Por: Jaime Richard
Fuente: http://www.kaosenlared.net (25.09.11)
Hoy que en Barcelona se celebra la última corrida, creo que nunca se podrá dar por terminado el asunto de “los toros” allá donde sean acosados, maltratados, torturados y matados, si no se pone todo el énfasis en una circunstancia que relega a un segundo plano la polémica en los términos habituales. Y esa circunstancia no es la de la compasión hacia el animal en sí mismo considerado, pues inmediatamente nos encontraremos con el raído argumento de que también sufren al morir los pollos, las vacas, los conejos y los animales que nos comemos.
Y es que está saturado el argumentarlo sobre este aspecto y ya se ve que nunca se acaba y nunca se rinden los iluminados de los “toros” de la fiesta nacional, ni los que dan rienda suelta al salvajismo de los correbous ni los del toro de la vega. Por consiguiente me parece que ha llegado el momento de poner blanco sobre negro, de poner el foco no tanto en el animal que sufre como en los amorfos y capaces de presenciar el sufrimiento. Lo que es absolutamente incivilizado, bárbaro e impropio del siglo que vivimos es congregarse miles, cientos, decenas o el número de personas que se quiera, para contemplar un martirio, sea el de un toro, de una vaca, de una mosca o de un infusorio…
El epicentro, pues, de la bestialidad (ya que no quieren ver propiedades racionales del animal y del toro en particular, siguiendo la estela de Aristóteles, de Mosterín o de tantos que los defendemos como seres vivientes y sintientes) hay que situarlo en la sensibilidad que se le atribuye al ser humano civilizado para distinguirlo de la bestia presuntamente insensible. Porque la bestia sigue una conducta prefijada por la naturaleza, como la siguen la rana y el escorpión del cuento, mientras que el ser humano puede elegir (aunque habría mucho que hablar hasta donde alcanza realmente el libre albedrío) entre el exceso y la templanza, entre la harmonia y la hybris (desmesura, irracionalidad), entre el respeto a cualquier ser vivo y el horror, visto que no puede evitar su conducta omnívora.
La barbarie no estuvo tanto en que dos gladiadores se vieran obligados a matarse entre sí por mandato del poder y para complacer a los emperadores, que también, como en darse cita el populacho en el Coliseo para presenciar la salvajada. Del mismo modo esos miles o cientos o decenas de personas que entran en trance como quien hace un sacrificio a los dioses en la Arena o en la Vega, son gentes sin sensibilidad que llamamos humana. Por eso, como lo peor de quienes carecen de ella es que, además de tener epidermis de hipopótamo, quieren tener razón, será mejor dejar a un lado el rosario de argumentaciones acerca del pobre toro en el sentido habitual, y pasar a fijarla en los términos que aquí propongo. Ellos, los amantes de la fiesta y de la tortura inherente a ella, conocen perfectamente nuestras razones más elementales y están hartamente preparados frente a ellas. Con lo que no cuentan o están menos preparados es para verse en el espejo de sí mismos.
Por eso repitamos tantas veces como sean necesario es indigno de un ser humano del segundo milenio de esta Era es salir de casa para presenciar cómo el matarife mata a una res, a un pollo o a un cordero en el matadero, y pagar una entrada para ello. Con la diferencia, en este supuesto, de que en el matadero no hay martirio pues el matarife procede al sacrificio instantáneo del animal, y es más cotizado cuanto menos le hace sufrir. Mientras que cuando hay un toro por medio, el tiempo durante el cual el animal es torturado y muerto se prolonga considerablemente, y son horas, en el caso de la fiesta nacional, las que el espectador permanece presenciando el mismo rito aplicado a varios animales. Del mismo modo, cuando clamamos contra la pena de muerte en un país es por dos gruesas razones: la primera es que es irreparable, y la segunda es que nos horroriza el tiempo que media entre la aplicación del método de ejecución y el momento en que el médico certifica la muerte del ejecutado…
Aquí es donde debemos hacer hincapié cuando nos enfrentemos a los energúmenos de la “fiesta”, del correbous o del toro de la vega… Hay que despojarles de argumentos hasta hacerles balbucear. Y éste me parece que no tiene respuesta… aunque ya se sabe que los contumaces y las bestias humanas nunca dan su brazo a torcer.
Jaime Richart
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