PSCH: Por una izquierda y las razones del esfuerzo

Por: Ernesto Navarro Guzmán*/Clarín
Fuente: enviado por Carlos Toro

Desde épocas muy antiguas el ser humano, los filósofos, los pensadores, los políticos, han tratado de imaginar sociedades y sistemas políticos en que pudiéramos vivir relativamente seguros y en donde imperara la justicia y el decoro. De ahí la noble existencia de la política que es la que se preocupa de esto en especial. Pero, hoy, en nuestra época, llegaron unos profetas modernos asegurándonos “el fin de la historia” y que por lo tanto había que detener tales pensamientos maléficos que representan un peligro para el statu quo, pleno y promisorio de bienaventuranzas económicas, democráticas y de todo, todo. Y se les creyó, por no hacerse preguntas tal vez. Pero la idea de que es posible examinar la vida haciendo preguntas sencillas o universales sobre ella y la sociedad, sigue siendo hoy tan vigente y revolucionaria como en la antigüedad, como en la época de los antiguos griegos por ejemplo. Por ello, y a propósito de los previstos y fraudulentos resultados de las recientes elecciones habidas en el Partido Socialista de Chile, es un desafío evidente al monologuismo del pensamiento fundamentalista neoliberal (resultante y solución al “fin de la historia”) sustentado por la dirección que se fue y por la que entra, “la misma gata pero revolcada”, se dice. Previsión que se puede adelantar en virtud de las reuniones y afirmaciones, comentadas en la prensa, entre el flamante nuevo presidente del PS, Andrade, y nada más ni nada menos que con Longueira. De tales juntas, Andrade ha declarado resumidamente que “existe incomprensión entre los trabajadores y los empresarios tema en lo hay que trabajar”. Lo cual denota algún tufillo a lucha de clases, pues para ello se tiene que aceptar la existencia de ellas, no obstante haberlas abolido por decreto. O sea, que habría algo de esperanzas en cuanto a que vamos caminando bien. Pero no nos engañemos, nada bueno se puede esperar de semejantes “juntas”.

La riqueza generada por los trabajadores chilenos ha sido y es inequitativamente distribuida, y eso no cambiará, menos con un presidente de ese tamaño en una ex organización de clase como lo fue el PS. De tales reuniones posiblemente saldrán acuerdos entre la derecha y lo que fue la izquierda para someter aún más a los trabajadores. Qué duda cabe. Si todavía con el tiempo transcurrido y con la verdadera derecha (y dueña absoluta de Chile), en el gobierno, no se logra “armar” una oposición, que al menos de lejos y con suma timidez defienda los intereses de los trabajadores. La vida misma nos enseña, una vez más, que no se puede esperar alivio desde las organizaciones ya entregadas al enemigo de clase.

La experiencia que se adquirió con la entrega del PS, frente a la fuerza del embate ideológico (sustentado en el poder económico y, cada vez que se requiera, en la fuerza militar) generó que la conciencia de los dirigentes del movimiento popular cediera ante la magnitud y el vigor de la embestida. Se arriaron las banderas, se renunció a la crítica del sistema, se desdibujaron las propuestas y en algunos casos, se llegó a pedir perdón por haber incurrido en el pecado de la utopía (que no obstante… forma parte de la realidad). Los dirigentes, ex representantes populares, no sólo quedaron rezagados tanto en el sentido teórico como también en el terreno práctico, además que intentan defender su atraso recurriendo a toda clase de argumentos “musarañescos”. El movimiento popular es rebajado al nivel de la lucha por lo que buenamente otorgue un poder ajeno. Así, las fuerzas populares parecieron haber quedado sin proyecto de futuro, replegadas a lo más en las demandas puntuales inmediatas, en el cosismo, en lo mínimo, en lo inmediato por la angustia por el futuro incierto, por las deudas, en fin abandonados a la caridad de los “bonos”.

Por ello es que es válido en el PS hacerse preguntas, para aprender más todavía (pues aún somos tozudos) y a lo mejor lograr “vivir en la verdad”, como los antiguos griegos. En períodos de ansiedad ocurre que el realizarse preguntas sea muy necesario, y puede volver a las personas que viven en la imposición, más receptivas ante la vida, la cual aparece como mucho menos incierta y mucho menos frívola o brutal que la que viven. Por eso vale la pena plantearse sencillas interrogantes como las siguientes:

¿Hay todavía razón para ser de izquierda y creer en una expectativa de socialismo? ¿Tiene sentido la lucha misma o más vale resignarse y tratar de obtener lo que se pueda, como concesión de un poder ajeno? ¿La lucha por la democracia, substituye a otros objetivos y manifestaciones de lucha social y nacional, o depende de ella para afirmarse? ¿Son las elecciones, como se dan hoy día, única vía para la conquista de un poder cada vez más lejano, o hay que descubrir otras formas de acción del pueblo trabajador?. Preguntas todas que están ahora ante nosotros, cuando toca enfrentar, en Chile como en el conjunto de los países latinoamericanos, tal vez una de las fases históricas más difíciles de la lucha popular.

Las respuestas a estas interrogantes podrían verse por el lado de que, no obstante los extendido de la desesperanza y el desaliento, los desengaños, el escepticismo y la desconfianza, la lucha es irrenunciable. Como lo es la lucha por los derechos humanos, por un puesto de trabajo, por la salud, por la educación, por servicios básicos públicos y gratuitos, por una jubilación, por la libertad de opinión, por la igualdad de derechos y obligaciones de ambos sexos, por el derecho al sindicalismo real, a la recreación, etc.

Porque vemos que el conjunto de la población se ha visto golpeada por la crisis y las políticas neoliberales en práctica, de lo cual resultan efectos que se podrían denominar como la ocurrencia de una autentica “revolución conservadora”, que lo ha penetrado todo, incluyendo las antiguas organizaciones de clase. Además del desarrollo de procesos de empobrecimiento (hoy hay cuatro millones de pobres) que han llevado a fuertes retrocesos en la condición esencial de vida del pueblo, ampliando y profundizando los contingentes de pobreza, así como el endeudamiento atroz en que se ve involucrada por lo menos 80% de la población, víctima del saqueo del voraz sistema financiero. Los salarios reales (verdadero poder de compra de las personas) se han reducido brutalmente y la pérdida de puestos de trabajo asalariado empuja a trabajadores y familiares a múltiples formas de acceder a unos ingresos miserables y precarios, con el agravante de que se ha perdido la posibilidad de trabajos estables, de calidad y de mediano o largo plazo. A estos trabajos temporales se les denomina eufemísticamente “de autoempleo o de pequeños empresarios”, (que dicho con claridad es la “informalidad”) que sería producto de la “innovación” productiva.

En contraste, las estrategias económicas impuestas por los intereses dominantes (de desarrollo exportador), en connivencia con la alianza de partidos de la concertación, han inducido una concentración extrema del poder económico, multiplicando las utilidades y acrecentando aún más los ingresos de las capas minoritarias privilegiadas de la población. Se trata de una modalidad de desarrollo capitalista de integración externa (globalización) relacionando cada vez más el país con el capitalismo desarrollado (necesitado de nuestras materias primas). Hoy se propone como “gran cosa” incrementar el pago, por venta de cobre, de las empresas extranjeras de 3% a 10%, mientras que en Estados Unidos es del orden de 35% mínimo. Por cierto, todo esto desde una posición de subordinación y de desintegración social interna que lleva a diferenciar así, brutalmente dos mundos: “el mundo de los ricos” y el “mundo de los pobres”.

Así las cosas se podría pensar que no hay salida. Sin duda que de insistir en lo mismo no hay salida. Pero el discurso oficial, del gobierno saliente y del entrante hasta ahora, proclama éxitos: aumentan y se diversifican las exportaciones, se abren nuevos mercados, hay interés y confianza de los inversionistas extranjeros (“paz social”, “flexibilización del trabajo”, y “disciplina laboral”, etcétera) se protegen los equilibrios macroeconómicos, se ha controlado la inflación. Pero viendo las cosas con detenimiento, esos logros han tenido y siguen teniendo inevitablemente el precio de castigar aún más a los trabajadores, aunque se opusiera Andrade, de desnacionalizar aún más la economía nacional (incluyendo los mares territoriales), de subordinar los intereses nacionales y populares a otros intereses. Claramente de habernos arrastrado a la relación todavía más subordinada del “libre comercio” con los Estados Unidos. Sin duda que todo ello son resultados previsibles de la forma dominante de desarrollo capitalista, de la lógica del mercado y de la “integración hacia afuera” (“desarrollo exportador”). Aun así con magros resultados, ya que los más probable es que la economía siga creciendo poco y que continuarán altos niveles de desempleo y subempleo, que resultarán irrelevantes las “acciones de solidaridad con la pobreza”, que se seguirá transfiriendo al exterior propiedad de activos nacionales y altas cuotas del ingreso que se ha logrado generar. Mantener la “competitividad externa” exige salarios cada vez más bajos; sostener equilibrios macroeconómicos lleva a imponer sacrificios cada vez mayores a las clases populares. Procesos todos que están situados en un marco de creciente desintegración social o de “dualización” (fractura social) de la sociedad que terminará por revertir los avances democráticos y reabrir los altos riesgos de
desarrollo de políticas represivas. Porque el fracaso del sistema capitalista va por el lado de la distribución, produce más (y sin mano de obra no calificada y barata) pero inevitablemente distribuye inequitativamente los frutos del trabajo por la lógica de su funcionamiento (las recurrentes e inevitables crisis cíclicas). Así, también impulsa el “crecimiento ilimitado” (para supuestamente distribuir mejor), pero está terminando con los recursos naturales no renovables y depredando el planeta en forma acelerada. Unido a ello propugna el consumo, el despilfarro (de calidad para los ricos y precario y melifluo para los pobres) con lo que logra endeudar a los trabajadores atrapándolos en deudas prácticamente impagables. Y para terminar con su acción negativa, banaliza y vulgariza la vida cotidiana y destruye el acervo cultural de nuestros pueblos.

Entonces las respuestas a las interrogantes expuestas irían por el lado de reafirmar la lucha contra este estado de cosas, lo que no supone entorpecer el desarrollo de la democracia, como se afirma desde el poder. Es precisamente la forma necesaria de defender las conquistas democráticas. Luchar contra todo lo expuesto en contra de los sectores populares, no es comprometer objetivos nacionales. Por el contrario, es recuperar autonomía y defender los intereses nacionales.

Para los sectores populares no basta ejercer la democracia en su ámbito inmediato sino que deben exigirla como principio y práctica nacional, vigente para el conjunto de la sociedad. Y, un proceso democrático (la democracia no es una cosa en si misma) que permita reclamar de toda la sociedad, del estado, de los sistemas estatales, del gobierno, que resuelvan los problemas de trabajo y de condiciones esenciales de vida como lo es un medio ambiente sano, de desarrollo democrático verdadero y amplio, incluyendo lo cultural para el conjunto de la población.
No obstante, muchos de los que hoy se benefician de las políticas en práctica, terminarán sumándose a la idea de la lucha por el cambio necesario. Ello, porque entenderán y comprenderán que no puede haber beneficio ni ganancia duradera en una sociedad que extrema más y más las desigualdades y que está destruyendo el planeta. Saben que en ellas están las causas de la delincuencia y la inseguridad de la cual se sienten amenazados. En la desigualdad extrema están también las raíces de la violencia. Las expresiones de violencia de quienes sufren la desigualdad y las expresiones de violencia mucho más brutal de quienes desde el poder imponen y buscan preservar la desigualdad.

Se debe pues, reaccionar frente al conformismo y la desesperanza. Mucho más frente a la demagogia, a las promesas no cumplidas, al poder ideológico que les brinda el control de los medios de comunicación escritos y electrónicos, embruteciéndonos con las noticias de la crónica roja y de la farándula. Por ello más allá de las desilusiones por las experiencias propias y ajenas, se presenta la urgencia de la necesidad de lucha, de organizarse para ella, porque como se ha dicho la lucha es irrenunciable. Ello lo evidencia el que, en el pasado, se pudieron realizar triunfos históricos que se siguen celebrando. No hay razón pues para renunciar a nuevos triunfos posibles de futuro. Muy difíciles hoy, es verdad, pero siempre alcanzables como lo demuestra la historia.

Frente a las nuevas condiciones de hoy, se necesita hacer nueva política abandonando los clasicismos tradicionales en la práctica cotidiana. Todo ello requiere un replanteamiento de la política de lucha por el socialismo, que nos lleva sin duda alguna a convivir con el capitalismo (pues aparecen canceladas por no viables otras opciones) sin pensar ni ilusionarse con un “capitalismo humanizado”. Ello a partir de estar seguros, contando con legítimas organizaciones de clase, y de que nos ha tocado un tiempo con un andar de largo aliento, que muy posiblemente será transgeneracional. Pero es un trabajo de hoy, y de mañana, irrenunciable.

*Presidente Comunal México del Partido Socialista de Chile.

Deja un comentario