Por: Rolando Astarita
Fuente: Rolando Astarita.wordpress.com
DIALÉCTICA Y DINERO EN MARX (I)
En esta nota presento un texto que escribí hace ya algunos años, aunque con varias modificaciones. En alguna medida complementa las notas sobre dialéctica (1 y 2), ya que trata de mostrar cómo funcionan algunas figuras de la dialéctica en el debate sobre qué es el dinero. También aquí, dada la extensión, he dividido la nota en dos partes. La bibliografía citada va al final de la segunda parte.
Planteamiento del problema
Una de las mayores dificultades que enfrenta la economía neoclásica o keynesiana radica en la teoría del dinero. Una y otra vez los autores deben admitir esta situación. Por ejemplo, en el inicio de su libro El dinero, John Galbraith, economista keynesiano de renombre, constataba que las respuestas a la pregunta sobre “qué es exactamente el dinero… son invariablemente incoherentes” (p. 13). Decía también que los profesores de economía o materias que tienen que ver con el dinero empiezan sus explicaciones “con definiciones auténticamente sutiles… que se copian cuidadosamente, se aprenden fatigosamente de memoria y se olvidan con una sensación de alivio” (ídem). De todas maneras tranquilizaba al lector informándole que, después de todo, el dinero es lo que el lector siempre se había imaginado que era, a saber, “lo que se da o se recibe generalmente por la compra o la venta de artículos, servicios u otras cosas” (ídem). Pero reconocía a continuación que “las diferentes formas de dinero y lo que determina qué se puede comprar con él, es harina de otro costal”. Por su parte Arrow y Hahn, pilares del modelo neoclásico más elaborado sobre valor y precios, aceptan que el mismo “no puede producir una descripción formal satisfactoria del papel del dinero” y que las razones por las cuales la gente pueda querer tener dinero, o el dinero medie los intercambios, representan “problemas colosales” (Arrow y Hahn, 1977, p. 395).
No es de extrañar entonces que incluso en los tratados sobre macroeconomía o dinero el espacio dedicado a discutir qué es dinero sea muy limitado y que, casi invariablemente se remita la noción a sus funciones. Así ya Wicksell había afirmado que “la concepción del dinero está involucrada en sus funciones” (1962, p. 6); Hicks también planteó que el dinero es todo aquello que funciona como dinero (1974, p.1); y Argandoña, un teórico monetarista, resumió el consenso hoy dominante repitiendo la formulación de Hicks y agregando que “con esta definición que no define [sic] se evita el problema empírico de identificar qué es dinero…” (1981, p. 134; énfasis nuestro).
Naturalmente, con este punto de partida se hace problemático precisar cuáles son las funciones que supuestamente deberían evitar el problema de definir qué es dinero. En este respecto Milton Friedman comprueba que, según el enfoque de transacciones, es dinero todo lo que sirve como medio de cambio; en consecuencia los depósitos a plazo, por ejemplo, no serían dinero. Sin embargo, continúa Friedman, para los enfoques que hacen énfasis en los balances de cash, es dinero todo lo que sirve como reserva temporaria de valor; con lo cual los depósitos a plazo sí serían dinero (1974, p. 9). De hecho Friedman toma partido por esta última posición. Pero además, aun cuando se defina alguna función como privilegiada, existen dificultades para decidir qué entra en la noción así definida. Así, por ejemplo, según Fabozzi, Modigliani y Ferri (1996), el dinero es en lo esencial medio de cambio, por lo cual M1 (billetes en manos del público y los depósitos transaccionales) es dinero. En cambio M2, que toma en cuenta (en Estados Unidos) el dinero colocado en depósitos a plazo y fondos del mercado monetario, no es dinero en “sentido pleno”, sino “casi dinero”. Pero… ¿qué es “casi dinero”? ¿Y qué es entonces “dinero pleno”? Fabozzi y compañía no aclaran la cuestión. Hicks, a su vez, considera que el dinero comprende sólo los billetes y los créditos bancarios que se crean para las transacciones; de manera que los depósitos a plazo que no se utilizan con fines transaccionales no constituyen, en su opinión, dinero. También Blanchard y Enrri (2000) sostienen que los depósitos a plazo, las participaciones en el mercado de dinero y los depósitos en el mercado de dinero “no son dinero” (p. 609; énfasis en el original) ya que no pueden utilizarse con fines transaccionales, o solo pueden hacerlo con importantes limitaciones. Lo cual no les impide, en la página siguiente, afirmar que los depósitos a plazo y las participaciones y depósitos en el mercado de dinero son “dinero en sentido amplio”. Y para contribuir a la confusión general admiten que en Argentina los plazos fijos están incluidos entre los agregados monetarios más relevantes utilizados por el Banco Central. Dornbusch, Fisher y Startz (1998), a su vez, explican que la masa monetaria incluye, además de los billetes y depósitos a la vista, las cuentas de depósito en el mercado monetario, las participaciones en fondos mutuos en el mercado monetario, los bonos de ahorro, los títulos del Tesoro a corto plazo y otros activos líquidos, pero sólo en la medida en que estas formas dinerarias funcionan como medios de intercambio o de pago. Sin embargo resulta extremadamente difícil, por no decir imposible, precisar cuándo una cuenta de depósito o un certificado de ahorro actúan como medio intercambio, y cuándo no lo hace.
En definitiva, ¿el dinero está constituido sólo por los billetes y los depósitos transaccionales? ¿O también por los depósitos a plazo? Además, si los depósitos transaccionales son dinero, ¿debe incluirse el sobregiro? (que es crédito bancario) Y la tarjeta de crédito, ¿en qué sentido es dinero? ¿Es reserva de valor? Si el dinero es sólo aquello que sirve de medio de circulación, ¿cómo deben considerarse los activos financieros líquidos, que circunstancialmente actúan como medios de circulación, pero normalmente no lo hacen? ¿Son dinero? Nótese que si la respuesta es afirmativa, “se cae” media biblioteca de teoría ortodoxa que ha establecido una diferencia tajante -los inversores arbitran sin ambigüedad- entre dinero y los activos que rinden interés. Por otra parte, si el dinero también es “medida de valor”, ¿son medida de valor la tarjeta de crédito y de débito? ¿Es medida de valor el sobregiro bancario? Si la respuesta es negativa, ¿son sin embargo dinero, dado que sirven como medios de circulación? Y si se considera que son medidas de valor, ¿de qué manera pueden hacerlo? Además, a medida que crece la complejidad de los mercados y de los activos financieros, surgen más y más preguntas. Así, por ejemplo, cuando en Argentina se emitió el patacón, la cuestión volvió a plantearse. ¿Era dinero? ¿En qué sentido?
Además, si no se puede precisar qué integra el dinero, ¿cómo se mide la “masa monetaria”? La cuestión es importante porque los autores “académicamente consagrados” adhieren a la teoría cuantitativa, que sostiene que el aumento de la masa monetaria se traslada, a corto o mediano plazo, a los precios. ¿Cómo puede establecerse una relación de causalidad desde “masa de dinero” a precios, si no se puede precisar qué integra la “masa monetaria”? Es que sin concepto de qué es dinero no hay forma de medir. Y sin medición no se puede establecer una relación cuantitativa. Pero, paradójicamente esto le sucede a un enfoque para el cual lo cuantitativo “es todo”, y constituye la base de la teoría monetaria moderna. Lo que sigue tiene como punto de referencia esta cuestión que se le plantea a la economía burguesa, y su propósito es discutir el método implicado en el enfoque económico corriente, para contraponerlo con el enfoque, basado en la dialéctica hegeliana, de Marx sobre el dinero. Trataremos de demostrar que el método dialéctico permite superar las aporías en que cae el análisis académico usual.
El problema del concepto
Abordemos ahora algunas cuestiones sobre el método dialéctico -siguiendo a Hegel- que nos permitirán progresar en la comprensión del problema. Tal vez lo primero a aclarar es que, según el método dialéctico, el concepto sobre algo no se encierra en una definición, ni es un axioma del que se parte, sino más bien un punto de llegada. Ésta es una idea que se opone a la que domina usualmente. Según el procedimiento más usual, asociado a la lógica formal, el concepto se forma por abstracción de diferencias o por agregación -extrínseca, dirá Hegel- de alguna característica. Por esta segunda vía voy a especies cada vez más particulares, y con más determinaciones; por la primera obtengo conceptos cada vez más universales, pero también más vacíos de determinaciones (“ser vivo” es más universal, pero también más vacío de determinaciones que vertebrados, etc.).
De manera que si decimos “el dinero es X”, esa “X” sería la propiedad o nota distintiva a partir de la cual tendríamos la noción de qué es dinero. Así, si X es “lo que sirve para el cambio”, todo lo que sirve para el cambio es dinero; si X es medio de reserva, todo lo que sirve como medio de reserva es dinero. Si decimos que X comprende la función de “ser medio de cambio o reserva de valor” tendríamos un universal (algo así como una “caja más grande”) con menos especificidades. Si decimos que para que algo sea dinero necesariamente debe ser “medio de cambio y reserva de valor”, la caja se hace más chica. Observemos que en este camino de adquirir el concepto parece que todo el peso del contenido (esto es, el peso de definir qué es el concepto) está puesto en la particularidad que hemos elegido. Es que esta particularidad es la que limita qué debe considerarse y qué no debe considerarse dentro del concepto, y por eso mismo le da a éste el contenido. Por este motivo, Hegel dice que en la forma del juicio (“A es B”), es el predicado el que define el concepto de qué es el sujeto. En nuestro caso, parece que el contenido de qué es el dinero está soportado por la X, la particularidad. Es ésta la que nos determina entonces qué es dinero. Por eso podemos decir que en este caso lo particular “tiene la universalidad en sí mismo como su esencia” (Hegel, 1968, p. 538). Pero si todo el contenido está puesto en la particularidad, nos encontramos con que el concepto –en nuestro caso, el dinero, el sujeto- es pura forma. “La universalidad se convierte así en forma porque la diferencia [o sea, lo particular] está como lo esencial…” (ídem).
Crítica de Hegel
Pues bien, Hegel dice que esto que hemos logrado no es el verdadero universal, sino es un universal abstracto, vacío. Es un universal que se adquiere por medio de la abstracción, de separar y poner diferencias (determinaciones). Por lo general, cuando se razona, se quiere avanzar mediante conceptos que se van determinando de la manera que hemos indicado, esto es, diciendo “A es X” (“el dinero es medio de cambio”, etc.). Pero se trata de vinculaciones no justificadas, a las cuales no se llega como resultas de un proceso.
Pero hay más. Hegel explica (sigo Ciencia de la Lógica) que, naturalmente, el predicado nos está diciendo cuál es el significado del sujeto (en el ejemplo anterior, el significado del dinero es ser medio de cambio, etc.), esto es, el predicado da significado al sujeto, le da identidad. Por esto, Hegel dice que el sujeto “está determinado solo en su predicado”, y en él representa el universal. Pero, por otra parte, el predicado no tiene un subsistir independiente, sino tiene un subsistir en el sujeto (el medio de cambio, o la reserva de valor existe a través de este particular, el dinero). Y con esto se distingue el predicado del sujeto, al mismo tiempo que cada uno condiciona al otro. Se ve entonces que el universal solo existe a través de particulares y singulares, pero que éstos a su vez tienen su esencia y sustancia en lo universal. De manera que, siempre según Hegel, no puede haber un universal carente de determinaciones (de los particulares y singulares); y los singulares y particulares no existen sin el universal. De conjunto, constituyen la realidad. Por esto también, el predicado (ejemplo, “dinero es valor de cambio”) es sólo una determinación aislada del sujeto, sólo una de sus propiedades. Pero, según Hegel, el sujeto “es lo concreto, la totalidad de múltiples determinaciones”. Por ejemplo, existe una cierta determinación -X, medio de cambio- que se toma como contenido de A, el dinero. Pero este concepto que parece determinado, con contenido, en realidad es vacío “porque no contiene la totalidad, sino solamente una determinación unilateral” (ídem, p. 539). Si digo que el dinero es medio de cambio, sólo tomo una determinación unilateral de qué es dinero. Por eso en el concepto de dinero que se maneja usualmente sólo se ve la simplicidad abstracta. El dinero aparece como un objeto simple. Pero tales definiciones con las que se piensa que el concepto se presenta como algo simple, no son el verdadero concepto, sino una mera representación (para “bajarlo a tierra”, es lo que se imagina que es dinero el lector de Galbraith, y el propio Galbraith). A lo sumo estas definiciones son sólo “la declaración de un concepto” (ídem, p. 521), constituyen la representación superficial de lo que es el concepto, porque se han derivado lógicamente a partir de atribuirle especificidades más o menos arbitrarias, desde fuera.
La cuestión se ve con mayor claridad cuando Hegel discute la figura del silogismo. Lo explicamos con un ejemplo. Supongamos que decimos “el dólar es emitido por la Reserva Federal. La Reserva es el banco central, estatal . Luego, el dólar es una creación estatal” (aquí el dólar es el singular, la Reserva es el particular y “creación estatal” el universal). Según las reglas de la lógica formal, aquí lo que importa es si hay consecuencia, si el término medio vincula a los extremos. Pero en la lógica dialéctica, esto no es suficiente para el concepto; por ejemplo, el hecho de que dólar sea emitido por la Reserva Federal puede no ser su propiedad más sustantiva. Hegel dice que éste es el silogismo de la percepción, que nos puede dar características secundarias, accesorias, del fenómeno.
Otra vía para llegar al concepto, más elevada que la anterior, es la inducción. Por ejemplo, constatamos que el dólar es emitido por la Reserva Federal, pero que también el yen, la libra, el peso, etc., son emitidos por bancos centrales estatales. Luego extraemos una conclusión, “el dinero es producto de la emisión estatal”. Aquí el singlar actúa como término medio, es la totalidad que une, explica Hegel; lo cual supone que, de alguna manera, la observación está completa. Pero dado que se trata de singularidades, sabemos que nunca estará completa. ¿Qué sucede, por ejemplo, cuando encontramos dinero que no es creación estatal? Por eso Hegel dice que el concepto obtenido por esta vía es todavía una operación del entendimiento que abstrae. El verdadero concepto surgirá cuando lleguemos a lo que se llama el silogismo de necesidad. Pero antes de pasar a esto, y para ayudar a la comprensión de esta crítica de Hegel, lo explicamos todavía de la siguiente manera.
Por lo general se cree que el concepto debe poder enumerarse a través de alguna nota que permita distinguir un objeto de otro. Por ejemplo, en el caso del dinero, la nota “distintiva” puede ser “medio de cambio”, y esta nota debería distinguir de manera clara el dinero de lo que no es dinero. Con esto deberíamos poder clasificar. Por eso se piensa que el concepto tiene que ser tal “que puedan designarse sus notas” (ídem, p. 542), aunque esa nota, o cualidad que se ha aislado, si tiene algo de correcto, no es otra cosa que el contenido simple del concepto, lo que lo distingue a primera vista del conjunto, pero no nos da una comprensión real del mismo. Sin embargo, lo más grave es que en general ni siquiera es esto, ya que esa nota puede ser “una circunstancia muy accidental” (ídem). El mismo peligro se corre cuando queremos llegar al concepto por la observación de los rasgos comunes. La mayoría de las veces esa nota o cualidad no expresa lo que es esencial, inmanente y esencial en la determinación. De nuevo, insistimos en que esto sucede porque esta nota no se ha derivado, sino se ha agregado con un razonamiento externo; no a partir de una lógica inmanente de la cosa que se estudia. No es casual por lo tanto que suceda lo que dice Galbraith cuando se define de esta manera: que al poco tiempo la definición se pierde de vista, se la deja de lado por inútil. Aunque la ausencia del concepto siga afectando la teoría y planteando dificultades crecientes. Observemos que en el extremo, cuando se termina diciendo “el dinero es aquello que funciona como dinero”, se ha caído en la identidad abstracta del tipo “A es A”; como decía Hegel, una verdad que no lleva a ningún lado, a pesar de la importancia que algunos le han dado en la historia de la filosofía.
El concepto en Hegel
El concepto del concepto en Hegel es muy distinto a éste que hemos reseñado. Hegel da un giro radical a todo el asunto, porque sostiene que las diferencias que se añaden a lo que se quiere definir están agregadas de manera extrínseca, por medio del pensamiento que él llama “reflexivo”, o “entendimiento”. El entendimiento para Hegel es el poder de la separación, de la clasificación, el que toma las determinaciones como rígidas. “Es sólo el entendimiento abstracto y corriente el que toma absolutamente, cada una de por sí, las determinaciones…” (Hegel, 1999, § 70). Pues bien, el entendimiento cree tener algo firme a partir de las distinciones (las clasificaciones del dinero, la distinción tajante), pero “de esta manera el entendimiento se crea [el mismo] la dificultad insuperable de unirlas”. Es que ¿cómo se unen la determinación “medio de cambio” y “reserva de valor”? ¿Y qué hacemos con la otra función, menos citada, de “medida de valores”? Además, ¿cómo se vincula la determinación que define al dinero con otras que definen otros conceptos, como valor o mercancía? ¿Qué relación existen entre estos límites? Cuando se quieren responder estas cuestiones saltan los problemas.
¿Cuál es el giro entonces que introduce Hegel? Pues sostener que las diferencias no están fuera del sujeto, del concepto, sino dentro de éste. Que por lo tanto no deben agregarse de manera externa, sino deben derivarse de él mismo. Según Hegel, el contenido y la determinación del concepto (en qué consiste el dinero, cuál es su esencia, etc.) sólo pueden provenir de una deducción inmanente, relacionada con el sistema en que la cosa está inmersa, con su historia y evolución. Esto se debe a que el concepto viene a ser la ley que rige su evolución y despliegue (en nuestro ejemplo, la evolución y despliegue del dinero). “El concepto es lo que es inmanente a las cosas mismas; aquello por lo cual son lo que son” (Enciclopedia, 166). Por eso, agrega, no es nuestro obrar subjetivo el que hace atribuir al objeto tal o cual predicado. De esta manera se llegará a lo que Hegel llama el silogismo de necesidad. No es necesario coincidir con todo lo que plantea Hegel aquí para rescatar el grano de verdad que contiene su planteo. La idea principal es que ahora ya no se tratará de una universalidad obtenida por abstracción y comparación, sino de un universal obtenido a partir del estudio de la ley interna de la cosa que estudiamos. Por ejemplo, si el análisis teórico nos muestra que es necesario que el valor se corporice y exprese en un singular, el dinero, esto tendrá como consecuencia que, necesariamente, la esencia del dinero comporta la condición de que encarne valor (con independencia de que sea una creación estatal, por ejemplo). Lo cual no significará dejar de lado el factor “emisión estatal”; pero esta propiedad aparecerá mediada por el universal (“dinero, encarnación de valor”). A su vez, este universal existirá a través de particulares y singulares (determinados regímenes monetarios, determinadas monedas, etc.). Por eso ahora las propiedades del dinero (medio de cambio, creación estatal, etc.) no estarán ordenadas según una propiedad cualquiera, sino por la que es esencial. De esta manera se tiene que el concepto (el sujeto), a diferencia de lo que se piensa comúnmente, no es vacío, sino muy rico, está lleno de determinaciones. Dicho de otra manera, el concepto es una totalidad concreta; no es un universal abstracto. Precisemos todavía un poco más esta cuestión señalando que éste es un cambio radical con respecto al concepto de concepto de Kant. Es que en Kant las formas del pensamiento son “cajas vacías”, herramientas que el sujeto aplica desde afuera a un contenido empírico que permanece por fuera de él. Es la creencia de que tenemos conceptos en nuestra mente (como el concepto de dinero), que se han logrado a partir de la abstracción de rasgos comunes a muchos objetos; y que el concepto de alguna manera luego encaja en la cosa que estudiamos, y que ésta concordancia del concepto con la cosa constituye el conocimiento. De hecho esto es lo que se hace cuando se define el dinero a la manera de la economía usual. La unificación de los particulares ocurre entonces “desde afuera”, y los conceptos, las categorías, no tienen objetividad alguna.
Al respecto Hegel plantea que Kant tuvo un gran acierto al destacar la importancia de la unificación en el concepto, pero se equivocó al pensar que esta unidad estaba dada por la actividad del sujeto que piensa, que las categorías del pensamiento son simples formas vacías que deberían llenarse con datos empíricos. De hecho Kant había recaído en la filosofía del entendimiento, que mantiene la separación absoluta de lo subjetivo y lo objetivo. Es que, según Hegel, es la realidad la que tiene una estructura lógica, esto es, los conceptos tienen validez ontológica. En otras palabras, la unidad no está sólo en la forma del conocer, sino en la forma del ser (la estructura del dinero es real, no es una creación arbitraria del ser humano).Y esta estructura lógica de la realidad, del ser, es el concepto, y éste es el principio que subyace a lo real. Por eso, las determinaciones tienen su origen en la propia dialéctica de lo que es el sujeto de nuestro estudio, en nuestro caso, el dinero. En consecuencia, Hegel dice que es imposible manifestar de modo inmediato (o sea, con una definición, con una determinación unilateral) en qué consiste el concepto de cualquier objeto (Hegel, 1968, p. 511). Dicho de otra manera, no podemos decir qué es dinero por medio de una determinación unilateral, de una definición, que se establece a partir de alguna particularidad que lo distinga de otros objetos.
El concepto de dinero será entonces un desarrollo, una construcción, para lo cual habrá que seguir la lógica de la cosa misma. La idea aquí es que los predicados deben ser deducidos, tener una vinculación interna, una lógica. Si se consideran separadamente, no hay concepto; tienen que ser parte de un sistema, y están sometidos a proceso. Por eso tampoco se trata de sumar predicados (el dinero es medida de valor, medio de cambio, reserva de valor, etc.), sino de entenderlos en su unidad; en el concepto hegeliano la multiplicidad es “suprimida-conservada” ya que el concepto alude a lo que es esencial, no a lo accidental, y de alguna manera “ordena” las particularidades y características (véase luego la “jerarquía” de funciones de dinero en Marx).
Es por esta vía que el verdadero concepto tiene, además, toda la riqueza del particular y del singular (veremos luego que si digo que el dinero es encarnación del valor, por ejemplo, todavía estoy en un universal que no ha llegado al particular y al singular). Por eso también ahora habrá una identidad (la del dinero, en nuestro caso) que estará estrechamente vinculada a la diferencia; esta última es constitutiva de la identidad concreta.
En Marx
¿Qué tiene que ver todo esto con Marx y su teoría del dinero? El tema es que, aunque Marx no haya seguido estrictamente todos los pasos que siguen las deducciones de Hegel del concepto, sí conservó su idea de qué es el concepto. Esto es, no vamos a encontrar el concepto de dinero (ni el de valor, capital, etcétera) encerrado en alguna definición “clara y distinta”. La definición sólo nos aproxima al conocimiento, pero no lo agota, porque tener el concepto verdadero de algo implica conocer su dialéctica, su estructura lógica, su desarrollo. Y no se trata de una construcción idealista –esto es, desprovista de fundamentos materiales- sino precisamente de poder reproducir por vía del pensamiento la estructura compleja de la propia realidad, en nuestro caso, de la realidad del dinero. Por esta razón el concepto del dinero en Marx no puede ser simple, abstracto, sino concreto, y esto en dos sentidos fundamentales.
En primer lugar, porque el concepto de dinero se deriva y enlaza orgánicamente con los otros conceptos –mercancía, valor de cambio, valor-; o sea, tiene génesis lógica. En segundo lugar, porque tiene automovimiento, desarrollo; es hasta cierto punto proceso. No debe considerarse como algo estático (de nuevo, como la caja fija en la que se agregan determinaciones) sino como una totalidad concreta auto-moviente. Una totalidad concreta porque incluye en su seno el universal, el particular y el singular. Y se verá que su desarrollo implica un movimiento en el que, en primer lugar va a primar la unidad, luego la diferencia, y por último la unidad-en-la-diferencia. La unidad se va a identificar con el momento del universal, la diferencia con el particular, y la unidad-en-la-diferencia con el momento del singular. El concepto del dinero será entonces este proceso, este desarrollo. Como explica Hegel, el concepto “contiene” estos momentos (1999, §163) y el concepto tiene un “transcurso”, es “desarrollo”, despliegue (ídem, §161). Entender esta dialéctica, en nuestro caso, entender la dialéctica encerrada en el dinero, es entender el concepto del dinero. Así, en la teoría del Marx el concepto de dinero es derivado de la lógica contradictoria de la sociedad productora de mercancías. De esta forma el dinero será un momento necesario de un todo concreto –una totalidad social- y no hay necesidad de agregarlo externamente, desde afuera, como hace la economía neoclásica o keynesiana. Y en segundo lugar el dinero tiene desarrollo y movimiento; no es un objeto definido estáticamente a partir de alguna determinación agregada más o menos arbitrariamente.
Antes de terminar este punto es preciso aclarar que todo esto no implica conceder al “hegelianismo”. Veremos luego que Marx aplica las figuras de la dialéctica a su análisis, pero esto no significa que haya adoptado el enfoque idealista de Hegel. Los conceptos de valor, dinero, capital, etc., no se elaboran a partir de alguna idea que esté desenvolviéndose hacia un ineluctable destino final (la “autoconciencia socialista”, diría, por ejemplo, un hegeliano de izquierda), sino a partir del análisis de las relaciones sociales existentes en la sociedad capitalista. Es este examen, que parte de lo real existente, el que nos revelará que el concepto es una totalidad concreta. No es un apriori. ¿Qué aporta entonces la lógica dialéctica? Pues la conciencia de esta complejidad; no la solución a priori de los problemas que debemos resolver con el estudio. De la misma manera, Marx dirá, por ejemplo, que el capital es un silogismo (Tombazos desarrolla extensamente este punto); pero ésta es una conclusión de su investigación, no un esquema que se aplica apriorísticamente.
Obsérvese por último, que el concepto que está implicado en el silogismo de necesidad, tiene hondas implicaciones para la política revolucionaria. Por ejemplo, si decimos que todo capital tiene tendencia a aumentar la explotación del trabajo, y que éste no es un hecho contingente, ni una afirmación obtenida por inducción, sino es una conclusión necesaria de la lógica implicada en el concepto mismo de capital, estaremos afirmando que no hay manera de acabar con ese impulso a la explotación en tanto no se acabe con la relación social subyacente.
La génesis del dinero en Marx
Como ya hemos adelantado, el verdadero concepto tiene “historia pasada”, en el sentido lógico, porque reconoce momentos dialécticos previos que lo constituyen. Y además, en el verdadero concepto, encontramos la mediación, el movimiento (Hegel, 1999, § 65), y la síntesis. Profundicemos ahora en el método dialéctico precisando que tanto en Hegel como en Marx el pensamiento conceptual tiene un carácter circular.
Para entender por qué, empecemos observando que con los razonamientos científicos lo que buscamos es sacar conclusiones fundadas científicamente. Además, y naturalmente, todos sabemos que una conclusión es un conocimiento mediado; no es un inmediato porque medió un razonamiento. Pero… ¿cómo podemos sacar una conclusión que esté fundada científicamente y que no nos remita a una cadena infinita de fundamentos? Si A está fundado en B, B debe estar fundado en C y así de seguido. ¿Adónde termina esto? ¿Cuál es el fundamento último? Una vez metidos en esta cadena no habría manera de parar. Esto nos llevaría a lo que Hegel llama “el mal infinito”. Pero frente a este “mal infinito” Hegel plantea la existencia de otro infinito, que es el círculo, lo que vuelve a sí mismo, lo que se funda a sí mismo a través de su propio movimiento. Es por esto que dice que una conclusión no debe partir de un principio que parecería evidente, sino que este principio, el inmediato del que se parte, debe ser a su vez fundado por la conclusión a la que se llega. De manera que el inmediato del que se parte tampoco es un inmediato en el sentido pleno, porque está mediado por su fundamento.
Veamos esto en la dialéctica de la mercancía que nos lleva al dinero. Lo sintetizamos porque queremos detenernos luego en la dialéctica de la forma propia dinero. Tenemos un punto de partida, que es un “inmediato”: la mercancía, de la cual sabemos, también inmediatamente, que tiene un valor de uso y un valor de cambio.
A partir de este inmediato es la propia dialéctica de la mercancía y el valor de cambio la que lleva a las nociones de valor, trabajo abstracto y concreto, para volver entonces a la forma del valor, recuperada. Obsérvese que ya en el valor de cambio concebido como relación cuantitativa está encerrada la noción de medida, de proporción; ésta, a su vez nos lleva a lo que subyace, a la ley que gobierna la proporción de cambio, que es el valor, el trabajo humano abstracto objetivado. Pero por otra parte este trabajo humano objetivado no existe como tal sin la forma del valor; y la forma del valor no es otra que la forma equivalente. De esta manera vemos que el fundamento del valor de cambio es el valor, pero a su vez el valor de cambio no puede existir sin el primero. O sea, ahora el punto de partida está fundado por la conclusión a la que hemos arribado, así como la conclusión tiene su fundamento en el punto de partida. La forma del equivalente está fundada en la objetividad del valor, y ésta sólo existe en tanto la forma relativa del valor encuentra su forma de expresión, que debe ser distinta a su forma natural. Y en esta forma simple de valor (20 metros de tela valen un saco) anida ya la posibilidad del dinero; de hecho la forma simple del valor contiene “el germen de la forma dinero” (Marx, 1999, p. 86). Por eso el valor de cambio en su forma desarrollada es el dinero. Así, el dinero no puede existir sin que haya valor, pero el valor no puede existir sin que haya dinero. El dinero es entonces un resultado del carácter contradictorio de la mercancía, que a su vez remite al carácter contradictorio del trabajo (trabajo privado/social). Esto significa que el dinero es un resultado necesario, porque es producto de las contradicciones de la sociedad mercantil, ya que es la única forma en que se expresa la objetividad del valor: “…la objetividad del valor de las mercancías, por ser la mera existencia social de las cosas, únicamente puede quedar expresada por la relación social omnilateral entre las mismas; la forma valor de las mercancías por consiguiente tiene que ser una forma socialmente vigente” (Marx, 1999, p. 81; énfasis agregados).
Subrayamos que el dinero no es introducido desde afuera, sino surge “como obra común del mundo de las mercancías” (Marx, 1999, p. 81). En este primer resultado de la mediación tenemos el concepto del dinero como universalidad necesaria, auto-fundada: el dinero es “encarnación social del trabajo humano” (Marx, 1999, p. 118); es “… es el valor, vuelto autónomo, de las mercancías” (Marx, 1999, p. 141). La mediación es interna. Ahora la forma corpórea del dinero cuenta “como encarnación visible, crisálida de todo trabajo humano” (Marx, 1999, p. 82) porque se ha derivado de la propia mercancía. Más precisamente, las características que distinguen al equivalente derivan de la propia mercancía que expresa su valor en él: “… cuando la mercancía A (el lienzo) expresa su valor en el valor de uso de la mercancía heterogénea B (la chaqueta) imprimea esta última una forma peculiar de valor, la del equivalente” (Marx, 1999, p. 68; énfasis agregado). El equivalente adquiere así propiedades que lo distinguen de la forma relativa. Es un valor de uso que se convierte en la forma en que se expresa su contrario, el valor; es producto del trabajo concreto, pero sirve para expresar el trabajo abstracto; es resultado de un trabajo privado pero encarna trabajo directamente social. Ninguna de estas peculiaridades, o notas distintivas del dinero, ha sido agregada; todas ellas están vinculadas orgánicamente con el concepto mismo de valor y se deducen de él.
A su vez la forma simple del valor –que constituye la primera identidad- se despliega, esto es, pasa al momento de la diferencia. El valor de una mercancía es expresado en este momento “en otros innumerables elementos del mundo de la mercancía”, de manera que por primera vez el valor se manifiesta como auténtica gelatina de trabajo humano indiferenciado (Marx, 1999, p. 77). Pero a este momento del despliegue, de la diferencia, le seguirá la vuelta a la unidad, que es cuando todas las mercancías expresan su valor en una única mercancía, que por eso mismo pasa a ser dinero. Sin embargo, ya no se trata de una unidad inmediata, sino de una unidad que contiene los momentos anteriores, como momentos superados. En cada cotización del precio de una mercancía reaparece la figura de la forma simple del valor; y la expresión relativa desplegada del valor es la forma específica en que se manifiesta el valor de la mercancía dinero (Marx, 1999, p. 116). El dinero es la superación de los momentos anteriores del desarrollo; este proceso es expresado mediante la figura del aufheben, del “superar conservando” hegeliano.
De esta manera hemos llegado a una identidad concreta (tiene la mediación como su pasado lógico y fundamento), ya que el dinero “existe ahora fuera de la mercancía y junto a ella” y “ha alcanzado una existencia independiente” de la mercancía, “una existencia que se ha vuelto autónoma” (Marx, 1989, p. 121). Partiendo de la identidad lograda habrá despliegue y vuelta hacia sí a través de sus diversas funciones. Y sólo a través de todo este proceso podrá captarse el concepto de dinero.
DIALÉCTICA Y DINERO (II)
El dinero en sus funciones
I.- Medida de valor, momento de la identidad
enemos entonces el primer escalón en el concepto del dinero: es el valor que ha alcanzado una existencia autónoma, es encarnación del valor. Es un resultado, o sea, tiene la mediación en su pasado, pero en este punto se convierte en un nuevo inmediato. Y este inmediato volverá a desplegarse a partir de este punto alcanzado, que es el primer momento, la primera función del dinero, medida de valores. Es una función que enlaza directamente con su concepto, que se explica por él, y debe estar en primer lugar porque es la condición sine qua non para la existencia de la mercancía. Por este motivo esta función ya está presentada en la explicación de la forma del valor. La explicación del capítulo 3 de El Capital de la función del dinero como medida de valor es una profundización de ésta: “La primera función del oro consiste en proporcionar al mundo de las mercancías el material para la expresión de su valor, o bien en representar los valores mercantiles como magnitudes de igual denominación, cualitativamente iguales y cuantitativamente comparables. (…) En cuanto medida de valor, el dinero es la forma de manifestación necesaria de la medida del valor inmanente de las mercancías: el tiempo de trabajo” (Marx, 1999, p. 115).
No se trata de un simple numerario, sino de una mercancía particular que se ha constituido en la expresión general del valor, y lo ha fijado, cristalizado. Ha pasado a encarnar valor, y las mercancías “…sin que intervengan en el proceso, encuentran ya pronta su propia figura de valor como cuerpo de una mercancía existente al margen de ellas y al lado de ellas” (Marx, 1999, p. 113).
Hemos explicado en otro trabajo cómo en la actualidad esta encarnación del valor a través del billete mantiene una relación simbólica compleja con el oro (relación que ya se encontraba en época en que Marx escribía), pero lo importante ahora es enfatizar que es ésta función del dinero –precisamente la que la economía neoclásica relega a segundo plano- la que fundamenta el resto de las funciones. Sólo si el dinero es encarnación de valor, y por lo tanto expresión de valor, puede cumplir las otras funciones. “El precio es el valor de cambio de las mercancías expresado en un único equivalente. Por lo tanto en este primer momento el dinero “sirve como dinero puramente figurado o ideal” (Marx, 1999, p. 117). No hace falta que el poseedor de la mercancía posea efectivamente el dinero para ponerle el precio. “Su determinación [de las mercancías] de precio es su transformación sólo ideal en el equivalente general, una equiparación con el oro que aun queda por realizar” (Marx, 1980. p. 53).
Se trata de una instancia preparatoria para la verdadera circulación, ya que en sus precios las mercancías sólo se han transformado idealmente en dinero, o se han transformado en dinero puramente imaginario (ídem). Por eso la transformación debe aún efectivizarse; en este primer momento todavía es “en sí”; debe desplegarse, salir de sí misma, y esto sucederá en la circulación. “En sí” alude a lo que está implícito, latente, y a su vez encierra posibilidades; significa que está latente el impulso al cambio, por un lado, y a su vez la posibilidad o no de que éste se concrete, de que en el mercado se valide el tiempo de trabajo privado contenido en la mercancía. Por eso dice Marx que en la existencia del valor de cambio como precio “está latentemente implícita la necesidad de la enajenación de la mercancía a cambio de oro contante y sonante, la posibilidad de su no enajenación, en suma, toda la contradicción que surge del hecho que el producto es mercancía…” (Marx, 1980, p. 55).
De esta manera este momento del valor de cambio encierra en sí mismo el pasaje al siguiente momento, al reino de la circulación, a la función del dinero como medio de cambio. De nuevo vemos un pasaje que no es forzado, no es agregado externamente. Por el contrario, somos llevados a él por la misma dialéctica del proceso, porque ese momento superior está contenido en el primero. La secuencia de los momentos lógicos no tiene nada de arbitrario; es un hecho real y elemental (aunque desconocido para la literatura económica ortodoxa) que a las mercancías, antes de concurrir al mercado, hay que ponerles un precio. Los momentos dialécticos por esto mismo están expresando estructuras lógicas de la realidad. En otros términos, la teoría de Marx establece el valor del dinero a partir de una relación social definida, de manera que la función de circulación se estudiará bajo el supuesto de que el valor-del dinero y de las mercancías- está conceptualmente definido. En ese sentido la circulación será el ámbito de la validación, pero no de “generación” del precio (= valor en la teoría neoclásica y keynesiana) y menos aún de generación del “valor del dinero”(como sostiene la teoría cuantitativa). El dinero tiene valor y las mercancías llegan al mercado con un precio tentativo. De manera que no se sostiene la idea, absurda pero ampliamente extendida, de que el precio de las mercancías surge de la confrontación entre la masa de dinero en circulación y la masa de mercancías.
Como ya hemos señalado, desde el punto de vista del desarrollo dialéctico estamos entonces en el momento de la identidad, de la unidad, ya que en sus precios las mercancías expresan sus valores a través de una forma unitaria y universal. Es la determinación del dinero como unidad. “La determinación principal del precio [es]… la unidad” (Marx, 1989, p. 142). “El valor de cambio de las mercancías, así expresado como equivalencia general… en una única equiparación de las mercancías con una mercancía específica, es el precio” (Marx, 1980, p. 51). Y aunque el dinero en esta función sólo es necesario como unidad imaginaria, por otra parte su existencia material es esencial porque proporciona la base para esa unificación en la expresión de los valores de cambio, en tanto existe como un cierto cuanto de dinero.
Naturalmente, este aspecto de la unidad no se pierde cuando los billetes de curso forzoso pasan a fungir como signos de valor, exista o no convertibilidad legal al oro. La referencia unitaria al dinero en su existencia real se mantiene; esto es, los billetes no tienen valor como “reflejo” del valor de las mercancías (como piensa la escuela moderna de la regulación); por el contrario, constituyen signos de valor por su referencia al oro. O, en sentido más moderno, a las monedas que actúan como dinero mundial; que a su vez nunca rompen totalmente su referencia última al oro. Un hecho que no depende, insistimos en ello, de las disposiciones legales, sino de la ley económica que constituye al dinero: “Si el papel recibe su denominación del oro y de la plata, la convertibilidad del billete, es decir, la posibilidad de cambiarlo por oro o plata sigue siendo la ley económica, diga lo que diga la ley jurídica. Así, un tálero prusiano de papel, a pesar de ser legalmente inconvertible, sería depreciado de inmediato si en el tráfico habitual valiese menos que un tálero de plata, es decir, si no fuese prácticamente convertible” (Marx, 1980, p. 69).
Observemos también que en este momento el dinero pretende ser autónomo, es lo simple indiferenciado. En cuanto encarnación de valor –sea en el oro o en el billete que es signo de valor- aparece como un inmediato que pasa al segundo momento, el de la diferencia, la pérdida de identidad.
II .- Medio de circulación, momento de la diferencia
La segunda función del dinero es ser medio de circulación; ahora es puro medio: “En esta determinación de puro medio de circulación, la determinación del propio dinero consiste sólo en esta circulación que él efectiviza en tanto su cantidad está predeterminada” (Marx, 1989, t. 1, p. 144). El dinero, que en esta función debe existir realmente, se despliega. Estamos en el momento de la diferencia en primer lugar porque vuelve a aparecer la diferencia entre el valor de uso y el valor, pero esta vez en la forma de la oposición entre mercancía y dinero. Efectivamente, la circulación “… suscita un desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero, una antítesis externa en la que aquélla representa su antítesis inmanente de valor de uso y valor. En esa antítesis las mercancías se contraponen como valores de uso al dinero como valor de cambio” (Marx, 1999, p. 128).
El momento de la diferencia también se manifiesta en que el “organismo social de producción”, que implica “un sistema de dependencia multilateral”, se estructura como un sistema de productores privados independientes, de miembros dispersos, de manera que el proceso de producción y las relaciones entre los productores se convierten en independientes de ellos mismos (Marx, 1999, p. 131). A su vez, lo que en el intercambio directo de productos era un acto único se desdobla ahora en compra y venta; el productor también se diferencia porque se enfrenta como vendedor a un comprador, y como comprador a un vendedor. Y es a partir de esta diferenciación que se desarrolla “… toda una serie de vinculaciones sociales de índole natural, no sujetas al control de las personas actuantes” (Marx, 1999, p. 137). Por eso Marx sostiene que la circulación “… escinde, en la antítesis de venta y compra, la identidad directa existente aquí entre enajenar el producto del trabajo propio y adquirir el producto del trabajo ajeno” (ídem, p. 138; énfasis añadido):
Pero esta autonomización nunca es completa, porque el momento de la identidad no se pierde; si la autonomización de la venta y compra se prolonga más allá de cierto punto, esto es, si a las ventas no le siguen compras, “la unidad interna se abre paso violentamente, se impone por medio de una crisis” (ídem). Sin embargo en esta etapa del análisis prevalece la diferencia, la escisión, que adquiere toda su expresión en el hecho que en la venta se produce el “salto mortal de la mercancía”. Es el que encierra la posibilidad de la crisis –o sea, de la prolongación de la ruptura- y también del desarrollo de las formas aparenciales. La diferencia también se evidencia en que se produce un “constante alejamiento del dinero de su punto de partida”, ya que en el curso de la circulación el dinero siempre se está escapando de las manos de su poseedor originario. En este sentido es currency o, como se diría en términos modernos, es flujo. Es este movimiento el que genera la ilusión de que es el dinero el que mueve las mercancías; lo que se manifiesta, incluso modernamente, en las más extravagantes explicaciones sobre las crisis. Pero en realidad es el movimiento de las mercancías el que está en el origen del movimiento del dinero. “… aunque el movimiento del dinero no sea más que una expresión de la circulación de mercancías, ésta se presenta, a la inversa, como mero resultado del movimiento dinerario” (Marx, 1999, p. 141).
Esta dialéctica de unidad-diferencia se manifiesta también en la determinación de la cantidad de dinero que circula, ya que son los cambios en el valor del dinero, o sea, los cambios que se relacionan con su función de medida de valor (con el momento de la identidad) los que determinan variaciones en la masa de medios de circulación. Aunque para el pensamiento vulgar la relación está invertida, ya que la masa de medios de circulación se le aparece como la determinante del valor. Y esta dialéctica se expresa, por supuesto, en la velocidad del dinero. Es que en la velocidad del dinero se manifiesta “la unidad fluida” de la compra y la venta, así como también en su reducción “… se pone de manifiesto el hecho de que esos procesos se disocian, se vuelven autónomos y antagónicos, el hecho del estancamiento del cambio de formas y, por consiguiente, del metabolismo” (Marx, 1999, p. 147; énfasis añadido).
La diferenciación afecta al dinero mismo, transformándolo en currency, en mera presencia evanescente, al punto que puede ser reemplazado por signos. En este respecto el primer paso ocurre cuando el contenido áureo no coincide con la apariencia áurea. Paulatinamente la diferencia profundiza de manera que la moneda se convierte en un símbolo de su contenido oficial (Marx, 1999, p. 153). Y surge así la posibilidad de sustituir el dinero metálico por símbolos, por representantes: “El hecho que el propio curso del dinero disocie del contenido real de la moneda su contenido nominal, de su existencia metálica su existencia funcional, implica la posibilidad latente de sustituir el dinero metálico, en su función monetaria, por tarjas de otro material, o símbolos” (Marx, 1999, p. 153; énfasis añadido).
De nuevo aparece la escisión. “La existencia monetaria del oro se escinde totalmente de su sustancia de valor” (ídem, p. 154; énfasis añadido). Ahora tenemos signos monetarios, billetes de papel de curso forzoso que se relacionan al oro. Los billetes a su vez tendrán sus correspondientes “uniformes nacionales”. Estos billetes de papel son entonces formas particulares que adquiere el dinero, referenciados a Estados particulares. El dinero adquiere “una existencia funcional” que “absorbe su existencia material” (ídem, p. 157); funciona como “signo de sí mismo y por lo tanto también puede ser sustituido por signos” (ídem, 157-8). La identidad se ha perdido, y será necesaria la vuelta a la unidad. Por eso también el verdadero fundamento del medio de circulación estará en esta “vuelta” hacia la identidad, que constituirá el tercer momento del proceso. Es que no existe posibilidad de que el dinero permanezca de manera completamente autónoma en este segundo momento de la diferencia, como presencia evanescente, como mero flujo (ver infra). Entre otras razones porque la función del dinero como medio de circulación dará lugar a la función (propia del tercer momento) del dinero como medio de pago. De esta manera la teoría de Marx pondrá al desnudo la unilateralidad de los poskeynesianos que consideran al dinero sólo como flujo. El estado de flujo expresa un momento; pero no puede permanecer en él en tanto la encarnación del valor exige “reposo”, aquietamiento del devenir.
La función del dinero como medio de pago a su vez dará lugar a la creación de nuevos medios de circulación, los créditos que se monetizan. En este punto se presenta un problema, porque la lógica de la exposición exige que los créditos monetizados sean explicados en el punto en que se trata la función del dinero como medio de pago. Precisamente ésta constituye una diferencia fundamental con la teoría cuantitativa que no diferencia las lógicas distintas que rigen la circulación del billete de curso forzoso y la circulación de los instrumentos crediticios. Pero por otra parte estos instrumentos de crédito que se monetizan suman a la masa de medios de circulación, y por lo tanto deben ser tenidos en cuenta como otra determinación de la circulación.
Estos medios de circulación cuya génesis se encuentra en la función del dinero como medio de pago, contribuyen a acentuar el carácter de “variedad”, a poner de relieve la cantidad de formas particulares que el dinero, el equivalente universal, puede adquirir en la circulación, en el momento del “estar en lo otro”, de la diferencia. En este momento de la diferencia todo parece dinero: billetes de curso forzoso, cheques, letras de cambio, pagarés, sobregiro bancario, tarjetas de débito y crédito. Pero esta ilusión no podrá mantenerse.
III .- La función del dinero como dinero, momento de la unidad concreta
En la segunda función parece que la identidad del dinero se ha perdido. El dinero es muchos particulares que circulan. El pensamiento común proclama entonces que “todo” (dinero plástico, billetes, cheques) es dinero. Pero el momento de lo particular a su vez es superado; el dinero “vuelve a sí mismo”, se convierte en una unidad que es la unidad de la unidad y la diferencia. Esto sucede en la última función del dinero que, extrañamente para un capítulo dedicado al dinero y sus funciones, Marx titula “dinero”, y se divide en tres determinaciones funcionales: medio de atesoramiento, medio de pago y dinero mundial. Sin embargo el título de esta función –“dinero”- no parecerá extraño si lo concebimos señalando el momento en que el dinero se ha recobrado a sí mismo, ha vuelto a la identidad. Se trata del dinero efectivo porque es dinero real el que tiene que estar presente para cumplir la función de medio de atesoramiento, de medio de pago o dinero mundial. En lenguaje de Hegel, estamos en el singular, en la unidad absolutamente autodeterminada, que subsume como momentos superados el universal y el particular. En su función de medida de valores este dinero “contante y sonante” ya estaba contenido, “en forma latente en la medida imaginaria de los valores” (Marx, 1980, p. 137). Como vimos, en su función de medio de circulación su existencia es evanescente, y la función absorbe su existencia real. Ahora, en este tercer momento, es necesaria su presencia “líquida” porque se trata de la encarnación de la riqueza general, pero “en cuanto individuo” (Marx, 1980, p. 113). Es el singular, la unidad absolutamente autodeterminada que es la base, la sustentación que contiene al universal y al particular, al género y la diferencia (Hegel, 1999, § 164). Es el mediador del intercambio que ha sido mediado por los movimientos anteriores. “En su forma de mediador de la circulación sufrió toda suerte de iniquidades, fue recortado y hasta rebajado al nivel de colgajo de papel meramente simbólico. En su condición de dinero se le restituye su esplendor dorado. Se convierte de esclavo en señor” (Marx, 1980, pp. 113-4).
En este punto es preciso aclarar que Marx se refiere al oro como la encarnación plena del valor en su forma corpórea. Lo cual no impide que las funciones de “dinero” sean cumplidas también por signos valor que, de todas maneras, tienen su referencia última en el oro. Tal es el caso del dólar o el euro en el mercado mundial, o en tanto son medios de atesoramiento; el “precio” del oro no es otra cosa que el valor de estos signos de valor, valor que se establece en los hechos en la cotización diaria del oro. Cotización que, no es casualidad, ocurre cotidianamente, todavía hoy, en los mercados monetarios mundiales. Este sentido del oro en cuanto “existencia material de la riqueza abstracta” se refleja en la idea que domina el atesoramiento áureo de los principales bancos centrales: “en última instancia el oro es el único activo que no es pasivo de ningún gobierno”. Es en esta identidad, en “su carácter metálico puro” que el oro “contiene, oculta, toda la riqueza material desplegada en el mundo de las mercancías” (Marx, 1980, p. 113).
Esta vuelta a la identidad, a su vez, también se produce sin agregar nada desde afuera, sino simplemente por la misma dialéctica del proceso. Recordemos que el momento de “lo otro” no había suprimido la identidad que nos daba el universal, la representación autónoma del valor que constituye el equivalente general. La identidad estaba implícita y presupuesta siempre, como hemos señalado. Sin embargo en la función del dinero como medio de circulación el universal desaparecía “comido” por los particulares, al punto de ser flujo en constante desaparición. Aunque esta evanescencia está determinada por la identidad, por el hecho que el dinero es encarnación de valor, tiene existencia autónoma e independiente frente a las mercancías. Se trata de una contradicción entre la unidad y la diferencia, entre el carácter de encarnación de valor y el carácter evanescente del dinero. En el estado de circulación esa encarnación de valor se había perdido, al punto que cualquier cosa parecía poder suplantar al dinero (plásticos, promesas de pago, pasivos que se aceptan como circulantes). Pero la contradicción entre el carácter moviente (circulación) y la encarnación del valor representada en el dinero da la posibilidad de que el dinero se atesore, se petrifique, se inmovilice, pase de flujo a stock, aunque ya no como mera encarnación ideal del valor, sino encarnación material, “crisálida áurea” (Marx, 1999, p.159). Y sólo una forma singular –o sus representantes indubitables- pueden ser esta encarnación material. Por eso para el atesoramiento las formas particulares de dinero que parecían ser buenas para la circulación, ya no sirven (¿quién atesora tarjetas de crédito, cheques post-datados, tarjetas de débito?). A su vez esto está indicando que en esta determinación el dinero deja de ser medio y pasa a ser fin.
En lo que respecta al dinero en su función de medio de pago, a la hora del settlement es necesario de nuevo que exista dinero “cantante y sonante”, líquido. Es que en tanto los pagos se compensen, el dinero parece funcionar simplemente como medida de valor, y “cualquier cosa” sirve como medio de circulación. De ahí la inflación de la masa monetaria, que el teórico cuantitativo toma como dinero “pleno”. Pero al momento de cancelar no hay posibilidad de sustitutos porque es necesario el aquietamiento, la fijación del valor, volver a la encarnación y a la identidad: “… la función del dinero como medio de pago implica la contradicción de que, por una parte, en la medida en que se compensan los pagos, sólo obra idealmente como medida, mientras que por la otra, en tanto el pago deba efectuarse realmente, entra en la circulación no como medio de circulación evanescente, sino como existenciaen reposo del equivalente general, como la mercancía absoluta, en una palabra, como dinero. Por eso, cuando se han desarrollado la cadena de pagos y un sistema artificial de compensación de los mismos, en caso de conmociones que interrumpen violentamente el flujo de los pagos y perturban el mecanismo de su compensación, el dinero se transforma súbitamente de su imagen nebulosa y quimérica como medida de valores, en dinero contante o sonante, o medio de pago” (Marx, 1980, p. 136; énfasis agregado). La contradicción entre la identidad y la diferencia se manifiesta aquí en todo en toda su fuerza. Se pasa de golpe del dinero como medida ideal al dinero efectivo. “… el dinero reaparece súbitamente, no como mediador de la circulación, sino como única riqueza, exactamente del mismo modo como la concibe el atesorador” (ídem).
Así por ejemplo en el movimiento de cheques se aceptan las transferencias de depósitos, que son en última instancia pasivos de los bancos. Pero se aceptan en tanto existe confianza en que en cualquier momento ese pasivo se puede convertir en dinero efectivo, en cash. Por eso cuando cunde la desconfianza en que el banco pueda devolver los depósitos lo único que cuenta para el depositante es el dinero singularizado en billetes tangibles, reales, con existencia real. Es el singular que es el universal. En lenguaje de Hegel, es la individualidad que es “universalidad determinada” (Hegel, 1968, p. 546), porque ha sido mediada por la negación, por el momento de su particularización. Por eso mismo no es la universalidad vacía, sino plena de contenido. El dinero, eluniversal, que salda una deuda sólo puede existir como un singular –es este monto determinado- a través de algún particular –dólar, euro, oro- existiendo como encarnación del valor, siendo por lo tanto equivalente general. Se ve entonces la importancia de distinguir la función de medio de circulación y medio de pago.
Dejamos señalado que lo mismo sucede en lo que respecta al dinero mundial. Los equivalentes nacionales sólo adquieren su legitimidad plena en tanto se relacionan a billetes que encarnan valor mundial, como dólar o euro. Y éstos encuentran una referencia última en el oro. En síntesis, en esta función del dinero como dinero hace falta una figura única del valor.
Conclusión: el dinero como totalidad concreta
A partir de lo expuesto se puede entender el dinero como una totalidad, una estructura, con formas particulares y con jerarquías. El desarrollo de la contradicción mercantil lleva al surgimiento del dinero, y éste no puede permanecer como un mero objeto indiferenciado, sino tiene auto-movimiento y desarrollo. Nada es agregado desde afuera para derivar su génesis y su naturaleza. Entender qué es dinero es entender este proceso de conjunto, esta totalidad, y la manera cómo, en un estadio superior del análisis aparece a su vez subsumida en la totalidad del movimiento del capital. Y entender cómo cada una de las funciones del dinero, que por lo general se toman de manera unilateral para intentar “definir” qué es dinero, media sobre las otras, a la vez que es mediada por ellas.
Así el dinero en su carácter más universal es encarnación de valor; pero esto a su vez presupone el intercambio, más precisamente que la mercancía y el oro sean “equiparados recíprocamente como valores de cambio mediante el trueque directo” (Marx, 1980, p. 51). La función de circulación a su vez presupone la función de medida de valor, ya que las mercancías no pueden llegar al mercado sin precio. “Para manifestarse en la circulación en calidad de precios, se presupone a las mercancías de la circulación como valores de cambio” (ídem). Por otra parte la función de dinero en cuanto dinero presupone las otras dos, y media activamente a éstas. El atesoramiento media la cantidad de medios de circulación, ya que oficia como regulador de los canales de circulación. Pero el atesoramiento a su vez es un derivado de la circulación. Por otra parte la circulación de medios crediticios tiene su origen en el dinero como medio de pago; pero los medios de circulación de conjunto sólo son posibles en tanto el dinero funcione como medio de pago. Y a su vez las formas particulares que asume el dinero en la circulación existen en su referencia al dinero mundial. Ninguna de éstas funciones, a su vez, puede concretarse si el dinero no es medida de valor. Esta mediación mutua de los momentos nos define entonces lo que constituye una totalidad compleja.
De manera que sólo desde la perspectiva de esta totalidad concreta, auto-moviente es posible entender los modernos sistemas monetarios. En este respecto se produce entonces una curiosa paradoja. En tanto la teoría keynesiana y neoclásica tiene cada vez más problemas para definir qué es dinero –en la medida en que distintos agregados monetarios cumplen las funciones de medios de transacción parciales-, el mundo académico menosprecia la teoría monetaria de Marx por considerarla “anticuada”, “pasada de moda”. Pero es la teoría monetaria de Marx, sustentada en el método dialéctico la única que puede dar cuenta de las articulaciones cada vez más complejas de esa totalidad que constituyen los sistemas monetarios nacionales; y de su articulación con el dinero mundial. Sólo de esta forma pueden superarse las contradicciones en que incurre el entendimiento cuando busca precisar qué es un fenómeno en base a aplicarle categorías “desde afuera”. Así, formas sociales particulares que pueden asumir la función de medios de circulación, deben ubicarse en el marco de esta totalidad. El entendimiento responde por un “sí” o “no”, o “un casi”, sin dar razón teórica de por qué ésta o aquélla respuesta. El pensamiento dialéctico dice que estas formas sólo cumplen una función del dinero, y como tales no son dinero en la medida en que no son encarnación última del valor, medida de valores, medios de atesoramiento, de pago o dinero mundial. La aporía en que cae el entendimiento entonces se disuelve porque cada una de las determinaciones del dinero enlaza orgánicamente con las otras, y de conjunto constituyen un todo articulado. Los poskeynesianos y keynesianos discuten interminablemente si el dinero es endógeno (pura creación bancaria, flujo) o exógeno (activo suministrado por el Banco Central), y si es flujo o stock. La concepción dialéctica responde que éstas son falsas dicotomías, porque el dinero es creación bancaria, en tanto funciona como medio de circulación, y es activo con presencia física y singular, dado que sólo de esta forma puede ser medio último de atesoramiento, de pago o medida de valor. Por eso no puede existir dinero completamente virtual, como piensan algunas corrientes neoclásicas modernas, a partir de las tecnologías informáticas y computacionales. Es que las diversas funciones del dinero sólo pueden ser cumplidas, en su totalidad, por la base monetaria, y por lo tanto sólo ésta es dinero propiamente; y esta base, a su vez, siempre remite a respaldos signos de valor, y estos signos, en última instancia, no pueden cortar definitivamente su lazo con el dinero mercancía. Pero por otra parte el dinero en sentido propio no puede existir sin desdoblarse, sin “perderse” en muchos particulares que constantemente se generan y regeneran en el proceso de circulación, y lo hacen en escala creciente en la medida en que crece el intercambio mercantil y se extiende la ley del valor. Sólo desde esta dialéctica de la unidad y la diferencia se podrá entonces captar este proceso como un todo. A su vez es a partir de esta unidad concreta, de esta síntesis lograda, que se abordará el siguiente despliegue en la dialéctica del capital, del valor que se valoriza. Un despliegue que ya está implícito en la última función alcanzada por el dinero, donde ha pasado a ser fin del proceso, no mediador. Este nuevo despliegue tendrá ahora como punto de partida el dinero (un nuevo inmediato), encarnación del valor, que se desplegará en sus opuestos –medios de producción, fuerza de trabajo- para volver a sí mismo como unidad mediada, valorizada, recobrada. Entonces la valorización del dinero arrojado a la circulación será el motor de la nueva estructura. Lo cual dará lugar al dinero en tanto “mercancía” que funciona como capital, y a su “precio”, la tasa de interés. Sólo a través de este movimiento incesante de las formas se podrá llegar al concepto pleno de qué es dinero.
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