Revolución

Por: Josepg Maynou
Fuente: http://www.ellaberinto.net (Agosto del 2005)

Parece que las teorías graduales y evolucionistas de los procesos históricos de la sociedad humana, han triunfado de lleno en el pensamiento de la mayoría de los intelectuales de hoy. Para ellos, no existe más futuro posible fuera de la continuidad irreversible de la civilización occidental, de la civilización del dinero. Su éxito apabullante en todos los rincones del globo y sobre los restos de otras antiguas civilizaciones es indiscutible. No hay más cambio a vislumbrar, pues, que la evolución lógica y natural de una civilización que es el resultado final de un largo transitar del ser humano desde cientos de miles de años. Es, la evolución inapelable e irreversible de una civilización finalmente ganadora y unificadora de toda la Humanidad.

Mientras que para ellos es un punto y seguido, otros pensamos que es un punto y aparte. Mientras que para ellos el futuro es puro continuismo en la evolución de la sociedad humana, otros pensamos que es el final de un periodo depredador que ha alcanzado la cima en donde la vida humana está puesta en peligro: un camino sin esperanza.

Entronado en la cúspide de los altares, su teoría evolucionista de los procesos sociales, la del darwinismo-social, nos avasalla por doquier. Es así tanto para sus defensores acérrimos, preocupados solamente en estudiar los mecanismos evolutivos que actúan en esta «selección natural» para seguir formando parte de los sobrevivientes (los más fuertes y mejor adaptados), como para sus detractores que esperan con impaciencia y fe ciega sus últimos estertores, su «crisis final» para emprender luego, tras la catástrofe, un camino distinto.

Pero para su desgracia, podemos afirmar que los procesos históricos de la sociedad humana han demostrado sobradamente que nunca han sido lineales ni evolutivos. Si bien es un hecho que la civilización del dinero ha triunfado como la más acabada culminación de un periodo depredador de la Historia (el de la máxima concentración de la propiedad privada), nunca tal proceso ha sido gradual ni evolutivo sino muy complejo, dispar y determinado por cambios bruscos y violentos. La Historia de la sociedad humana y de sus periodos civilizatorios es una Historia tan viva y cambiante como lo es la de la existencia de la propia vida: ¡Ni la creación de las células cuya constitución es común a todos los seres vivos (las eucariotas) fueron producto de una evolución lineal, sino de una súbito cambio por efectos causales que los científicos están muy cercanos a determinar con precisión y hasta a experimentar en el laboratorio¡ (Harold Urey y mucho mas tarde Joan Oró lograron sintetizar bases que forman parte de la estructura de los ácidos nucleicos a partir de someter mezclas de compuestos orgánicos a descargas eléctricas).

Ni lo que podríamos llamar el común transitar natural de la existencia de los seres vivos, es decir su nacimiento, crecimiento, reproducción, decrepitud y muerte son lineales, sino que se ven afectados por hechos y circunstancias externas que pueden acabar rápida y repentinamente con tales procesos. Más aún con el transitar de los seres humanos, afectados también por sus propios condicionantes externos (conflictos con la naturaleza) pero principalmente con los propios de su intrínseca condición de seres con capacidad creadora y transformadora de su entorno, de sus herramientas, de sus conocimientos,… No hay procesos graduales en los órdenes civilizatorios. No hay Historia prescrita de antemano. Su proceso de creación, desarrollo y decrepitud dependen exclusivamente de la voluntad y de la acción del hombre para que se realicen.

En cualquier orden civilizatorio nacen constantemente nuevas semillas que son anunciadoras de nuevas transformaciones, de futuros cambios y aunque estos tarden en producirse podemos predecir que por muchas perturbaciones y barreras a que sean sometidas, estas acabarán por nacer y germinar, y que en su propia composición interna, en su propia esencia, darán lugar a un nuevo ciclo distinto al anterior.

El ser humano ha sido siempre capaz de crear condiciones y situaciones absolutamente distintas que han representado una auténtica revolución en su manera de vivir. Actos, hallazgos, creaciones tecnológicas, conocimientos… han trastocado como de la noche al día su manera de organizar la sociedad, de relacionarse, de crear nuevos vínculos, nuevas tareas, nuevas necesidades , nuevos sueños, nuevas necesidades … y con ellos nuevas esperanzadoras perspectivas pero también nuevas confrontaciones y conflictos.

El proceso natural de los procesos civilizatorios: su creación, su desarrollo, su decrepitud, no son graduales. Unos agotaron hasta el final su evolución y tras su decrepitud se abrieron tanto periodos de un gran avance o como de un sensible retroceso; otros se mantuvieron siglos estancados y esclerotizados sin apenas variación; otros fueron radicalmente borrados de la Historia en un abrir y cerrar de ojos.

«Mientras tanto, en Méjico había nacido una cultura nueva, tan remota, tan alejada de todas las demás, que no pudo haber noticia de ella en estas ni de estas en ella (…) No falleció por decaimiento, ni fue estorbada ni reprimida en su desarrollo. Murió asesinada en la plenitud de su evolución, destruida como una flor que un transeúnte decapita con su vara. Todos aquellos Estados, entre los cuales había una gran potencia y varias ligas políticas, cuya grandeza y recursos superaban con mucho a los Estados grecorromanos de la época de Aníbal; aquellos pueblos, con su política elevada, su hacienda en buen orden y su legislación altamente progresista, con ideas administrativas y hábitos económicos que los ministros de Carlos V no hubieran comprendido jamás, con ricas literaturas en varios idiomas, con una sociedad hiperespiritualizada y distinguida en las grandes ciudades, tal que el Occidente de entonces no hubiera podido igualar, todo esto sucumbió, y no como resultado de una guerra desesperada, sino por obra de un puñado de bandidos que en pocos años lo aniquilaron todo, de tal suerte, que los restos de la población muy pronto habían perdido el recuerdo del pasado. De la gigantesca ciudad de Tenochtitlán no quedó una piedra. En las selvas antiquísimas de Yucatán yacen las grandes urbes del imperio maya, comidas por la flora exuberante. No sabemos el nombre de una sola. De la literatura se han conservado tres libros, que nadie puede leer (…) La destrucción la realizaron cuatro aventureros (…) Un par de cañones malos, unos centenares de arcabuces bastaron para dar remate a la tragedia”. (O. Spengler, «La decadencia de Occidente»).

Quienes esperan una evolución gradual y feliz de un periodo civilizatorio en decrepitud cuyo liderazgo ya está en manos de un puñado de bandidos que hacen de la destrucción y la guerra su única posibilidad de supervivencia, o quienes esperan de este último caos una salida milagrosa, se equivocan. Su evolución natural nos adentrará en un periodo de gran retroceso y esclavitud. Solo la voluntad y la acción de los seres humanos utilizando las nuevas herramientas que están germinando en el seno de la sociedad constructora y que pueden llegar a concretizar las esperanzas, las ilusiones y los deseos de la mayoría de la Humanidad, pueden lograrlo.

Solo un gran cambio puede hacernos superar el periodo depredador de nuestra Historia. Un cambio radical. Nuestros padres y abuelos lo llamaron revolución.

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