Por: Raimundo Santurio
Fuente: http://www.aporrea.org (25.07.11)
Yo no soy un hombre, soy dinamita.
F. Nietzsche; Ecce Homo
Resulta algo complicado y difícil de asimilar que algún político en la actualidad no repare en el riesgo que significa reseñar en público una cierta condescendencia con el pensamiento de Nietzsche. Sobre todo porque la historia de Occidente en el último siglo lo figura estrechamente asociado con los valores culturales de una época en Alemania fecunda en nacionalismos extremos, los mismos que propiciarían y condicionarían el posterior y atroz fenómeno supremacista-racial, de inocultable cariz imperialista, del llamado nacionalsocialismo que lideró Hitler. Asociación esta que pudo afianzarse como cierta en el seno del mundo académico y cultural, y luego en ciertos niveles de la opinión publica, especialmente por la decidida participación de la hermana de Nietzsche en la publicidad partidista del nazismo, y que tuvo como cenit la presentación, sin duda fraudulenta, de textos semi apócrifos del autor en la que aparecían resueltas e incontrovertibles afirmaciones que favorecían el ideal de la raza superior, textos abundantes en adulterados aforismos que serian recogidos bajo la formula de un único libro póstumo llamado “La voluntad de poder”
En verdad, y muy seguramente por lo índole histórica de la demencia nazi, es que se puede observar en la actualidad que ninguno de los connotados pragmáticos de la derecha global, siempre tan sospechosamente comedidos con el asunto del fascismo, estarían dispuestos en las presentes circunstancias, ni siquiera en la propia Alemania, a insinuar alguna débil resonancia con el escamoteado filosofo. Ni siquiera pensarlo en los lideres de la habitual izquierda, la misma que tanta carga de clasismo “ultra burgués” y tanto desmerecimiento a las masas pauperizadas encontró en el autor. En los últimos meses y muy a contrapelo con esta tradición de izquierda, el Presidente Chávez ha dado, con una regularidad inusual que supera a ojos vistas lo accidental o anecdótico, en mucho mas que exornar sus intervenciones publicas con extractos sacados de la producción nietzscheana, (sobre todo de la obra mas notoriamente literaria y por ello infesta de simbolismos, y por ello de enigmas, como lo es Así hablaba Zarathustra), y a tal extremo que no ha cesado de intentar convertir, al alimón de sus últimas peripecias, como lema de acción política, algunos de los conceptos mas resaltantes y controversiales del pensamiento de Nietzsche como lo es, por ejemplo, la noción del eterno retorno.
Es fácil de admitir, incluso para cualquier lector no tan acucioso de la obra de Nietzsche, que este es en apariencia lo mas alejado de una propuesta de izquierda que se pueda concebir, toda vez que gran parte de su producción teórica se encuentra investida de un rechazo expreso a cualquier intento compensador de la vida o regulador de las diferencias, llámese este religión en su mas acabado exponente como es el cristianismo, llámese política a través de los conceptos de democracia y socialismo, o llámese razón como método de ingreso a la verdad. Ello sin olvidar la enorme concesión que el autor parece hacer al sujeto individual en detrimento de las multitudes plebeyas a las que sin mediatintas y con fervor no cesó de menospreciar.
No creemos que resulte para nada polémico el afirmar que no tenemos porqué aceptar que se trata de una ligereza presidencial, de esas a la que de vez en cuando acude el mandatario para inquietud de sus exaltados adversarios y solaz de sus poco mesurados conmilitones. Tampoco sospechamos un desliz pasajero producto del agobió que de seguro le debe estar deparando su actual situación de salud. Esto lo decimos porque en los últimos tiempos, a juzgar por los resultados obtenidos en el escrutinio de la opinión publica, el gobierno no parece dejar mucho cabo suelto en los temas relativos al desempeño publico del presidente, resultando notorio que un equipo de especialistas de alta factura resolutiva- tanto en el plano practico como intelectual- orienta sus actuaciones publicas, dando por sentado que un sesgo pragmático o estratégico las singulariza en todo momento. ¿Pero si esto es así, que sentido puede tener el acudir a la mención machacona de un pensador de tan extremas particularidades teóricas y biográficas, que por añadidura ha sido tan intensamente fementido por sus exegetas? ¿Es que acaso se trata de una provocación para sacudir la modorra teórica reinante en el dominio de la lucha política? ¿O es un intento terapéutico para insuflar ortodoxia en el ámbito rígido, y no pocas veces herrumbroso, de las propuestas revolucionarias? ¿O un ensayo in extremis para iniciar una oportuna comunicación con sectores intelectuales afines a las teorías de la posmodernidad que hoy abundan y se admiten sin rubores como depositarios de este pensador? ¿O tan solo se trata de la presentación de un inédito y llamativo floripondio dispuesto a resaltar un talante presto a la diversidad y a la tolerancia, del que mucha veces parece carecer? ¿O será un dardo envenenado dirigido a molestar la soberbia intelectual de un secreto enemigo? etc. Seguramente nunca lo sabremos.
En todo caso y un poco en descargo del presidente, a la vez para intentar con ello que cunda una mayor indulgencia en los factores altamente ideologizados que con vacilaciones lo apoyan, debemos decir lo que ya es algo trillado en el mundo filosófico actual y que no es cosa distinta a la convicción de que el pensamiento de Nietzsche ha sido por mucho tiempo cautivo de las mas arbitrarias y estrafalarias valoraciones que se hayan podido imaginar; asunto este que con dificultad podría haber sido de otro modo, porque tanto su obra como su vida, que en él fue perpetua simbiosis y territorio sin umbrales, se encuentran colmadas de profundas contradicciones y giros que han hecho realmente imposible la elaboración de una hermenéutica capaz de dar con el hilo de Ariadna que permitiría una comprensión suficiente del laberinto que ambas resultan.
Pero en todo caso y a riesgo de ser paradójicos, podemos afirmar que la primera traición (y esta sería con toda seguridad la capital) al pensamiento de Nietzsche radicaría en pretender su existencia como un cuerpo de verdades presto a una sistematización y a una eventual coherencia, en permanente correspondencia con lo racional y desde la tradicional división entre vida y obra. Lo propiamente nietzscheano, y he allí su singularidad dentro de la historia del pensamiento, estriba en la presentación ¡Intempestiva! de una obra teórica que se encuentra indisolublemente condicionada a las urgencias de lo corporal y a la inversa. Obra-vida que introduce de sopetón en Occidente una ruptura sin precedentes con el quehacer rutinario de la filosofía al intentar hacer de esta un estrenado espacio de insurgencia para las fuerzas inconcientes y primarias que guían el discurrir humano. Logrando con ello, más que una invocación especulativa, un real evento telúrico capaz de reclamar una desconocida mirada sobre las potencias de la existencia humana (mirada que discurrirá, como inaugural primado, siempre allende el dominio de la verdad y sus leyes, en cualquiera de sus presentaciones históricas).
Jamás se podrá acceder a cabalidad a la obra de Nietzsche por la sola comprensión de sus textos, jamás con su sola biografía. Solo con la percepción de una nueva y difícil mixtura, sacada de la inefable y suprimida realidad del cuerpo-pensamiento, su obra puede cobrar sentido, (aunque nunca coherencia ni validación epistemológica). Con Nietzsche acudimos a la maravilla reveladora de poder apreciar coexistiendo una letra filosófica transida de elementos vitales y pulsionales de quien la prodigó y una vida fraguada con formidables martillazos acaecidos en los límites del pensamiento; aquello que un temprano Deleuze llamó acontecimiento y que remite a una conjunción superior entre los alcances de lo espiritual y las fuerzas del accionar. Por esta extraordinaria condición es que creemos que resulta inútil acusar a Nietzsche , por sus escritos, de prematuro apologista del supremacismo racial nazi, dado que su vida, copiosamente plagada de externas iniquidades, de tendencias autodevaluativas y progresivas demoliciones personales, resulta totalmente insoluble a las apetencias de este originario fascismo; creemos que resulta inútil mostrarlo como el martirizado enfermo que disipó sus angustias con la suprema ironía de unos extremos escritos vindicatorios, porque ha sido precisamente su enfermedad, el punto de vista que en ella se origina, la que confirió a su obra su estatus sin parangón. Para concluir tenemos que señalar, cuan axioma mineral, que la obra de Nietzsche va mucho mas allá de sus escritos y sus vivencias, mas allá de su lucidez y profundidad; dado que los supera en un sentido unificador, resultando en el expediente de mayor contundencia para disolver la fantasía dialéctica entre teoría y praxis, la distinción falaz entre pensamiento y vida anímica, la artificial e interesada separación de cuerpo y espíritu. Es la obra de Nietzsche el intento más genuino de comunión radical entre hombre y naturaleza porque en ello apostó su vida. Y eso supera cualquier ateismo, enriquece cualquier materialismo y visualiza un nuevo horizonte en el que declina de los fantasmas de la verdad.
Post escritum
Tres cosas solamente:
A)Sobre este tema resulta redundante aducir que el texto de Pierre Klossowski “Nietzsche y el círculo vicioso” es ejemplar y esclarecedor. También que nadie mejor que Gilles Deleuze vislumbró “una luz al final del túnel” a través de su memorable libro “Nietzsche y la Filosofía”
B) Extraña porfía póstuma la del nombre de Nietzsche, quien en vida refirió una existencia trashumante y solitaria, de escuetas complacencias y de aspereza gratuita, siempre lo más alejada que se pueda concebir de las gracias y privilegios que concede el poder político, al que, por cierto, desdeñaba sin contemplaciones en su forma devenida. Si, extraña suerte esa que de vez en cuando se convoque su nombre para refrendar el poder, para intentar aligerar su pesadez, para incluso henchirse de satisfacción por estar en él.
C) El genuino filosofo que es Eliecer Caicedo, nos ha confesado su sorpresa al respecto, no tanto el que Chávez cite a Nietzsche que ya de por si es anómalo, sino por la poca repercusión que ha tenido ello en el mundo intelectual de la izquierda, asunto que según dice puede ser producto de la poca importancia que tiene el tema intelectual o ideológico en la actualidad, también de la excesiva y absorbente pragmatización de la política de la revolución.
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