Por: Ricardo Candia Cares
Fuente: http://www.elclarin.cl (27.10.09)
La presidenta Michelle Bachelet pareciera flotar en un mundo en que sus buenas intenciones son nubes impolutas hasta las cuales no llegan los negros nubarrones de las lacras terrenales. Pareciera no saber qué pasa en el Chile de más allá de los muros de La Moneda. Aquellas cosas que puedan amargarle el pepino son sacadas de la minuta y sólo se muestra disponible para las fotos de protocolo y las grandes ocasiones.
Ha vivido sus años de presidenta levitando sobre el bien y alejada artificialmente del mal. Aparece para rubricar las cosas lindas, pero a su pueblo las que les afectan son las cosas malas. Sus asesores han instalado la idea de que éstas, hechas por error o por acierto, son responsabilidad de muchos, nunca de ella. Da la impresión de que es inimputable al modo de los niños que delinquen.
Durante su mandato se han asesinado a tres mapuches, más de cien están presos y a otros se les aplica la Ley Antiterrorista que dijo no usaría. Esos asesinatos y detenciones han sido mediante montajes en los que la policía y los fiscales han tenido que ver.
Por estos días imágenes de televisión muestran a un mapuche siendo golpeado de la manera más cobarde por carabineros de Chile. De no ser por ese acierto periodístico, esa víctima pasaría por victimario. Los que aparecen torturando a una persona rendida en esas imágenes que darán la vuelta al mundo, son del mismo cuerpo de Carabineros que rinde honores al paso de la presidenta, a la entrada de su trabajo.
La presidenta debiera dar explicaciones y pedir perdón. No puede decir yo no sé, hoy, y mañana decir, yo no sabía. En las incursiones policiales a las ranchas de los mapuche, las balas y los gases venenosos afectan a niños y mujeres en forma indiscriminada, criminal y cobarde. No es creíble que no sepa de estas aberraciones propias de un estado policial.
Del mismo modo en el caso de basureo monumental que fueron objeto por parte de la Ministra de Educación, los profesores. Decir que a éstos no se les adeuda nada porque hay una prescripción de por medio, es idéntico a quitarle las pensiones a los familiares de los detenidos desaparecidos, ejecutados, torturados o que sufrieron prisión política, por el hecho de que esos crímenes fueron cometidos hace mucho tiempo.
En estos casos es comprensible la ignorancia de la ministra, pero no de la presidenta. Michelle sufrió los rigores de la represión: su padre fue preso, torturado y muerto producto de los malos tratos, ella y su madre detenida en ese campo de exterminio que fue Villa Grimaldi, y, mucho después, ejerció como pediatra, atendiendo a los hijos de los presos políticos.
Habría que preguntarse si vale la pena mantener un espumoso e inédito índice de aprobación por la vía vergonzosa de esconderse detrás de sus ministros. Y preguntarse si en la zona mapuche esa medición le daría los mismos números.
La presidenta más bien reina que gobierna. La suya es una gestión que parece más una leyenda que un trabajo aterrizado en la realidad esquizofrénica de un país famoso por sus abismos de desigualdad. Hace su trabajo de una manera tal que mantiene una dicotomía inexplicable entre un discurso progresista que encuentra la simpatía de los dignatarios extranjeros, y uno de corte conservador y represivo para el consumo de sus súbditos.
En las tarimas de los grandes foros aparece como una izquierdista moderada que fustiga al capitalismo, acusa de inhumano al neoliberalismo y que reconoce en el estado una herramienta de justicia y de garantía para los más desposeídos. Pero, desde su gestión real, sin que nadie o pocos la escuchen y vean, mantiene, estimula y perfecciona un estado de cosas en las antípodas.
La presidenta sólo aparece para las cosas buenas. De ésas se hace cargo con su manera simpática de ser, con su cara de comprenderlo todo, su actitud de mamá buena onda, su mirada de tía cómplice. Cuando habla con ese tranco tan suyo, de sus palabras no pude salir nada que agreda, ni asperezas ofensivas. Tampoco explicaciones a tanta barbaridad respecto de las cuales sobran responsables, que, al modo de los tapones, saltan mucho antes que ella.
Su impunidad le permite desparecer del ruedo cuando es necesario. No responderá a la inquisitoria cuando las respuestas son desagradables. Para eso está el ministro Velasco y la ministra Tohá. Para el garrote, Pérez Yoma y Rosende, para el chiste fome y el exabrupto, Francisco Vidal. Y para todas las frescuras, metidas de patas y de mano, el resto del gabinete.
Aún así, se la pelean para las fotos de campaña los candidatos a todo. No esa misma imagen que se repartió cuando asumió como presidenta. Han pasado los años. Su cara angelical enfundad en virginal blanco, luce el paso de los años y los efectos del ejercicio del poder con su respectivo costo. Ahora parece un ángel fatigado.
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