Por qué y para qué escribir

Por: Jaime Richart
Fuente: http://www.kaosenlared.net (25.08.10)

Y después del trueque pero antes del mercado y de la imprenta, las ideas que fluían no se vendían: se expresaban gratuitamente en una academia o en la plaza pública.

Desde luego yo nunca he escrito para ganar un céntimo. En primer lu­gar porque la materia de mi interés, el ensayo (aparte los artículos pe­riodísticos) es un género al que es poco aficionado este país. Luego, porque quienes siempre se llevan el gato al agua publi­cando fueron, y son, los catedráticos y los perio­distas: una ga­rantía de calidad, pero so­bre todo de academicismo, para las editoria­les. Y, por último, porque siempre tuve al arte y al pensa­miento como excel­sas frivolidades que no se prestan al comercio, aunque el capita­lismo, que nada sustrae al comercio, los entregue a él. En todo caso hasta la mi­tad de mi exis­ten­cia la lectura me daba vida. En la se­gunda mitad me la em­pezó a dar también el escri­bir. Lectura y escri­tura son desde en­tonces para mí el alimento primordial, como siem­pre lo fue también la música. Además, después de haberse pasado uno la vida le­yendo a los consa­grados por los siglos, se siente la obli­ga­ción de dejarse orientar por ellos y todos te incitan de un modo u otro a pen­sar por cuenta pro­pia. De ahí que no me interesen gran cosa mis contemporáneos, por más galardones y re­conocimientos que hubie­ren recibido. Es más, en el ca­pitalismo y en el mercado cuanto más noto­riedad alcanza el escritor más recelo me in­funde. Las ventas ma­sivas no acreditan cali­dad ni in­genio. Las mayo­rías no tienden a elegir precisamente lo singular, a me­nos que medie algún tipo de es­cándalo. El caso es que a menudo me tro­piezo con ideas más valio­sas entre personas comunes que entre cele­bridades.

En el espacio capitalista es muy común, en cambio, comprar y ven­der tanto el arte como las ideas. Sólo se considera prostitución la venta del cuerpo. El capitalismo siempre ha relacionado prostitu­ción y sexo, pese a que el sexo es el más natural de los place­res. Pero no llama prostitu­ción a vender la voluntad o la conciencia. Pues, ¿qué es si no tra­bajar en lo que se abo­rrece pero ha de acep­tarse para sobrevivir, como a menudo ocurre con la prostitución del cuerpo? Y es que el capitalismo lo pervierte todo: la política y la reli­gión tie­nen ya más fama como obje­tos de comercio, que como activi­dades al ser­vicio del bien común de los cuerpos y las almas…

Sea como fuere, he de decir que he escrito siempre sobre todo para poner en orden mis ideas. Aparte de dos opúsculos pu­blicados por Edi­ciones Libertarias y de cuya suerte me desentendí desde el primer momento, no he vuelto a publicar en la imprenta. Medir el nivel de acierto o interés de un libro de ensayo de rabiosa actualidad por el nú­mero de venta de ejemplares, es como calcular la inteligen­cia de una persona por el número de títulos más o menos académicos en­marca­dos en la pared de su casa o su despacho. ¿Es más inteligente el que posee cinco títulos que el que tiene cuatro o nin­guno? Creo que no, que, al menos para los que no presta­mos culto a la per­sonalidad, los talentos consa­grados por Academias, Universidades y Certámenes no siempre pero casi siempre son justo la garantía de que habrán de repetir, adornado y actualizado, lo que les enseñaron sus maestros. La educación en sumi­sión lo avala. No esperemos de ellos teorías rompe­doras, espectacu­lares o contra el sistema funesto. Sé de sabios que no sabían leer ni escribir y de coleccionistas de tí­tu­los que no tenían ni una sola idea propia; su memoria y su me­mori­za­ción constante les incapaci­taba, o bien sus ideas, que pasaban por pro­pias, sólo eran un revoltijo de los miles de ellas concebidas por otros. Eran, simplemente, unos eruditos extraordinarios, un almacén de citas, que, por otra parte, se re­petían constantemente.

Por ello vi el cielo abierto cuando irrumpió la In­ternet. Desde ese mo­mento tomé conciencia del asunto en to­das direcciones. Y una de ellas fue la posibilidad de que cualquiera se apropiase de mis escritos y los firmase otra persona; lo mismo que podría hacer yo con los de otros. Pero como ya he dicho que lo único que me pro­pongo al escri­bir es or­ganizar mejor mi pensamiento sobre cualquier cosa y, como dice el proverbio árabe «palabra que dices, ya no es tuya «, me es in­diferente que eso ocurra. Dedico todos mis esfuerzos a la prosodia y desde en­tonces me conformo con imagi­nar que mis ideas puedan in­seminar la conciencia o el pensar de otros. Y desde luego, por cada escrito me bastan un solo lector y otro, o el mismo, que lo comprenda.

Esta es la historia de mis devaneos en relación al acto de tanto escri­bir, por si a alguien pudiera interesar…

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