Ratzinger: Razones de su elección

Por: Hernán Montecinos
Fuente: redcultural.cl

Todas las instituciones llevan el signo de la época en que viven. Así, por ejemplo, el papado de Juan XXIII, del Papa Pablo VI, y los 33 breves días del Papa Juan Pablo Il (1978), alcanzaron a recoger todo el legado de la oleada progresista que recorrió el mundo a partir de la década del 60.

a marcar los signos de una nueva época: una época de involución civilizatoria, que abarca todos los campos, y en la cual el neoliberalismo es sólo su súmun.

Ahora bien, en una época de gran reflujo social, de desdichas y desesperanzas para millones de personas en el mundo, la Iglesia parece estar de regocijo, pues nada puede ser tan a propósito para sus fines espirituales, que la desconsolación de los desdichados a los cuales poder transmitir su mensaje evangelizador. Mal que mal, creer en Dios sirve, de sanación y consuelo, para todos aquellos que no se quieren dar el trabajo de pensar y aprehender las intrincadas complejidades del “poder” desde donde se originan todos los males del hombre y del mundo. Por eso, para la Iglesia, la orden del día es sólo recomendarnos rezar y rezar, a la espera del gran día en que podamos acceder a la dicha, no en el mundo de acá, sino en la del otro mundo.

En este cuadro, nunca antes se había dado una lógica tan evidente para definir quien iba a ser el sucesor del Papa Juan XXIII. Todas las especulaciones que se hicieron al respecto, carecieron de la mínima comprensión para percepcionar con claridad el real momento que nos encontramos viviendo, con su oleada de sucesivos reflujos. Concomitante a ello, nada parecía más lógico, -como proceso continuador del anterior papado-, el nombre del que iría a ser el nuevo Papa, el que ya, de antemano, se encontraba inscrito en el rayado de la cancha, por las propias manos del Papa fallecido: Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI; no podía ser otro el elegido.

A partir de esta lógica, y gracias a la muerte de Wojtyla, con la complicidad de los medios de comunicación, el Vaticano se dio un gran festín publicitario en una escala pocas veces vista. Y no podía ser de otro modo, cuando la flor y nata de la reacción mundial tiene en los agentes vaticanistas sus más fieles exponentes para la imposición de sus designios imperialistas en el mundo. Ellos hacen, por así decir, el trabajo sucio: consolar a desdichados e inconformistas, respecto de un modelo que crece y crece lanzando al escaparate de la gran vitrina del mundo miles y miles de productos, que estimulan el consumo superfluo, el egoísmo individual y la gran riqueza social usufructuada por unos pocos privilegiados. Ese es el fondo, ese es el lado trágico y desdichado que ha logrado hacer prevaler en la sociedad el neoliberalismo para obtener éxito en sus ansias de poder a través de los negocios.

Marx decía que la “religión es el opio del pueblo”. Sin embargo, para comprender en toda su real dimensión este dicho, Marx no alcanzó hacer los necesarios distingos y matices. Porque si bien todas las religiones son escapismos y sirven para embaucar a las masas, distinta es la religión católica con el resto de las religiones existentes en el mundo. ¿Y por qué digo esto?. Por la sencilla razón de que existen claves que así lo ponen de manifiesto:

En efecto: ninguna religión está encabezada por un único tirano espiritual y material; ninguna religión tiene un Estado propio y es, a la vez, un poder espiritual, económico y político en todo el mundo; ninguna religión dispone de los medios financieros y monopolistas de los que dispone el Vaticano y los obispos católicos; ninguna religión ha estado tan apegada al poder dominante como los católicos ya desde la época del imperio romano; ninguna religión ha recurrido a feroces guerras exterminadoras para imponerse como el catolicismo desde la época de la Cruzadas.

 Y aunque se han adaptado muy bien al capitalismo, como ideología, el catolicismo sigue siendo feudal en su esencia. Ellos no aceptan los más elementales principios democráticos, empezando por la separación entre la religión y el Estado. De otra parte, mantienen a las monjas arrinconadas haciendo gala de ser el Estado más machista del mundo. No aceptan la diversidad sexual, ni menos el aborto, ni el divorcio, ni el control de la natalidad, ni el uso de preservativos, etc. Así, mientras el resto de los Estados del mundo, con su neoliberalismo y todo, se abren a todas las contemporaneidades, ellos se enclaustran en su feudalidad con todas sus fuerzas. Más aún, como el Vaticano, cardenales y obispos aspiran a un Estado teocrático en el que los políticos estén a su servicio. Por último, entre tantos otros hechos, no debemos olvidar que han sido curas católicos los que han bendecido los sables de Pinochet y Franco, y de todo cuanto sanguinario dictador ha existido en el mundo. En fin, cómplices, y muchas veces partícipes, de las peores causas y horrores que le ha tocado vivir a la humanidad.

Para demostrar esto basta recurrir a las fuentes de su propia doctrina. ¿Cuál es la doctrina de papas y obispos católicos?:  

* La propiedad privada ha de reputarse inviolable (Rerum Novarum, 12)

* Es imposible quitar en la sociedad civil toda desigualdad… siempre existirá aquella variedad y diferencia de clases sin las que no puede existir ni siquiera concebirse la sociedad humana (Rerum Novarum, 14 y 27)

* Es preciso emplear la fuerza y la autoridad de las leyes… Es preciso que las muchedumbres sean contenidas en su deber (Rerum Novarum, 29) 

* Pecar contra la religión es delinquir también contra el Estado (Sapientiae christianae, 11)

* Negar a considerar a Dios como fuente y origen de la potestad política, es arrancarle su más bello esplendor y quitarle su mayor fuerza (Diutorum, 24).

Así, suma y sigue, una interminable serie de Encíclicas y recomendaciones insertas en la misma línea, lo que llevó en su momento a Mario Benedetti, con la sutileza que lo caracteriza, a decir lo siguiente: «El Papa Wojtyla critica el capitalismo salvaje, pero, ¿ qué capitalismo no es salvaje? En este aspecto, la religión resulta aún menos útil que la economía y las ciencias sociales. Sólo nos propone que recemos y recemos. Pero, las oraciones ni siquiera traspasan la capa de ozono, a pesar del agujero que todos hemos contribuido a abrir. Por otra parte, Dios está muy lejos, y como al parecer, carece de antena parabólica, sus fuentes de información han de reducirse a la esterilidad de las encíclicas y, en consecuencia, debe saber muy poco de nuestros nuevos miedos»..

En conclusión, no se puede entender nada sobre la Iglesia si no es a través de las lecturas en profundidad y no las que se detengan en su pura superficie. Esto presupone, en primer lugar, precisar sus conexiones con las grandes potencias imperialistas. De este modo, bien podremos saber que en el mundo capitalista de hoy, el poder terrenal de la Iglesia católica, sus tramas y redes de influencia, no tienen límites ni fronteras y se proyectan por todas las esferas de la realidad internacional nivelada por la comunicación mediática.

Eso ha llevado a que el último cónclave nos haya traído un hartazgo de comunicaciones para re-ambientar un clima de credibilidad a la investidura del nuevo Papa. Ratzinger era el hombre predestinado, no había otro. Sobre ello no había que darle más vueltas al asunto. La parafernalia comunicacional que lo acompañó sirvió solamente como elemento de distracción a la gente. El “pan y circo” que se vivía en la antigüedad en el Coliseo romano, hoy se sigue repitiendo a pocas cuadras de sus antiguas ruinas, vale decir, en el Vaticano mismo.  

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