Por: Aníbal Venegas
Fuente: http://www.elclarin.cl (31.07.09)
Miente, oscurece, enajena, corrompe. Todo esto se ha dicho de la televisión y sin embargo el mundo entero la observa día a día ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué fin? Para buscar distracción algunos, para informarse otros, para hallar asilo, sentido, solaz. En Chile la televisión no es mala, no es insignificante: es vomitiva ¿Por qué a la gente le agradará tanto rumiar heces? Me preguntaba un amigo hace algunos días. Este constante volverse hacia lo escatológico, cuestión muy chilena pareciera ser, es síntoma definitivo de decadencia y por lo tanto somos decadentes.
Si al Papa se le ocurriera visitar las dependencias del canal católico Chilensis y ver lo que allí se pacta en cultura y artes, aseguro que excomulgaría a unos cuantos curitas. A no ser que a esa puerca ex nacional socialista le agrade realmente la absoluta falta de conciencia y valores presente en cada uno de los espectáculos maquiavélicos de Canal 13, nunca se sabe. Desde que este canal de televisión decidiera transmitir el Festival de la canción de Viña del Mar, asumió sin reservas su ocaso. A pesar de los sacerdotes de la legión de Cristo que pregonan alabanzas a la hora de almuerzo, todo lo que emana de esa estación huele a azufre: con el Reality Show como nuevo pan de cada día y Raquel Argandoña como la Holy Virgin, nada en Canal 13 mantiene una relación aún somera con los diez mandamientos. Tal vez eso explica por qué a los numerarios del opus dei les prohíben ver televisión. Adelantados a su tiempo sin duda.
La solución pareciera ser bastante sencilla: al que no le guste, no vea televisión. Se trataría de un mero ejercicio de voluntad. Pero sucede que la televisión es una empresa privada abierta al público masivo y donde el estado invierte dinero en publicidad, por lo tanto es nuestra obligación aserruchar los cimientos de esa ramplonería ¿Quién anhela tal cuestión? Somos varios pero no muchos, el resto se encuentra en el claustro de la asociación de imbéciles amateur, una mezcolanza humanoide que se empezó a gestar en Chile desde el momento en que arribó al país la primera caja idiota. Estos palurdos sienten nostalgia de tiempos aquellos, de ahí que una y otra vez exijan con vehemencia el revival de las naderías que se transmitían específicamente en la era dictatorial (el auge de la televisión basura, con el jappening con já y el Festival de la una encabezando la estupidez). Sin ir más lejos, hace algunos años nos tuvimos que tragar la versión reloaded del insoportable “música libre”, un circo deprimente donde unos mocitos rubicundos saltaban y se acariciaban al ritmo de la langosta. Qué vergüenza ser hijo de uno de esos tipos.
La asociación de imbéciles amateur tiene una fuerte presencia en la escena Chilensis y continúa acaparándose los espacios televisivos: los hay periodistas, abogados, “artistas” (los que protagonizan teleseries y que tienen la tupé de echarse encima la membrecía al gremio) y los más deplorables, los políticos. El candidato derechista encabezando la lista, como no. Recordemos cómo el otro día Piñera salió a defenderse como gata rabiosa por el escándalo del banco de Talca y que lo tiene precisamente a él en el escrutinio público. Apareció en conferencia con su prole, un trío de cabros bastante feos físicamente y que parecían “no estar ni ahí” como era la divisa de los insoportables años noventa (Digo insoportables, porque fue el periodo en el que se creía ingenuamente que para el bicentenario íbamos a estar viviendo en algo parecido al proyecto moderno del siglo XIX). Ahí estaba Piñera, todo alambicado, con su trajecito de brin y con sus “niños” taciturnos y con los dedos metidos en los bolsillos. “¿En qué quedó la comedia?” le preguntó una vecina copuchenta a don Benito, el almacenero de la esquina que en ese momento me vendía cigarrillos, “Fíjese vecina que no tengo idea, yo estaba haciendo un Sudoku sentado en la taza del baño”. Al menos queda gente decente en este país.
Lo peor es que estos imbéciles triunfan. Tal es el motivo que me impulsa a escribir el presente artículo, dado el altísimo nivel de lavado de cerebro que han estado llevando a cabo los de la legión de la perversidad. Ante mis inocentes comentarios publicados en esta trinchera intelectual y que se resiste al paso de los años (El Clarín revivió después de todo, pobre Pinochet, un motivo más para revolcarse en su tumba ¿Residen en tumbas los relegados a la condenación eterna? Habrá que conseguirse un culebrón y preguntarle a Satanás), muchos lectores me han echado en cara mi condición de envidioso, de resentido, rasgando vestiduras toda vez que les ofendo el gusto. Bueno, tendré el coraje de mi mal gusto ¿Qué se puede hacer cuando las inclinaciones particulares anhelan ir más allá de la maldad circundante? Sacar los dientes y morder como fieras. Nada más.
De ahí que desde hace algún tiempo en Chile viene surgiendo un movimiento todavía desconocido: la asociación de idiotas dispuestos a superarse. Quienes pertenecemos a este selecto grupo gestado en la penumbra de la soledad y del resentimiento, este aglutinamiento de ovejas descarriadas, de quejumbrosos cualquieras atormentados por el rococó del intelecto y por el contrapunto de la indecencia y desfachatez en el que se ha transformado la realidad Chilensis patentada en la televisión, queremos ante todo superarnos. Tenemos hambre y sed de todo: de cordura, de entendimiento, de autenticidad. Odiamos enérgicamente y sin reservas a nuestros representantes en la programación, si al político con ínfulas revolucionarias –el insoportable Marco Enríquez-, si al juglar de porquerizas, si al macilento periodista modernillo, enfundado con sus mejores galas y portador de la oratoria más decadente, esa que haría vomitar al mismísimo Fedón (El más compasivo de todos).
En fin. Muy a nuestro pesar el Rating se dispara en estos días y los medios de comunicación demuestran su agradecimiento. También el oficialismo ve con buenos ojos la perpetuación de estas instancias de desocultamiento de la estupidez y de ocultamiento de la realidad que a todos nos concierne. Pero ¡Bah! En nuestra realidad nacional de ciudades pestilentes, polución, represión, desempleo, pobreza, miseria, ignorancia y fealdad, un poquito de carne fresca “a la medida” en la parrilla programática se agradece de vez en cuando; al menos tenemos la oportunidad de perpetuar nuestro resentimiento y continuar soñando con un “ojalá”, todavía…
anibal.venegas@gmail.com
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what???
jejejeje qu bueno me estoy descojonandooo
jejejeje qu
bueeeeeeeno