La novela de Carlos Marx

Por: Galina Serebriakova
Fuente: Kaosenlared.net

Comentario de  Hernán Montecinos
INTRODUCCIÓN
El próximo 16 de Agosto (¿) se cumple un nuevo aniversario de la publicación del I Tomo de la obra “El Capital” de Carlos Marx. Demás está decir la importancia que adquiere este libro, a partir de la dinámica que presenta en nuestros días la economía del mundo con su desbordante acumulación de capital. Digo esto porque en esta obra vamos a encontrar muchas de las claves que explican el fenómeno de acumulación de capital al que asistimos hoy, con su crecimiento progresivo que pareciera no tener fin.

Muchos parecieran no entender todavía la dicotomía que esconde este fenómeno: por una parte, mayor acumulación de capital en menos manos, y por otra, aumento de la pobreza y la desigualdad social a límites insostenibles. Por eso estimo que, El Capital”, a lo menos su primer tomo, debe ser hoy una lectura obligada para todos aquellos que no alcanzan a percibir el fenómeno en su misma raíz. A partir de esta necesidad y como un modesto homenaje al aniversario del nacimiento de esta obra, he querido resaltar algunas partes del libro “La novela de Carlos Marx: vida de un gran revolucionario”, de Galina Serebriakova. (Edit. Cartago, 431 págs.) Intensa y vibrante biografía, tiene la particularidad de que siendo un ensayo, muchos de sus pasajes son novelados. Sin embargo, esta rara mezcla literaria, “ensayo-novela” le da a la obra una personalidad muy particular que en nada le hace desperfilar el valor científico del pensamiento de Marx; al contrario, lo recrea y lo resalta por lo demás en forma muy amena y didáctica. La vastedad del libro (431 págs.) impide en pocas líneas pormenorizar todas las vibrantes imágenes y vivencias allí relatadas. Por eso me remito a entresacar aquellos párrafos que he creído más sustantivos, y sobre todo, aquellos que se encuentran en íntima relación con la obra “El Capital”. Sin duda, el actual estado de situación y las vicisitudes que nos encontramos viviendo, en la sociedad actual, reclaman urgentemente la necesidad de comprender los fenómenos económicos a que estamos expuestos, para cuyos efectos releer y retomar los elementos sustantivos del pensamiento de Marx expuestos en El Capital, pueden sernos de gran ayuda

Como bien lo señala la reseña de este libro, esta conmovedora novela, histórico biográfica, nos enfrenta con un personaje gigantesco en sus aspectos menos conocidos. No tanto del Marx político y filósofo, popularizado por la narrativa literaria, sino de su formación humana y social, y de sus íntimos afectos que van desde su familia, incluido el propio Paul Lafargue, su yerno, pasando por su compañero de ruta Federico Engels, y entrañables otros amigos como el sastre Lessner, uno de los más fieles de sus seguidores.

Otro plus de este libro es, que sin dejar de ser su centro el pensamiento, vida y obra de Marx, es una obra que resalta y particulariza también la vida y las acciones de un sinnúmero de personajes de la época, que tuvieron relevancia en el desarrollo del movimiento revolucionario de entonces. Un variado mosaico de figuras de la época desfilan incesantemente, página tras página, deteniéndose y particularizando en cada uno de ellos, lo que imprime la sensación de que este libro fuera el compendio biográfico de varias figuras de la época.

Galina Serebriakova, la autora, confiesa que ambicionó largamente novelizar la vida y obra del fundador del socialismo científico y eso hace que su obra se desarrolle en varios planos: la descripción de los sucesos políticos y de la vida intelectual de Europa se alternan con escenas de la vida familiar. Las vivencias de la Comuna de París son relatadas con espíritu vibrante, poniendo en primer plano la fortaleza y valentía de luchadores de la envergadura de una Luisa Michel, Teófilo Ferré, Lisa Krasotzki, Elisaveta Dmitrieva, por nombrar sólo algunos de entre tantos.

Particular atención merecen los relatos de los hechos en torno a los acontecimientos que se vivieron en la Comuna de París, poniendo de relieve la valentía y heroísmo de sus luchadores. Son relatos desgarradores, vibrantes y dramáticos que, en su pormenorización, dejan entrever entregas y enseñanzas éticas que difícilmente podemos imaginar se den en nuestros días. Quien lea estas vibrantes páginas concluirá que existe una deuda con estos comuneros, pues su ejemplar lucha no ha sido suficientemente documentada por la historia y la misma literatura. Una deuda que en parte se hace cargo Galina Serebriakova entregándonos bellas imágenes y representaciones de este jirón de la historia en varias de sus páginas.

En fin, un libro que recomiendo leer, un libro necesario, sobre todo, para las nuevas generaciones, aquellas que se encuentran huérfanas de valores en un sociedad que sólo quiere reservarles el papel de ser meros expectores de la dinámica social y de la vida y no sus protagonistas..

Hernán Montecinos

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Extracto…

Mientras en Leipzig, la imprenta de O. Wigand terminaba la impresión de El Capital”, el 16 de Agosto de 1867, a las 2 de la madrugada, Marx escribía a Engels:

“Querido Fred: Acabo de corregir el último pliego (el 49) del libro. El apéndice, acerca de las formas del valor, impreso en tipo pequeño, ocupa 11/4 pliego. También corregí el prefacio y lo envié ayer. Este tomo, por lo tanto estará terminado, y que ello fuera posible lo debo únicamente a ti. Sin tu sacrificio, jamás hubiera podido realizar el enorme trabajo de escribir los tres volúmenes. ¡Te abraza, lleno de gratitud! Acompaño dos pliegos de pruebas corregidas. He recibido las quince libras esterlinas; muchas gracias. Te saludo, mi querido y fiel amigo”.

Marx terminó de escribir la carta y se puso de pie. Se examinaba interiormente y comprobaba asombrado que no experimentaba alegría. “Parezco una espiga después de la trilla” –pensó. Únicamente sentía cansancio y una inquietud indefinida. ¿Estaba todo dicho en el libro? ¿Qué destino le aguardaría? Fumaba y se paseaba lentamente por la habitación. En su imaginación el tiempo recorría un camino inverso… París… los primeros meses de su dichosa intimidad con Jenny (su esposa). Se aproximó a la ventana y descorrió las cortinas. La aurora se insinuaba apenas. En su memoria apareció el mísero departamento londinense de dos pequeñas habitaciones en Deen Street. Se alzan al fondo de su memoria unos tras otros los cuadros del pasado y se despliegan ante él. La más temible de las guerras, la guerra contra la miseria, había llenado durante décadas su vida. Y siempre había estado absorto en eso que ahora lo abandonaba. ¡El Capital! Cuántos años, noches y días, fue su tributario, y he aquí la separación. El libro se marchará por el mundo, hacia los hombres, y entrará en sus vidas. Pero el lazo entre el creador y la creación no se quiebra. El libro se transformará en su heraldo y seguirá viviendo cuando él ya no exista.

Muy pronto aparecería el primer tomo de El capital. Carlos recordó a quienes ya no vivían, pero seguía queriendo.. Guillermo Wolf. Después de su muerte, pensó en escribir un libro consagrado a él, pero su trabajo en El Capital se lo impidió. Wolff legó a Marx el dinero ahorrado en su duro trabajo de maestro, y esta herencia le había permitido librarse de las deudas por un tiempo y trabajar tranquilo. Con un sentimiento de tristeza y de cariño a la vez, fue que escribió en la primera página de El Capital, a continuación del título, esta dedicatoria:

A mi inolvidable amigo, el valiente, Leal y noble paladín del proletariado GUILLERMO WOLF Nació en Tarnau, el 21 de junio de 1809 Murió en Manchester, en el destierro, El 9 de Mayo de 1864

Semejante a Prometeo, que profetizó el ocaso del poderoso Zeus, Marx predijo en El Capital, su obra fundamental, el inevitable choque con la sociedad burguesa; descubrió la ley económica del movimiento de la sociedad capitalista y fue el primero en indicar al proletariado como la fuerza capaz de poner en ejecución el veredicto de la historia.

El Capital es una obra inagotable y monumental, como si la mano de un escultor genial la hubiera cincelado en une norme bloque de mármol. Es un estudio enciclopédico, lógico, integral, riguroso y complejo; un todo indiscutible. Lo que antes pudo parecer de difícil comprensión, a medida que pasaron las décadas se fue tornando más claro, evidente y accesible. La doctrina de Marx pertenece a los siglos. Irradia luz como una estrella, y sirve de guía a generaciones sucesivas. La presencia del genio, que se ha anticipado al porvenir, queda demostrada por la utilidad que la obra presta y prestará hasta el fin de los días.

Las deducciones de Marx revolucionaron la concepción de la historia universal: en la sociedad, al igual que en la naturaleza, todo lo que nace se va desarrollando dialécticamente, se fortalece, acumula fuerzas hasta florecer; mientras tanto, en sus entrañas va madurando el embrión de un nuevo régimen social. Toda estructura económico-social, una vez cumplido su ciclo –desde su aparición hasta el apogeo-, está condenada a morir y a que otra más perfecta la reemplace. El régimen comunal primitivo cedió su lugar al esclavismo; el régimen feudal dio nacimiento y fue sustituido por el capitalismo; y todos los cambios están relacionados con la modificación y desarrollo del modo de producción.

Gracias al materialismo histórico el caos y la arbitrariedad que predominaban en la concepción de la historia y de la política fueron reemplazados por una teoría científica, integral y armoniosa. La filosofía idealista interpretaba la historia de la sociedad como la consecuencia de la voluntad y la acción deliberada de los hombres. Pero la realidad desmiente de manera radical esa idea. El desarrollo de la humanidad se opera de acuerdo con leyes que existen y actúan independientemente de la voluntad de los hombres. El hombre puede estudiar y llegar a conocer esas leyes, tomarlas en cuenta para dirigir sus actos, utilizarlas en beneficio propio, pero no puede anularlas ni crear leyes nuevas. El materialismo histórico armó al proletariado con el conocimiento de las vías de la transformación revolucionaria de la sociedad. La interpretación materialista de la historia llevó a la necesidad de estudiar, no los actos de los individuos, sino la acción de las clases.

La fuerza motriz de la historia de la humanidad –según la doctrina de Marx- son los trabajadores. Ellos desempeñan el papel principal en el proceso de producción y ellos son los creadores de todas las riquezas del mundo, necesarias para la existencia de la sociedad. La peculiaridad de los diferentes regímenes e instituciones políticas y la manera de pensar de la gente, sus ideas y sus teorías, se forman en estrecha correspondencia con el modo de producción. La existencia social determina la conciencia social. Las ideas de los hombres –políticas, jurídicas, artísticas, filosóficas y religiosas- dependen de las relaciones de producción predominantes entre los hombres, y cambian radicalmente cuando dichas relaciones se modifican.

El materialismo histórico ha tornado la ciencia de la sociedad tan exacta como cualquier otra ciencia, y en muchos aspectos, determinó la actividad práctica de los partidos obreros y de la Internacional. Otro de los descubrimientos trascendentales de Marx fue poner en claro las relaciones entre el capital y el trabajo. Marx demostró que en la sociedad burguesa la fuerza del trabajo se vende como cualquier otra mercancía. Sin embargo, las manos del obrero crean durante la jornada laboral mucho más de lo requerido para cubrir el gasto de la producción. En el proceso laboral, el obrero crea un valor, no retribuido, la plusvalía, y es precisamente esta plusvalía la que constituye el objetivo de la producción capitalista, el fundamento del capitalismo, encierra en sí la esencia de las relaciones entre el trabajo y el capital, entre la clase obrera y el capitalismo.

La producción de plusvalía o ganancia –decía Marx- es la ley absoluta del modo capitalista de producción. Sin embargo, la forma como el capitalista se apodera del fruto del trabajo complementario –no retribuido- del obrero, queda disimulada por el salario que éste percibe, lo cual posibilita al capitalista afirmar falsamente que cuando compra la fuerza física obrera realiza un negocio honesto, pues mediante el salario abonado remunera íntegramente el trabajo del obrero.

En otros tiempos, el propietario de esclavos quitaba a éstos todo y los iba aniquilando físicamente poco a poco. Los siervos trabajaban para el señor, y sólo después de cumplir con él, podían cultivar el pedacito de tierra propio para poder alimentarse. La dependencia y opresión se advertían en aquel entonces claramente. Pero, actualmente, la opresión en la sociedad burguesa está astutamente enmascarada bajo una aparente independencia y libertad de los trabajadores.

Por primera vez en la historia de la economía política, Carlos Marx sometió el proceso de la producción de plusvalía a una profunda investigación multifacética, poniendo de manifiesto que la plusvalía constituye la fuente de todos los ingresos de las clases explotadas: la ganancia del industrial, el beneficio comercial del negociante, el porcentaje de los banqueros, y las rentas del terrateniente. La doctrina de la plusvalía como única fuente de la ganancia capitalista, es la piedra angular de la teoría económica marxista. Marx descorrió resueltamente la máscara a la sociedad burguesa, en la que una ínfima minoría explota a la enorme masa del pueblo.

El autor de El Capital alcanzó cumbres inéditas en el terreno del conocimiento científico y revistió a su obra genial de un hermoso estilo. Su libro es un poema científico, que pone al descubierto hasta sus entrañas la esencia misma del capitalismo, pronuncia contra él la más severa condena y fundamenta la inevitable aparición de una nueva sociedad. La sociedad burguesa es investigada en sus orígenes, desarrollo y declinación: “ El monopolio del capital se convierte en un grillete del modo de producción que ha crecido con él y gracias a él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo, al desarrollarse, llegan a un punto en que son ya incompatibles con su envoltura capitalista y ésta se hace trizas. Le llega la hora a la propiedad privada capitalista. Los explotadores serán expropiados”.

En El Capital, las diferentes facetas de la teoría de Marx se reúnen en un todo orgánico: filosofía, economía, política y la doctrina de la revolución socialista. La obra ofrece una honda fundamentación filosófica y económica del socialismo proletario en lo que se refiere a la misión histórica de la clase trabajadora, a la revolución socialista y a la dictadura del proletariado.

Marx colocaba la práctica por encima de todo; siempre subrayó el papel decisivo de la actividad en la vida de los hombres, y sobre todo, de la actividad productiva. “La vida social –escribía- es en sustancia la vida práctica”.

Tanto Marx como Engels combatieron sin descanso a quienes menospreciaban la fuerza cogniscitiva de la inteligencia humana y sostuvieron rudas polémicas con los científicos que preconizaban la imposibilidad de conocer el mundo. Estos dos grandes revolucionarios trabajaron, sin ahorrar esfuerzos, para descubrir las leyes que rigen la sociedad humana y hacer su aporte a la causa del conocimiento del mundo. En el centro de todas las cuestiones filosóficas colocaban, la práctica, la actividad práctica-revolucionaria de los hombres; fueron creando una nueva y superior forma de materialismo que armaba al proletariado con la comprensión del significado de la lucha revolucionaria como el único medio de lograr una radical modificación del orden social existente. Las palabras de Marx: “La emancipación de los trabajadores debe ser de los trabajadores mismos”, se convirtieron en el principio fundamental de toda la actividad de la Internacional.

El Capital fue recibido por sus enemigos con una pérfida estratagema: hicieron un silencio total a la obra, lo cual no pudo dejar de alterar a Marx y sus amigos. La salud de Carlos iba de mal en peor. La miseria llamaba a su puerta y corría el peligro de ser desalojado de la casa. Como siempre, era la ayuda pecuniaria de Engels la que salvaba a la familia del hambre y la humillación. Las dificultades económicas sugirieron a Marx la idea de trasladarse a Ginebra, donde la vida era mucho más barata. Pero, cómo abandonar el Consejo General? ¿Cómo separarse de la biblioteca del Museo Británico cuyos tesoros utilizaba constantemente? Además, deseaba preparar la traducción al inglés de su obra, para que fuera accesible a un mayor número de lectores.

La existencia de Marx no era fácil, por cierto. Sobre todo lo atormentaba el silencio de la prensa con respecto a El Capital. Había volcado en este libro todos sus conocimientos, experiencia, ideas, investigaciones y descubrimientos de muchos años: “La suerte que pueda correr mi libro me pone nervioso –le confesaba a Engels-. No sé nada de nada. Los alemanes son buenos chicos. Sus trabajos propios sobre estas materias, en calidad de sirvientes de los ingleses, franceses e incluso de los italianos les autorizan realmente a ignorar mi libro. La gente que tenemos allí no sabe agitar. En fin, no queda más remedio que hacer lo de los rusos: esperar. La paciencia es el nervio de la diplomacia rusa y de sus triunfos. Pero uno, que sólo vive una vez, puede reventar antes de que llegue lo esperado”.

Marx tenía clara noción de qué arma contundente había entregado, con su libro, al ejército revolucionario. Pero se lo silenciaba deliberada, tenaz y malignamente. Urgía explicar, llevar la doctrina a quienes estaba destinada. Los enemigos de siempre estaban activos, y la conspiración de la crítica hería y exigía a un contragolpe de los correligionarios. Engels fue el primero en darse cuenta que no se debía esperar más. Entre Marx y la mayoría de la humanidad, a la que éste se había entregado por entero desde los primeros años de su juventud, habían levantado un pérfido muro hostil de los periódicos influyentes, que pertenecían a los capitalistas. Engels decidió abrir una brecha en él.

La reseña de un libro es como el viento que esparce las semillas, como la luz de un relámpago que ilumina el cielo de un extremo al otro del horizonte. Durante el combate, nadie se pregunta si debe o no arrojarse hacia delante para salvar a un amigo; lo hace simplemente, sin que a nadie se le ocurra reprobar un impulso tan natural. Otra cosa ocurre en las quietas aguas de la vida cotidiana, en que se considera incorrecto salir en defensa de un camarada, pues puede inspirar sospechas de estar confabulados. Pero cuando el objetivo es útil y grande para la humanidad ¿quién sino un correligionario acudirá en ayuda de otro? Así pues, los compañeros de Marx consiguieron insertar en varios periódicos burgueses notas acerca de la publicación del libro, reseñas del mismo e incluso, una biografía del autor con su retrato. Empero, esto último contrarió a Marx, quien aborrecía cuanto se asemejaba a publicidad, -lo considero más perjudicial que útil- dijo disgustado, y no se aviene con la dignidad de un hombre de ciencia. Hace mucho tiempo que los redactores del Diccionario Enciclopédico de Meyer me escribieron pidiéndome una biografía. Y no sólo no la entregué, sino que ni siquiera contesté la carta.

No obstante, los esfuerzos de los amigos tuvieron éxito. La obra de Marx fue advertida y no tardaron en aparecer artículos sobre El Capital. Hasta Arnold Ruge, su antiguo adversario ideológico, escribió: “Es una obra que hace época y derrama una luz brillante, a veces cegadora, sobre el desarrollo, la crisis, los dolores del parto y los espantosos sufrimientos mortales de las diferentes épocas históricas. Las páginas en que expone y razona la plusvalía como producto del trabajo no retribuido, la expropiación de los obreros que antes trabajaban para sí mismos y la inminente expropiación de los expropiadores, son clásicas. Marx posee una erudición extensísima y un brillante talento dialéctico. Y aunque el libro sobrepasa los horizontes de muchos lectores y periodistas, se impondrá sin ningún género de duda, y alcanzará, a pesar de su gran envergadura, o mejor dicho gracias a ella, una poderosa influencia”.

Ludwig Feuerbach no quedó menos impresionado por el vigor titánico de la obra de Marx y declaró que “el libro abunda en hechos indiscutibles, interesantísimos, aunque espantosos”. El profesor Düring, que pasaba por conocedor de la materia, escribió una crítica respetuosa y profunda. También se publicaron algunas opiniones absurdas. El viejo poeta Freiligrath, a quien Marx había enviado de regalo un ejemplar de la obra, dijo que el libro le había aportado muchas enseñanzas, y agregaba: «Me consta que en el Rin hay muchos comerciantes e industriales que están entusiasmados con el libro”. El ex redactor de la Neue Rheinische Zeitung solamente había visto en El Capital una obra de consulta, útil para los jóvenes comerciantes.

Marx cansado y agotado de tanta lucha política y esfuerzo intelectual, sobredimensionado todo ello por su constante mala salud, que lo obligaba a hacerse continuos tratamientos, sufrió el más tremendo de los golpes con la muerte de su esposa. Cuando ésta murió, Marx pareció dejar de sentir y pensar. Poco a poco se fue debilitando y no pudo cumplir sus deseos de ordenar los manuscritos del II tomo de El Capital para dedicárselos a su entrañable esposa y compañera ya desaparecida. Muere el 14 de Marzo de 1883. “La humanidad tiene una cabeza menos, y la cabeza más grandiosa de nuestro tiempo” –escribía Engels a sus amigos-

El sabado 17 de marzo de 1883, en el cementerio de Highgate, en la misma tumba donde quince meses atrás había sido enterrada su esposa, fue sepultado Marx. La pena de Engels no tenía límites. Visiblemente desmejorado, pero tan inflexiblemente resuelto como siempre, en su oración fúnebre parecía dirigirse al mundo entero y a las generaciones por venir. Sólo en las pausas de su discurso se ponía de manifiestos u emoción y su dolor:

“Marx era ante todo un revolucionario. Cooperar de éste o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quien el había infundido por vez primera la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento”.

“… Marx era el hombre más odiado y calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde las minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”.

La última palada de tierra puso fin a la tensión especial que llega con la muerte y que es imposible comparar con nada. Los amigos y familiares advirtieron la sensación de vacío sin límites, la verdadera noción de su pérdida, aquella que hiela los corazones.

Engels regresó a su casa muy avanzada la noche. Halló cierto consuelo en escribir a los amigos y compañeros diseminados por el mundo. Pero no podía haber lugar para el desaliento y la desesperación. La vida exigía acción en forma obstinada. No tenía derecho a ser débil, porque la amistad obliga y demanda no sólo palabras, sino también fuerza y actividad redobladas. Algunas de las obras de Marx, escritas en los últimos años, requerían una revisión definitiva. Los dos últimos tomos de El Capital estaban terminados en borrador únicamente, y la humanidad los esperaba.

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