Por: Raúl Sohr
Fuente: http://www.lanacion.cl (20.12.09)
Morales llegó al gobierno fruto de grandes luchas contra la privatización del agua y el petróleo. Pero, a diferencia de otros procesos, su entrada al palacio presidencial no significó la desmovilización de sus partidarios. Por el contrario, la tónica de su gestión es la participación política. Ello al punto que se le ha imputado actuar como un dirigente sindical antes que como un Mandatario.
La victoria electoral de Evo Morales, lograda el 6 de diciembre, consolida un proceso político inédito. Por la vía electoral y con respeto a la institucionalidad Morales y sus partidarios buscan revertir los efectos de siglos de marginación de los pueblos indígenas que constituyen la mayoría de la nación. Morales ganó la Presidencia para el próximo quinquenio con 63 por ciento de los votos. Además logró la mayoría absoluta en ambas cámaras o la Asamblea Legislativa Plurinacional como se le denomina ahora. Si lo anterior fuera poco, hoy enfrenta una oposición en total repliegue.
Los agresivos líderes autonomistas de los departamentos que constituyeron la llamada “media luna”, que tan sólo en septiembre del año pasado parecían poner en peligro la continuidad del gobierno de Morales, sufrieron serios reveses electorales. El Movimiento al Socialismo (MAS), el partido del Presidente, logró resultados excepcionales en territorios que hasta hace muy poco le eran hostiles. El MAS obtuvo la mayoría absoluta en Chuquisaca y 49 por ciento en Tarija. Incluso en Santa Cruz, departamento que lideró la oposición, le brindó 43 por ciento de los votos, en Pando sacó 46 por ciento de las preferencias. Solo en Beni recogió una votación menor, con 35 por ciento. En la práctica, la “media luna” quedó desintegrada al igual que la oposición política. En escaños la diferencia está a la vista: el MAS tiene 26 senadores y 85 diputados frente a una oposición que cuenta con diez senadores y 44 diputados.
El juicio popular sobre el MAS, expresado a través de las urnas, es elocuente: en 2002 obtuvo 20,94 por ciento de los sufragios, en 2005 pasó al 53,7 por ciento y ahora llega al 63 por ciento. Este alto porcentaje coincide con dos datos clave de la realidad del país: alrededor de dos tercios de los bolivianos son indios y viven en la pobreza. Claro que la mera coincidencia de las proporciones explica sólo en parte el notable auge del MAS. La clave de su éxito radica en la continua movilización de las organizaciones sociales. Morales llegó al gobierno fruto de grandes luchas contra la privatización del agua y el petróleo. Pero a diferencia de otros procesos, su entrada al palacio presidencial no significó la desmovilización de sus partidarios. Por el contrario, la tónica de su gestión es la participación política. Ello al punto que se le ha imputado actuar como un dirigente sindical antes que como un Mandatario. En rigor ése no es el caso, pero su fortaleza política deriva de la continua ampliación de las demandas de las mayorías nacionales. Además ha tenido la necesaria cuota de buena fortuna, pues Bolivia pasa por un período de bonanza económica y ello, como ha sido el caso con el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, le ha permitido bonificar a estudiantes y a la tercera edad, además de emprender una serie de obras públicas.
Al iniciar su segundo mandato, aparecen dos líneas de pensamiento en el seno del gobierno. De una parte está el “pachamismo”, que resalta el respeto a la tierra, las comunidades ancestrales y lo que Morales llama el “vivir bien”. En sus palabras: “Para los pueblos indígenas del planeta, la madre tierra es la vida misma. Concebimos al ser humano como parte integral de la naturaleza”. En el plano político, Morales denuncia: “Durante miles y miles de años hemos convivido con la naturaleza en constante equilibrio con ella y dentro de ella. Hoy en día sentimos los efectos devastadores del sistema capitalista transnacional neoliberal que destruye aceleradamente nuestro planeta”. Pero el desarrollo industrial ejerce cierta atracción sobre él y sus compañeros en el gobierno. Juan Ramón Quintana, ministro de la Presidencia, viene de señalar las prioridades para el período venidero: “El centro de gravedad es la industrialización, desarrollo económico, productividad, protección social y telecomunicación. A eso nos hemos comprometido en el plan de gobierno”. Quintana precisó que habrá “más inversión en materia de industrialización del ramo de hidrocarburos, tenemos el desafío de intervenir en la propia economía boliviana con mayor musculatura estatal”.
En lo que toca a las relaciones entre Bolivia y Chile, ellas parecen estar marcadas por un permanente desfase que impide aprovechar las circunstancias favorables al entendimiento. Durante mucho tiempo, Bolivia vivió bajo gobiernos inestables que carecían de legitimidad para normalizar las relaciones con Chile. Pese a los esfuerzos del Presidente Ricardo Lagos no hubo, en La Paz, un interlocutor. Entre Bachelet y Morales se estableció una buena química y se lograron avances en la confianza mutua. El prerrequisito para acuerdos mayores. Pero ahora se abre un signo de interrogación sobre cuál será el próximo gobierno chileno. Cabe preguntarse cuál será la postura de Sebastián Piñera si resulta elegido. En dicho caso las distancias ideológicas entre ambos mandatarios podrían enfriar las relaciones entre ambos países. Es lo que se ha observado entre Perú y Bolivia. En todo caso la incertidumbre política del lado chileno se disipará pronto. //LNDPor:
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