Totalización del Capital

Por: Era Orwell
Fuente: http://www.elcombatelibertario.wordpress.com (26.02.11)

Cada aspecto de nuestra vida está regido por un poder que nos escapa: el poder de la economía sobre nuestro ser, nuestro movimiento, nuestra capacidad de entrever el mundo y actuar. Al hablar del “poder de la economía” no debe entenderse sólo hechos como el que caiga el precio del dolar, que la crisis de hipotecas se supere o que las papas estén más caras que ayer, al hablar de economía debemos entender el sistema completo en el cual es posible tal economía, enunciando al entramado de relaciones en su totalidad en el cual se desarrolla el capitalismo.

El capitalismo, como sistema de organización de la realidad, domina nuestra existencia; al tiempo que nuestro movimiento, como seres sociales que somos, otorga continuidad a la realidad capitalista. Esto quiere decir que la actuación de cada individuo se realiza y sólo es posible a menos de intervenir en el funcionamiento de la sociedad en la que está instalado, ésta es, la sociedad dividida en clases que se rige por la propiedad privada, la producción e intercambio de mercancías, por medio del trabajo asalariado.

Aunque no seamos conscientes de ello, cada acto realizado en la actual sociedad repercute en su legitimación y su reproducción; el vestido, el alimento, el alojamiento, el transporte, que son necesidades primordiales al buscar su satisfacción en el mundo capitalista sólo pueden concretarse por el rodeo del trabajo asalariado.

El trabajo asalariado es, primeramente, la venta de la mercancía subjetiva que poseen los proletarios, su fuerza e inteligencia; después, la producción y venta-compra de las mercancías que el trabajador produce; y por último, las ganancias que el burgués obtiene, el plusvalor reutilizado para invertir en más capital y la mínima fracción destinada al pago de los servicios ofrecidos por la mercancía-subjetiva del proletario, que le ha vendido su fuerza de trabajo procurando al burgués mayor capital; en este proceso el proletario remacha su cadena al sistema que lo ata a su propia esclavización por un salario que le permite sobrevivir, y a su vez, revitaliza toda la estructura de la sociedad capitalista, la cual administra el burgués.

El Capital también está forzado a extenderse, no sólo se reduce a la producción de artículos, sino que todo aquello susceptible a convertirse en mercancía, a ofrecer un beneficio, ser redituable, el Capital lo hará suyo; sea ésta la tierra de una parcela, los arboles que dan fruto o las plantas de ornato, o cualquier servicio que sea indispensable en la sociedad civilizada (aburguesada) como servir un café, limpiar un baño o instalar el sistema de cable.

Para esto el Capital precisa crear necesidades ficticias, ya que las naturales, como la alimentación o el vestido están completas y no bastan para la extensión del capital. Estas necesidades creadas vienen con el aumento de la automatización de la industria, al tiempo que transforma por completo formas anteriores en las relaciones de los seres humanos. Los cambios provocan que lo que ayer estaba considerado como necesidad creada, hoy se convierta en una necesidad básica para llevar una vida “normal” conforme a lo que nos es impuesto.

El capitalismo busca abarcar al mundo en su totalidad, y en este sentido, dominar todo lo existente, siempre y cuando remunere a su conservación y progreso. La historia moderna expone el nacimiento de una forma de producción que deviene de la caída del viejo mundo y su viejo modo de producción, este acontecimiento está marcado por horrores y esfuerzos incontables, asimismo que el trayecto a esta nueva realidad no estuvo exento de las mayores tragedias. En base a la explotación sin piedad se ha erigido la sociedad capitalista de hoy, no por superar sus contradicciones sino como resultado de la determinación del desarrollo de las fuerzas productivas, lo que ha encaminado a la humanidad y la naturaleza a su límite.

El capitalismo tiene la capacidad de destruir y recuperar lo destruido y hacerlo funcional. Es capaz de orillarse hasta la muerte y regresar a la mayor estabilidad posible; ayer destruyó la naturaleza, pero mañana la recuperará por el hecho que recuperarla se traducirá en beneficios y así se acrecentará su sustentabilidad.

El Capital ocupa nuestra vida y nos tiene atados a él, sin poder salir de esta realidad impuesta. No sólo ocupa nuestro trabajo, también nuestro “ocio”, nuestra capacidad de expresar emociones y sentimientos y la forma en la que nos “realizamos” como seres. Todo lo abarca por medio de un mundo que se desenvuelve gracias a la producción compra-venta de mercancías, ya sea esto por necesidad primordial o por necesidad creada por los caprichos del mercado. El trabajo asalariado y todo aquello a su alrededor alienan la conciencia de los sujetos, los absorbe y les condiciona la vida, una vida que promete cubrir sus necesidades y termina generando las más profundas insatisfacciones.

El Capital para ser completo está condicionado a su libre concurrencia, libertad para decidir su movilidad y la seguridad de extenderse a cada rasgo de la vida, traducido es: la libertad de los burgueses de competir, fijar precios, especular, explotar, invertir, etc. Algunos pseudocríticos del orden actual pretenden que el sistema económico debiera estar supervisado por el aparato del Estado, restringiendo su libertinaje, reprimiendo ahí donde sea necesario la naturaleza del Capital con el objeto de minimizar las problemáticas que ello ocasiona.

Estos pseudocríticos, provenientes del ala izquierda del Capital, procuran que el aparato estatal no “abandone” la función de regular la parte más grotesca del sistema económico, tarea necesaria anteriormente. El falso debate entre “liberales absolutos” y sus “críticos” se reduce a la esfera del proceder de la burguesía; unos aprueban la” actividad absoluta” del capital en asuntos donde exista un negocio que exprimir, los otros sólo juzgan negativo que el proceso de acumulación capitalista se desborde y genere repercusiones, pero al fin de cuentas las dos tendencias son defensoras a muerte de la estructura que domina en la actualidad.

El Estado es un servidor de la burguesía, es su aparato de clase donde ejerce el dominio en el terreno político de una sociedad dividida en clases. El Estado sólo regulará aquello que pueda salirse de control, anteriormente su intervención era necesaria en una época de despegue del sistema capitalista, donde la brutalidad de su ejecución generaba desvaríos al por mayor. Después, con la Primera Guerra Mundial se hizo inevitable auxiliar al Capital en un punto crucial, que a continuación establecería el proceder de un Estado de bienestar, política de rescate al capitalismo a toda costa no importado transgredir la naturaleza de éste. La misma necesidad histórica hace hoy que el capital regrese a sus fueros si es que quiere prosperar. Por lo tanto enfrascarse en la discusión oponiéndose al simple “capitalismo malo” (como si hubiese uno bueno) es condenar la auténtica oposición y superación de este estadio histórico de la sociedad.

Aunque muchos no lo quieran ver y se le opongan con un discurso pequeño burgués o de “burgués arrepentido”, la realidad está subordinada al mundo de las mercancías, la totalidad es capitalista se quiera o no, cada avance en la ciencia estimula la fortaleza del mismo y toda aquella expresión del ser humano no es más que la respuesta alienada de este mundo donde gobierna la burguesía y sus intereses. Todo aquello que el Estado ya no necesite administrar lo hará el Capital, sean éstas las cárceles, los hospitales, el ejército, etc. Lo que antes le era inaccesible hoy es una realidad: la propiedad de la naturaleza y la vida humana ahora más que nunca se traduce en capital. Los sentimientos y los principios ya tienen un valor monetario con el cual se puede mercar fácilmente a sabiendas de la miseria existencial provocada en los individuos.

Las empresas y corporaciones nacionales e internacionales, vienen a suplir la actividad de un papá, de un dirigente político, de un amigo, de una autoridad religiosa, ahora son estas instituciones las que demarcan el comportamiento del “ciudadano”, el cómo se debe “amar” o cómo tener relaciones sexuales, cómo vestirse, cómo alimentarse. Las empresas y corporaciones también han ocupado las iglesias y moralizan al individuo. Éstas proveen de divertimento y cultura, hacen espectacular la vida. Han tomado todos los símbolos posibles y los han hecho suyos, sus marcas y slogans inundan las ciudades que a su vez son respuesta arquitectónica de la circulación del Capital.

Hemos llegado al punto de inflexión en el que todo retorno a nuestra esencia humana es imposible a menos de destruir todo lo que nos destruye, negar todo lo que nos niega. Pasar por alto esta verdad es el principal obstáculo para superar lo que puede y debe ser superable, porque quiérase o no este orden es resultado de un proceso histórico, por tanto no eterno ni eternizable. La reconciliación del ser humano consigo mismo no se dará por la evolución histórica del Capital, el Capital no puede diluirse sólo puede intensificarse. La acción humana en el sentido de la destrucción de la realidad que lo aprisiona es la base de esa transformación, no como continuación de las actuales circunstancias, sino como la más profunda ruptura con lo anterior dando génesis a la inédita historia del ser humano.

Era Orwell

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