La fantasía de la realidad

Por: Catheryn Cárcamo S.
Fuente: culturalibre.cl

A 20 años de la muerte del gigante sin edad. El compromiso y la transgresión literaria de Cortázar retornan con mas fuerza que nunca para seguir jugando en medio de lo más solemne de nuestra realidad.

En un mundo regido armoniosamente por un sistema de leyes, principios y relaciones causa efecto, las palabras -por supuesto- también estaban en ese espacio, blindadas en el optimismo del orden y la disciplina.

Pero Cortázar algo sospechó desde pequeño, cuando ante los problemas entendió que la mejor solución era buscar una salida nueva y creativa: la respuesta lúdica e inesperada. Es que este niño era una excepción, una excepción que optaba por reír en vez de llorar ante los regaños de sus padres. Por eso cuando creció entendió que tenía que haber algo más, una opción más allá de lo esperado, una alternativa a la realidad, «otro orden más secreto y menos comunicable».

Con este principio orientador en la búsqueda de una literatura «al margen», Cortázar descubrió la fantasía. Una palabra que para el autor argentino, no tiene mucho sentido, pero que asume de todas formas como suya «a falta de un mejor nombre». Desde entonces, las letras se sublevaron. Ya no había orden, manos, lápiz ni papel. En otras palabras, era el nacimiento de un mundo ajeno y distante que se anti-configuraba ante nuestros ojos. Ni Bruselas, Argentina o Francia tenían la fórmula para traducir este nuevo idioma Cortasiano, tampoco su entendimiento está en nuestra imaginación, porque ni siquiera ese rincón sabio y venerado de la mente tiene la facultad de armar el modelo del escritor.

Catedráticos, doctores y señores intentan todavía (por todas las vías), encontrar el misterio. Ahora más que nunca, que se conmemoran veinte años de la muerte del escritor. La prensa, revistas e internet, se aglutinan para conseguir el mejor análisis literario de la fantasía narrativa de Julio Cortázar. Con el riesgo, claro, de terminar con la magia. Pero que importa, teorizar es la salvación. Es que la fantasía llama la atención, sube el rating. Si alguna vez fue sinónimo de utopía y alentaba a seguir caminando, ahora hasta se convierte en realidad, aunque sea virtual. La fantasía se convirtió en el centro de un análisis que gracias a las excepciones nos invita a abrir los ojos.

Entendimos por ejemplo, que la fantasía no existe sin realidad, y que en la obra de Cortázar ambos elementos se vuelven aliados y contrincantes a la vez, por eso no sabemos cual de los dos gana finalmente la batalla, en otras palabras la realidad no existe sin fantasía. Así lo sospecha Eduardo Galeano: «Las cosas más naturales son aquellas que llamamos sobrenaturales, pero estamos ciegos para verlas. El mayor mérito literario de Cortázar es habernos ayudado a comprender hasta dónde es natural eso que llamamos sobrenatural. Julio incorporó a la vida cotidiana esas energías secretas que andan en el aire del modo más natural, más espontáneo. No hizo una literatura fantástica opuesta a una literatura de la realidad, sino que hizo una literatura de la realidad y, por lo tanto, hizo una literatura fantástica». Prueba clara de lo descrito por Galeano, se encuentra desde la primera publicación de cuentos del autor. En Bestiario (1951), emplea una «fórmula» para hacer que el lector tenga la impresión de que hasta lo fantástico funciona como un lugar común. Lo que parecía «imposible» en cualquier otro plano, se transformaba en realidad para la «lógica» literaria de Cortázar. A así por ejemplo en el cuento Carta a Una Señorita de París, mientras la protagonista vomitara no más de diez conejos vivos, todo era normal. Pero al producir el conejo undécimo, la historia se veía excedida por lo insólito.

La fantasía como prolongación de lo real

El juego de Cortázar es interminable. Desde palabras e idiomas inventados, hasta un constante desosiego del tiempo y el espacio. En él, la realidad se trastoca hasta tal punto, que sus personajes se desplazan desde su sub-realidad para habitar en nuevos mundos. El lector por su parte, a penas logra distinguir el momento preciso de la fusión. La fantasía se mezcla con la realidad, y ambas se vuelven inteligibles al habitar un mismo entorno.

De esta forma, Julio Cortázar nos evidencia como la fantasía es capaz de estar presente en nuestra existencia sin que logremos al menos sospecharlo. Entonces no queda más que preguntarnos ¿la realidad no es acaso una fantasía?. Resulta prácticamente imposible dejar de pensar que vivimos en medio de una fantasía y que Cortázar quiso mostrarnos más que un juego y una magistral utilización de recursos literarios. Nos despertó para decir que somos protagonistas de un cuento, que es una fantasía que se confunde con la realidad. Sin darnos cuenta transitamos por ese camino que creemos normal, pero que en ningún caso lo es, tal como la protagonista de Carta a una Señora de París, vomitamos conejos, pero estamos seguros que es natural.

En otras palabras, nos acostumbramos al «mundo al revés», y participamos de una realidad-ficción que poco nos inmuta. ¿Una forma de denuncia política? Quien lo sabe. Lo único cierto es que mucho se ha teorizado sobre las etapas narrativas de Cortázar para llegar a vislumbrar dos periodos «claramente» identificables. Un antes y un después cuyo punto de encuentro es la política.

Cortázar y la política

Aunque durante su estadía en Argentina, Julio Cortázar asumió una actitud política claramente antiperonista, esta se limitaba «a la expresión de opiniones en un plano privado y a lo sumo en un café, entre nosotros, pero que no se traducía en la menor militancia», afirmó alguna vez el escritor.

El vuelco vendría más tarde, cuando visitó Cuba por primera vez. Era 1962, y la revolución recién comenzaba a andar. Desde entonces, su postura se volvió más comprometida, «me metí en algo que ya no era una visión política teórica, en ese país estuve frente a un hecho consumado. En momentos muy difíciles en que los cubanos tenían que apretarse el cinturón porque el bloqueo era implacable y habían problemas internos a raíz de las tentativas contrarrevolucionarias».

Cortázar tampoco tuvo reparos en señalar que dicho viaje significó para él una forma de aterrizaje, «La revolución cubana, por analogía, me mostró entonces y de una manera muy cruel y que me dolió mucho, el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política». Desde ese momento el escritor comenzó a documentase y a leer sobre el proceso. Lentamente y de manera «casi inconsciente», natural, los temas políticos e ideológicos se fueron introduciendo en su literatura.

Por ejemplo en su cuento Reunión, participa como personaje el Che Guevara. Cortázar confesó que nunca hubiese existido esta obra «si me hubiera quedado en Buenos Aires o en París. En cambio, desde el momento de mi viaje, el tema de ese relato me resultaba absolutamente apasionante, porque yo traté de meter ahí, en esas 20 páginas, toda la esencia, todo el motor, todo el impulso revolucionario que llevó a los barbudos al triunfo».

Otro de los momentos que el propio Cortázar identificó como determinante en su literatura, fue la creación de su obra El Perseguidor. Por primera vez en lo que llevaba escrito hasta ese momento, nació en el escritor una tentativa de acercamiento máximo a los hombres como seres humanos. «Mi literatura se había servido un poco de los personajes, ellos estaban ahí para que se cumpliera un acto fantástico, una trama fantástica, no me interesaban demasiado. No estaba enamorado de mis personajes, con una que otra excepción relativa», afirmó Cortázar.

Esta operación que le hizo volver la vista hacia los personajes de sus obra, representó para el escritor, el mismo proceso interno que vivió a raíz de la revolución cubana, que «no se limitó solamente a las ideas. La revolución debe triunfar y se debe hacer la revolución porque sus protagonistas son los hombres, lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparentemente tan trivial fue muy importante para mí, porque yo había sido indiferente a los vaivenes políticos del mundo. Me quedaba afuera de la parte que correspondía a la sangre, a la carne, a la vida, al destino personal de cada uno de los participantes de esos dramas históricos».

La determinación vino por sí sola. «Llegó el día en que frente a una injusticia cualquiera -hablemos en abstracto-, tuve la necesidad de sentarme a la máquina y escribir un artículo protestando. Me sentí obligado a no quedarme callado, sino a hacer lo único que podía hacer, que era o hablar en público si se trataba de reuniones o de escribir artículos de denuncia o de defensa según los casos. Y eso, en el fondo, es lo que termina por llamarse compromiso».

Pero una obra no vive sin ojos lectores, y eso Cortázar lo sabía bien. Por eso no tuvo reparos en reconocer que una vez terminado el proceso de escritura «no puedo dejar de pensar que ese cuento va a llegar a muchas personas y que además del efecto literario va a tener un efecto de tipo político. Ésa me parece que es la visión del compromiso, la justa en un escritor».

Desde pequeño lo sospechó y por eso la división de elementos literarios nunca fue nítida para Cortázar. Si la fantasía no era un intocable, tampoco lo sería la política. Por este motivo no tuvo reparos en hacer crítica su voz y enjuiciar: «en la mayoría de los libros llamados comprometidos o bien la política (la parte política, la parte del mensaje político) anula y empobrece la parte literaria y se convierte en una especie de ensayo disfrazado. O bien, en caso contrario, la literatura es más fuerte , apaga y deja en una situación de inferioridad al mensaje, a la comunicación que el autor desea pasar a su lector».

A veinte años de su muerte, Julio Cortázar sigue paseándose como el dueño de la palabra y el juego literario. Habla de nuestra realidad fantástica y de un modo natural, lúdico nos enseña su mensaje político. Al menos él lo tiene más claro que sus solemnes teóricos: «alcanzaré a decir mejor algunas cosas que se me almidonarían si les diera el tono del ensayo, y tú ya sabes que el almidón y yo no hacemos buenas camisas.»

Cortázar: Una vida sin edad

Aunque nació en Bruselas, Julio Cortázar siempre se sintió argentino. Había sido el azar el que lo llevó ese 26 de agosto de 1914, a nacer en medio del caos: hace un mes había estallado la Segunda Guerra Mundial y las fuerzas alemanas invadían Bélgica. Un comienzo que él mismo definiría como «sumamente bélico. Lo cual dio como resultado a uno de los hombres más pacifistas que hay en este planeta». Sólo 4 años más tarde la familia pudo volver a Argentina, pero sin pasar antes por Suiza y España. Del francés, lengua que habló durante su primera infancia quedó una herencia: «esa «r» afrancesada de la que jamás me pude desprender».

Tampoco nunca pudo desligarse de esos primeros juegos literarios que lo transformaron en un extraño niño: «yo estaba perpetuamente en las nubes. La realidad que me rodeaba no tenía mucho interés para mi. El médico me prohibió los libros cuatro o cinco meses». Con un padre ausente, Cortazar creció en un barrio de tipo suburbano, «de esos que tantas veces encuentras en las palabras de los tangos: calles no pavimentadas, pequeños farolas en las esquinas y una pésima iluminación que favorecía el amor».

A medida que el niño comenzó a crecer, se acentuaba su necesidad de volcar sus ideas, combinaciones y juegos en las letras. Así las cosas, terminó su primera novela a los nueve años de edad, una obra que describe como «muy lacrimógena, en la que todo el mundo moría al final». Llegó el año 1938 y estaba publicando con el seudónimo de julio Denis, su primer libro, Presencia, el que tendría un tiraje sólo de 250 ejemplares.

Aunque no tenía titulación universitaria, en 1945, lo contrataron para impartir clases de literatura francesa en la Universidad de Cuyo. En el año 1946, tras la llegada de Perón al poder y la ocupación fascista de la universidad, Cortázar, que había participado en la lucha antiperonista, presenta su renuncia al cargo.

Desde 1946 a 1951 el autor vivió una vida bohemia que él mismo resume como una existencia «solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, lector a jornada completa. Un burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético» Gracias a una beca de literatura del gobierno francés, se traslada a París en 1951, dónde se desempeñó como traductor independiente de la UNESCO. Esta nueva vida significó para el escritor, «la necesidad de confrontar todo un sistema de valores, mi manera de ver, y escuchar. Fue una sucesión de choques, desafíos, dificultades, que no me había dado el clima infinitamente más blando de Buenos Aires». Vargas Llosa describió la vivienda de Cortázar en París como una casa «alta y angosta como el propio Cortázar, atiborrada de libros y con un gran pizarrón donde el escritor iba fijando recortes de periódicos que hablaban de lo insólito y cotidiano».

En 1970 Cortázar asiste a la toma de posesión de Salvador Allende en Chile, un episodio que según el mismo señaló, le hizo comprender «que la obligación más elemental de un escritor preocupado por la causa del socialismo era la de manifestar personalmente su solidaridad con esa grande y difícil experiencia que empezaba en un país del cono sur de América Latina». Cuatro años más tarde, viaja a Ciudad de México para participar en la tercera sesión de la Comisión de Investigación de los crímenes de la Junta Militar de Chile. En 1981, año en que obtiene la nacionalidad francesa, se le diagnostica una leucemia. Dos años más tarde asiste en La Habana a una reunión del Comité Permanente de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América. Luego de este último viaje a la Isla, se traslada a Buenos Aires para visitar a su madre y despedirse de la ciudad y de los amigos. Intuye que el plazo se acorta. El 12 de febrero muere en París el mago disfrazado de gigante. Se fue defendiendo lo fantástico e imaginario. Se despidió haciendo una promesa: «En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad. Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido».
 

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