Fundamentos de la crisis del modo de producción capitalista

Por: Oriol Ferrer
Fuente: Rebelión.org (Abril del 2003)

Desde hace unos años se ha instaurado en el seno de la sociedad un sentimiento general que todo lo impregna. No hay parcela de la actividad humana donde ese sentimiento no se manifieste en alguna medida. Nos referimos a la percepción de una Crisis que trastoca todos los valores morales, de conducta, éticos, laborales., en que se funda la sociedad misma.

Tanto se habla de la crisis de la Religión, como de la Política. De la Etica y de la Moral, como de las Culturas. De la Tercera edad, como de la Juventud. De la delincuencia, como del Paro. Del ocio, como de la droga. De la obesidad, como del Hambre. De la Ciencia, como del Analfabetismo. De Consumismo y Subdesarrollo. De Derechos Humanos y de Genocidios..

Nada puede ser abordado, percibido, vivido, al margen del elemento que lo configura: el elemento de la Crisis. Crisis de lo concreto, de la parte, y crisis del Todo y por tanto de Todos.

No podemos sustraernos a la realidad, no podemos escapar a una crisis que por ser general abarca a toda la sociedad, simplemente con salirnos de la sociedad. Fuera de la sociedad no podemos existir; nuestra propia individualidad es un reflejo de la sociedad y solo con ella cobra vida propia. La crisis aparece cuando la sociedad se ve enfrentada, puesta, delante de sus propios limites; cuando los motores que siempre la empujaron a alcanzar estos limites se ven impotentes para ensancharlos y derribarlos; cuando la sociedad no puede absorber ni generar nuevas energías productoras de riquezas. Entonces aparece la crisis en todas sus dimensiones.

La Crisis en la que estamos inmersos marca los limites de nuestra sociedad basada en la Propiedad Privada y en el Valor de Cambio. Es la Crisis del Modo de Producción Capitalista.

Demostrar esto de manera rigurosa, sin mesianismo, sin carácter profético, sin que de ello se derive el Partido de la verdad, ni la organización revolucionaria que enterrará al «malvado Capital», es tarea esencial para el devenir social. Los sueños, las utopías, los deseos humanos, son cada uno y en si mismos eso: sueños, utopías y deseos. En la crisis del sistema económico y social, es el conocimiento el que determinará en la practica, cuales de esos sueños, utopías y deseos se convertirán en realidad. Dentro de la fría lógica de los hechos nada nos impediría soñar dentro de la sociedad del Capital, donde el dinero es amo y señor, representante y mensajero de todas las riquezas, en un lema que anunciara «¡¡¡ Dinero para todos !!!, o si algunos aun de moral mas recatada lo prefieren, ¡¡¡ Trabajo para todos !!!. Pero aparte de los que viven de escribir estos lemas, ya nadie ni siquiera sueña en ellos. Lejos quedan los tiempos en que el Capital arrancaba a los artesanos de sus talleres y los hacinaba en las manufacturas, convertía a los siervos de la tierra en obreros industriales, abría nuevos mercados y conquistaba nuevos mundos. Todo esto existió con sus grandezas y con sus miserias. Parecía que no había limites. Apenas estos aparecían en el horizonte eran alejados de nuevo, grandes convulsiones de donde el Capital resurgía, cual Ave Fénix, con energías renovadas para continuar con el eterno ciclo de expansión – recesión. Historia del Capital, historia de las crisis.

La crisis general es el conjunto de todas esas crisis particulares, pero por encima de ellas, por encima de cada una de ellas en particular, planea la causal, la motriz, la que es fundamento de todas las demás, la que mata los sueños y destruye las ilusiones, es la crisis del Capital y del Trabajo, es la crisis de la Ley que no puede ser cumplida, la crisis de la Ley del Valor que afirma que todo se compra y todo se vende y nada existe si no es comprado ni vendido. Fuera de la ley, pero siempre a su lado, surgen la violencia, el pillaje y la barbarie. También son estos los signos de la crisis que siempre aparecen precozmente sobre el escenario donde la vida se desarrolla, también son estos los signos que hoy ya están sobre el escenario.

Mas estos signos no son nuevos en la Historia Humana. Aparecieron ya cuando el hombre no pudo continuar viviendo como esclavo, también aparecieron cuando después de un largo periodo de encadenamiento a la tierra como siervos, esta fue incapaz de sustentarlos, y aparecen en esta, cuando el Capital, que otro día levantó inmensas legiones de trabajadores asalariados, se ve empujado a expulsarlos del proceso productivo. Esta es la contradicción con la que ya nació el Capital y que hoy explota con gran violencia, porque para el capital, el trabajo y la sociedad entera, siempre han sido considerados como simples medios para la obtención de sus propios fines. Ya en 1858, Karl Marx lo anunciaba de esta manera: «(.)Por un lado(el Capita) despierta a la vida todos los poderes de la Ciencia y de la Naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de riqueza sea relativamente independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los limites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor.»

Cuando Marx escribió estas líneas ignoraba hasta que punto el Capital podía desarrollar las fuerzas productivas, ignoraba los limites de la revolución industrial, la producción en cadena, la robotización y la automatización de la producción. Ignoraba hasta que punto podía reducirse el tiempo de trabajo necesario para producir cualquier mercancía. Pero conocía la contradicción que con el tiempo explotaría y situaría a la Humanidad ante una nueva Era. Transcurridos casi 150 años, es hora de retomar su trabajo y sacar conclusiones.

De entrada hay que aclarar una cuestión de base que embarulla y llena de confusión todos los analisis de economistas, sociólogos y politólogos que debaten los fundamentos causales de esta crisis que avanza sin remisión hacia el colapso. Con mas o menos fortuna todos coinciden en resaltar los mismos aspectos: Especulación, burbuja financiera, políticas crediticías, endeudamiento, déficit comercial de Estados Unidos, etc. Esto en el ámbito económico. En lo social se coincide en el desmontaje del Estado del bienestar desarrollado desde el final de la IIª Guerra Mundial, y en la consiguiente degradación da las condiciones de trabajo, educación y salud de los llamados países periféricos. Pero estos son los efectos de la crisis, no sus fundamentos. Esa confusión conduce y conducirá a generar vanos esfuerzos de modificar el rumbo de los acontecimientos por el camino del voluntarismo y del subjetivismo más retrogrado. Este es el terreno abonado donde crecen toda clase de ONGs, organizaciones solidarias, de Comercio justo, Foros Sociales, Misiones redentoras y Cumbres del hambre, del medio ambiente y del SIDA. Todo el mundo es movilizado de Foro en Foro, Cumbre tras cumbre, decenas de miles de expertos viajan de punta a punta del planeta con sus recetas milagrosas. Todos exigen compromisos a los gobiernos, a las multinacionales, al FMI, a la OMC, al Banco Mundial, para detener la catástrofe que deviene cada vez más inevitable. Pero nadie es capaz de plantear la única alternativa real que puede posibilitar una salida a la gravedad de la situación actual. La propiedad privada de todos los recursos de la tierra ha conducido a esta situación, se hace necesario abolirla para salir de ella. Y si esta cuestión de principio no es abordada todos los esfuerzos serán inútiles.

Trabajo Asalariado y Capital

Hace ya algunas décadas que el trabajo asalariado inició su camino hacia la sepultura. Las mismas fuerzas que lo engendraron no podrán, por mucho que se esfuercen, detener esta andadura. Gobiernos, Sindicatos, Partidos Políticos y toda suerte de Organizaciones se coligan y se aprestan para alargar su agonía, pero sus gritos solo les devolverán el eco amortiguado de su fracaso. No claman por el trabajo creador y fuente de toda la riqueza, claman por un cadáver pestilente que esparce su hedor por las cuatro esquinas del mundo, claman para salvar del naufragio de la historia al trabajo asalariado, al trabajo bíblico que ha mantenido a los hombres esclavizados, serviles y explotados, claman por el trabajo humillante, embrutecedor y alienador. Claman por el trabajo que enriquece al propietario, claman por el trabajo que rinde beneficio a quien se lo apropia, claman por el trabajo que sirve al Capital.

Por mucho que griten sus voces no serán escuchadas. Hay poderosas razones para afirmarlo con rotundidad.

El Capital que un día juntó y unió a miles de artesanos en sus manufacturas, que organizó verdaderos ejércitos de trabajadores en sus industrias, que convirtió a los campesinos en jornaleros, a las tribus en mano de obra y a los maestros en funcionarios, ha encontrado ya sus propios limites. El Capital no solo debía consumir cada vez más y más trabajo, también tenia que aumentar el beneficio obtenido de la explotación de toda esa ingente cantidad de trabajo. Taylorización, trabajo en cadena, Stajanovismo comunista, Fordismo, racionalización, disminución de costos.

Ninguna barrera fue lo bastante consistente para detener el avance del sistema productor de toda clase de mercancías. Cada obstáculo que aparecía en su camino era derribado y los limites eran ensanchados hasta un nuevo horizonte. La Ciencia y la Técnica puestas al servicio del Capital han sido las herramientas que han alejado estos limites.

A diferencia de algunos filósofos posmarxistas que ven en la producción de mercancías un «fin en si mismo», es necesario afirmar que el Capital tiene como fin su propia reproducción, reproducción ampliada en una espiral ideal e inagotable. Para el Capital las mercancías no son un fin en si mismo, son medios, son precios, son valores de cambio, son dinero. El trabajo fue siempre para el Capital un valor de uso necesario y a la vez su opuesto, era la mercancía por excelencia cuyo potencial transformador quedaba incorporado a todas las mercancías particulares. Como escribía Marx, en ausencia del trabajo asalariado el Capital deja de ser Capital. Esa ligazón inseparable entre Capital y Trabajo asalariado es la columna vertebral del sistema capitalista.

El Beneficio del Capital, verdadero fin del sistema, siempre ha sido obtenido a partir de metabolizar cantidades crecientes de trabajo productivo. El artesano, el campesino, el intelectual, el sabio, la mujer., todos han sido forzados por el Capital a existir como asalariados. Ningún sector de la sociedad ha salido indemne de este proceso. Pero este proceso no ha sido solamente cuantitativo. Para el Capital el trabajo no es una mercancía distinta de las demás; en términos objetivos no se diferencia en nada de las materias primas que deben ser extraídas de la Naturaleza o transformadas en mercancías útiles para el consumo. Para el Capital el trabajo es un Costo de Producción en el proceso de reproducción y ampliación del mismo. Reducir este costo es la otra cara de la misma moneda y la expresión de la contradicción que inevitablemente le lleva a una gran explosión.

Durante décadas el Capital creció al ritmo marcado por la capacidad de digerir nuevos sectores sociales desposeídos de toda propiedad. Las crisis de sobreproducción fueron las sacudidas que cíclicamente marcaban los limites de este crecimiento desenfrenado. La salud del sistema se media por el crecimiento del empleo como sinónimo del crecimiento del beneficio. Pero no solo estaba en marcha este proceso, en la otra cara de la moneda se dio otro, que es su contrario: Aumentar los beneficios también es sinónimo de reducir los costos de producción. Empezó la carrera de la racionalización del trabajo, la disminución de los tiempos necesarios de producción, el aumento de los ritmos de trabajo, la introducción de máquinas automatizadas, la informatización de amplios sectores, la robotización.Todo un proceso que conduce a la reducción absoluta del trabajo vivo necesario. Este proceso, al contrario del anterior, mide la salud del Capital por su potencial reductor de la cantidad de trabajo vivo necesario para producir las mercancías y reproducirse el mismo.

Ambos procesos son los argumentos que nos permiten afirmar, que por mucho que griten los defensores del trabajo asalariado reclamando más trabajo, sus voces no serán escuchadas. Los conjuros, las invocaciones a todas las fuerzas del universo, no conseguirán salvar del naufragio al trabajo asalariado, ni a su omnipresente creador, el capital. Los magos de hoy, los magos modernos, no invocan ni conjuran, manejan palancas, oprimen botones en extraños paneles; el trabajador ya casi no hace, no conoce, no sabe. Oprime un botón y poderosas fuerzas de las que desconoce su intima naturaleza, se ponen en marcha, actúan, hacen; son las fuerzas de la técnica que reclaman sus privilegios en el altar social. Ante tales fuerzas, el trabajo asalariado se inclina y debe abandonar el escenario de la historia. En su marcha hacia el recuerdo no estará solo, a su lado, como un eterno enamorado, yacerá quién siempre le alimentó: el Capital.

No es el fin del trabajo lo que transcurre ante nuestros ojos, es el fin de toda forma particular de trabajo que pueda ser dominado, encerrado y poseído por otras formas, todas ellas distintas, de la única que nos es común y sustancial a la especie humana: la forma de la Vida que surge y se desarrolla con la Naturaleza. Es el fin del trabajo encerrado en las pirámides de los Dioses faraónicos, es el fin del trabajo encadenado y esclavo de los Dioses griegos y romanos, es el fin del trabajo servil enclaustrado en las grandes catedrales del Dios cristiano y es el fin del trabajo asalariado atesorado y encerrado en los brillantes edificios de los Dioses del dinero y del Capital.

Asistimos a los últimos triunfos del Dios moderno, del Dios dinero para dominar el trabajo humano, el trabajo de la vida. En esos triunfos la vida languidece, enferma. Sus nutrientes son contaminados, envenenados, corrompidos. El aire se vuelve irrespirable, el agua es ensuciada, la tierra se torna estéril y el hombre enferma.

El fin del trabajo asalariado llega con el triunfo absoluto del Dinero, con el triunfo absoluto de una «cosa», de un tercer elemento, que como escribía Marx, puede ser cambiado indistintamente por todo, o como escribía Shakespeare constituye la relación universal de utilidad y de utilizabilidad. Una cosa, que es la equiparación de todas las demás, de lo heterogéneo.

¡¡¡ That is the question !!! . Mientras el Dinero obtiene el honor de iniciar su ascensión a los Cielos, el Trabajo Asalariado debe asumir el deshonor del descenso al Infierno, pues no hay Cielo sin Infierno.

Pero ya que hablamos del fin del trabajo, debemos volver a formular una y otra vez la pregunta esencial: ¿en ausencia del trabajo asalariado el Capital deja de ser Capital?

Evidentemente no nos referimos al caso particular de un trabajador que vende su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de dinero, ni a un capitalista que compra el trabajo de un obrero para aumentar su capital. Nos referimos en todo momento al trabajo general y al capital general, pues ambos actos particulares se desarrollan dentro del marco de unas relaciones que abarcan a la sociedad en su conjunto. Hecha la precisión y en el marco de esas relaciones sociales, podemos continuar.

En primer lugar partimos del hecho que el Capital aparece como el resultado del desarrollo histórico de las fuerzas productivas en general. En este marco, dos son las condiciones necesarias para su existencia: por un lado la Propiedad privada de todos los medios de producción, por otro lado, la existencia de trabajo forzado en su forma más evolucionada, es decir, bajo la forma de trabajo asalariado. No está demás aclarar en esta segunda condición, que a pesar de todos los intentos de los economistas, tanto de derechas como de izquierdas, para convertir el trabajo asalariado en trabajo libre, no han podido ocultar su condición de «forzado». Toda perorata, provenga del marxismo revolucionario, del liberalismo conservador o de la teología de la redención sobre el trabajo libre, es pura cháchara moralizante. El trabajador, excluido de la propiedad de los medios de producción no es libre de vender su fuerza de trabajo o no venderla; por el contrario se ve obligado y forzado a venderla y si no, como escribía Malthus, ya se encargará de inmediato la Naturaleza en recordárselo.

Bajo estas dos condiciones, Capital y Trabajo asalariado no han dejado de desarrollarse hasta conquistar el lugar más remoto del planeta, e impregnar lo más recóndito de las relaciones humanas. El gran mediador de este sistema de relaciones, El Dinero, se ha erigido como el nuevo Dios que todo lo gobierna, es el «Consensus Universalis» que marca la divisoria entre lo posible y lo imposible. Su reino es el de la economía política, un mundo cuyas puertas le están vedadas a la Ciencia y al Conocimiento Humano, las fuerzas que ya están dispuestas para derribarlas.

Ha sido el avance de las Ciencias, del Saber general, el que ha modificado las relaciones entre Capital y Trabajo Asalariado. Las ha modificado hasta tal punto que las ha convertido en una traba insuperable para el progreso social. Por encima de particularidades evolutivas, de sucesivas etapas en el transcurso de nuestra historia, permanece nuestra propia condición: Somos «Homo Sapiens».

El Conocimiento sobre los procesos de la Naturaleza y sus aplicaciones Técnicas al servicio del Hombre, conforman un mundo en el cual la transformación de las condiciones materiales sobre las que transcurre la vida de las personas, de las familias, de las Naciones y de las grandes Culturas, deviene fuerza impulsora arraigada en lo más profundo de los instintos. El ser humano no vive la vida como una serie de respuestas rítmicas a los destellos luminosos que la hacen visible, ni como reacciones a sonidos causales o a sensaciones olfatorias o táctiles orgánicas. El ser humano necesita interpretar, necesita conocer y pensar la luz, el sonido y todas las percepciones de los sentidos. El ser humano piensa la vida y la modela constantemente. Ese constante pensar le empuja de forma irresistible a transformar todo cuanto le rodea y a transformarse el mismo. El pensar, esa forma humana de Conocer y de existir, es en si mismo el Movimiento, movimiento que renueva el pensamiento y constituye su fracaso.

Causa y Efecto

El Capital es también una forma de pensar la vida, es también una forma de conocimiento surgida del fracaso de otro pensamiento, de otra forma de pensar la vida: la vida feudal. Todo pensamiento tiene un tiempo, es el tiempo de su realización. Su realización es el movimiento y apenas alcanzada, su fracaso. Otro pensamiento nace y renueva el eterno ciclo de la vida. La vida en toda su extensión puede continuar sin el pensamiento, así sucede con los vegetales y con casi la totalidad de las demás especies. No precisa de la transformación del pensamiento, es repetición. El pensamiento, esa necesidad de Conocer, es tan solo una forma de la Vida.

El Capital fue pensado para romper todas las cadenas que mantenían al hombre atado a sus orígenes naturales. El Capital fue pensado para vencer a la Naturaleza, para vencer a la tierra, para vencer al Campo. El Capital no fue pensado para andar sobre la tierra, fue pensado para circular sobre raíles y carreteras. No fue pensado para nadar en los océanos, fue pensado para navegar y aun pensado para volar en los cielos. Todo esto fue pensado y realizado.

Para realizar este pensamiento era necesario poner a punto grandes fuerzas, fuerzas que hicieran temblar la tierra entera, que la dominaran y le arrancaran los grandes secretos que guardaba. Esas fuerzas empezaron a estar a punto cuando penetraron y conocieron las Leyes que rigen la física, la química y las matemáticas. Las Ciencias modelaron las fuerzas vivas dotándolas de instrumentos que hasta entonces solo habían sido soñados por algunos pensadores avanzados a su tiempo. Las fuerzas vivas dejaron de estar definitivamente solas frente a la Naturaleza. En su auxilio vinieron las primeras máquinas, la obra más perfecta y más elevada del pensamiento humano.

Durante milenios el hombre pensó y domesticó las fuerzas que cristalizaron en el Capital. Fuerzas vivas de la Naturaleza; la fuerza del fuego, del agua, del aire, de los grandes animales, de los elefantes, de los camellos, de los caballos,. sus propias fuerzas. Elevó esas fuerzas a la categoría de Dioses y les rindió culto. Levantó grandes pirámides, edificó suntuosos templos, catedrales monumentales., pero el pensamiento humano no puede detenerse, él es la más grandiosa de todas las fuerzas. La Máquina es el compendio de todas estas fuerzas dominadas por el pensamiento. En ella están multiplicadas por miles y por millones la fuerza de los caballos que le ayudaron a labrar la tierra, la fuerza del agua, del aire y del fuego. También su propia fuerza.

Las máquinas fueron perfeccionadas hasta limites nunca imaginados ni por el mismo pensamiento que les dio forma. Miles, millones de nuevos Leonardos da Vinci se afanaron en ello. Ingenieros, diseñadores, inventores, técnicos y científicos de todas las disciplinas se consagraron a esta nueva religión que iba por fin a poner a la Naturaleza entera bajo el dominio del hombre.

Las máquinas, desde las rudimentarias de los tiempos de Aristóteles hasta las más ingeniosas de la cultura musulmana de Averroes, siempre fueron concebidas para servir al hombre. Pero ha sido en nuestra época donde el verdadero espíritu faustico ha encontrado su realización de la mano del Capital. La técnica se ha vuelto soberana y demanda ahora ser servida.

La técnica, en el sentido más elevado de Ciencia, impregna todo acontecer humano. Desde el trabajo más simple y rudimentario, hasta el más complicado y sofisticado, no podrían ser concebidos sin su participación.

La técnica es el motor de la historia en cuanto determina la dirección de los cambios tanto desde el prisma económico, como del social y el político.

Capital y Trabajo asalariado han sido los dos elementos fundamentales de un proceso dialéctico, cuyas manifestaciones sociales han configurado el moderno periodo de lucha de clases. La unidad contradictoria de esos dos elementos ha estallado en las dos ultimas décadas de forma irreversible por la aparición de un tercer elemento cuyo vertiginoso desarrollo ha decantado la correlación de fuerzas a favor del Capital. Las Ciencias y la Técnica no solo han evolucionado cuantitativamente, también han sido objeto de profundos cambios cualitativos; cambios que han afectado tanto a la naturaleza del Capital como a la del Trabajo.

Los cambios cualitativos han afectado de tal manera a la naturaleza del Capital que hoy ya podemos contestar a la pregunta de Marx con precisión: En ausencia del trabajo asalariado el Capital deja de ser Capital.

Todo Capital, ya sea bajo la forma de dinero, de mercancías o de instrumentos de producción, es trabajo humano acumulado. Pero su naturaleza no podría bajo esta definición quedar bien establecida. Para ello y para diferenciarlo de otras formas económicas existentes anteriormente, es necesario aportar los elementos específicos que le son inmanentes: Por un lado, la apropiación capitalista que transforma los medios de producción individuales y dispersos, en medios de producción sociales. La expropiación de los artesanos y de los pequeños campesinos situándolos en la condición de proletarios o de trabajo disponible. En ausencia de apropiación el Capital no puede existir. La apropiación Capitalista se da exclusivamente bajo la forma de Propiedad Privada.

Por otro lado y ligado íntimamente con el anterior, está en la naturaleza del Capital el elemento de la concentración como tendencia constante. Esa tendencia ha constituido la base sobre la cual el capital mercantil y el capital industrial, han evolucionado hasta las formas dominantes actuales de capitalismo financiero.

La apropiación privada y la concentración de capitales en el actual estadio de desarrollo de las fuerzas productivas, exigen para su propia existencia la sustitución del trabajo humano vivo por el trabajo acumulado en las maquinas y en toda suerte de automatismos.

Hasta ahora la vida humana se ha desarrollado y ha progresado regida por la dialéctica del par de elementos contradictorios Capital-Trabajo Asalariado. La Ciencia y la Técnica con su extraordinario desarrollo y con su extensa y general aplicación a todas las áreas del proceso productivo, ha trastocado esa dialéctica llevándola a sus últimos limites existenciales. El marxismo teórico siempre afirmó que este par de elementos contradictorios eran antagónicos y que en ese antagonismo subyacía un nuevo modelo social basado en el triunfo del elemento trabajo. Más, en el devenir histórico, capital y trabajo asalariado se han demostrado más como complementarios que como antagónicos y ha sido el conocimiento científico, la forma más evolucionada del pensamiento humano y por tanto la forma ultima de existir del hombre, el que niega al capital y a la vez al trabajo en su forma asalariada.

El conocimiento científico considerado tanto desde su vertiente de trabajo vivo como en la de medios de producción materiales, escapa de la consideración de simple mercancía. Su reproducción no es, a diferencia del trabajo físico tradicional, de carácter biológico sino esencialmente cultural. El conocimiento científico tampoco es consumido (gastado) en el acto productivo sinó que es constantemente aumentado, siendo este hecho la característica esencial de su reproducción que siendo plenamente social es a la vez irreconciliable con el carácter privado del capital.

El trabajo humano en todas sus formas históricas ha sido objeto de apropiación en cuanto capacidad innata e inherente a toda persona. Esclavos, siervos o trabajadores asalariados, han podido ser dominados, ligados o encadenados por poderes, castas y elites detentadoras de diversas formas de propiedad. Esto ha podido ser así en la medida que el trabajo ha estado presente y ha existido como disponibilidad individual frente a la naturaleza. El conocimiento científico considerado como trabajo no es una disposición que pueda ponerse libremente en el mercado, ni puede ser comprado o vendido como una mercancía. Solo puede ser adquirido socialmente y reproducido de la misma forma.

La propiedad privada sobre la que se sustenta todo el edificio de la sociedad capitalista, es incompatible con el carácter social del conocimiento científico erigido como la fuerza productiva mas relevante y necesaria del progreso humano. Una nueva forma de trabajo ha entrado en la escena de la historia humana y ni el salario es su precio ni el capital su impulsor. Una sociedad libre de las trabas de la propiedad privada es el único marco donde este nuevo trabajo puede desarrollarse. Esta es la base de la crisis y a la vez el reto ineludible.
 

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