Por: Rolando Hernández Alducin
Fuente: http://www.sociedadlatinoamericana.bligoo.com (01.08.10)
Maestro en Sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. Especializado en Sociología criminal.
Email: rolas-77@hotmail.com
Abstract
La delincuencia es ruptura, es negatividad y es genealogía. Contra el pretendido orden sistémico y la dominación homogénea e irrestricta, surge el delincuente, ser “amorfo” que contradice y amenaza con su sola existencia tal orden y tal dominación. La delincuencia es un “no” al triunfo positivo de la modernidad y el desarrollo; es ruptura con las prenociones impuestas sobre el comportamiento “desviado” y “enfermo”; es genealogía que obliga a poner la mirada sobre los sucesos que han marcado su existencia como un fetiche que legitima el poder estatal y la criminalización preprogramada de la sociedad. La normalidad del concepto “delincuencia” no es tal, no existe en la naturaleza de por sí; al contrario, responde a un gran número de avatares y contingencias de la vida social.
INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo se intentará analizar la argumentación y la metodología de Theodor Adorno, Pierre Bourdieu y Michel Foucault en relación al fenómeno de la delincuencia. Al interior, el trabajo se encuentra separado por autores y se intentará destacar los principales aportes de cada uno para el análisis del fenómeno delictivo. Debe aclararse que dicha pretensión puede ocasionar un forzamiento de la teoría y la metodología de cada autor que acabe por desacreditar esta conjunción, pero lo rescatable, en todo caso, serán los puntos de acuerdo encontrados entre el tema general y las propuestas de cada autor. A primera instancia, puede adelantarse que Adorno con la negatividad, Bourdieu con la ruptura y Foucault con la genealogía, concuerdan con puntos precisos que caracterizan a la delincuencia, es decir que ésta, la delincuencia, al menos en parte, es negatividad, es ruptura y es genealogía, lo cual, por supuesto, será desarrollado para sustentarse en cada apartado de este ensayo.
ADORNO Y LA NEGATIVIDAD
Iniciaré hablando del triunfo. El tipo de negatividad argumentada por Theodor Adorno (2003) se basa en la contraposición al triunfo positivo, ¿y cuál es éste? Sin duda, la respuesta la encontramos en la conformación del tipo de realidad vigente, es decir: capital, ganancia, plusvalía, producción, explotación. La ideología positiva, incluida su filosofía y su praxis, es una aceptación de un mundo de este mismo tipo: desigualitario, progresista, agresivo. Es decir que el triunfo positivo no sólo se encuentra en las relaciones sociales concretas sino en la conformación de conceptos y categorías, en suma, una ideología, que son acordes al proceso (desigualitario) del capital. Con esto, la lucha por la apropiación de los conceptos y categorías que explican la realidad se vuelve una batalla crucial. La dialéctica negativa de Adorno es una negación a este tipo de realidad, es un “no” al triunfo positivista que pretende naturalizar un sistema social basado en la explotación. El triunfo, por supuesto, tiene su contraparte: la derrota. A su vez, los triunfadores tienen a su contraparte: los derrotados. Y así, se conforma una realidad antagónica y desigualitaria en donde lo bueno-cultural-superior domina sobre lo malo-natural-inferior, es decir, los triunfadores, el pensamiento positivo que concuerda con el capital, dictan los criterios de “verdad” sobre los que se desarrolla la realidad social. En este sentido, “los otros” se convierten en enemigos de lo bueno y superior, son malos, inferiores, y por ello se les debe excluir, segregar, encerrar. Adorno nos dirá que:
Esta ratio tiembla ante lo que perdura amenazadoramente por debajo de su ámbito de dominio y crece proporcionalmente con su mismo poder. Este miedo marcó en sus comienzos la conducta que en conjunto es constitutiva para el pensamiento burgués: neutralizar a toda prisa cualquier paso que conduzca a la emancipación, reafirmando la necesidad del orden (Adorno, 1989: 29).
Con lo anterior, entendemos que las amenazas de la otredad han obligado, por el antagonismo que manifiestan, a la reafirmación del orden (generalmente por medios represivos, aunque no sólo por medio de ellos), lo cual da cuenta de la negatividad manifiesta de la “derrota” y sus “derrotados”, que son amenaza viva a los conceptos y las categorías que cimientan la realidad positiva, que cosifica la vida y que siempre llama a identificarse con el triunfo, es decir con los triunfadores, y con ello aceptar la realidad como es: desigualitaria, progresista, agresiva. La identidad, entonces, es la vía por la que el triunfo positivo logra desaparecer a los sujetos y meterlos en un cuerpo social (capitalista) en el que no son, en el que su “humanidad” es negada y escondida en la estructura social. Al interior, esta estructura mantiene, procura, un tipo de vida como el que se menciona: desigualitario, agresivo. Adentro, triunfadores y derrotados están obligados a competir por los bienes necesarios para la existencia porque así son las reglas del juego. La competencia genera desigualdad, la desigualdad posibilita el antagonismo y el antagonismo da paso al conflicto y, finalmente, el conflicto es el campo propicio para la agresión. Jean-Marie Vincent nos dice: “Porque las relaciones sociales capitalistas, cristalizadas al cabo de una larga historia, hacen violencia a los hombres y a la naturaleza en ellos, se crea un terreno propicio para manifestaciones de barbarie” (Vincent, 2004: 24). Y entonces, no es raro encontrar en sistemas sociales de esta especie manifestaciones “barbáricas” que amenazan al orden establecido y a su lógica normativa y normalizadora. En su interior, los sistemas sociales capitalistas guardan estrecha relación con la desigualdad, el antagonismo, el conflicto y la agresión, lo cual da paso a la barbarie, que es una negatividad contundente contra el triunfo positivo.
Ahí se encuentra latente la delincuencia. Ésta no es una forma bizarra de relaciones sociales “anormales” y “enfermas”, tampoco es un reflejo amorfo de la realidad social, sino que es parte inherente de la misma, nació en contradicción a ella, es evidencia viva de la existencia de los derrotados y de la negatividad que manifiestan en sus comportamientos cotidianos, son contraposición ideológica y real del triunfalismo positivo, son una bofetada a la normalidad y la normatividad del sistema social lineal y homogéneo, son el “no” de la dialéctica negativa. Esto, claro está, no puede extenderse hasta explicar el total de los comportamientos delictivos, es decir que el “campo propicio” que es el sistema social capitalista es sólo una parte, aunque trascendente, de la totalidad de los factores que influyen en la aparición de las conductas infractoras de la ley; la otra parte trascendente, es que los sujetos no son actores pasivos dentro de una estructura determinante que condiciona sus decisiones y actividades delictivas, sino que ejercen una postura concreta (racional o no) hacia el entorno e interactúan con las condiciones sociales que delimitan su accionar. Pero aún en este sentido, resalta la presencia del individuo delincuente (malo-natural-inferior) como presencia negativa que deslegitima la identidad positiva del individuo bueno-cultural-superior, y en este sentido se expone como muestra de la imposibilidad de lo identitario y de la infinitud, o no finitud, del triunfo positivo. Estos comportamientos sociales, los delictivos, pueden ser intencionados o no, pueden ser una contraposición al sistema o no, pero lo que se desea resaltar es su potencial negativo y contestatario (igualmente, intencionado o no) hacia un tipo de sistema social que pretende normalizar y normativizar la conducta humana dentro de criterios de valor, y científicos, que le “arranquen” la barbarie al ser humano para hacerlo más dócil y manejable, más positivo, más identitario, más “bueno”. Es ahí donde la actividad delictiva no encaja, pues no es identitaria ni “buena”, es fragmentaria y “mala”, es portadora de la negación a la normatividad y normalidad del sistema social positivo. Es éste, entonces, el principal aporte teórico de Adorno para hablar sobre la delincuencia.
BOURDIEU Y LA RUPTURA
El segundo punto es la ruptura: ruptura es negatividad. Las prenociones, el sentido común, son ideología positiva que suele identificar a lo negativo con lo malo, al delincuente con la enfermedad, con lo no-sano, con lo indeseable. Y esto puede ser así o no, la delincuencia puede ser una enfermedad o no, pero no puede calificársele iniciando desde una prenoción; y es desde una prenoción, insertada en la conciencia como algo “malo”, que ésta, la delincuencia, ha sido utilizada sistémica y sistemáticamente como el enemigo que legitima la necesidad del orden. En su propuesta metodológica, Bourdieu (2003) sugiere una ruptura con lo que llama “sociología espontánea” a través de una “vigilancia epistemológica”. Esta ruptura no pretende construir una teoría finalista dentro de las ciencias sociales a través de la cual se puedan crear leyes universales de causación, sino que trata con partes concretas de la realidad social “en construcción”, esto por el reconocimiento de la irreductibilidad de los hechos sociales a leyes fijas por el carácter subjetivo que manifiestan los mismos, es decir, que plantea la creación de un método “flexible” acorde a la realidad de los sistemas sociales específicos. En su opinión, el conocimiento común es apenas un inicio para estructurar el conocimiento científico, pero esto no basta para no desligar este tipo de conocimiento del que es particularmente científico. En este sentido, la vigilancia epistemológica que propone Bourdieu se presenta como la posibilidad de cuestionar constantemente las razones metodológicas y científicas de la sociología, ya que ésta está saturada de prenociones (nociones comunes, del lenguaje común, por la relación entre el sociólogo y el profeta en la sociología tradicional) que no son convenientes para el desarrollo de una investigación científica de lo social.
En este contexto, Bourdieu analizaría, entre otras cosas, la trascendencia que tiene el consumo como “valor simbólico” en la vida cotidiana y en la reproducción del sistema social. La educación, el arte, la televisión, la interacción humana, la separación simbólica de las clases, etc., son algunos de los aspectos sociales que Bourdieu estudiaría con este enfoque pretendiendo sustentar su tesis general de que en la sociedad moderna el punto central es el consumo en su aspecto simbólico. El consumo se convierte en un signo, una abstracción mental del entorno que se construye socialmente, cosa que genera un valor social y un concepto alrededor del valor y del objeto, lo cual estructura la actividad social en torno a un signo, o varios de ellos. En este proceso se construiría la simbolización del consumo como un valor social sobreestimado. El estatus, la clase, la estratificación social, la otredad y el antagonismo (como proceso), aparecerían entonces como signos de pertenencia en un sistema que requiere de la desigualdad para subsistir, sistema que produce y reproduce los símbolos de éxito humano y de valor social en base a la lógica capitalista de la ganancia y la competencia, en la que la plusvalía (antes sólo económica y, a decir de Bourdieu, cultural también) es el valor máximo. El “otro” es un competidor, el que más acumula es el vencedor dentro del sistema; de este fenómeno se obtienen ganancias tanto económicas como sociales, tanto materiales como simbólicas que dan marcha al motor que mueve la maquinaria capitalista: la desigualdad. Para Bourdieu, este proceso se lleva a cabo a través de la interiorización del entorno, lo cual se logra con el habitus, esto es, con el orden social como «estructura estructurante», es decir, como lógica que domina y se reproduce desde el entorno hasta el interior humano. La desigualdad económica, la depredación de la naturaleza, la corrupción política, el desencanto social, etc., que se evidencian en el crecimiento de la tasa de suicidios (por ejemplo), en la criminalidad, en la histeria y la neurosis colectiva y en la depresión emocional colectiva, hacen ver la agonía no sólo del sistema (que puede mantenerse en base a todos estos fenómenos) sino también de la sociedad y su ambiente, lo cual se ve reflejado a su vez en las muestras de irracionalidad, en la barbarie del pensamiento, en el crecimiento de la agresividad, en la muerte por inanición, en la angustia de los desfavorecidos y en el incremento general de la criminalidad, cuyo crecimiento estadístico se debe, en gran medida, a todo este proceso desigualitario, predador y corrupto de la lógica sistémica y de sus operadores humanos.
Bourdieu diría que: “Lo que cuenta, en realidad, es el rigor en la construcción del objeto. El poder de un modo de pensar nunca se manifiesta más claramente que en su capacidad de transmutar objetos socialmente insignificantes en objetos científicos” (Bourdieu y Wacquant, 2005: 308). Con esto, Bourdieu intenta “transmitir un oficio”, es decir, poner al alcance del investigador el conocimiento que su experiencia le ha dado, y lo que intenta transmitir es el rigor en la construcción del objeto y alejarlo de las prenociones y del sentido común, donde resalta el término “construcción”, lo cual significa que el objeto de investigación no está dado, se le tiene que construir. En este sentido, la delincuencia no está dada, sí está nombrada y cuenta con un campo de acción, pero esto es una nominación hecha por los triunfadores de la historia, la delincuencia no existía en la naturaleza de por sí, fue una construcción social. Del mismo modo, lo que pueda decirse científicamente de la delincuencia no puede estar basado en prenociones, en sentido común, pues esto, lo preexistente, el sentido común, ha asociado a la delincuencia con lo anormal, lo malo y lo enfermo, lo cual no es así por su propia naturaleza, sino que es una construcción social. Ruptura es negatividad, es “no” al sentido común de la normatividad y la normalidad sistémica, es el rigor en la construcción del objeto.
FOUCAULT Y LA GENEALOGÍA
El último punto es la genealogía: genealogía es ruptura, es negatividad. La búsqueda del origen (entstehung, como emergencia) de un fenómeno cualquiera, presupone la ruptura con el sentido común y el rigor en la construcción del objeto y, en este sentido, el mantenimiento de la negatividad frente a los condicionamientos preexistentes de la ciencia positiva. El origen del concepto “delincuencia” y la puesta en marcha de procesos sociales específicos en torno a él, debe contar, entonces, con partes constituyentes que nos permitan rastrear el por qué de un fenómeno social tan trascendente en la historia humana. La construcción social de la delincuencia no fue fortuita, no existía en la naturaleza de por sí, debieron existir factores sociales condicionantes que permitieron su emergencia (entstehung); este argumento permite desechar la naturalización y cosificación de la delincuencia como mala o enferma, que son sentido común, y resaltan la necesidad de construir el objeto antes de tomar postura al argumentar. Foucault (1992) nos diría que “las fuerzas presentes en la historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino al azar de la lucha”, con lo cual enfatiza en la contingencia y en la búsqueda de los procesos que están constituyendo tanto las universalidades como las particularidades de la vida social, es decir, la genealogía como proceso y lucha, como construcción de la historia. En La arqueología del saber (1970), Foucault nos dice que: “La puesta en juego de los conceptos de discontinuidad, de ruptura, de umbral, de límite, de serie, de transformación, plantea a todo análisis histórico no sólo cuestiones de procedimiento sino problemas teóricos” (p. 33). Y más adelante enfatiza que: “Hay que realizar ante todo un trabajo negativo: liberarse de todo un juego de nociones que diversifican, cada uno a su modo, el tema de la continuidad” (p. 33). En estas citas se identifica, primero, la negatividad y la ruptura, pero también la construcción y la genealogía como formas de acceder al fenómeno social.
Como ejemplo de la aplicación de su teoría y metodología, tenemos la obra Vigilar y Castigar (2003), donde Foucault hace un recuento histórico (genealogía) de la apropiación económico-política del cuerpo a través del castigo. En todo su análisis es trascendente el cuerpo porque lo presenta como el receptáculo del poder. En este sentido, el encarcelamiento del cuerpo es un instrumento para privar al individuo de una libertad considerada un derecho y un bien dentro de la sociedad, cuyo sistema punitivo se basa en la economía política del cuerpo. Foucault nos dice que el castigo sobre los cuerpos los hace dóciles, es decir, maleables y controlables socialmente; el suplicio público haría la función de «aparador» que exhibe como amenaza lo que le puede pasar a los “desobedientes” y a los “desviados”. La docilidad del cuerpo a través del castigo sería entonces una herramienta de control que posibilitaría la emergencia del poder. El castigo disciplinario tiene por objeto reducir las desviaciones respecto al poder y debe por tanto ser correctivo, en este proceso la disciplina aumentaría las fuerzas del cuerpo, en términos económicos de utilidad, y disminuirá esas mismas fuerzas en términos políticos de desobediencia. En este sentido, la delincuencia sería tanto pretexto como legitimación del uso del poder. En un sistema social necesitado del control para evitar la sublevación, no podía más que aprovecharse el caos para legitimar el poder y racionalizar el castigo, y el cuerpo a la vez, dentro de un proyecto hegemónico orquestado por el Estado que, sin ser un ente abstracto, cuanta con operadores humanos específicos. A esto Foucault lo define así:
A medida que la biografía del criminal duplica en la práctica penal el análisis de las circunstancias cuando se trata de estimar el crimen, vemos cómo el discurso penal y el discurso psiquiátrico entremezclan sus fronteras, y ahí, en su punto de unión, se forma esa noción del individuo «peligroso» que permite establecer un sistema de causalidad a la escala de una biografía entera y dictar un veredicto de castigo-corrección (Foucault, 2003: 256).
La peligrosidad (real o no) de la otredad (de los “anormales”, cierto o no) sería entonces digna de tratamiento psiquiátrico, lo cual sería normal desde el punto de vista sistémico si se entiende que los peligrosos son tratados como enfermos en un tipo de sociedad pretendidamente homogénea y saludable. Así, se fusiona el tratamiento penal con el tratamiento psiquiátrico, la corrección y el castigo para asegurar (o re-asegurar) el orden (o el ordenamiento). Genealogía, entonces, es una ruptura con la normalidad y la normatividad; genealogía es negatividad, es “no” a la cosificación del concepto; genealogía es la búsqueda de la emergencia del concepto que le dio forma a un comportamiento social, es la construcción de una historia sin las partes mitificadas del concepto. La delincuencia, como concepto y como práctica, no puede estar desligada de su historia, de su emergencia como constructo social que cuenta con partes precisas que la constituyen en su devenir histórico.
CONCLUSIONES
La negatividad, la ruptura y la genealogía, como se han expuesto, pueden ser partes constituyentes de muchos otros fenómenos sociales y no sólo de la delincuencia, por lo cual es importante señalar aquello que en particular caracteriza a la delincuencia como negatividad, ruptura y genealogía en relación a los argumentos expuestos por cada autor. Primero, la dialéctica negativa de Adorno nos habla de un constante “no” al triunfo positivista alienante y agresivo, y bien, la delincuencia puede ser en muchos sentidos un “no” a este mismo proceso capitalista aunque no necesariamente como un fenómeno intencionado y racional (más bien al contrario), pero por esto mismo es que adquiere su relevancia, pues ésta, la delincuencia, a pesar de no ser un antagonismo intencionado y dirigido, es siempre y en todos lados un proceso antagónico y contestatario del orden establecido, es “anormalidad” contra la normatividad sistémica, y, en este sentido, negatividad latente. Segundo, la ruptura de Bourdieu nos habla del rechazo a las prenociones del sentido común como un inicio necesario de todo proyecto sociológico de investigación, y es un hecho incontestable que el fenómeno de la delincuencia es, y ha sido desde su emergencia, un concepto ligado a la “anormalidad” del sistema, a la maldad y a la disfuncionalidad estructural de la sociedad, con lo cual se destaca la victoria “normalizadora” y positiva de un tipo de realidad que privilegia la desigualdad y la marginación, a lo cual, justamente, es necesario presentarle el “no” adorniano o, en otro sentido, la ruptura bourdiana. Y tercero, Foucault nos habla de la genealogía como la búsqueda de la emergencia de los conceptos y las categorías desvinculadas de la mitología que las vuelve un fetiche y que, con esto, esconde la realidad al interior de los mismos conceptos y las propias categorías; en este sentido, la genealogía es negatividad y es ruptura; y por otra parte, estudiar la delincuencia como negatividad y ruptura es poner en marcha la búsqueda de su emergencia como concepto y como práctica desligada del mito de la misma, es decir, deshaciendo las prenociones y conservando la negatividad para poner en marcha la búsqueda de la emergencia del concepto delincuencia. Como herramientas teóricas, finalmente, puede afirmarse que las propuestas de cada autor son utilizables para emprender un proceso de investigación que nos acerque al conocimiento preciso de este fenómeno social llamado delincuencia.
BIBLIOGRAFÍA
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Blanc, Alain y Jean-Marie Vincent (2004): La recepción de la escuela de Frankfurt, Nueva visión, Buenos Aires.
Bourdieu, Pierre y Wacquant (2005): Una invitación a la sociología reflexiva, Siglo XXI, México.
Bourdieu, Pierre y otros (2003): El oficio de sociólogo, Siglo XXI, México.
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Foucault, Michel (1992): Microfísica del poder, Ediciones la Piqueta, España.
Foucault, Michel (1970): Arqueología del saber, Siglo XXI, México.
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