Por: Hernán Montecinos
(22.11.10)
Considerándome empedernido melómano, llegué a saltar de contento ante el anticipado anuncio de que Itzhak Perlman, considerado, unánimemente, como el mayor intérprete de violín en el mundo, vendría a Chile a participar en dos conciertos. Una anhelada visita que años atrás nunca se materializó, pese a esfuerzos que hizo en su tiempo la agrupación Beethoven en tal sentido. Su recargada agenda, por lo mejores escenarios del mundo, y su alto costo, hicieron imposible así hacerlo. El hecho que finalmente pudiéramos tenerlo en Chile, constituía para los melómanos, y los no tantos, una oportunidad imperdible
Me imaginé de inmediato sentado entre los asistentes a uno de sus conciertos, escuchando piezas musicales de alta exigencia interpretativa, como lo son, sin duda, por ejemplo, el 5ª movimiento y final de la Partita Nª 2 de Bach, titulada “Ciaccona”, una sublime y electrizante pieza para violín solo, de 22 minutos de duración, en donde la creación musical de Bach, en mi opinión, llega a su mayor altura y que hoy sólo pueden interpretar los violinista de primera línea, como sin duda lo es (y el mejor) Perlman. Y también, por cierto, el concierto para violín en Re mayor de Beethoven, o el concierto en Re Mayor para violín de Tchaikovsky. Y de yapa, -en mi ingenua imaginación-, pensaba yo, el concierto para violín en Mi menor de Mendelssohn, y otras perlas por el estilo.
Sin embargo, una vez que las noticias fueron dando detalles, empecé a darme cuenta que la cosa no iba por ahí. A decir verdad no se trataba de conciertos en sentido estricto, sino de un “espectáculo musical” que es cosa bien distinta. En efecto, se iba a representar un mosaico musical de películas famosas.
De ahí para adelante, mi inicial entusiasmo empezó a decaer decidiendo, finalmente, dar por cerrado mis intentos de estar presente en alguno de sus conciertos. Fundamentalmente, por estimar que, hasta donde yo sepa, bien distinto es -en el mundo del ambiente musical clásico-, ofrecer un concierto que ofrecer un espectáculo.
A decir verdad la música para películas es una música “incidental”, compuesta para un fin o algo específico. Desgajado de ese algo, o de ese específico, pierde mucho de su sentido aunque resulte ser agradable para el oído y se considere que es una música muy “bonita”. A lo más puede resultar agradable para el oído, cosa muy distinta de gozarla y emocionarse hasta los pelos como en un concierto clásico por excelencia. Si hasta el mismo director de la orquesta checa, que acompañó a Perlman en sus conciertos, confesó al diario “El Mercurio”, que lo que se iba a interpretar era música “para la oreja”. A confesión de parte relevo de pruebas. No lo digo sólo yo, sino también uno que fue partícipe fundamental en la puesta en escena de este evento.
Así, anticipadamente, me sentí contrariado, defraudado: traer al mejor intérprete de violín del mundo, para venirnos hacer escuchar música “para la oreja”, lo encontré un despropósito, un desatino y, peor aún, un vulgar desperdicio. Me imaginé a alguien invitado a una cena en donde se ofrecen las mejores exquisiteces (ostras, caviar, langosta, carne de jabalí, etc.), para terminar por pedir que le sirvan puras papas fritas.
Con todas las excusas del caso, para aquellos que se puedan sentir ofendidos, para mi gusto, la música de películas las encuentro más apropiadas para ser escuchadas como fondo de espera en un consultorio del dentista, o música de fondo en el Mall o el Supermercado, pero no en un concierto. A riesgo de ser tildado de purista, así y todo, para el caso, no puedo dejar de expresar mi desagrado cuando escucho, por ejemplo, a Plácido Domingo, cantar rancheras y tangos, faltándole por cantar tan sólo “los pollitos dicen”, si es que no la ha cantado alguna vez, supuesto hecho que yo desconozco. En este punto no transo: “pasteleros a tus pasteles” o, “zapatero a tus zapatos”. Así de simple, y punto. Es la sensación que me produjo ver a Perlman, metido en este evento-espectáculo.
Ahora bien, entrando en materia de los conciertos mismos, si bien no asistí a ellos, me acomodé frente al televisor para verlos en vivo y en directo Nada más verlos mi frustración fue mayor aún de lo que esperaba. Toda una lata. Una serie interminable de melodías melosas se venían unas tras otras, y tanto fue así, que las cámaras de televisión no impedían dejar al descubierto la cara aburrida y bostezos de no poco de los asistentes, incluso, con algunos de ellos dejando el recinto antes de terminar el espectáculo.
Y no podía ser de otro modo, porque el punto negro del espectáculo fue la orquesta filarmónica checa, que acompañó a Perlman en sus pretendidos conciertos. Más parecía una orquesta de fanfarria que otra cosa e, incluso, sin yo saber leer una nota musical, ni menos haber estudiado música, mi aguzado oído -proveniente de un cultura musical que me inculcaron mis padres desde niño- me hicieron percatar, en ciertos pasajes, cierta desarmonía entre voces, cuerdas y vientos, y hasta más de alguna desafinación por ahí, que para cualquier oído no especializado no pudo pasar desapercibido.
La guinda de la torta, en mi opinión, se sucedió en el segundo concierto. Tras una breve presencia de Perlman en el escenario, cerró el evento la pura orquesta. Siguió la lata y el aburrimiento. Y si consideramos los dos bis finales, fue una repetición a pie forzado y del todo deplorable. El director de la filarmónica checa, leyendo un texto escrito (se entiende porque no dominaba el castellano), rubrica su alocución preguntándole a los presentes si querían seguir escuchando más música. El público asistente, aburrido y todo, se portó como gente educada asintiendo con una exclamación, para que el show continuara.
Hasta donde yo sepa, los bis de los conciertos surgen por petición espontánea del público asistente, y no como pie forzado incentivado desde el escenario por uno de los partícipes. Esto último sólo lo he visto en el Festival de Viña del Mar, con la diferencia que en esta ocasión, se tuvo el tino que nadie desde el escenario incentivara el pedido de una gaviota
Para mi gusto, los dos bis finales fueron lo peor de todo. Dos temas de simple fanfarria que me hizo recordar las retretas dominicales en la Plaza de Armas de Osorno cuando yo era niño, ofrecido por la banda militar del regimiento Arauco. Para el caso, puro ruido, pura fanfarria, puro espectáculo, animado en el fondo con una pantalla gigante en donde se sucedían en imágenes secuencias de películas con la espectacularidad propia que sólo sabe hacer el cine hollywoodense.
Por último no se vaya a creer que con esto quiero desmerecer a Perlman desmereciendo sus cualidades interpretativas que lo hacen ser el mejor entre los mejores. Así y todo, confieso que en un tiempo tuve una duda cuando en una entrevista, Herbert Von Karajan, destacado director titular de la Filarmónica de Berlín, declaró que el mejor intérprete de violín era el violinista ruso Gidon Kremer. Como tengo la suerte de tener en mi inapreciable videoteca las partitas de Bach para violín solo, interpretado por Kremer, el juicio de Karajan me mantuvo entre las cuerdas por un buen tiempo. Sin embargo, esa duda prontamente la disipé, aún y pese, a la desafortunada incursión de Perlman en sus recientes conciertos en Chile. Por supuesto, esto no fue culpa del virtuoso violinista, sino del formato que los organizadores eligieron para hacer de un concierto de música, un puro y simple espectáculo.
Al final los que perdimos fuimos los empecinados melómano. Que como fervientes seguidores lo sentimos desaprovechado en sus verdaderas dotes y cualidades interpretativas.
En fin, algo así como cuando en el deporte nos dimos el lujo de desperdiciar a un Bielsa, ahora en música desperdiciamos a un Perlman. Son cosas que sólo pasan en Chile, lo que a la postre le da razón a aquellos (entre los que me cuento) que afirman de que Chile, pese a su crecimiento y supuesto exitismo, no pasa de ser un país mediocre, en donde todo lo que de verdad vale la pena, o se pierde o se banaliza.
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