Por: Nadia L. Orozco (1)
Fuente: www:igualdad3000.blogspot.com (19.12.06)
INTRODUCCIÓN
Dentro de la tradición filosófica occidental, la historia de las ideas políticas ha sido la historia de los Hombres, nombre genérico que de manera convencional se emplea para designar al género humano, creada y recreada una y otra vez a partir de conceptos sociales que pretenden explicar la realidad desde el punto de vista de los hombres, concepto que se entiende como apelativo a la persona del género masculino. De tal premisa parte el análisis que comprende el presente ensayo: del hecho de que, por un lado, la realidad filosófico–político–social se construye a partir del discurso, el cual, por otra parte, ha sido desde siempre un discurso creado desde la perspectiva masculina. Por lo tanto, las perspectivas de género que han surgido en el siglo XX, herederas innegables de tal tradición de discurso, tienen un problema de base: se construyen a partir de conceptos creados por hombres previamente.
A lo largo de este ensayo vamos a analizar la creación del sujeto político dentro de la filosofía política, profundizando en tres de sus pensadores más representativos: Aristóteles, Maquiavelo y Locke, y nos detendremos a estudiar la creación de la mujer bajo esa luz. Posteriormente veremos las resultantes de todo el proceso evolutivo del discurso político: por una parte, analizaremos a grandes rasgos el discurso feminista que surge originalmente en la Inglaterra del siglo XIX, daremos un vistazo general a la evolución de este movimiento y pondremos en evidencia las carencias del mismo. En un segundo momento expondremos a Hannah Arendt como la máxima exponente femenina de la filosofía política en el siglo XX, y daremos cuenta de que su discurso, totalmente permeado por esta tradición discursiva, deja de lado el aspecto femenino en la autora.
Finalmente, nuestras conclusiones llevarán al lector a un aparente callejón sin salida. Mientras que la realidad existe sólo en el discurso, y el cual es per se masculino, ¿Qué quedará para la mujer, aun en el progresista siglo XXI? Esta pregunta, que en buena parte ha inspirado el presente ensayo, será la que en la parte final trataremos de responder.
ARISTÓTELES
De sobra está mencionar que uno de los padres de gran parte de los conceptos que aparecen en la filosofía política es sin duda alguna Aristóteles. De sobra está también mencionar que en el mundo de este gran maestro, la mujer tiene un papel secundario. Para abordar el tema que nos ocupa, habrá que partir de dos puntos: el primero consiste en la manera en la que Aristóteles concibe al hombre; el segundo, la forma que toma la mujer dentro de ese orden de ideas.
Habrá que decir que el hombre para Aristóteles es tal en tanto que es un ciudadano. El resto se subordina al mundo de lo doméstico; carece de una relevancia más allá de la que adquiere a partir del propio ciudadano. Esta condición del hombre es natural para Aristóteles: el hombre es un zon politikon, un hombre político, que naturalmente tiene en su alma tanto la propensión a asociarse con otros hombres, como la de mandar y obedecer según la circunstancia en la que se encuentre inscrito. Veamos quién es para Aristóteles el ciudadano: “El rasgo eminentemente distintivo del verdadero ciudadano es el goce de las funciones de juez y magistrado”
1 . El sujeto político es así construido como el hombre que toma parte en las cosas públicas, el hombre que enuncia, que habla, y de lo que habla es de política; y así ha permanecido a lo largo del tiempo durante siglos. El ciudadano, además, no sólo es el hombre que habla, sino el hombre que posee un alma y en ella la disposición para la virtud y para el vicio. De ahí podemos entender el debate dentro de las ideas griegas, que se preguntaban si acaso la mujer poseía un alma. Esta idea es importante: si la mujer carece de alma, carece por tanto de la propensión a la virtud y al vicio, y por lo tanto su incursión dentro de la esfera pública es estéril. Política es esencialmente conflicto, confrontación entre lo bueno y lo malo, a través de la palabra. La mujer, aséptica a uno y otro, no tiene cabida dentro de ese mundo. Es por tanto, relegada al mundo de lo doméstico. Desde luego no todas las mujeres permanecieron dentro del anonimato del gyneceo, las hubo poetizas, médicas, matemáticas; en general las hetairas: hermosas cortesanas bien educadas en todas las ciencias y las artes que podían influir de manera significativa en los hombres poderosos que las frecuentaban.
Quizá, la mujer cuya influencia más grande se haya sentido dentro del mundo griego fue Aspasia de Mileto, la concubina de Pericles. Aspasia no sólo fue la amante del gran estratega ateniense, sino también ofrecía cenas suntuosas en los salones de su casa, en donde tomaban parte Sócrates, Anaxágoras y Zenón de Elea. Quizá a la gran influencia de esta mujer se debe el hecho que Platón admita en sus Diálogos la igualdad de capacidades entre hombres y mujeres. Pero en general, la idea que pervivió más allá de Grecia y hasta los últimos tiempos de la República Romana, fue de relegar a las mujeres al ámbito de lo privado y lo doméstico. Incluso, sabemos que a muchas de las mujeres romanas se les prohibía recibir un nombre2 , negándoles, por tanto, su derecho a la individualidad. Sólo hacia finales de la República Romana y durante el Imperio, el grado de civilización de esta sociedad otorgó a las mujeres de las clases altas el derecho de divorciarse, de disfrutar de su propiedad y de heredar, en condiciones de igualdad con los hombres. Cabe señalar, empero, que estos poderes cedidos a las mujeres por la sociedad romana se ceñían al ámbito de lo privado; lo público seguía siendo potestad masculina, característica que observamos dentro del desarrollo posterior del pensamiento político.
NICOLÁS MAQUIAVELO
Con la caída del Imperio Romano vino también un retroceso dentro de los avances que la mujer había conseguido, por la consecuente mezcla de prácticas que el ingreso de las tribus nórdicas de Europa supuso dentro de las sociedades.
Estas tribus seguían condicionando a la mujer a un papel subordinado dentro del matrimonio. Además, las ideas cristianas cambiaron radicalmente la concepción del mundo que existía en esa sociedad. Si para los griegos las mujeres no tenían alma, para los cristianos sí qué la tenían, y era una propensa a la maldad, en virtud del pecado original.
Aunque a lo largo de la Edad Media observamos una sucesión de reinas, princesas y otras representantes de las clases altas tomar parte dentro de las grandes disputas políticas, dentro del pensamiento y la filosofía la mujer y su naturaleza siguen estando relegadas a un plano distinto del hombre. Y cuando el hombre reaparece en el pensamiento político gracias al Renacimiento, su rol dentro de la filosofía política se reivindica por encima de Dios.
Quizá sea Maquiavelo el representante más digno que habla sobre el sujeto político que surge en esos tiempos de transición. Para el autor florentino, el hombre político es un príncipe, un soberano cuyo poder debe estar por encima de todos los poderes, un hombre con la astucia del zorro y el coraje del león, capaz de mantener y defender su poder a costa de lo que sea. No tiene que tener todas las virtudes3 , pero sí debe aparentarlas todas, en la medida que le seann útiles para mantener el poder. Es, en todo caso, un actor4 , que recurre a todos los ardides posibles para conseguir su fin.
Dentro de ese esquema de cosas, la mujer que crea Maquiavelo tiene ciertas características que se pueden resumir de la siguiente manera: …la fortuna es mujer y es necesario, si se pretende tenerla sumisa, castigarla y golpearla… por eso es, como mujer, amiga de los jóvenes, porque éstos son menos circunspectos, más fieros y la dominan con más audacia5 .
Estas líneas de El Príncipe nos dan una clara idea de la concepción del florentino sobre las mujeres. Al equipararlas con la fortuna, les atribuye dos características importantes. Primero, que son impredecibles. Segundo, que fácilmente pueden volverse en contra de uno. Esto es parte, además, del imaginario colectivo que estaba asumiendo a la mujer como malvada per se. Recordemos las persecuciones de brujas que entablaba la Inquisición6 .
Desde luego, esa mujer malvada no es particularmente cualquier mujer, sino generalmente la mujer del pueblo. Esta mujer del pueblo se configura tan ajena a la burguesía naciente como a la aristocracia y la sociedad cortesana. Es, además, en la Baja Edad Media donde una importantísima institución de la burguesía se consolida: la prostitución. Esta institución cobra importancia, porque hace el contrapunto a la idea difundida por la Iglesia del matrimonio monogámico. Además, la iniciación de los jóvenes burgueses en los prostíbulos comienza a formar parte de lo que a posteriori será la identidad de clase burguesa7. Para nosotros, la institucionalización de la prostitución juega un papel importante: se consagra así la visión de que la mujer tiende a lo carnal, a lo pasional; por otra parte, se le confiere a la mujer el único y autentico espacio público que conocerá. De ahí la necesidad de estigmatizarlo.
JOHN LOCKE
Uno de los cambios que trajo el devenir de las ideas políticas fue el que se sufrió en la esfera del Derecho Natural. Originalmente, la idea venía de la Lex Eterna de Cicerón, y posteriormente fue adoptada por la Patrística y la Escolástica como una ley de origen divino, dada por Dios a los hombres, lo cual tuvo múltiples interpretaciones. Fue hasta los siglos XVII-XVIII que la visión del Derecho Natural cambió: desde una perspectiva objetiva, exterior al individuo, hasta una perspectiva subjetiva, inherente a él.
Es quizá John Locke la más elocuente e influyente exposición de estas ideas en el pensamiento político. Para Locke, el derecho natural, los derechos naturales, del hombre en tanto ser racional son a la vida, a la propiedad y a la libertad individual. Estos derechos le otorgan su cualidad de ciudadano, su potestad de formar parte de lo público y de la política.
De aquí se desprenden cosas interesantes. Por una parte, el hombre es racional. La mujer, como ya hemos visto, es por el contrario pasional, carnal, irracional. Esta cualidad, la racionalidad, le da al hombre el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. La institucionalización del matrimonio monogámico, aún en las sociedades como la inglesa, que se quedaron al margen de los procesos emergidos de la Reforma y la Contrareforma, el hombre subordina a la mujer, es decir, su vida le pertenece a su marido, tanto como su libertad y su propiedad.
Es decir, tanto para Locke como para los humanistas del siglo XVIII, el sujeto político, el ciudadano, tiene cualidades particulares que le son dadas por su calidad masculina; lo femenino es de nuevo relegado a la esfera de lo doméstico, y la naturaleza femenina es revestida de cualidades que, en todo caso, no la hacen propensa a desempeñarse en esferas públicas. Esta idea sería central para el mo vimiento feminista que en siglos posteriores se llevaría a cabo.
EL FEMINISMO
El feminismo como corriente de pensamiento filosófico no surge sino hasta las décadas de 1960 y 1970, aunque mucho debe a dos grandes procesos históricos. Uno de ellos es el movimiento Sufragette en Inglaterra, que triunfa a principios del siglo XX, y en el que las mujeres exigían idéntico derecho al voto que los hombres, y que tuvo un efecto demostración para el resto de las mujeres en Occidente. El otro proceso fue parte de los efectos que las dos Guerras Mundiales tuvieron sobre las mujeres: ante la escasez de hombres, fueron las mujeres las que tuvieron que asumir roles típicamente masculinos dentro de la sociedad, entrando al campo de trabajo que les había estado vedado por tanto tiempo.
Pero es hasta los sesenta y setenta que el movimiento adquiere un cariz más teórico. El surgimiento de la categoría de género diferenciada de sexo es fundamental. Por un lado, se sostiene que el sexo es nada más que un atributo biológico. Por el otro, el género es una construcción cultural que, dependiendo de la cultura en la que se inscriba, da ciertas características particulares a lo femenino.
Por tanto, las feministas de esta primera etapa sostienen que el género femenino es un constructo masculino que pretende mantener a las mujeres sometidas. Lo que derivó de ello fue el deseo de cambiar el mundo, lo cual podía ser entendido en dos sentidos: como subversión del orden para crear una sociedad matriarcal, o bien como cambio radical que llevara a una igualdad de género.
Esto tiene como consecuencia que estas feministas admitan que ‘lo personal es político’: el género se encuentra inscrito en nuestra conciencia, es por tanto una extensión de la dominación hasta los ámbitos más íntimos del individuo, y por tanto, es parte de lo político. En cualquier caso, el meollo del asunto era que si el género es construido, es por tanto susceptible de cambio.
Muchos problemas surgen a partir de esas ideas. En primer lugar, el caso de la maternidad, a la que se sugiere un acercamiento distinto, lo que generó divisiones dentro del movimiento. En segundo lugar, las divisiones se sucedieron por una lógica que no fue vista por las feministas: si el género es un constructo cultural, las construcciones dependerán de la cultura de la que se trate y por tanto, los problemas de las mujeres no pueden generalizarse de manera que aparezca el Problema de la Mujer.
Fue así como el movimiento feminista se fraccionó: mujeres negras, mujeres blancas, mujeres marxistas, mujeres socialistas, mujeres ecologistas, etcétera, todas abogaron por su derecho a luchar por sus propios medios, de acuerdo a sus propios principios. La resultante es que el feminismo se ha convertido en una perspectiva del análisis político, que a fin de cuentas ha permanecido en la sombra, ya que es relegada a su campo específico dentro de la ciencia política.
HANNAH ARENDT
Quizá la gran mujer de la filosofía política sea Hannah Arendt. Alumna y compañera de Martin Heidegger, exiliada en los Estados Unidos a raíz de la persecución nazi en Alemania, cercana también a los fundadores de la Escuela de Francfort, esta mujer es la única cuyas obras, de manera indiscutible, aparecen en todas las reseñas de la curricula en las universidades que imparten Ciencia Política. ¿A qué se debe el éxito abrumador de esta mujer, en un campo que ha estado, por mucho, cerrado a las perspectivas de las mujeres? Sin duda, a que es heredera indiscutible de la tradición de la filosofía política.
En Hannah Arendt, el problema sustancial no es su condición de mujer. Su problema, su sujeto político, es fundamentalmente judío. Lo otro es nada más que un accidente que no necesariamente determina muchas cosas. Por ejemplo: El hecho de que la era moderna haya emancipado las clases trabajadoras y las mujeres casi en el mismo momento histórico debe contarse, definitivamente, entre las características de una época que ha dejado de creer que las funciones del cuerpo y los intereses materiales deben esconderse.
Es de lo más sintomático de la naturaleza de estos fenómenos que los escasos remanentes de la estricta privacidad, incluso en nuestra propia civilización, se relacionen con las <> en el sentido original de ser necesitado por tener un cuerpo8 .
Como vemos en estas líneas y en otras partes de sus obras, Arendt lamenta la pérdida del espacio público, lamenta su reducción por la aparición de lo social, por la intromisión de lo doméstico –un ámbito fundamentalmente femenino–, dentro de lo político.
A pesar de ello, existen interpretaciones feministas que llevan los argumentos de Arendt al extremo de encontrar la condición femenina en la problemática de la autora. De alguna manera, equiparan el problema judío con el problema feminista, de manera que encuentran temas afines: La calidad de vida como excluido; la tradición implícita de la identidad para la paria que proporciona los recursos para recrear la colectividad; los experimentos sociales que son modelos para toda la comunidad9 . Pero esto es sólo forzar una interpretación. En realidad, Hannah Arendt es una mujer que se vale de categorías de la tradición filosófica para esbozar un proyecto que busca “recuperar el mundo público de la política a través del lenguaje y la acción comunes”10 . Es, como ya otras autoras han dicho, una mujer que se expresa a través de una ideología masculina.
CONCLUSIONES
Como hemos visto, el problema del sujeto político para las mujeres consiste fundamentalmente en que éste es un sujeto masculino. Desde Aristóteles vemos que su condición de enunciador, su particularidad de productor de discurso es indiscutible. Hay que considerar, además, que el mundo sólo es posible dentro del discurso, sólo dentro de éste tiene una realidad (¿cómo explicarlo sino a través de él?). La consecuencia clara es que el mundo es de los que hablan, y en ese sentido el mundo de lo político es de los hombres.
El hombre se define a partir de sí mismo; la mujer sólo a partir de su relación con los hombres. Es decir, mientras que el yo del hombre es tal en relación al otro, ese otro es caracterizado, con frecuencia, por otros hombres. Aún en un nivel superficial de la más baladí interpretación social, un hombre se define a sí mismo por sus relaciones con otros hombres, de ahí que las categorías de viudo, soltero, divorciado o casado adquieran un cariz poco representativo, dicen poco o casi nada de un hombre.
Por el contrario, la posición de la mujer en la sociedad se manifiesta a partir de su relación con otros hombres, sobre todo en las sociedades de más dura tradición patriarcal. Ser soltera, viuda, casada, divorciada, madre soltera o aún lesbiana tienen connotaciones que remiten a un estatus cuya referencia es un ente masculino. El caso de la madre soltera es típico de esta condición: se le admira porque sale adelante sin un hombre. Si fracasa, se debe a que no tuvo el apoyo de un marido.
Pero lo anterior constituye sólo la punta del iceberg. La cuestión de fondo es que no podemos hablar del feminismo como una escuela filosófica, ni siquiera como una reinterpretación del mundo a través de la mujer. Se puede pensar que para tener una filosofía femenina, debería probarse la existencia de una filosofía masculina11 , lo cual nos resulta una pregunta obvia, no por el hecho evidente de que la mayoría de la producción filosófica a lo largo de los siglos tenga una ‘paternidad’, sino más bien porque es el mundo lo que aparece representado en sus páginas, y ese mundo es de los hombres, en tanto que su esfera siempre ha sido pública.
Por supuesto, uno podría cometer dos graves errores que se evidencian en la teoría feminista. Uno de ellos consiste en estigmatizar a los hombres como el gran enemigo a derrotar. En la práctica, vemos a mujeres como Margaret Thatcher, Benazir Bhutto, o Indira Gandhi ejercer el poder político haciendo gala e un marcado masculinismo, y en algunos casos –los últimos dos citados–, de un autoritarismo extremo. Ni en la teoría ni en la práctica podemos caer en tal extremo, porque nos impide ver más allá.
El segundo error al que debemos rehuir es la negación de la tradición del discurso filosófico. Eso es lo que en gran medida ha relegado a la teoría feminista a nada más que un aspecto o perspectiva de análisis de lo político. Aceptarla, por lo contrario, produce efectos significativos dentro de la teoría, como lo muestra el caso Hannah Arendt. Es decir, no es que los filósofos estén equivocados; es solamente que nos dieron su visión del mundo: un mundo masculino.
¿Qué salida tiene, entonces, el Problema de la Mujer, si lo que queda es aceptar la tradición de discurso? ¿Es que no se puede aportar nada original desde la perspectiva femenina, o nada original que sea de utilidad y que no caiga en los particularismos que dividieron al movimiento feminista en un principio? La respuesta, quizá, sea mucho más compleja de lo que sospechamos. Me tomaré la libertad, no de responderla, pero sí de esbozar algunas ideas que pueden desarrollarse al respecto.
Había dicho más arriba que la prostitución es el único y auténtico espacio público que la mujer conocerá. Con esto no quiero decir que debamos todas lanzarnos a las calles y ‘distraer la moral’ en un afán de reivindicar alguna causa. A lo que me refiero es que sólo en el espacio de la prostitución, que es público y que está dedicado por entero al cuerpo femenino, la mujer puede tener una expresión verdadera de su ser. Es en el sexo ‘libre’ –y en ese sentido libre de todo tabú y atavismo moral–, donde la mujer puede encontrar su realización; ese es el único mundo que le pertenece, porque no está sujeto a los convencionalismos del lenguaje12 creado por el hombre.
Esto tiene una implicación muy importante. Implica que sólo en ese ámbito íntimo la mujer no está sujeta al hombre, porque ahí el lenguaje pierde significado. Pero además, implica que es ahí donde encuentra su más claro espacio de poder sobre el hombre. Si pensamos en las hetairas, las cortesanas, o si pensamos en ejemplos mucho más actuales, y quizá más claros, como Eva Perón o Imelda Marcos, podemos ver el espacio en el que ellas encuentran la manera de ejercer un poder. Son el poder tras el poder, y éste sólo se materializa en la cama.
Ese es el espacio de poder natural de la mujer. no es mucho, pero es un punto de partida. En tanto que ahora es aceptado por la ciencia política que el poder existe aún fuera de la más tradicional esfera pública, aceptar además, y como tal, el rol de la mujer dentro de la historia puede ser un gran avance. En vez de interpretar la historia, o la filosofía, como un juego de dominados y dominadores –mismo en el que siempre vamos a salir perdiendo–, más valdría admitir que el rol de la mujer ha sido indispensable y ha tenido sus propios matices, aún matices de poder.
Finalmente, desde esta perspectiva, la mujer no es más que una creación, tanto como lo son las novelas o el Internet. Pero lo mismo va para el hombre, de ahí que podamos hablar de la creación de un sujeto político. Y coincido con Virgina Woolf: lo importante es que aún desde ese rol que parece de subordinación y sumisión, la mujer pueda ser auténticamente ella misma, y ser perfectamente distinta de los hombres.
NOTAS:
1 ARISTOTELES, 1962:80
2 ELIAS, 1994:134.
3 MAQUIAVELO 1995:110.
4 WOLIN, 1974:243.
5 MAQUIAVELO, Ibídem, p.160.
6 Marvin Harris hace un análisis antropológico maravilloso sobre la cuestión de
las brujas en esta etapa en HARRIS, Marvin (1974): Vacas, Cerdos, Guerras y
Brujas. Madrid, Alianza Editorial.
7 VARELA, 1997:118-126
8 ARENDT, 1973:73.
9 Citado en: BENHABIB, 2000:112.
10 BENHABIB, Op. Cit. p. 108.
11 SONTAG, 1997:83.
12 A pesar de ello, el sexo también comunica, si consideramos que la raíz de la
palabra comunicar significa ‘poner en común’.
Fuente:http://igualdad3000.blogspot.com/2006/12/mujer-y-filosofa-otra-verdad-incmoda.html
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Ine como ser pensante y defensora del genero, digo que la mujer es el ser mas audaz, muy inteligente, por este ser es que el mundo hoy día esta lleno de personas humanas, por procrear, por ese instinto que estibo la mujer desde la creación del mundo.