La herejía lesbiana: perspectiva feminista de la revolución sexual lesbiana

Por:  Sheila Jeffreys
Fuente: www.femiteca.com (18.09.08)

Mientras en los años 70 las ideas del feminismo lesbiano parecían dominar la política lesbiana, esta situación se invirtió claramente a lo largo de los ochenta. Actualmente existe, por una parte, una teoría basada en el hecho de que las lesbianas debemos “pelear” por nuestros derechos particulares dejando a un lado los intereses de las mujeres en general. Y por otro lado, está la teoría de quienes asocian los intereses de las lesbianas con de los intereses de las mujeres como clase. Esta última teoría representada, entre otras, por las lesbianas feministas francesas y australianas.

Sheila Jeffreys, en su libro “La Herejía Lesbiana” menciona que la reacción contra el feminismo se interpreta generalmente como un ataque de las fuerzas reaccionarias de la supremacía masculina, al margen del propio movimiento de liberación de las mujeres. Esas falacias sobre las feministas y su supuesto rechazo a todo lo que parezca o huela a hombres, es producto de esas fuerzas reaccionarias que han logrado, en gran medida, sus propósitos. Así, mientras aumenta la presión de las fuerzas externas al movimiento feminista, se rompen filas dentro del propio movimiento.

El libro trata de la fragmentación de la comunidad lesbiana a consecuencia de los ataques contra la política lesbiana.

Por otra parte, Jeffreys distingue entre las feministas lesbianas y las lesbianas que, además, son feministas. E indica que en la filosofía feminista lesbiana, los términos “lesbiana” y “feminista” se incluyen el uno al otro: el lesbianismo es feminista y el feminismo es lesbiano. Asimismo hay muchas lesbianas que trabajan activamente a favor de una política no específicamente feminista a favor de la igualdad de los derechos de las lesbianas (de hecho, es casi idéntica a la de los homosexuales) y que a la vez son feministas por lo que respecta a la igualdad de salarios, el aborto y el acoso sexual. Pero su lesbianismo y su feminismo están separados: existen en compartimentos herméticamente sellados.

Jeffreys también menciona que el feminismo lesbiano transforma el feminismo al poner en entredicho que la heterosexualidad sea un hecho natural, desenmascarándola como una institución política, con la que se propone acabar en pro de la libertad de las mujeres y de su autodeterminación sexual. Ante todo el feminismo lesbiano persigue la creación de un mundo donde puedan vivir las lesbianas porque en ese mundo todas las mujeres serán libres.

Capítulo tras capítulo “La Herejía Lesbiana” rastrea algunos de los procesos acaecidos dentro de la comunidad lesbiana que han ido socavando cualquier tipo de consenso feminista; procesos que han convertido al feminismo lesbiano en una herejía, no ya sólo contra el heteropatriarcado, sino también contra la cultura lesbiana.

Un libro en verdad motivante, que reivindica las relaciones sexuales y amorosas igualitarias, así como el sentido de la colectividad y la comunidad, en primer lugar con otras lesbianas, pero también con las otras mujeres, cuya amistad motiva la lucha feminista. Que nos hace recordar a esa amiga hetero que siempre ha estado con nosotras, que nos ha echado porras y nos ha ofrecido su hombro. Y a esa lesbiana de al lado, que nos comprende perfectamente y con la que, pianito, construimos un mundo mejor.

En los años 80 se produjo una revolución sexual lesbiana. Los historiadores tradicionales de la sexualidad de la corriente dominante masculina valoran muy positivamente las dos revoluciones ocurridas, a su entender, en las décadas de los veinte y de los ochenta, y que llevaron la liberación y el placer a las mujeres.

En mis dos libros anteriores he querido demostrar que estas revoluciones son en realidad ajustes de fuerzas de la supremacía masculina. El poder masculino quedó reafirmado mediante el reclutamiento de las mujeres para el coito y la orquestación de su respuesta sexual ante la connotación erótica de su propia subordinación. Estas revoluciones o ajustes de las técnicas de control del poder de la supremacía masculina se realizaron en nombre de la ciencia y de la salud utilizando, no obstante, la retórica del liberalismo.

Estas revoluciones contribuyeron a la legitimación de una pujante industria pornográfica, a la creación de una industria de terapias sexuales y de manuales de consulta sexual y a la instalación de sex shops y reuniones de sexo al estilo tupperware en las que se vendía el instrumental del sexo como los consoladores y los trajes de cuero, goma y de vinilo. Durante todo ese tiempo las lesbianas conseguían de alguna manera amarse y hacer el amor sin toda esta parafernalia, mientras que en el mundo heterosexual el sexo sin libros de autoayuda, sin pornografía y sin el equipo adecuado se volvía prácticamente imposible.

El sexo lesbiano era innovador, imaginativo, se podía aprender por cuenta propia, era de baja tecnología, no costaba dinero ni proporcionaba ingresos a los industriales del sexo.

En los años 80, la situación cambió y dio paso a una industria del sexo lesbiano. Para que esta industria fuera lucrativa, fue necesario transformar la sexualidad lesbiana para adaptarla al modelo de la cosificación, que requiere la creación de consumidoras de sexo lesbiano -consumidoras no sólo de productos mecánicos, sino además de otras mujeres, a través de la pornografía y de la prostitución. La sexualidad lesbiana empezaba por fin a captar la atención de empresarios, terapeutas sexuales y pornógrafos.

A consecuencia de esta dramática acometida elaborada con el fin de reconstruir la sexualidad lesbiana, se produjo la incorporación parcial de las lesbianas a las estructuras políticas de control del heteropatriarcado. Las lesbianas que inventaban su propia sexualidad no encajaban en el engranaje debido a su visión de una sexualidad alternativa no centrada en penes, metas, cosificación, dominio y sumisión. No estaban sujetas al poderoso control sexual de la supremacía masculina que determinaba la configuración del placer sexual. No siempre se dedicaban a connotar eróticamente su propia subordinación, constituyendo así un peligro potencial para el sistema sexual del heteropatriarcado. La revolución sexual lesbiana apresó a las lesbianas sometiéndolas sexualmente también a ellas.

Sin embargo, la interpretación de la revolución sexual lesbiana que hacen los medios gays mixtos y la literatura de los estudios académicos lesbianos-y-gays, es distinta. El nuevo y reluciente despliegue de posibilidades -consoladores, pornografía, clubes de sexo, prostitutas- aparece como fuente de una libre elección, de diversión, placer y libertad individual, como la encarnación de aquello por lo que siempre han luchado las lesbianas: el objetivo mismo de la revolución lesbiana.

La lucha política de las lesbianas se desvía hacia una falsa liberación que, a mi modo de ver, resultará tan engañosa para las lesbianas como lo fue la libertad sexual de los sesenta y setenta para las mujeres heterosexuales. Esta última elevó la cantidad de coitos y, sin embargo, las mujeres no alcanzaron la libertad. La revolución sexual lesbiana para lograr su éxito depende de la aniquilación de toda discusión política sobre la construcción del placer sexual y su lugar dentro de la revolución lesbiana y feminista. Depende del acuerdo sobre la separación entre lo público y lo privado respecto del placer sexual: lo que nos excita no tiene relevancia para la lucha política. Depende del lenguaje del liberalismo sexual. Cuando se trata de sexo, muchas lesbianas que se consideran progresistas, feministas, socialistas y antirracistas, abandonan su postura política y adoptan un liberalismo profundo.

Siempre que he querido analizar la terapia sexual o el sadomasoquismo desde una postura política he sido tachada de moralista o sentenciosa. La crítica política se ha considerado tabú. Quisiera analizar este tabú y su origen, en un intento de volver a introducir el placer sexual y la práctica sexual en la discusión política.

La práctica sexual es el único caso en el que el análisis político es tildado normalmente de moralista; no ocurre con otras cuestiones.

Sin embargo, me atrevería a decir que todos los juicios políticos suelen tener una base moral. La rabia contra lo que se vive como opresión nace justamente de un sentido del bien y del mal. Ahora bien, el debate sobre la moral no está de moda en la sociedad capitalista y menos aún en los ochenta y los noventa, cuando el mercado dictamina la irrelevancia de este debate. Sin embargo, nada más misterioso que este sentido del bien y del mal subyace a todos los juicios políticos. Las mismas personas que tildan de moralista el análisis político de la práctica sexual emiten juicios morales en otros campos de la vida. Normalmente no se llamaría moralista a quien lucha por conseguir la desigualdad económica. La sexualidad es el único terreno que debe estar libre de todo juicio moral o político. Quisiera analizar el concepto feminista del sexo como cuestión política, empezando por las áreas menos conflictivas y terminando por la que mayores problemas presenta: la práctica sexual.

La mayor parte de las feministas coincide probablemente en el carácter político de la violencia sexual de los varones contra las mujeres. Las teóricas feministas han escrito páginas tras páginas acerca del papel político de la violencia sexual como soporte crucial y funcional del sistema político de la supremacía masculina. Todo el espectro de la violencia sexual -incluidos el abuso sexual en la infancia, el exhibicionismo y el acoso sexual¸ la pornografía, la violación conyugal y los asesinatos de mujeres- tiene como fin el control, el desarme y el sometimiento de las mujeres.

En la universidad donde ejerzo se han dado varios ejemplos de cómo la violencia sexual pude delimitar las vidas y las oportunidades de las mujeres. En una ocasión ciertos avisos expuestos en tres zonas distintas advertían a las alumnas de que debían ser precavidas. Otras notas en los lavabos de señoras del centro estudiantil prevenían a las mujeres de posibles asaltos, recomendándoles no entrar a solas a los servicios y mirar tras las puertas de las cabinas. Ulteriores avisos en el mismo sentido adornaban los vestuarios femeninos del centro deportivo, así como distintas zonas de la biblioteca. De esta manera la <> de las alumnas quedaba seriamente mermada a la hora del recreo, del estudio y de la micción. La mayoría e las universidades cuenta probablemente con problemas parecidos o peores de violencia sexual masculina. Todas las precauciones rutinarias se convierten en una segunda piel para las mujeres, y sólo un análisis feminista descubrirá su sometimiento al sistema de control político. No todas las teóricas feministas están de acuerdo en la definición de la violación conyugal y del acoso sexual; sin embargo, la mayoría coincidiría en calificar la violencia sexual de construcción política con una determinada finalidad política dentro del sistema de supremacía masculina.

Otro tema referido al carácter político de la sexualidad en el que coincidiría gran parte de las teóricas feministas es el de la construcción de la heterosexualidad como principio organizador de las relaciones sociales en un sistema de supremacía masculina. Tal vez estén en desacuerdo sobre la magnitud de la relevancia de la heterosexualidad como institución perpetuadora del poder masculino, pero probablemente coincidieran en señalar que las presiones ejercidas sobre las mujeres para que éstas adopten la heterosexualidad asisten los propósitos de la supremacía masculina. Sin el principio de la heterosexualidad un varón concreto difícilmente obtendría sin remuneración el conjunto de todos los servicios sexuales, reproductivos, económicos, domésticos y emocionales de las mujeres. Por regla general las feministas actuales no consideran la orientación heterosexual un asunto meramente privado e individual, independiente del poder masculino.

Es en el área de la construcción del placer sexual y de la práctica sexual donde han surgido los conflictos sobre una concepción política de la sexualidad. El sexo se sigue considerando un asunto privado, individual y consensuado, un tabú para el análisis político. El feminismo establece conexiones, y en este caso las conexiones parecen evidentes. Tanto la heterosexualidad como sistema político, como la violencia sexual como control social obedecen a la construcción del deseo heterosexual. Con <> o connotación erótica de la igualdad. En mi obra “Anticlímax” apunto que la liberación de las mujeres no será posible mientras se considere sexy su subordinación. Ahora bien, respecto al tema del placer sexual algunas feministas y lesbianas no están dispuestas a establecer estas conexiones. Para poder apreciar la carga política de la práctica sexual es necesario poner en tela de juicio el concepto liberal de lo privado. Tanto las feministas como las activistas lesbianas y los activistas gays han utilizado de forma estratégica la noción de lo privado en la lucha por sus objetivos, ya que se trata de un concepto que el estado liberal comprende bien. La liberalización de la ley sobre la homosexualidad masculina en Gran Bretaña en 1967, por ejemplo, se apoyaba en la idea del derecho de la persona a la intimidad. No obstante, para las feministas ésta es una idea muy conflictiva.

La teórica feminista norteamericana Catharine MacKinnon expone admirablemente los problemas que supone el concepto legal de la intimidad para las mujeres: <>. En su lucha por conseguir que la violencia conyugal y los abusos sexuales fueran considerados delito, las feministas tuvieron que insistir en el hecho de que la opresión de las mujeres se producía tanto en el ámbito privado de la casa y del dormitorio como en el ámbito público. Tanto en su lucha contra la violencia masculina como en su crítica del trabajo doméstico no remunerado, las feministas esgrimían el eslogan de la campaña: <>. MacKinnon apunta: Ciertamente no es casual que las mismas cosas que el feminismo considera centrales para el sometimiento de las mujeres -el lugar mismo: el cuerpo; las relaciones mismas: heterosexuales; las actividades mismas: coito y reproducción; los sentimientos mismos: íntimos- constituyen el eje de la doctrina de la intimidad. Desde esta perspectiva el concepto legal de intimidad puede proteger el lugar de los malos tratos, de la violación conyugal y de la explotación del trabajo femenino- y lo ha protegido de hecho-; ha ayudado a perpetuar las principales instituciones mediante las que se despoja a las mujeres de su identidad, de su autonomía, de su control y su autodefinición; y ha protegido asimismo la principal actividad a través de la cual se expresa y se impone la supremacía masculina.

Es factible poner en entredicho el sagrado principio apolítico de lo <> con el fin de luchar contra el abuso sexual. Aunque existan serias diferencias de opinión sobre los requisitos de la <>, hay consenso entre las feministas sobre la existencia de este fenómeno y sobre la necesidad de erradicarlo. Pero parece ser más difícil convertir lo personal en político cuando se trata de una práctica sexual aparentemente consensuada, si bien los trabajos feministas sobre la violación conyugal han puesto en entredicho el concepto mismo de consentimiento, y por mi parte haré lo propio más tarde con relación al sadomasoquismo. Sigue existiendo, por tanto, un aspecto del sexo que las liberales feministas continúan considerando privado. Parece crucial para ellas que un área de la vida siga manteniéndose en cierto estado natural, a modo de reserva adonde el individuo coaccionado pueda recurrir en pos de alivio.

El problema de la politización del sexo <> no sólo estriba en el concepto liberal de intimidad, sino además en otras ideas clave de la revolución sexual que se han convertido en la opinión ortodoxa sobre el sexo y que impiden el debate feminista. Una de ellas es la noción del sexo, en todas sus formas <> como un factor bueno, positivo y necesario para la salud humana. La mentalidad masculina está dominada por una concepción dualista del sexo: éste se considera o <> o <>. Desde 1890 los reformadores sexuales han luchado contra el puritanismo y los valores considerados contrarios al sexo, promocionando la idea del sexo como bien supremo. Al conferirle este halo de santidad y fomentarlo como el elixir de la vida, se hizo difícil ponerlo en tela de juicio. Quienes se autoproclamaban progresistas sentenciaban que la crítica de cualquier forma de expresión sexual suponía rendirse a las oscuras fuerzas de la represión, de la iglesia católica, de la inquisición y del puritanismo. Las fuerzas de la supremacía masculina que representan el postulado de <> siguen existiendo y hay que combatirlas, si bien no deben servir de pretexto para demostrar el peligro que entraña hablar del sexo en términos políticos.

Otra idea clave que impide la discusión política de la práctica sexual se refiere a la obligada suspensión de los valores cuando se trata de la sexualidad. Mi ejemplo favorito es el libro, supuestamente progresista, de los años 60, «The ABC of Love» [El ABC del amor] donde se proclamaba la aproximación moralmente neutra a diversas formas del comportamiento sexual masculino -como la necrofilia- que constituían un abuso de poder o de violencia. La necrofilia, la necromanía, el necrosadismo: todos ellos son actos sexuales que las personas pueden realizar en relación con los cadáveres. Dejarse tentar por los cadáveres no es un fenómeno desconocido entre quienes no han conseguido encontrar una salida habitual para sus impulsos sexuales. Al parecer, las mujeres no deben sentirse turbadas ante la idea de una violación post-mortem a manos de los encargados del depósito de cadáveres. Estos argumentos a favor de la suspensión de valores -cuando es obvio que los valores no están suspendidos- los esgrimen quienes aseguran que sigue la lucha contra la herencia victoriana y sus presuntas nuevas representantes entre la generación actual de luchadoras feministas contra la violencia.

Las principales abanderadas de esta ideología del liberalismo sexual se encuentran actualmente entre las terapeutas, que introducen en el feminismo su terminología terapéutica junto con una fuerte dosis de relativismo moral. En mis dos libros anteriores, “The Spinster and Her Enemies” [La soltera y sus enemigos] y “Anticlímax” señalé que los sexólogos han asignado siempre una función política al sexo. A lo largo del último siglo las industrias de la sexología y de la terapia sexual se han dedicado a orquestar la sumisión de las mujeres a los varones mediante la aceptación del coito y de su experiencia del placer de «entrega» en este acto. Todos los sexólogos, psicoanalistas, médicos, ginecólogos, consejeros sentimentales y trabajadores sociales implicados en esta campaña han comprendido siempre el vínculo crucial -el carácter eminentemente político, por tanto- entre el «placer» supuestamente consensuado, personal, privado e individual de las mujeres y la perpetuación del poder masculino y la sumisión de las mujeres. Los sexólogos de principios del siglo XX tuvieron menos escrúpulos a la hora de manifestar su mensaje político. Wilhelm Stekel, por ejemplo, luchó sin reserva contra el feminismo, convencido de que el placer que las mujeres experimentaban mediante el coito constituiría el mejor remedio contra el feminismo, el odio hacia los hombres, la soltería y el lesbianismo: los grandes peligros para la «civilización». En su libro de 1926, “Frigidity in Woman in Relation to Her Love Life” (La frigidez de la mujer en relación con su vida amorosa) Stekel demuestra conocer perfectamente las consecuencias políticas del coito placentero para la mujer. Afirma que_ «dejarse encender por un hombre significa reconocerse como conquistada».

Los sexólogos de años posteriores han ratificado con igual franqueza la función política del placer sexual de las mujeres. El más conocido entre los sexólogos británicos de los años 50, Eustace Chessler apuntó que algunas veces una muchacha: …es incapaz de entregarse completamente en el acto sexual. Y la entrega total es la única vía para que ella y su marido obtengan el máximo placer. La sumisión no es igual a la entrega. Muchas mujeres se someten y, sin embargo, guardan en su interior un espacio no conquistado que en realidad supone una feroz resistencia a la sumisión. Teniendo en cuenta que la actual ciencia del sexo proclama su neutralidad explícita, puede parecer sorprendente que los sexólogos conocieran tan bien la importancia política del placer sexual de las mujeres. Con frecuencia afirmaban satisfechos que una mujer que se entregaba al coito se entregaría igualmente en otras esferas de la vida, tales como la toma de decisiones en el matrimonio.

En la historia y en la bibliografía de la sexología se encuentran formidables ejemplos de la construcción política de la sexualidad. La sexología se ha dedicado sobre todo a la construcción del coito. Afirmaba que las mujeres no lo apreciaban lo suficiente y que los hombres no sabían ejecutarlo con la debida eficacia. El estudio de los textos sexológicos acerca del acto sexual convencería a cualquiera de que no hay nada «natural» en esta práctica. En un momento histórico de mayores oportunidades para las mujeres se proclamaba la importancia vital del coito, dado su papel en la perpetuación del poder masculino. El coito convertía al varón en «hombre» y a la mujer en «sumisa». Incluso en los años 80 y 90 las revistas femeninas y los manuales de educación sexual siguen subrayando la importancia de la entrega de la mujer en el coito. Es la versión supuestamente científica y respetable de la expresión que los hombres suelen emplear para referirse a las mujeres díscolas en el lugar del trabajo o en la calle: «Lo que necesita es un buen polvo». En su cruzada para someter a las mujeres mediante el coito, los sexólogos encontraron apoyo en la capacidad de éstas para connotar eróticamente su propia subordinación y vivirla como «placentera». A lo largo de la vida las mujeres aprenden sus emociones y sus respuestas sexuales en situaciones de desigualdad e incluso, a menudo, de abusos sexuales. Tenemos que analizar escrupulosamente la palabra «placer». Las mujeres pueden llegar al orgasmo durante una violación o en una situación de abuso sexual. Estos orgasmos no demuestran que lo «deseaban», ni que hubiera ocurrido nada positivo. En la actualidad no existen palabras para describir los sentimientos sexuales no positivos. Solamente existen palabras como placer y goce. Es importante poner en entredicho el concepto de placer sexual en su totalidad y no asumir que los sentimientos sexuales son necesariamente positivos. Así nacerá una terminología más sensible y más matizada que permita a las mujeres la expresión de una mayor gama de sentimientos sexuales, incluidos aquellos que se viven como inequívocamente negativos.

Muchas personas, incluidas algunas lesbianas, aducen que una respuesta sexual que adopta la forma de la exaltación erótica del dominio y de la sumisión es inofensiva, privada, personal e individual, o incluso útil para lograr sensaciones sexuales sublimes y para permitir también a las víctimas de abusos una respuesta sexual. No sólo los sexólogos defienden el sadomasoquismo, tanto en el «imaginario» como en la realidad, sino más recientemente también los editores y las editoras de la nueva literatura erótica destinada a las mujeres, las terapeutas sexuales heterosexuales y lesbianas, así como las organizaciones sadomasoquistas, compuestas por heterosexuales o lesbianas y gasys. Pero el interés que manifiesta la sexología por la entrega sexual de las mujeres demuestra la relevancia política de los sentimientos sexuales. Es justo atribuir a los sexólogos un cierto grado de astucia. Si durante el pasado siglo han actuado bajo la premisa de que la aceptación voluntaria de una respuesta sexual masoquista debilitaba la posición de las mujeres en los terrenos político y personal, este hecho debe bastar para que las teóricas feministas se planteen al menos esta posibilidad.

El primer indicio de una pujante industria del sexo en los estados Unidos fue la aparición de una pornografía lesbiana, concebida por una nueva generación de empresarias lesbianas. Cuando comenzaron a formarse las organizaciones antipornografía, las portavoces del grupo “Mujeres Contra la Violencia Contra las Mujeres” solían tener que contestar a la siguiente pregunta: «¿Cómo podemos crear una literatura erótica positiva para las mujeres y más concretamente para las lesbianas?» Uno de los resultados de la revolución pornográfica de los años 60 fue la idea de la obligatoriedad de la erótica para el sexo. Este supuesto se encontraba tan extendido incluso entre las feministas que las activistas del movimiento antipornografía se vieron obligadas a distinguir entre erótica y pornografía, para demostrar que no eran ni unas aguafiestas ni unas sexófobas.

Gloria Steinem define la erótica como «una expresión sexual mutuamente placentera entre personas que revisten el poder suficiente para estar allí gracias a su libre elección», mientras que la pornografía «lleva el mensaje de la violencia, el dominio y de la conquista. Es la utilización del sexo con el fin de reforzar o crear una situación de desigualdad…»

Algunas militantes contra la pornografía se negaron a tomar este camino asegurando desde el principio que no existía ninguna diferencia sustancial entre erótica y pornografía. Andrea Dorkin explica así la relación: Este libro “Pornographu: Men Possessing Women” no trata de la diferencia entre pornografía y la erótica. Las feministas han hecho un honorable esfuerzo por definir la diferencia entre ambas, alegando generalmente que la erótica conlleva mutualidad y reciprocidad, mientras que la pornografía implica dominio y violencia. Pero en el léxico sexual masculino, que es el vocabulario del poder, la erótica es simplemente una pornografía de lujo: mejor presentada y diseñada para una clase de consumidores más sofisticados. Ocurre lo mismo que entre la prostituta de lujo y la puta callejera: la primera va mejor arreglada, pero ambas dan el mismo servicio. Sobre todo los intelectuales llaman «erótica» a lo que ellos producen o codician, para indicar que detrás de este producto hay una persona tremendamente inteligente…En un sistema machista la erótica es una subcategoría de la pornografía.

Aunque muchas activistas antipornografía no querían dedicar tiempo y energía a la confección de una erótica positiva, esperaban impacientes su aparición para ver qué aspecto tendría este fenómeno. Estabamos convencidas de que esta nueva erótica creada por mujeres sería muy distinta a la pornografía producida por los varones, se apoyaría en unos valores completamente diferentes y representaría una nueva sexualidad vaticinio del futuro postrevolucionario. Ciertamente algunas feministas crearon algo que denominaban una nueva clase de erótica. Un ejemplo es Tee Corinne. Sus fotografía de los genitales femeninos sobrepuestas a pasajes, árboles y playas son un intento de desprestigiar la vulva. La asociación de los genitales femeninos con formas naturales, conchas, flores y frutas tienen una larga historia en el arte lesbiano. Estas fotografías suponen una clara ruptura con la tradición pornográfica masculina, en la que la vulva aparece con el único fin de provocar la erección masculina sugiriendo la idea de penetración. Parece ser que las mujeres sí son capaces de crear un arte de contenido sexual, sin que sea una réplica de la pornografía masculina.

Sin embargo, la nueva industria erótica surgida en los ochenta no se dedica a celebrar la belleza de la vulva. Quiere provocar la excitación y el camino más fácil pasa, al parecer, por la estimulación de la capacidad de las mujeres de connotar eróticamente nuestra opresión. Pat Califia, autora de “Pornografía sadomasoquista”, lo explica con toda franqueza. Desgraciadamente una gran parte de la nueva pornografía lesbiana, aunque valerosa, no pasaría lo que “Dorothy Allison” llama «la prueba húmeda»…La «erótica feminista», que presenta una imagen simplista del sexo lesbiano -dos mujeres enamoradas juntas en una cama que encarnan todo lo positivo que el patriarcado pretende destruir-, no es excesivamente sexy.

El tipo de pornografía que, al parecer, pasa la «prueba humeda» supuso una considerable conmoción para las mujeres, que esperaban ver representada una nueva forma de sexualidad femenina. La práctica totalidad del material esta relacionada con la connotación erótica de la subordinación de las mujeres. Las autoras de esta erótica insisten en el enfoque novedoso de la sexualidad femenina que muestra a las mujeres como lascivas, calientes y agresivas en lugar de pasivas y sumisas. En la nueva erótica las mujeres pueden elegir entre dos papeles: pueden asumir el lugar de los varones y dejarse excitar por la cosificación, la fetichización y la humillación de otras mujeres; o pueden adoptar los viejos papeles sumisos, igualmente,disponibles en esta erótica. De manera que las mujeres pueden elegir si dejarse excitar por el papel dominante o por el sumiso en su relación con otra mujer. Barbara Smith, una autora británica de erótica, justifica una pornografía lesbiana donde las mujeres se limitan a adoptar uno de los dos papeles que ofrece la pornografía heterosexual, sin cambiar un ápice los valores representados:

La pornografía para lesbianas es escepcional por presuponer una mirada femenina e incluso lesbiana. Presupone una sexualidad femenina activa. Preconiza el goce sexual soberano de la mujer. Si bien continúa presentando a las mujeres como objetos, lo hace a través de los ojos y para los ojos de otras mujeres como sujetos. Adopta imágenes estereotipadas, subvirtiéndolas por completo tanto en su intención como en su contexto, a veces con un toque de humor. La pornografia para lesbianas nos retrata al menos tal y como somos, en todo el espectro de nuestro ser mujeres: fuertes, sexualmente exigentes y realizadas, activas, pasivas y siempres afirmativas.

Las teóricas feministas antipornografía han luchado activamente contra la cosificación a través de la pornografía. Según nuestra argumentación, esta cosificación somete a la persona cosificada, y construye y refuerza una sexualidad de dominio y de sumisión, sobre todo de las mujeres. En opinión de las feministas antipornografía, la cosificación representa el mecanismo fundamental en que se basa la violencia sexual masculina. Catharine MacKinnon explica con gran acierdo la dinámica dela pornografía.

En una situación de dominio masculino, todo aquello que excita sexualmetne a los varones, se considera sexo. En la pornografía la violencia misma es sexo. La desigualdad es sexo. Sin jerarquía, la pornografía no funciona sin desigualdad, sin violación, sin dominio y sin violencia no puede haber excitación sexual.

Si la erótica significara solamente la representación del sexo -sin pretender la excitación sino como unan parte de la trama- no tendría que denotar necesariamente la desigualdad. La nueva erótica, emprero, cuya finalidad es la excitación sexual, recurre a lo que todo el mundo comprende en un siste ade supremacía masculina: el dominio y la sumisión.

Algunas editoriales feministas, anteriormente dedicadas a la publicación de textos con nuevos valores feministas, han comenzado a publicar literatura erótica porque se vende. Este es el caso de Sheba, en Gran Bretaña. Su primera antología, “Auténticos placeres”, contenía una erótica supuestamente alternativa y feminista. Uno de los relatos de la antología constituye un intento, bastante divertido, de incorporar valores alternativos en esta nueva literatura erótica. Presenta a un grupo de mujeres claramente alejadas del estereotipado modelo de belleza que prevalece en la pornografía tradicional. Mientras se preparan para una fiesta, la autora nos informa de sus problemas con las criaturas. Ellas no son ni jóvenes ni ricas.

Amy estaba mirando la televisión mientras secaba su larga melena gris. Sobre la mesa, delante del sillón, había un tazón de sopa y una tostada a medio comer. No se podía perder Coronation Street, ni siquiera por la mismísima Diosa.

Las seis mujeres han estado reuniéndose a lo largo de trece semanas de abstinencia sexual para preparar un místico encuentro sexual, rodeadas de velas, espíritus y cánticos. El marco puede parecer insólito, pero el lenguaje sexual empleado en es el de la pornografía masculina tradicional. Hay cierto tono de reminiscencias decimonónicas como en la expresión: «…exploraba la abundancia nacarada de Sally». Entretanto otra mujer suplica a Sally que la «folle con más fuerza». Al parecer, incluso las lesbianas feministas comprometidas y dotadas de cierto ingenio en muchos otros terrenos se encuentran confinadas a los cliclés patriarcales cuando escriben literatura erótica. Lejos de construir una nueva sexualidad, están remozando la vieja.

Las nuevas revistas eróticas estadounidenses carecen de esos escrúpulos. No se esfuerzan por retratar a lesbianas canosas, obesas o pobres. La más conocida se titula “On Our Backs”. El nombre mismo revela su intención de subvertir el feminismo: la publicación feminista noretamericana de más solera se llama «Off Our Backs» ¨Fuera de nuestras espaldas/Quitaos de encima. La política explícita de estas revistas consiste en despolitizar el lesbianismo. Encontramos un excelente ejemplo en la página de suscripciones de “On Our Backs”. Mientras que las «radi-lesbianas» habían afirmado en uno de los primeros manifiestos feministas lesbianos que «una lesbiana es la rabia de todas las mujeres, condensada hasta el punto de explosión» “On Our Backs” asevera que «una lesbiana es el deseo de todas las mujeres condensado hasta el punto de explosión». La frase paparece encima de la imagen de un torso de mujer embutido en un traje de cuero negro, los pechos fuertemente estrujados. El cambio político se sustituye por la satisfacción sexual pesonal mediante la práctixa S/M.

Las revistas venden toda la gama de productos que suele vender la industria del sexo heterosexual. Tanto los artículos periodísticos como los anuncios promocionan juguetes sexuales, videos pornográficos, líneas telefónicas calientes y servicios de prostitución. Se exhibe todo lo que pueda dar dinero por medio de la comerfcialización y la mercantilización del sexo. Abundan los consoladores. Estos tienen una inequívoca forma fálica y llevan arneses, para que las lesbianas puedan emular el acto sexual de los varones conlas mujeres. No habría que confundirlos con los vibradores, que tienen formas diversas y que también se anuncian en estas revistas. Los consoladores desempeñan un papel habitual en los guiones sadomasoquistas, probablemnte por simbolizar -al igual que el pene- el poder masculino y la capacidad de violar a las mujeres. El ejemplo que se cita a continuación procede de un relato publicado en “Bad Attitude”, donde se describe un encuentro sexual en la peluquería.

Fijé un pequeño collar alrededor de su cuello, atándolo a uno de los gripos. Abrí uno de los cajones, sacando dos consoladores, uno grande y otro de tamaño mediano » «Abrete de piernas» le espeté. Obedeció al momnento separando los pies…

La agresión, la crueldad y la penetración por la fuerza que son fundamentales en la pornografía masculina tradicional están a la vista. Uno de los múltiples servicios ofertados en estas revistas son las reuniones para la venta de juguetes sexuales. Al igual que las reuniones Tupperware, se celebran en las casas de las mujeres y sus iniciadores fueron los varones industriales del sexo, como ocurrió con todas las supuestas innovacinoes de la industria sexual lesbiana. En estas reuniones se venden consoladores. Susie Bright, autora de un consultorio de la revista “On Our Backs”, organiza este tipo de reuniones y explica que muchas mujeres se quejan del tamaño excesivo de los consoladores adquiridos. Bright recomienda el uso de un lubricante para «lograr que el consolador se desllice hacia el interior de la vagina».

A lo largo de este siglo toda una avalancha de manuales de educación sexual ha tratado de adaptar a mujeres díscolas e ineptas a su función de eficaces agujeros para el pene mediante diversos remedios, desde lubricantes hasta terapias y cirugía médica. Las feministas lesbianas no vimos obligadas a refutar las mentiras de los sexólogos según las cuales las lesbianas querían en verdad ser hombres y no sabían hacer nada sin un pene de imitación. Resulta irónico que ahora sea la industrial del sexo lesbiano la encargada de curar a las lesbianas de su intolerancia frente al consolador, ese sucedáneo del pene.

El consolador permite la fiel imitación del acto sexual heterosexual, incluso en actividades tan inverosimiles como la «mamada». Joan Nestle incluye este singular fenómeno en un relato «erótico» de su antología “A restricted Country”. Una butch se ciñe un consolador que en lo sucesivo se denomina «polla» una de las femme realiza una felación con el objeto inanimado «asegurándole a la butch que tenía una polla maravillosa y que ella la deseaba con locura». He aquí una especie de culto al falo digno de una novela de D.H. Larence. Con la ayuda del consolador la butch realiza una imitación del acto sexual heterosexual. Es lo único que ocurre en el plano sexual. No hay otra clase de contactos que convierta la situación en algo más que una simple representación del guión heterosexual más opresivo, aunque Nestle, en una pirueta lógica, trata de interpretar esta imitación de los papeles heterosexuales como una verdades subversión, por el hecho de que una mujer represente el papel masculino. Esta avalancha de consoladores parece ser un elemento nuevo en la sexualidad lesbiana. Pese a que durante un siglo los sexólogos, incapaces de imaginarse el sexo sin la presencia de un pene, habían sospechado que las lesbianas usaban consoladores, no existen pruebas del uso habitual de estos sucedáneos de penes. Aunque con anterioridad a la llegada de la nueva industria sexual lesbiana existian los consoladores, parecía que se tratara de una práctica muy minoritaria.

El capítulo que el “Informe Kinsey” sobre la homosexualidad, publicado en 1978 dedica a las prácticas sexuales, no menciona los consoladores. Señala el cunnilingus como la actividad más popular y la masturbación como la más frecuente. Ninguna de las lesbianas citadas en el capítulo sobre las técnicas sexuales del “Informe Hite” tampoco menciona los consoladores salvo una que se pregunta si las lesbianas lo usan realmente. Ante la actual inflación de consoladores en las revistas de sexo lesbiano esta pregunta sólo puede parecer ingenua. Como cualquier otra empresa capitalista, la nueva industria sexual lesbiana persigue el beneficio económico. La confección y la venta de juguetes sexuales son una base importante de esta industria. Hay que crear nuevas necesidades nunca imaginadas por las mujeres, para poder vender estos artículos. Y entretanto se construye una nueva sexualidad lesbiana. Esta es casualmente una fiel copia de los preceptos de los masculinos y de los fundadores de la sexología. No se parece a la tradicional práctica sexual lesbia ni a una visión de diferentes posibilidades revolucionarias. Resulta asombrosa la ausencia de una oposición generalizada, por parte de las lesbiana, frente a la incursión en su cultura del consolador, ese símbolo del poder masculino y de la opresión de las mujeres. Las pornógrafas y las industriales del sexo aseveran que las lesbianas se encuentran en desventaja por la ausencia de pene. Repiten e impulsan los mitos sexológicos más opresivos. Para las lesbianas partícipes de esta nueva industria el sexo y los penes están unidos de manera inextricable, y no consideran este vínculo contrario al lesbianismo. Las feministas que se oponen a las implicaciones de esta cultura de los consoladores reciben un trato despiadado por parte de las industriales del sexo lesbiano.

En el primer catálogo de una compañía británica fabricante de juguetes sexuales figuraba un consolador con mi nombre, a modo de acoso sexual. Se llamaba «El Sheila: el mejor amigo de la soltera», en alusión al título de mi primer libro, “La Soltera y sus enemigos”. La nueva industria del sexo lesbiano se sirve de la opresión real de la mujer para estimular sexualmente a sus consumidoras. Algunas lesbianas que se dedican al strip-tease narran sus vivencias incestuosas, para que éstas sirvan de estímulo sexual a otras lesbianas. las lesbianas utilizan su vivencia dolorosa no sólo para su propia gratificación sexual, sino para la de las demás. La industria evidencia la magnitud del daño causado por la opresión de las mujeres y las lesbianas y la consiguiente falta de autoestima y hasta de odio hacia nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Algunos ejemplos extraídos de estas revistas muestran el alcance del odio hacia sí mismas que llegan a padecer las lesbianas . Un relato de “On Ours Backs” se titula «Carta de un Ama a su Mascota». La descripción de la mascota demuestra un grado de misoginia que con anterioridad sólo se manifestaba en la pornografía masculina.

Hay que leer la nueva pronografía lesbiana a la luz de las consecuencias que han tenido la opresión y los abusos sexuales en la construcción de la sexualidad femenina. Algunos de estos textos provocarán una enorme tristeza en la lectora, ya que demuestran el daño causado a las mujeres.

Otro de los relatos, donde una dominante (sádica) obliga a su sumisa a estar dispuesta a la muerte por inmolación, debe leerse en el cotnexto de la existencia de verdaderas automutilaciones y suicidios en la comunidad lesbiana. Tras torturar a la sumisa (masoquista) atándola a una silla con un orificio en el asiento, y acercando cada vez más una vela encendida a sus genitales, la dominante rocía de gasolina el cuerpo de la sumisa, así como su silla. La dominante trata de convencer a la sumisa de que active el encendedor que lleva en la mano, convirtiéndose así en una antorcha humana., Y lo logra:

Vacilas de nuevo. Gotas de gasolina caen de la mano que sostiene el encendedor. Tiemblas de miedo, respirando apenas. Cuando consigues inspirar acaso percibes el olor a gasolina en el aire, «déjate», susurro. «Hazlo por mí. Arde, para mí» Tu pulgar se mueve, pero no basta para que salga la chispa, Entonces te rindes. Vuelves a colocar el pulgar sobre la rueda, girándola con la determinación de encenderlo. La diminuta llama se convierte en una resplandeciente ráfaga anaranjada que sube a toda velocidad por tu brazo hacia tu cara. No cesas de ritar y un immenso chorro de pies inunda el suelo bajo la sillas.

En un epílogo la autoria puntualiza que sólo la toalla en la cabeza de la mujer estaba empapada en gasolina. En realidad su cuerpo estaba impregnado de agua, aunque la sumisa ignorara que no ofrecía su vida en sacrificio. Un posible consejo de seguridad, por si algunas lesbianas entusiastas se proponen reproducir este guión. Cuando las defensoras del sadomasoquismo justifican su práctica con el argumento del consentimiento, habría que recordad que algunas lesbianas están dipsupeustas a morir y a sometere a brutales mutilaciones. En una cultura machista y misógina en la que las mujeres son objeto de frecuentes abusos violentos, éstas pueden perder la capacidad de proteger su cuerpo y su vida. Pueden decidir que éstos no son dignos de salvación. Los productos de la nueva industria pornográfica lesbiana nos ofrecen la oportunidad de analizar la construcción de la sexualidad femenina y su vinculación con la vivencia del abuso. Según la norteamericana Cindy Patron, activista de la la lucha contra el sida y monitora del sexo seguro, los debates en torno al sexo seguro han descubierto la relación entre los abusos sexuales en la infancia y la sexualidade las lesbianas adultas. De acuerdo con algunos estudios, existe un alto porcentaje de abusos sexuales entre «la gente gay» a partir de mediado de los ochenta muchas lesbianas y gays adeptos a prácticas sadomasoquistas, comenzaron a hablar de los abusos sexuales sufridos. De igual forma se ha producido más recientemente una iteresante evolución en la cultura sadomasoquista políticamente progresista, sobre todo en torno a algunos estudios recientes que parecen indicar que las personas gays han sufrido mayor número de abusos sexuales que las demás. En consecuencia, se está produciendo actualmente una verdadera «reivindicación » de los abusos sexuales en la infancia, por parte de los prácticantes del sadomasoquismo.

A medida que cada vez más mujeres y lesbianas hablan de sus vivencias abusivas, algunas lesbianas han intentado minimizar la gravedad del asunto. Sue O. Sullivan por ejemplo, antigua redactora de Sheba, una editorial con recientes incursiones en el género erótico, manifiesta en una entrevista con Cindy Patron su determinación de restar importancia a estos abusos. Afirma sentir cierta «desazón con respecto al tema, e insinúa que la imaginación pueda desempeñar un papel importante en los supuestos recuerdos de los abusos sexuales

Sin embargo, me pregunto si no se ha producido una extraña negación de la complejidad y de la relevancia de las fantasías; una interpretación errónea del funcionamiento de la imaginación en la construcción del presente, y, con igual importancia, en la reconstrucción del pasado. Insinuar que pueda haber un componente de imaginación en lo que se reivindica como realidad física se ha convertido en una herejía contra los principios del feminismo sobre todo en relación con los recuerdos de abusos sexuales en la infancia.

O’Sullivan ha decidido desatender el importante precepto feminista, según el cual siempre hay que creer a las mujeres; un principio que se estableció para contrarrestar la habitual desconfianza hacia las mujeres, propia del psicoanálisis y del sistema judicial. También Pattron piensa que los psicoanalistas, en especial, creen con excesiva facilidad las palabras de las mujeres.

…en los casos de abusos sexuales en la infancia se parte sin más de la veracidad de las historias que narra la persona adulta. De esta forma se niega a la criatura o a la persona adulta que recuerda su infancia, la capacidad de interpretación. En definitva esto resulta muy perjudicial ya que el abuso sexual se reivindica en esste contexto como una acontecimiento real enormemente formativo.

Patton critica a las feminisas que «animan a las mujeres a reivindicar su papel de víctima», ya que parece conducir a las mujeres a reinterperetar las vivencias sexuales de su infancia como «narraciones de victimización, y no como una sana diversión. Su “O’Sullivan” señala que, si hubiera tenido una personalidad y una historia personal distinta, incluso ella podría interpretar en clave de abusos sexuales algunos recuerdos relativamente inofensivos relacionados con su padre. Según Patton, se ha exagerado la importancia de los abusos sexuales para la experiencia sexual de la persona adulta. A diferencia de otras vivencias infantiles. Como ejemplo de algo posiblemente más significativo que los abusos sexuales, cita el caso de una niña que no puede tener su habitación como ella quiere.

Una niña puede sufrir un solo caso de abuso, pero veinticinco ocasiones en que no puede tener su habitación como ella quiere, y esta forma de control disciplinario contribuye tanto a la formación de la sexualidad de la niña como otras vivencias más aparentemente sexuales.

Cindy Patton ha trabajado en la revista norteamericana de erótica lesbiana, “Bad Attitude”. Al parecer, la participación en la revolución sexual lesbiana obliga a minimizar la importancia de la violencia sexual. Las promotoras de la nueva erótica comparten la convicción de que las feministas antipornografía tienden a vÍctimizar a las mujeres y a preocuparse en exceso de la violencia sexual. El abuso sexual posiblemente sea un tema incómodo para quienes pretenden «jugar» con los juguetes de la nueva industria sexual y centrarse sólo en su placer. Podría parecer de mal gusto que la nueva industria sexual emplee como materia prima el propio abuso sexual, si este abuso se toma en serio. La revista S/M de Sidney, “Wicke d Women”, por ejemplo, anima a las lesbianas a fantasear no sólo sobre su violación a manos de su padre, sino también sobre la posibilidad de que ellas mismas utilicen sexualmente a criaturas. Se ha aducido asimismo otras formas de violencia masculina con el fin de defender al S/M como una práctica que permite a las lesbianas la vivencia de una satisfacción sexual que, de otro modo, les estaría vetada. Una de las autoras de la antología de “Samois” asegura que el S/M es una práctica particularmente adecuada para una mujer maltratada como ella.

Estoy harta de que las bolleras histéricas que pegan a sus amantes me llamen violadora/abusadora/opresora de mujeres maltratadas identificada con los varones. Yo misma fui una mujer maltratada durante años y reivindico el derecho a liberar y a transformar el dolor y el miedo precedentes de esas vivencias de la manera que me dá la real gana.

Algunas supervivientes de abusos podrían razonar que las mujeres que han experimentado algún abuso, y que ahora práctican el S/M, no son en absoluto «supervivientes» no han conseguido reponerse de los efectos del abuso y liberarse de su yugo. La teórica lesbiana Julia Penelope buscó curación del abuso sexual sufrido en la infancia a través de un grupo de supervivientes del incesto. En sus textos señala el posible vínculo entre el abuso y la iniciación en el S/M.

Mi capacidad de confiar que fue violada a una edad muy temprana por agentes adultos…como superviviente no puedo predecir si alguna vez me curaré totalmente. Es probable que me tenga que enfrentar a mis vivencias infantiles hasta el momento de mi muerte…Conozco la barrera o el muro que tan a menudo describe la literatura S/M, sé lo que se siente y sé lo frustrante que resulta el intento de romper este muro. Pero también conozco los orígenes del mismo: yo misma lo construí como última posibilidad de defensa de mi autonomía y de mi sentido del yo frente a las continuas agresiones de los depredadores adultos…

Según la literatura S/M, sólo la práctixa S/M puede abrir una brecha en este muro, y las lesbianas que no son conscientes de haber vivido este tipo de abusos no deberían cuestionarlas ni criticarlas. Sin embargo, quienes han inciado un proceso de curación y rechazan la panacea del S/M -como Julia Penélope- pueden ayudarnos a comprender el nexo entre el sexo y la violencia, y a deshacerlo. Penélope lo explica de la siguiente forma:

En la mente de la criatura maltratada, la violencia como ejercicio de control es igual a amor. En la mente de la hija violada, el sexo como ejercicio de poder es igual a amor…El amor, el sexo y la violencia se entrecruzan en nuestra mente…Trasladamos estas construcciones a la vida adulta y las re-escenificamos una y otra vez en la intimidad.

El proceso de curación de una superviviente de abusos no es cualitativamente distinto del que todas las mujeres tenemos que pasar, en relación con nuestra sexualidad. Es difícil que alguna mujer se haya librado por completo de cierta presencia de este nexo entre el sexo y el poder abusivo, en su experiencia cotidiana como mujer. El tono festivo en el que sus promotoras suelen referirse al S/M hace difícil indagar en su posible vinculación con el daño que el abuso y la opresión nos ha causado a las lesbianas. En los Estados Unidos algunas lesbianas empiezan a llegar a las casas de acogida para mujeres maltratadas huyendo de relaciones S/M vejatorias. Una corresponsal de la revista “Sojourner” explica de qué manera pueden ser abusivas las relaciones S/M.

El sadomasoquismo era parte de los abusos que sufrí en una reciente relación lesbiana…Según mi experiencia, el sadomasoquismo no tiene nada que ver con el amor. Se trata de la exteriorización del odio hacia una misma, vertido sobre el cuerpo de otra mujer…La experiencia me enseña que el desequilibrio de poder inherente al sadomasoquismo produce la tendencia a abusar de la vulnerabilidad de la otra. El supuesto consentimiento y la libre elección que aducen las sadomasoquistas no justifica la intimidación que una persona pueda ejercer en este tipo de relaciones.

La autora mantuvo una relación de malos tratos y nunca consintió las prácticas S/M. Incluso en el caso de una relación lesbiana S/M de mutuo acuerdo, sería muy extraño que la dinámica de la relación global no se viera afectada de alguna manera.

Para poder comprender el sadomasoquismo resulta útil considerarlo una forma de autolesión. Esta autolesión puede ser exclusivamente emocional o, además, física. En 1986 se creó en Gran Bretaña el “Servicio de Emergencia para Mujeres” de Bristol, que contaba con un teléfono de emergencia para mujeres con impulsos autolesivos. Tanto quienes atendían el teléfono como quienes llamaban eran mayoritariamente lesbianas que habían sufrido abusos sexuales. Las mujeres con tendencias autolesivas experimentan arranques compulsivos que las llevan a cortarse las muñecas, la garganta y otras partes del cuerpo, a lesionarse con cigarillos encendidos o a intentar suicidarse. La compulsión puede ser controlada durante meses, pero siempre vuelve a aparecer. En la práctica sadomasoquista otra persona practica la lesión, aunque sea a instancia de la persona automutiladora. las autolesiones constituyen un problema relativamente reciente dentro del movimiento lesbiano. Los medios feministas estadounidenses han comenzado a publicar noticias sobe grupos de apoyo para mujeres con impulsos autolesivos. Aunque muchas personas considerarían indeseables las autolesiones en sus formas no sexuales y se negarían a celebrar debates públicos acerca de las ventajas o desventajas de estas autolesiones, el sadomasoquismo, en tanto que tema sexual, se encuentra más allá del alcance de la crítica. Así, nos encontramos con que las feministas deben participar en ciertos «debates» sobre la utilidad de unas prácticas de humillación psicológica y mutilación física que en cualquier otro contexto se considerarían claramente abusivas.

La nueva industria sexual lesbiana está empezando a utilizar a mujeres como trabajadoras sexuales, tanto en la pornografía como en otras formas de prostitución, y lo hará cada vez más. Quienes aplauden el derecho individual de toda lesbiana a su placer sexual no suelen considerar que éstos sean trabajos controvertidos. Las formas problemáticas del sistema sexual de la supremacía masculina, como el abuso sexual y la utilización de las mujeres en la prostitución, pueden así ignorarse o incluso reivindicarse. Las autoras libertarias de la teoría y de los artefactos de la nueva industria sexual lesbiana son en su mayoría el fruto privilegiado de la revolución de los sesenta, en lo referente a la educación y las oportunidades para las mujeres en los Estados Unidos.

Les resulta inadmisible que ciertas áreas de su consciencia o de su vida, especialmente las relacionadas con la sexualidad, no estén emancipadas. Desaprueban la lucha feminista contra la violencia masculina por presentar a las mujeres como «víctimas» sin fuerza. Estas mujeres, académicas y pornógrafas de gran éxito, no se consideran a sí mismas oprimidas ni mucho menos opresoras de otras mujeres. Reclaman igualdad de oportunidades en el terreno sexual, de la misma forma en que las feministas liberales reivindican esta igualdad de oportunidades para los salarios o las mejoras profesionales. La industria sexual, la pornografía y la prostitución esclavizan a las mujeres sometiéndolas sexualmente. Al reivindicar el acceso a una igualdad de oportunidades en el terreno sexual están reclamando acceso igualitario a las mujeres. Estas mujeres, autorrealizadas y «liberadas», aspiran en último término a lo que ellas entienden como los privilegios de los varones. Estos incluyen la utilización de otras mujeres mediante la prostitución. Las lesbianas consumidoras de material pornográfico están utilizando a otras mujeres de la industria sexual. Incluso las feministas antipornografía olvidan a menudo que son mujeres de carne y hueso las que conforman la materia prima, tanto de la erótica como de la pornografía. En un intento de distinguir entre erótica y pornografía, Gloria Steinem ofrece la siguiente definiciónd e la erótica:

Contemplemos cualquier fotografía o película donde unas personas hacen el amor; hacen el amor de verdad. Pueden variar las imágenes, pero por regla general se percibe cierta sensualidad, un contacto físico, calor, la proximidad de cuerpos y terminaciones nerviosas. Se produce la impresión espontánea de que estas personas están ahí porque quieren, por compartir su placer.

Sin embargo, tanto la erótica como la pornografía requieren la utilización de mujeres en la industria sexual. Es poco probable que éstas estén haciendo el amor «de verdad» -sea cual sea el significado de este término-, sino más bien ganándose los garbanzos. Desde luego es poco probable que estén ahí «por compartir su placer». Las nuevas traficantes de la pornografía afirman que las estrellas de la pornografía lesbiana están ahí por «libre elección», como si alguna mujer pudiera elegir ser la protagonista de un vídeo pornográfico. La mayoría de las lesbianas se sentiría incómoda en semejante papel, y habría que preguntarse por qué creen razonable que otras mujeres lo quieran desempeñar. Antes de utilizar a esas otras mujeres de la nueva industria sexual lesbiana es importante preguntar por la forma en que éstas entraron a trabajar en esta industria. ¿Fue por su pobreza, por falta de vivienda, por los abusos sexuales sufridos en la infancia, por su drogadicción, por haber aprendido de los varones que la única forma de obtener reconocimiento o prestigio social es el de la explotación sexual? Las lesbianas que deciden utilizar a otras mujeres a través de la pornografía deben responder de estos abusos y de los beneficios que obtienen de la opresión de las mujeres.

Las nuevas revistas eróticas contienen anuncios de líneas telefónicas para lesbianas que quieran mantener conversaciones eróticas con prostituas lesbianas. También hay anuncios de strip-tease. Algunos de estos anuncios proceden inequívocamente de la industria sexual dirigida por los varones. las revistas no parecen tener escrúpulos con sus anunciantes. La revista “On Our Backs” publicó un artículo sobre la utilización de una prostituta lesbiana, con el supuesto fin de vencer las respectivas inhibiciones de las mujeres. La periodista Marjan Sax describe su visita a una prostituta. Un masaje costaba 25 dólaes, un servicio «extra», 40 dólares. Sax eligió esto último; sin embargo, se incomodó, cuando la prostituta se desnudó sintiéndose «confusa, por este cuerpo extraño que de repente estaba por todas partes». Sax esperaba el servicio de na máquina y se molestó cuando la prostituta se mostró como un ser humano. El artículo termina con la pregunta: «¿Hay que besar a una prostituta cuando te marchas?»

La creación de una sexualidad lesbiana de la cosificación incrementará la utilización de las prostitutas por parte de las lesbianas. Dado que la sexualidad es una construcción social, las mujeres pueden aprender a cosificar. Por otra parte, que las mujeres cosificasen eficazmente a los varones resultaría imposible, ya que en un sistema heterosexual el atractivo de los varones reside precisamente en su poder y en su condición de clase dominante. Prueba de los dicho son los intentos fallidos de crear un mercado de revistas de «chachas» para mujeres heterosexuales. Está el ejemplo de la revista “Playgirl”. Las imágenes de hombres desnudos, de pie, recostados o incluso en posturas relativamente dignas despojan a los modelos de su poder a la vez que de la ropa y en la actualidad la revista se encuentra en la sección gay de los sex-shop.

La dinámica del deseo heterosexual, según la que tanto hombres como mujeres connotan eróticamente la subordinación de las mujeres y no la de los varones, se rompe con la cosificación de éstos. Una cosificación generalizada de los varones por las mujeres sólo sería posible si las mujeres como clase tuvieran el poder sobre los varones. la cosificación es una característica que pertenece a la sexualidad de la clase dominante. En una sociedad igualitaria no existiría la cosificación, ya que ninguna clase o grupo sería considerado prescindible e inferior. Un pequeño grupo de lesbianas puede tener acceso a algunos de los privilegios masculinos -la utilización de otras mujeres como juguetes sexuales desechables-, sin que suponga una amenaza para el poder masculino. Las lesbianas pueden identificarse con la mirada y la posición sexual de los varones respecto de otras mujeres. Se convierten en miembros, honorarios o convidados de la clase dirigente, sin más privilegios que el de la participación en la degradación de otras mujeres.

La sensación de poder que les infunde el trato que dan a las mujeres no supone frente a los varones un poder en el mundo real. Aunque las usuarias lesbianas crean ser clientes más civilizados y más atractivos de lo que serían los varones, la industria de la prostitución exige el abuso de las mujeres. la teórica feminista Carol Pateman define la prostitución como una forma de esclavitud temporal. Durante el período de contrato de prostitución, el cliente dispone de la totalidad de la mujeres y no sólo del trabajo de sus manos o de su mente. Aunque las actuales defensoras de la prostitución -incluidos algunos colectivos de prostitutas- sostienen que la prostitución es un trabajo como cualquier otro, existen algunas diferencias significativas. En el libro de Eileen McLeod sobre la prostitución en Birmingham, las prostitutas señalan que se niegan a «besar» a sus clientes, con el fin de conservar intacta una parte de ellas mismas y de su sexualidad. La prostitución no es tampoco un trabajo como cualquier otro en tanto que obedece específicamente a la opresión de las mujeres. Sólo puede existir porque una clase dirigente es capaz de convertir en objetos a un grupo de personas obligadas a satisfacer sus necesidades. Sin esta sexualidad de la clase dirigente, sin sus privilegios sexuales, sin pobreza ni explotación, no existiría la prostitución. El estigma que portan las trabajadoras de la prostitución está vinculado al abuso real que resulta de la utilización de las mujeres a través de la prostitución. No se trata de un prejuicio irracional abocado a la desaparición, sino de una necesidad funcional. Para poder infligir un trato infrahumano a un determinado grupo de personas, hace falta clasificarlas de inferiores y justificar de este modo su abuso.

La nueva industria sexual lesbiana ha evolucionado a una velocidad considerable, tal vez porque muchas prostitutas siempre fueron lesbianas y formaron parte de la comunidad lesbiana. Las lesbianas que desean usar a otras mujeres mediante la prostitución disponen de una reserva de mujeres curtidas por los varones. El concepto de liberación sexual que predomina en algunos sectores de la comunidad lesbiana ha llegado a denotar solamente el uso de ciertas prácticas de la industria del sexo y de las trabajadoras sexuales. Este concepto de liberación se ajusta muy bien a los intereses de la supremacía masculina. La editora de la revista S/M lesbiana de Sidney, “Wicked Women”, que se dedica a la promoción de la industria sexual lesbiana, es una transexual convertida de mujer en hombre. Goza de gran reputación en la comunidad de Sidney y dirige además una editorial. Su aportación a la cultura lesbiana consiste en incrementar la confusión entre el lesbianismo y la prostitución. Una de las colaboradoras de la revista explica la diferencia entre la aburrida heterosexualidad y la homosexualidad. Describe una escena bastante frecuente en la prostitución donde ella «follaba a la mujer de un matrimonio, mientras que el marido disfrutaba observando una orgía lesbiana entre seis mujeres, sentado encima de la cisterna». La autora declara triunfante que «esta gente hetero no lo era en absoluto». El cliente, que «se excita con el olor a plástico del objeto que una bella mujer le obligaba a tragar», según ella, tampoco es heterosexual. De esta manera tanto los clientes masculinos como las prostitutas se convierten en los revolucionarios de la nueva sexualidad.

En Melbourne surgieron rápidamente algunos clubes S/M manifiestamente dirigidos a lesbianas. Desde el principio fueron frecuentados por varones heterosexuales que de esta forma tenían acceso a actuaciones de sexo en directo a precios mucho más bajos que en la industria tradicional del sexo. En la actualidad se están abriendo clubes S/M para heterosexuales que siguen el mismo modelo y ofrecen las mismas actividades. El lesbianismo está convirtiéndose en un espectáculo de sexo barato más para varones. Tal vez no resulte sorprendente que el comportamiento del público lesbiano en algunos locales nocturnos se haya deteriorado hasta el punto de parecerse al de los clientes de un burdel. Una columnista del periódico gay de Melbourne Brother/Sister, manifiesta su consternación ante este comportamiento abusivo.

Hace poco fui a un espectáculo para mujeres… Vi a dos mujeres profundamente borrachas que lanzaban miradas lascivas a las bailarinas sobre el escenario y las abucheaban… Comenzaron a manosearlas y una de ellas… hundió la cara en el trasero de una las bailarinas al inclinarse aquella.

Continúa con la descripción de algunos acosos más violentos que se produjeron en la pista de baile, protagonizados en esta ocasión por una amante despechada, «no podemos seguir manteniéndonos al margen ni consentir que tratemos a las demás de esta manera», constata, y propone llamar a la policía e invertir toda nuestra energía en «nuestra comunidad, nuestra ética y nuestra dignidad». A mi modo de ver, cualquier intento de sanear la industria sexual lesbiana está abocado al fracaso. Seguramente es correcto el análisis feminista que califica el trato de las mujeres como objetos sexuales de abuso de poder. Nuestra dignidad y nuestro orgullo como lesbianas exigen la transformación de la sexualidad, con el fin de reconciliar la práctica sexual con una vida lesbiana ética. Mientras una sexualidad cargada de crueldad sea considerada revolucionaria y sin consecuencias para nuestra vida, nuestra comunidad y nuestras relaciones, tenemos que estar preparadas para el abuso de las lesbianas por otras lesbianas.

El lenguaje liberal se ha utilizado en defensa de todos los recientes acontecimientos de la revolución sexual lesbiana. Las palabras clave son «consentimiento» y «libre elección». Un modelo de sexualidad basado en la idea de consentimiento parte de la supremacía masculina. Según este modelo, una persona -habitualmente un varón- utiliza de útil sexual el cuerpo de otra, que no siempre está interesada sexualmente e incluso se puede mostrar reacia o angustiada. Es un modelo basado en la dominación y la sumisión, la actividad y la pasividad. No es mutuo. No descansa sobre la participación sexual de ambas partes. No implica igualdad, sino su ausencia. El concepto de consentimiento es un instrumento que sirve para ocultar la desigualdad existente en las relaciones heterosexuales. Las mujeres deben permitir la utilización de su cuerpo; mediante la idea de consentimiento se justifica y se legitima este uso y este abuso. En ciertas situaciones en que la improcedencia de esta utilización resulta especialmente patente -por ejemplo, en el caso de la violación callejera-, se le concede a las mujeres un derecho limitado de objeción; sin embargo, generalmente la idea de consentimiento logra que la utilización y el abuso sexual de las mujeres no se consideren daño ni infracción de los derechos humanos. En el contexto de esta aproximación liberal al sexo, se considera vulgar hacer preguntas políticas, por ejemplo, sobre la construcción del consentimiento y de la libre elección.

El consentimiento de las mujeres, que puede obligarlas a sufrir un coito indeseado o a aceptar su función como ayuda masturbatoria, está construido a través de las presiones a las que las mujeres se encuentran sometidas a lo largo de su vida. Estas presiones incluyen la dependencia económica. el abuso sexual, los malos tratos, así como el aluvión de propaganda acerca de la función de las mujeres. Todo esto puede causar una profunda falta de autodeterminación. Las lesbianas son también mujeres. Resulta sorprendente que una lesbiana pueda considerar útil el concepto de consentimiento cuando éste nace de la opresión y de la desigualdad material de las mujeres. Los principales argumentos a favor de la legitimidad del S/M se cimientan en la idea de que se trata de una práctica consensuada. Las sadomasoquistas se han apropiado de la idea del consentimiento, crucial en la concepción machista de la sexualidad. Profesan un rígido modelo de interacción, apoyado en los binarios objeto/sujeto y actividad/pasividad, que se presta a un enfoque del consentimiento parecido al del coito tradicional dominante y heterosexual. Bet Power, la presidenta de SHELIX – el Grupo de apoyo de mujeres S/M de Nueva Inglaterra Occidental- alude a la libre elección y la preferencia sexual en su réplica a una carta del periódico feminista de Boston donde un grupo de activistas antiagresiones llamó al S/M «»vidente ejercicio de poder desigual de una persona sobre otra»»

El deso y la preferencia sexual no suponen violencia… Algunas feministas se han centrado tanto tiempo en el tema de la violencia contra las mujeres que ahora sólo pueden percibir la riqueza de la vida a través del prisma borroso y desenfocado de la victimización y no a la luz de la libertad, el poder personal y la elección personal. Qué situación tan lamentable en la que algunas mujeres ni tan sólo conciben ya el concepto de libre elección, de consentimiento y de autorresponsabilidad. En realidad las mujeres y los hombres S/M damos nuestro mutuo consentimiento cuando realizamos nuestras actividades sexuales preferidas. Necesitamos y disfrutamos profundamente del amor, la habilitación y el placer mutuos que encontramos en el ejercicio de nuestra opción sexual.

El sadomasoquista gay Ian Young hace un llamamiento análogo al consentimiento, con el fin de demostrar la legitimidad de su práctica sexual.

Pienso ante todo hay que dejar claro -y volver a repetirlo una y otra vez para quienes, por alguna razón, no lo han captado a la primera- que el S/M es una práctica consensuada por definición. Estamos hablando siempre de actividades elegidas de mutuo acuerdo…Algunas personas no se dan cuenta o no recuerdan que a menudo es la parte sumisa quien controla y estructura la escena S/M. A continuación Young entra en una aparente contradicción. Afirma que en algunas ocasiones las actividades no se realizan de mutuo acuerdo, sino que las decide el S, que no sabrá hasta más tarde si el M estuvo de acuerdo.

Sobre la cuestión del consentimiento, hay que señalar otro punto más: quizás el M diga que sólo quiere llegar a un punto determinado. Pero, en realidad, quiere que lo empujen un poco más allá de sus límites. Un buen S -es decir, un S empático e intuitivo- sabrá hasta dónde puede llevar a M sin asustarlo ni trastornarlo… Aun así, sigue existiendo un pacto subyacente, un acuerdo tácito sobre lo que se considerará admisible una vez acabada la escena. El problema que supone considerar irrevocable el consentimiento dado al principio de una escena S/M es comparable con la situación de las mujeres que sufren violaciones dentro del matrimonio o de su relación estable: se entiende que han dado su consentimiento al coito a perpetuidad, en virtud de su contrato matrimonial explícito o implícito. Sólo que, en el caso anterior, este principio se justifica a causa del placer sexual de la parte masoquista.

Sin embargo, ante los tribunales la invocación del consentimiento no siempre resulta útil. En febrero de 1992 el concepto de consentimiento en relación con el S/M se convirtió en un caso célebre en Gran Bretaña ante la recusación del recurso interpuesto en el caso Operación Spanner. Un grupo de homosexuales sadomasoquistas, que habían «participado por voluntad propia y con entusiasmo en la perpetración de actos de violencia» apelaron contra las condenas de prisión por agresión y por complicidad e instigación a la agresión. La argumentación del recurso se apoyaba en el consentimiento de las víctimas. En la sentencia se consideró que el consentimiento no era motivo de descargo en un caso de daños ccorporales sin motivo suficiente; que el placer sexual no suponía un motivo suficiente cuando se infligía «de forma premeditada daños o heridas que atentan contra la salud y el bienestar de la parte contraria», heridas que no eran ni «circunstanciales, ni insignificantes». Las «agresiones» consistían en quemaduras, torturas genitales con alfiletes, guantes de púas y ortigas, el clavado de un pene en un banco de madera, castigos con varas (caning) y correas.

Algunso activistas gays británicos han luchado contra estas condenas alegando que una conducta sexual consensuada no debía constituir delito. Es significativo que todos los casos de sadomasoquismo en los que la policía ha iniciado una acción judicial complican a varones homosexuales o prostitutas, nunca a relaciones de varones heterosexuales con mujeres. Sin duda, la policía podría presentar cargos parecidos con pruebas análogas en el caso antedicho, videos de las actividades de los implicados. En realidad los juicios fueron discriminatorios. En el caso del sadomasoquismo heterosexual, la policía encontraría probablemente numerosas ocasiones en las cuales el consentimiento es mucho más dudoso que en el caso Spanner y donde las víctimas femeninas participaron en contra de su voluntad, con el solo fin de gratificar a sus parejas masculinas. En el juicio de apelación se hizo constar que «la función del tribunal consiste en señalar su reprobación de estas actividades mediante la inmediata aplicación de breves condenas de prisión». Esta reprobación oficial parece existir sólo cuando los varones son las víctimas del sadomasoquismo y cuando se infrigen las reglas establecidas en un acuerdo sexual. Al parecer, se puede presuponer o, cuando menos, considerar el consentimiento de las mujeres a prácticamente cualquier cosa -incluso en circunstancias que indican una considerable coacción-, mientras que el consentimiento de los sadomasoquistas gays se considera no pertinente, aunque todos lo estén pregonando a los cuatro vientos. Obviamente no rigen las mismas reglas para todos.

Aunque la pretensión de este tribunal de establecer unas normas morales haya sido hipócrita e inoportuna, tal vez exista la necesidad de delimitar la indulgencia hacia un sadomasoquismo capaz de hacer peligrar la vida humana. El caso Operación Spanner muestra uno de los problemas inherentes a la noción de consentimiento, de acuerdo con la acepción que le otorga la comunidad sadomasoquista. Una de las agresiones contempladas en el recurso de apelación antedicho consistía en dos quemaduras, una encima del pene y otra en la parte interior del muslo. El sumario indica que: «Hubo duda acerca del consentimiento de la víctima respecto de la segunda quemadura». La víctima se encontraba atada; si protestó, su queja no se escuchó o se ignoró. Tal vez se ignorara a propósito.

La literatura sadomasoquista, incluidos los escasos textos teóricos existentes, sugiere que, pese a las apologías del consentimiento, este concepto tiene poca relevancia en la práctica, salvo para convertir su transgresión en algo más excitante para el masoquista, el sádico o para ambos. El problema de la agresión sexual o del abuso no consensuado en general comienza a surgir entre las lesbianas que se inclinan por el S/M. Dada la problemática de la noción de consentimiento como base de cualquier práctica sexual, así era de esperar. En una revista S/M de Sydney se citan las palabras de una seguidora del sadomasoquismo: «si mis dominantes buscaran siempre mi consentimiento, me aburriría como una ostra». Al parecer circula actualmente otro término que denota el principio irrevocable del consentimiento inicial. Se llama «no-consentimiento consensuado» («consensual non-consensuality») y su definición es la siguiente: «Consientes en ESTAR ahí; consientes en dejarles hacer lo que quieran. Sigue siendo tu decisión inicial». Al igual que en el ejemplo precitado de Ian Young, el consentimiento se convierte en algo que sólo al despertar al día siguiente se puede calibrar, según la sensación de incomodidad que se tiene.

A menudo ocurre en el S/M que NO hemos dado nuestro consentimiento a lo que más nos excita o nos pone calientes, ni lo daríamos NUNCA si nos lo pidieran y, a pesar de todo, lo hacen. Si hacéis cosas que a ambas partes les parecen bien al día siguiente, es bueno. Si os sentís jodidas, no lo es.

Este concepto de dificil comprensión en un proceso judicial y plantea un problema para las sadomasoquistas que al día siguiente consideran haber sufrido una grave agresión. Y, sin embargo, el o la S tal vez estime que ha actuado de buena fe y de acuerdo con las reglas. El concepto de consentimiento esgrimido en el S/M plantea serios problemas para la causa feminista que siempre ha tratado de tomar en serio el «no de las mujeres. Las sadomasoquistas rebeldes que profesan conceptos como el no consentimiento consensuado demuestran una nada sorprendente falta de solidaridad, de signo antifeminista, con las mujeres que resultan gravemente heridas en la práctica S/M. Según Alix, «cualquiera que sea lo bastante estúpida como para marcharse con alguien que no conoce de nada y deje que la encadene y le haga Dios sabe qué, se merece todo lo que le ocurra. Es la teoría de la evolución puesta en práctica». La perspectiva feminista ha mantenido siempre que las mujeres no son merecedoras de los abusos, independientemente de su comportamiento, y que el responsable del abuso es siempre el abusador. Alix discrepa: «Sólo con que tengas el cerebro de una mosca puedes utilizar tu sentido común y tu criterio para evitar estas situaciones peligrosas». En la actualidad la violencia se ha convertido en un problema tan grave en la comunidad S/M que incluso la defensora S/M más conocida de los Estados Unidos y monitora sexual, Pat Califia, apunta la necesidad de establecer un código ético para la comunidad S/M. Añade que las lesbianas S/M hasta deben estar dispuestas a llamar a la policía en casos de violencia persistente imposible de atajar por otros medios. En una situación semejante el problema creado premeditadamente por las sadomasoquistas en pos de su excitación sexual puede presentar ciertos problemas a la hora de reclamar justicia ante los tribunales.

El uso de la idea de consentimiento por las sadomasoquistas resalta de manera singular los problemas relacionados con este concepto. Indica asimismo la relevancia de la idea de consentimiento para la construcción del deseo sexual. En una cultura de supremacía masculina, donde el sexo se construye mediante la connotación erótica de la desigualdad entre hombres y mujeres, el sexo heterosexual tradicional constituye, en palabras de MacKinnon, «una agresiva intrusión contra quienes menos poder tienen». En esta construcción del sexo la idea de consentimiento sirve para obviar la verdadera barbarie que puede producirse en la práctica sexual. Catharine MacKinnon afirma que no existe igualdad en esta práctica a pesar de que el pensamiento de la corriente dominante masculina acerca de la sexualidad tienda a considerar el derecho de las mujeres a negarse al consentimiento como un poder análogo al que obtiene un varón a partir de la ceremonia de la iniciación sexual. Cuando la construcción del sexo significa la connotación erótica de la desigualdad, la idea de consentimiento puede incitar a la violencia masculina y al sadomasoquismo. La idea de consentimiento se erige en tabú que ha de ser transgredido. La transgresión del consentimiento se convierte en una posibilidad excitante. El sadomasoquismo existe gracias a la construcción que el sistema de supremacía masculina hace de la sexualidad y que gira en torno al consentimiento. Y acaba utilizando la misma idea para justificar su existencia.

Ahora que la revolución sexual ha llegado hasta las lesbianas, contamos en nuestra comunidad con todos los problemas relacionados con la práctica de la desigualdad eróticamente connotada, o sea, el deseo heterosexual. Toda una reserva de mujeres está dispuesta a ofrecer sus servicios de prostitución a las demás lesbianas. Las consecuencias de la opresión de las mujeres, el daño provocado por el abuso sexual, la utilización de las mujeres en la industria del sexo y la lesbofobia, han facilitado la materia prima: las lesbianas autoras y modelos de la industria del sexo, que sufren maltrato en las fiestas S/M y que actúan en directo en espectáculos pornográficos. Quienes reivindican la «igualdad de oportunidades» en la sexualidad esperan que un código ético consiga embellecer esta situación. A mi modo de ver, la supervivencia de una comunidad fuerte y saludable requiere la construcción de una sexualidad distinta, basada en el amor hacia las mujeres y las lesbianas, un tipo de sexualidad que fortalezca nuestro orgullo lesbiano.

La revolución sexual lesbiana ha transformado la cultura y la política de las lesbianas. Aunque actualmente sea escaso el número de lesbianas que utilizan a otras mujeres a través de la prostitución o en prácticas S/M, el fomento de la literatura erótica por parte de las editoriales feministas y lesbianas empieza a tener unas repercusiones generalizadas. Algunas lesbianas que considerarían rotundamente vulgares los números de sexo lesbiano en directo en un club, están dispuestas a organizar pequeños espectáculos durante fiestas que incluyen la lectura e incluso la escenificación de material erótico. El sexo como representación, el sexo en público, el sexo para excitar a un público: todo esto son formas propias de la industria del sexo. ha sido siempre el papel histórico de las mujeres. No es una revolución. Sin embargo, algunas lesbianas -incluidas algunas con fuertes vínculos con el feminismo- consideran la representación y la vivencia del lesbianismo simplemente como sexo, sexo de cualquier tipo, como la fuente misma del poder lesbiano. Están equivocadas.

La terapeuta sexual norteamericana Joann Loulan, que últimamente se dedica a la promoción de los juegos de roles para lesbianas debido a las supuestas emociones sexuales que procuran, afirma: «Nuestro poder femenino tiene sus fundamentos históricos en el sexo». Esta no es una noción feminista. Sería más exacto decir que históricamente las mujeres han tenido pocas elecciones, si querían subsistir, más allá de venderse sexualmente, mientras que los varones les decían que allí radicaba su poder, durante los últimos 150 años la teoría feminista ha considerado errónea la categorización de las mujeres como sexo hecha por los varones, negándoles cualquier otro papel, con el fin de poder utilizarlas sexualmente a su antojo. La ideología patriarcal ha intentado tradicionalmente convencer a las mujeres de que el hecho de que los varones las desearan las hacía poderosas, a pesar de sus desventajas sociales. Las feministas han negado este razonamiento.

En 1913 Christabel Pankhurst apuntó que los hombres postulaban la doctrina de que la mujer «es sexo y nada más». Otra feminista británica anterior a la Primera Guerra mundial, Cicely Hamilton, acusó a los hombres de haber hecho hincapié en la capacidad sexual de la mujer con el fin de satisfacer su propio deseo. El sexo «adquirió unas proporciones indebidas y exageradas» porque durante generaciones el sexo proporcionó a las mujeres «los medios de sustento». La teórica lesbiana actual Monique Wittig ha demostrado de qué manera la reducción de las mujeres a «la categoría de sexo» ha contribuido a su opresión. Wittig señala que las mujeres se han convertido en «el sexo», incluso en «el sexo mismo». Sólo las mujeres tienen un sexo: los varones son la norma y no lo tienen. Las mujeres son el sexo que es sexo.

La categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual que convierte a la mitad de la población en seres sexuales, ya que las mujeres no pueden escapar a la categoría de sexo. Donde sea que estén, lo que sea que hagan -incluso trabajar en el sector público-, se las considera -y se las hace- sexualmente disponibles para los varones, y ellas, pechos, nalgas, vestimenta, han de ser visibles. Deben llevar su estrella amarilla, su sonrisa perpetua, día y noche. Podríamos decir que toda mujer, casado o soltera, tiene que pasar un servicio sexual obligatorio, comparable al servicio militar, que puede durar un día, un año o veinte, o más. Algunas lesbianas y monjas se libran, pero son muy escasas.

Witting explica que las mujeres, aunque «extremadamente visibles como seres sexuales», permanecen totalmente invisibles como «seres sociales».

Las lesbianas que aceptan que en la base de su vida, su identidad, su apariencia y su comportamiento está el sexo y que reivindican esta visión como revolucionaria, se equivocan. Son las que no se libran de la relegación de las mujeres a una mera función sexual. Son religiosamente fieles a los preceptos del sistema de supremacía masculina. La pornografía y la sexología masculinas han entendido el lesbianismo como una mera práctica sexual. Las feministas le otorgaron una definición distinta, convirtiendo el lesbianismo en algo más que una desviación sexual. Es probable que los patriarcas se rían de la gran amenaza para su poder que representan las lesbianas cuya construcción propia se manifiesta en una industria sexual casera y en la imitación de la pornografía masculina. El heteropatriarcado no se vendrá abajo por esto.

La industria sexual lesbiana supone una gran pérdida de energías lesbianas y, aunque sólo sea por esta razón, las lesbianas deben repensar la conexión entre el sexo y la revolución. La necesidad de repensar la sexualidad es consecuencia de la necesidad de cambiar todo el modelo de construcción del sexo en un sistema de supremacía masculina, si las mujeres y las lesbianas han de alcanzar su verdadera liberación. En el sistema de supremacía masculina la construcción del sexo implica la connotación erótica de la subordinación de las mujeres y del dominio de los varones, lo que yo domino deseo heterosexual. Las consecuencias de esta construcción de la sexualidad incluyen la violación y el asesinato de mujeres y criaturas, así como las restricciones en la movilidad de las mujeres, de su vestimenta y hasta de los campos profesionales a que pueden acceder. Una de las consecuencias es el abuso de las mujeres en la industria del sexo. la connotación erótica de la subordinación de las mujeres ha supuesto un intento de los sexólogos para lograr la sumisión de las mujeres a los varones, no ya en el dormitorio, sino en todos los ámbitos de sus relaciones.

La connotación erótica de la desigualdad que integra el sexo en un sistema de supremacía masculina impregna nuestro entorno hasta tales extremos que su percepción puede resultar difícil. Es crucial para la configuración de las relaciones entre mujeres y hombres en todos los ámbitos donde entran en contacto. la connotación erótica de la desigualdad es fundamental para el sistema de supremacía masculina; como digo en “Anticlimax”, es «la grasa que lubrica la máquina de la supremacía masculina»; es lo que la convierte en gratificante y emocionante para los varones y, hasta cierto punto, para las mujeres.

La nueva industria del sexo lesbiano institucionaliza y mercantiliza la connotación erótica de la subordinación de las mujeres. Después nos la revenden como «placer» y como revolucionaria.

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