Por: Hernán Montecinos
Fuente: www.cine.en.cl
Siempre he sentido un gran atractivo por aquellas películas que tienen como telón de fondo la gastronomía. Por eso a mis films predilectos “Comer, beber y amar” (Taiwan, Ang Lee), “La fiesta de Babette” (Dinamarca, Gabriel Axel), y “Como agua para chocolate” (México, Alfonso Arau), he debido agregar la película griega, recientemente exhibida, “La sal de la vida”, del director Tassos Boulmetis. Un menú fílmico con cuatro sabores diferentes proveniente de los más diversos lugares de Asia, Europa y América. Puesto en la disyuntiva de decidir cual de éstas películas sería mi preferida, debo confesar que de inmediato empiezo a titubear oscilando mi preferencia entre una y otra.
Y no podría ser de otro modo, puesto que cada una de ellas tienen lo propiamente suyo lo que hace difícil hacer una elección para preferir una de otra. Tienen de común -al margen de sus distintas tramas- la cocina y la gastronomía, elementos éstos que les confieren un particular distintivo y sello.
En efecto, los incuestionables tintes costumbristas y culturales, indisolublemente asociados a la cocina y la gastronomía, resultan todo un handicap para aquellos que gustamos del buen cine, y por cierto, también de la buena mesa. En fin, una atractiva y refrescante amalgama que van desde el cine-arte, a la cocina-gastronomía, para derivar finalmente a los placeres que nos dan los buenos sabores y olores.
Desafortunadamente, todavía el acelerado avance de la tecnología no nos permite la posibilidad de degustar estas películas, a través de sus olores y sabores antes que por la pura vista. En la película griega, “la sal de la vida”, motivo de esta nota, atrajo mi particular atención el hecho de la importancia que tiene para la gente de esa parte del mundo, las “especias” en las comidas. Pareciera ser como si en ello pusieran todos los empeños de su vida. Como se sabe, “especia” llamada también “condimento”, es el nombre dado a ciertos aromatizantes de origen vegetal, que se usan para preservar o sazonar los alimentos. Técnicamente las especias son las partes duras de ciertas plantas aromáticas como las semillas y las cortezas. También, por similitud, engloba las fragantes hojas de algunas plantas herbáceas (hierbas). Debido a sus propiedades aromatizantes es posible que alimentos insípidos o desagradables, aunque muchas veces nutritivos, pasen a ser gustosos y sabrosos sin perder sus propiedades nutritivas.
Ahora bien, mientras veía esta película empecé a experimentar un complejo de encontradas sensaciones. Así, por ejemplo, en ningún momento dejé de recordar a mi madre, cuando allá en el sur nos sentencia a nosotros, cabros chicos, que cocinar era un arte y que el mejor lugar de la casa estaba en la cocina. A su vez, una vez terminada la película no dejé de pensar que mucha razón tienen los griegos al atribuirle una importancia primordial a las especias en las comidas. Y claro… ¡Cómo no!…, porque ¿qué sería de nuestras vidas si las comidas no llevaran especias?, me preguntaba ingenuamente yo, de tanto en tanto, mientras iba avanzando la película. Por lo demás si no existiera la sal, muy distintas serían nuestras vidas. ¿Se imaginan Uds., las ensaladas sin sal?… ¿Y las comidas sin el resto de las otras especias?, ya sean éstas comino, pimienta, tomillo, nuez moscada, chiles, orégano, clavo de olor, canela, etc. Que duda cabe, seguía cavilando yo, mientras se continuaban los cuadros de la película, que es en las especias en donde se encuentran concentrados todos los sabores y olores del mundo. Sí, porque es en ese súmun de concentrados donde encontramos tanto lo salado como lo picante, así como lo agrio y lo dulce.
Ahora bien, siendo la finalidad de esta nota hacer un comentario sobre la película recientemente vista, pronto he caído en la cuenta que casi no percibí su argumento, transportado en mi imaginario a los sabores y olores que creía emanar de la misma. Incluso más, me di cuenta también que esta película más que verla con la vista, la pensé con la cabeza a través de ese ancho mundo de posibilidades reflexivas que nos proporciona la filosofía. Sí, porque siendo una de mis mayores debilidades el goce estético que me proporciona el cine, mi debilidad mayor lo constituye la filosofía. Por eso, en cada película que veo, no puedo de sustraerme a la tentación de reflexionarla filosóficamente. Con “la sal de la vida”, mi imaginario inmediatamente me transportó al filósofo Nietzsche. Sobre todo, -en su relación directa con el film- cuando afirmaba que más importante que lo abstracto, más importante que la propia filosofía era el mundo real en que vivíamos, en que todo lo cotidiano pasa a ser lo esencial en nuestras vidas, colocando con ello a la comida en un lugar de privilegio. Rubricaba su idea señalando que sin filosofía podemos seguir viviendo, pero sin comida irremediablemente nos morimos. Así de simple.
Susana Munich en un hermoso ensayo sobre Nietzsche (La verdad es mujer), señalaba que en sus textos abundan los pasajes en que se describe cariñosamente lo cotidiano. Nada pequeño escapa a su afectuosa reflexión, en que cosas consideradas secundarias, como el vestir y el comer son estudiados por él con prolija y amorosa aplicación. Su discurso respetuoso de lo cotidiano lo lleva por ejemplo, a poner de relieve en su maravilloso y último libro “Ecce Homo”, que “la mejor comida es la piamontesa”, que “es preciso conocer la propia capacidad del estómago”, que “el té sólo es conveniente en las mañanas”, que “la influencia en el metabolismo del clima es muy grande”, etc. Entonces, rubricaba el filósofo…, ¿Cómo es que hemos podido estar tan ciegos a lo que constituye el centro de nuestras vidas?. Al tenor de lo dicho, no me cabe ninguna duda que si Nietzsche viviera y hubiera visto esta película, la habría gozado enormemente.
Obligado por las circunstancias me las arreglé para, por segunda vez, ver nuevamente esta película. No podía ser que transportado entre los vapores y olores que emanaban de las comidas, no haya puesto debida atención en el argumento de la misma. Hay allí varias cosas interesantes, como la descripción de una turbulenta época en medio del conflicto turco-chipriota, en la década del 60, así como el incomparable fondo de la ciudad de Estambul, al decir de los que la conocen, una de las ciudades más hermosas del mundo, al nivel de las de Praga, Florencia o Brujas, por nombrar las más conocidas.
Destaca también la hermosa relación entre abuelo y nieto, en un diálogo que transmite toda la sabiduría del primero, contando mitos escondidos que darían cuenta de una estrecha relación entre la comida con la astronomía.
Bueno, pero hasta aquí no más llego. No pienso contar toda la película. Esa es tarea que les dejo para la casa. Vayan a verla y gócenla tanto o más como yo la gocé. No les voy a decir que ésta es una película súper, pero si les puedo asegurar que les resultará refrescante, placentera y agradable ir a verla. Y quizás una última recomendación, vayan a verla no sólo con la vista, sino que también a gozarla con los sentidos. Hagan correr sus imaginarios para saborear y degustar todas las exquisiteces culinarias que desfilan por la pantalla; disfrutar de sus olores y sabores y a reflexionarla también filosóficamente con la cabeza así como lo hacía Nietzsche. Porque, al fin y al cabo, parafraseando al filósofo … ¿Puede haber algo más importante para nuestras vidas que el comer y beber? Esa es la enseñanza que nos deja esta película. Al menos, así lo veo yo.
Con todo, cualquiera sean las distintas ópticas bajo las cuáles se la quiera ver y comentar, una muy hermosa película. Si tienen la oportunidad de verla, no se la pierdan.
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