras de plástico, mientras el mayor criminal del Universo, ordena matar todos los días a miles de niños, mujeres, ancianos y civiles desvalidos en Iraq y Afganistán? ¿Y los miles de muertos por el Sida y el hambre en Africa y en otras partes? ¿Y la violencia en Colombia y demás lugares? ¿ Y los millones que sobreviven con trabajos marginales y precarios? ¿Y qué decir para los millones de cesantes en el mundo? ¿Qué estamos celebrando en realidad? ¿Es que acaso se puede seguir hablando de noches buenas y noches de paz cuando dos tercios de la humanidad parece desconocer el significado de tan ajada palabra?

Debo confesarlo, por años ninguna experiencia negativa aparecía asociada a mi recuerdo de la Navidad, más bien al contrario. Antaño eran recuerdos del inicio de vacaciones, de días festivos y de la recepción de regalos. Pensaba, de niño, ingenuamente, que todos mis semejantes eran poco menos que mis hermanos. Me regocijaba ver a los grandotes asaz de felices disfrutando de vapores etílicos y fastuosas comidas, muchas de ellas terminadas en bacanales. Sin embargo, ahora con mayor edad siento una sensación distinta; no puedo dejar de sentir cierta hostilidad hacia todo lo que signifique guirnaldas, villancicos y pesebres.. Para que hablar de mi incontenible deseo de poner a Papá Noel frente a un pelotón de fusilamiento. ¿Qué me estará pasando?

Contemplar el espectáculo navideño en las fauces de una gran superficie es un ejercicio inquietante, generador de una melancólica desazón al pensar si todos los que allí estamos no tenemos nada mejor que hacer en la vida. Lo peor es que, probablemente, todo el mundo piensa lo mismo, pero las circunstancias nos empujan inexorablemente a la vorágine consumista. A este último respecto, dice el refrán popular: “a río revuelto ganancia de pescador”. Mientras el mundo está confuso el mercado y el consumismo hacen su gran negocio. La gente parece no saber, o no quiere saber, que los más contentos con las navidades no son los niños, sino los comerciantes celebrando sus pingues negocios. ¿Tienen que seguir siendo los ciudadanos de a pie los que laven sus conciencias cada Nochebuena echando mano al bolsillo?

Ahora, los mercaderes que rigen en la sombra los destinos de la sociedad no han encontrado nada mejor que, como se vende más en Navidad, una buena solución es empezar a publicitar esta fiesta, no muy encima de la fecha, sino que mucho antes, así engordan las cuentas bancarias de empresas y comerciantes. A comprar, a comprar es la consigna, desde una bombilla para colgar en el arbolito hasta una bicicleta para los niños más grandes, o el perfume más caro para la esposa o la corbata y la camisa para el marido bueno y galante. No importa si durante el año se gorrean o viven en un infierno agarrándose día a día a insultos y poco menos que a puñetazos. El día de navidad hay que parar el mal vivir y dejarse de violencia. La explotación del prójimo y el egoísmo deben de olvidarse. Todos tenemos que ser ese día buenos y galantes. No por nada el consumismo y el mercado, nos han vendido la imagen de que en ese preciso día así tenemos que comportarnos. Y como ese día somos buenos y estamos felices nos creemos los Reyes Magos buscando a alguien a quien regarle algo: ahí están los niños, la familia, los amigos y los pegotes que nunca faltan.

Cada vez más me fastidia aquella sofisticada y generalizada tradición del regalo. ¿Cómo explicar que dos personas/familiares/amigos se devaneen los sesos pensando qué regalarse mutuamente, y haciéndose todo un nudo por lo que debiendo ser un simple detalle se convierta en toda una obligación? Todo sea para mayor gloria del capitalismo, más aún cuando ahora se encuentra más globalizado que antes.
Pero, la guinda de la torta, la gota que colma el vaso de la paciencia de seres voluntariamente antisociales como el que escribe esta nota, es el tener que soportar una invasión de sonrisas forzadas, saludos vacíos y deseos mutuos de paz, con palmoteos en la espalda. Exijo en estas navidades mi derecho a que no se me felicite ni se me golpee la espalda, bajo la amenaza de soltar un discurso irreverente que haría saltar de su trono hasta el mismo Papa. Denunciar, por ejemplo, que todo lo que nos dice la Biblia es una gran mentira, amén de otras falacias históricas que se han levantado en torno a esta fecha, como que Jesús no nació el día 25, ni siquiera en el mes de Diciembre. Y que nadie me podrá negar que en Belén nunca nevaba.

Por lo menos, ahora ya jubilado, me queda el consuelo de que he quedado libre de aquella simpar hipocresía navideña: tener que soportar las vomitivas comidas de empresas y oficinas, sin que se sepa muy bien a qué obedecen, a menos que sea para glorificar a los jefes y aumentar la genuflexión de los subalternos.

Bueno, parece ser que mi caso no tiene vueltas. O nado a contracorriente o me gusta mi papel de aguafiestas. ¿Qué quieren que les diga?…, cada vez más me fastidian las navidades, es la misma historia de siempre. Atiborrados de comercio, mucho consumo y olvidados por algunos días que los excesos se pagan. Por eso, si mucha gente olvida el verdadero espíritu navideño, gracias al cual existe la fiesta, como es el nacimiento de Jesucristo, quiero recordarles que después de pasadas las fiestas, tendrán que volver a la realidad, la primera de ellas es el de cómo pagar las incontables cuotas de su tarjeta de crédito… Los excesos, al final, terminan por pasar la cuenta.
 

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