Por: Santiago Herrero.
Fuente: http://www.periodistas-es.org (04.10.10)
Quienes tengan edad para ello, recordarán el titular con el que el desaparecido Diario 16 anunciaba la aprobación de la Ley de la reforma política de Adolfo Suárez por las Cortes franquistas. Adiós dictadura, adiós. Empezaba una larga, sangrienta y controvertida transición hacia la democracia parlamentaria en la que hoy aún vivimos… no por mucho tiempo. Se avecinan tiempos duros, tan duros como los de aquella transición, pero con dos diferencias fundamentales. Esta vez no estaremos solos con los vecinos portugueses en esta “marcha atrás” de la historia. Nos acompañarán todas las democracias occidentales. En segundo lugar, la salida del proceso, ya iniciado, será un mundo a medio camino entre 1984 y Un mundo feliz, las dos antiutopías de referencia del siglo XX. Un mundo que albergará lo peor de las ¿previsiones? de Orwell y Huxley en los libros citados.
Cuando hablamos de democracia nos referimos al “menos malo” de los sistemas posibles de convivencia en sociedad, basado en los tres valores fundamentales heredados de la revolución francesa: Libertad, Igualdad y Solidaridad, esta última entendida como justicia social, más o menos lograda pero siempre pretendida y acometida en base a un entramado de políticas traducidas en legislación positiva. Parte de este entramado son los dispositivos del llamado “Estado del bienestar”: Educación y sanidad públicas de calidad, sistema de pensiones gestionado y/o garantizado por el Estado, instrumentos y presupuestos destinados a favorecer el acceso al empleo, ayudas a los desempleados y los dependientes… La contraparte natural del estado del bienestar por limitado que sea, como el español, es una política fiscal que, mediante la redistribución de una parte de la renta, financie las iniciativas enumeradas y las transforme en derechos reales de todos los ciudadanos.
Son ya innumerables las voces cualificadas que nos anuncian el fin de este esquema de convivencia en cuanto al mantenimiento del estado del bienestar. Tendremos que trabajar más horas y durante más años para tener menores salarios y pensiones y disfrutar de menos ventajas sociales. Los servicios públicos antaño considerados esenciales (educación, sanidad, transporte, correos, energía básica…) se privatizan sin límite, aumentando su precio y disminuyendo su calidad sin por ello entrar en esa “competencia” idealmente benéfica para el consumidor. Sin embargo, con ser grave, no es el estado de bienestar lo que está en juego sino la misma esencia de la democracia, esa que mediante la ecuación “una persona un voto” sitúa periódicamente en el gobierno a los elegidos por los ciudadanos en base a unas propuestas de acción política, económica y social, que luego llevarán a cabo desde el gobierno. Eso se está acabando. Será historia a mediados del siglo XXI. El estado del bienestar de las sociedades occidentales desarrolladas y la democracia en sí misma están cercados y en retirada, en varios frentes al mismo tiempo.
1. La goleada de los mercados a los estados.
Poco puede añadirse a lo ya dicho y escrito a este respecto. No voy aquí a apuntarme a la teoría de la conspiración que sustenta que el capitalismo financiero internacional ha planificado cuidadosamente el actual encadenamiento de crisis desde 2006 (crisis de las materias primas alimentarias, crisis de las “subprime”, crisis del sistema financiero, crisis bancaria, crisis de las deudas nacionales… y lo que venga) El resultado está ya siendo, en cualquier caso, el que conviene a “los mercados”. Los políticos electos han tirado la toalla y se pliegan, sea cual sea su ideología de origen, a los dictados de “los mercados” sin que importen la degradación de la calidad de vida de los ciudadanos que los han elegido, ni la pérdida de derechos sociales básicos. La Unión Europea y los Estados Unidos lideran esta vergonzosa rendición que sólo tiene la degradación de la democracia como resultado político ¿Qué más da el sentido de mi voto si, elijamos a quien elijamos, las políticas que afectan a nuestras vidas cotidianas serán decididas por “los mercados” en Nueva York, Hong-Kong, Shanghai o Londres? ¿Para qué votar si la democracia real está ya confinada a la cínica definición de Churchill, “ese sistema social en el que si alguien llama a mi puerta a las seis de la mañana es el lechero”? Y, a lo peor, ni eso. El absentismo ante las urnas estará garantizado en un par de décadas.
2. El vampiro del centro
Tomo el título para este apartado de un libro de aparición reciente en Francia ( http://www.challenges.fr/magazine/livre/0214.31006/ por ejemplo) que ilustra, con datos y cifras escalofriantes, el camino chino hacia la dominación total del planeta en unos cincuenta años. El modelo “Un estado, dos sistemas” ha probado su eficacia y dejado atrás su fase crítica y no puede desembocar sino en la primacía absoluta. Implica esta primacía la extensión del actual modelo chino a todo el planeta: Una minoría rica, salvajemente capitalista, fuera de toda reglamentación, y una inmensa mayoría compuesta de mano de obra semiesclava sin otro derecho que la alimentación de subsistencia.
China ha aprovechado hasta límites inconcebibles la avaricia y la miopía de los capitalistas occidentales, es el gran y casi único beneficiario de ese funesto invento llamado Organización Mundial del Comercio y se aprovecha de esa miopía y de esa avaricia (“China es el gran mercado del futuro…”) para hacer trampas dentro de las mismas disposiciones que ha firmado. Sin embargo, aprovecha esas reglas para que sus empresas estatales penetren, y empiecen a controlar poco a poco, aquellos mismos sectores antes públicos y estratégicos (energía o automóvil por ejemplo) y hoy privatizados puesto que, según las actuales reglas del juego neoliberales, deben quedar fuera de las manos del estado y sometidos a la libre competencia. Sus actividades mineras y agrícolas en África y Latinoamérica están arrasando estos continentes en busca de materias primas con las que alimentar sus inmensas instalaciones industriales, la “fábrica del mundo”, a cambio de vender armas a gobernantes corruptos y dictadores de toda laya. China usa y abusa de la corrupción y el abono de la violencia como medio para sus fines (Congo, Sudán…). El Estado chino está en el camino de convertirse en el mayor capitalista del planeta.
La expansión demográfica china produce unos flujos migratorios hacia Occidente que están copando el comercio mayorista y minorista dentro de nuestros países. Su excedente comercial con absolutamente todos sus “socios” lo invierte parcialmente en títulos de deuda nacionales… Si hablamos sólo de títulos norteamericanos, el estado chino posee, oficialmente, más de un tercio de la deuda pública activa emitida por Washington. Suficiente para hundir sin remisión el sistema capitalista en la más absoluta miseria. ¿Qué decir de su respeto a los derechos humanos o las reglas de mercado? ¿Qué decir de su apoyo a Corea del Norte, Birmania o Irán, sutiles ejemplos de democracia? ¿De su actuación en la guerra civil de Sudán? ¿De la manipulación en el cambio de su divisa o en las estadísticas de pobreza nacionales, ante las que se iluminan los líderes mundiales en la Cumbre del Milenio de Naciones Unidas? ¿De la decidida inacción de las autoridades chinas ante la masiva falsificación de películas norteamericanas, artículos de lujo franceses o medicamentos suizos en sus fábricas?
China está exportando su modelo social. Y lo está haciendo gratis, puesto que nuestros mandatarios ni siquiera han pedido un plato de lentejas. Esas lentejas que, convertidas en caviar, engordan a los oligarcas chinos y a los empresarios que deslocalizan su producción a China y crean desempleo en Occidente. Al comprar productos “made in China” estamos contribuyendo a regalar nuestro modelo de civilización, ese que ha costado muchos años y mucha sangre alcanzar. Y lo que hoy aún conocemos como democracia forma parte de ese modelo occidental… No del modelo chino, ni hoy ni mañana.
Otros peligros acechan a nuestras democracias. Los insanos desarrollos de algunos ámbitos de la sociedad digital, la pérdida de valores y el encanallamiento de nuestras poblaciones brutalmente sometidas al “pan y circo” de los medios de comunicación, el crecimiento rampante de los fanatismos religiosos en occidente, el encogimiento de nuestras libertades por mor de una “seguridad” convertida en valor absoluto y casi único… Pero de ellos escribiré otro día
Santiago Herrero
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