Los nuevos procesos y mecanismo de control social

Por: Pablo Villagra Pañalillo*
Fuente: Especial para www.hernanmontecinos.com (28.08.09)

Buenos días a todos y todas.
Doy las gracias por la invitación a nombre de todos quienes damos vida al periódico El Quinto. 

El tema es de una amplitud enorme y no se agota en estas precarias palabras. Pero para contextualizar, debería empezar por definir el tipo de Estado o como se puede categorizar el sistema imperante. Para saldar la deuda, debo manifestar que el Estado que conocemos es una mixtura, una mezcla, un engendro entre un Estado burgués, tal como existió antes de Allende y los mecanismos de control heredados por la dictadura, es decir, la Constitución, las leyes de amarre, los pactos secretos, etcétera. Todo lo cual da por resultado este sistema de dominación que administra la Concertación. Aún así, esta democracia burguesa–autoritaria, no es lo mismo que la dictadura de Pinochet, creer lo contrario es engañarse y tomar el camino fácil para no pensar y teorizar respecto a este nuevo modelo, a esta nueva reestructuración capitalista.

Podemos afirmar, entonces, que la cara del modelo cambió, pero también su ser interior. Constatar, describir y afirmar que existe una política represiva en un Estado Burgués, autoritario y anti popular, no es decir nada nuevo. Que otra función le cabe a la policía en ese contexto, más que reprimir y mantener el orden social que los poderosos han impuesto. Pero no quiero colocar el acento en la política represiva particular que aplican las fuerzas policiales en la marcha o la manifestación, porque entiendo que la violencia es mucho más que lumazos, detenciones, agua y gas lacrimógeno, sino que es un constructo, una conceptualización mucho más profunda, que se funda, en su origen, en la explotación y marginación de gran parte de las clases populares.

Por tanto, la reflexión no puede reducirse a la acción directa de las fuerzas represivas, sino más bien, en los procesos ideológicos, culturales y políticos que construyen, por una lado los mecanismos de control y, por otro, la maquinaria discursiva y propagandística que convenza a la sociedad de la legitimidad y el monopolio de la violencia por parte del Estado. Qué hace que cualquiera de nosotros ingrese a una academia policíaca y salga -luego de unos años- con una investidura y una autoridad que lo coloque por encima de todos los demás. Y lo más dramático, ¿qué hace que los demás crean y respeten esa autoridad? Una cosa: el aparato ideológico del modelo. El Estado, nacido para garantizar la hegemonía y el dominio de una clase por sobre la mayoría de los seres humanos, se apropió de manera exclusiva del uso de violencia.

Desde los orígenes del Estado moderno, la violencia es patrimonio exclusivo de la clase dominante. Entonces, no puede parecer extraño que la apliquen cuando personas, movimientos o pueblos, como el caso del Pueblo Mapuche, amenacen su orden y su estabilidad.Pero para que esto funcione, para que la mayoría del pueblo acepte esta violencia como legítima y necesaria, debe operar un sistema complejo de símbolos y construcciones culturales heredadas. Para que la mayoría acepte la autoridad y la violencia del Estado como un orden natural, un contrato histórico, o hasta como una obra divina, debe operar, entre otras instituciones, un órgano ideológico de la clase dominante.

Convengamos que la Concertación, como administrador eficaz del modelo, es mucho más inteligente que los Milicos. Por tanto, no tiene necesidad de ejercer una política sistemática de represión. Ni mucho menos colocar a todo su aparato estatal en función de ello. Cosa que sí hizo la Dictadura.Aún así, ha desarrollado una constante represión callejera, ha configurado burdos montajes, ha encarcelado, torturado y asesinados a jóvenes luchadores. Y, lo más dramático, es que todo ello no ha provocado el estupor y la solidaridad de la sociedad y el pueblo. La represión, salvo en el caso Mapuche y hoy en los compañeros Okupas y anarquistas, no es una política sistemática de Estado. Existe porque es la naturaleza del sistema, así funcionan los mecanismos de control del Estado y así funcionaran en el futuro inmediato las policías y los jueces.

La policía, por su naturaleza, siempre reaccionará de la misma manera en el estadio, en el concierto de rock, en la marcha, pues para eso fue creada. Para todo lo demás, operan otros mecanismos de represión tan o más violentos que el garrote y el gas lacrimógeno a  pesar de todo, no se puede desconocer que en materia de Derechos Humanos el Estado chileno va de mal en peor. Amnistía Internacional acaba de presentar su informe del año 2009, donde deja en evidencia el nivel de preocupación internacional por la situación del pueblo Mapuche, la represión a las protestas sociales y el aumento de la violencia doméstica y sexual contra las mujeres. La nueva violencia y los mecanismos de control. El órgano ideológico del Estado y el modelo ha sido extremadamente exitoso en sus empeños. Eso ha provocado que el sistema no opere como en dictadura. Es decir, no llegue al asesinato indiscriminado, a la tortura desatada, a la desaparición forzada. Hoy, no es necesaria tanta violencia directa para reprimir al pueblo que lucha, por que la mayoría del pueblo, no está en la lucha. Así de de claro. Y quien quiera afirmar que las contradicciones del sistema están expresadas hoy en día en la calle, está, desde mi punto de vista, equivocado. Hoy, la lucha de clases no se expresa en la realidad cotidiana, en otras palabras, no hay una lucha que enfrente de manera antagónica a pobres y ricos, a una clase contra otra.

Hoy, la violencia del sistema y su explotación depredadora, no está en cuestión. No existe una franja popular de mayorías que exprese una fuerza real que se oponga al modelo. Y porqué no se expresa este conflicto. Porqué está contenido, anulado, sumergido. Porque desde hace un tiempo a esta parte, están funcionando tres elementos claves para mantener el orden y el equilibrio social:

1.- Un órgano ideológico que construya un discurso y un sentido a los nuevos procesos de control y represión. Este órgano va desde la retórica y el discurso oficial, expresado en los medios de difusión de masas, hasta procesos más sutiles de propaganda, como también los mecanismos de intervención social de las distintas instituciones gubernamentales. Así tenemos la Concertación que ha instaurado su discurso represivo en la comunidad nacional. A modo de ejemplo: asociar al anarquismo con la violencia, matar la identidad social y política del encapuchado y asociarla a la de un simple delincuente, criminalizar la protesta social a través de montajes y falsas acusaciones). La Concertación consolidó un discurso de éxitismo económico. La bonanza económica no sólo cambió el rostro del país (grandes edificios, autopistas, mall, etc.), sino también el nivel de consumo de las clases más pobres. La gente está más interesada en consumir que en comprender y derribar los mecanismos de explotación que los oprimen. El discurso caló hondo en las masas populares, muchas de ellas ya ni siquiera se consideran y reconocen como pobres). La Concertación instauró un discurso que despojó de contenido la discursiva de la izquierda. Ciudadanía por Pueblo no solamente es un cambio de nombre, hay todo un discurso ideológico que trasciende. 

2. Un complejo de inteligencia policial del nuevo tipo: La policía y la inteligencia nada tienen que ver con la ejecutada por la Dictadura. Los mecanismos son más sutiles y se fundamentan, en lo técnico, en un uso avanzado de la tecnología y, en términos políticos, en la neutralización de los movimientos más avanzados (aislarlos de su entorno inmediato y aislarlos social y políticamente). En caso de fallar, se recurre a la violencia directa de los aparatos represivos. 

La derrota militar de los movimientos revolucionarios post dictadura, se debió, entre otros aspectos, a una política sistemática de infiltración. Donde los “infiltrados” eran, en gran medida, ex compañeros de militancia. Acá se desarrolló una política de aniquilamiento brutal, pero sin la bestialidad de la Dictadura, lo que dio inicio a esta nueva etapa de lucha contra lo que quedaba de los movimientos populares armados y, que continúa hasta nuestros días. Fundamentalmente con la anulación de las orgánicas, a principios de los ‘90, la Concertación necesitó, al igual que la Dictadura, de la reinvención de un “enemigo interno”. Para los milicos, el enemigo era el militante revolucionario, el marxista, el organizado. Hoy, la construcción de este “otro” enemigo, lleva la impronta del encapuchado sin identidad, del Mapuche, del anarquista, todo muy mediatizado por el “conflicto terrorista de nuevo tipo” iniciado tras los ataques a las Torres Gemelas y que cuenta con la impronta estadounidense y la política represiva al movimiento de izquierda independentista del pueblo hermano Vasco. 

No deja de sorprender, por tanto, que aún hoy, algunos movimientos revolucionarios se sigan nucleando y operando con la misma estructuras que hace 20 años, a razón que la inteligencia las conoce de sobremanera. Ese comportamiento sólo refleja el desconocimiento y la falta de análisis en los nuevos mecanismos de inteligencia.Pero además, la inteligencia operó con su oficina de seguridad no sólo infiltrando, sino también sembrando la desconfianza entre los militantes de las orgánicas. Hacia principios de los años 90, todos éramos potenciales “sapos”. Hoy su política no es tan distinta, los aparatos represivos siguen aplicando la infiltración y uso de “analistas de la realidad” que les permita adelantarse a futuros hechos. 

Todo da cuenta de un modelo represivo distinto, donde el acento no está puesto en el aniquilamiento físico de los “militantes”, sino en la neutralización, aislamiento social y político y descomposición de los “nuevos enemigos”. Fundamental es el proceso ideológico y psicológico que buscó que la sociedad interiorizará que este enemigo no es solamente un problema del gobierno y las policías, sino de la sociedad en su conjunto. Este ente extraño, ajeno y sin identidad, es percibido -gracias a la propaganda del sistema y los medios de comunicación- como individuos anti-sociedad, violentos, sin moral y asociados permanentemente a actos de delincuencia común, más que a actos políticos (ex militantes en asaltos para beneficio personal, actos de narcotráfico, etcétera). La pregunta que nos debemos hacer es: ¿por qué se reprime a algunos y a otros no?. Desde mi punto de vista y sin un juicio de valor, me atrevo a sentenciar que es porque el modelo necesita comportamientos (para no decir grupos, movimientos u orgánicas), que les sean funcionales a su modelo de inteligencia y represión. Ellos necesitan el argumento de la molotov, de la rotura de ventanales, del saqueo, para justificar una política de criminalización de la protesta social y así frenar un proceso de desarrollo organizativo mayor. 

3. Nuevos mecanismos de control y represión. Al afirmar que para el sistema es más fácil controlar que reprimir, no me estoy centrando en los procesos represivos que afectan a los sectores más avanzados del pueblo, sino que a la sociedad en su conjunto. El dicho popular “que es mejor prevenir que curar”, refleja a cabalidad este planteamiento.Más que colocar el acento en el garrote, el sistema está interesado en consolidar y perfeccionar nuevas formas y mecanismos de control social. La eficacia de estos nuevos elementos a permitido mantener un modelo post dictadura sin grandes tensiones. Para la Concertación el costo político y moral de estos nuevos procesos es infinitamente menor que el uso indiscriminado de la represión directa. Pero a la vez, es mucho más eficaz. Estos nuevos procesos y mecanismos pueden ser tan o más violentos para cualquiera de nosotros que la acción directa de los organismos de seguridad. De manera interna opera con un individuo apelando a una autocensura y, por otro, de manera externa, reprimiendo la voluntad libre del individuo de escoger su propio camino. 

La flexibilización laboral y la subcontratación: mecanismo que colocó un intermediario entre el patrón y el trabajador. Hoy las demandas no son dirigidas al empresario, sino que interviene un segundo sujeto. Esta mediación provoca que la relación histórica entre la clase trabajadora y la patronal se corte bruscamente (cosa también replicada en el Estado, quien subcontrata a gran parte de sus funcionarios). 

La tarjeta de crédito y el endeudamiento: El miedo a perder el trabajo ha provocado una autocensura, es decir, el trabajador vive con temor a perder el trabajo y por consiguiente, a no poder pagar las deudas. Esto, a mi juicio, hace que gran parte de la clase trabajadora se reste a cualquier iniciativa para organizarse y luchar por sus derechos. La tecnología represiva en la ciudad ha cambiado su rostro amable. Hoy las cámaras de vídeo lo inundan todo. Los ojos de la autoridad están por todos lados, en el banco, el mall, la calle, el estadio, la población, etcétera. La intimidación y los ojos del sistema abarcan la ciudad por completo.

Lo mismo ocurre con el anuncio de que en los próximos años entrará en operaciones un nuevo carnét de identidad y pasaporte. Cual es lo nuevo, que el carnét contará con un chip de información conteniendo todo tipo de datos personales, de salud, prontuario policial, etc. Pero la cosa es más complicada, pues los nuevos documentos traerán una especie de chip a modo de antena, para acceder a los datos a distancia.También parece preocupante la nueva adquisición del gobierno de Bachelet, un satélite. Los satélites sirven para muchas cosas, aunque el gobierno manifieste que se usará para fines pacíficos, el nuevo aparato no es de telecomunicaciones, entonces, quedan pocas posibilidades de uso; buscar y estudiar posibles depósitos de combustibles fósiles, prospecciones mineras, o para uso militar o inteligencia.

La política de aislamiento: Del mismo modo que la inteligencia policial intenta aislar a los luchadores sociales del resto de la población, quitándole sustento ideológico y mostrándolos como meros delincuentes, el sistema creo un mecanismo de control territorial, fundamentado en la marginalidad y la exclusión social.No es casual que desde la Dictadura, la política gubernamental haya sido el desarraigar a miles de familias de sus barrios, para darles soluciones habitacionales en los extremos del gran Santiago. Sin identidad, arrancados de sus poblaciones de infancia y concentrados en verdaderos bolsones de pobreza, ha nacido un nuevo poblador. La política estatal ha sido desentenderse del asunto. Su única preocupación es que el problema no salga de su espacio físico y se propague por la ciudad. Mientras tanto, la violencia, el tráfico y el consumo de drogas actúan como muros de contención para que esa frustración de miles de chilenos no se transforme en rabia organizada.

Afirmar, por tanto, que la droga fue introducida en las poblaciones para mantener a los jóvenes pasivos, no digo nada del otro mundo, ya se aplicó con éxito en las comunidades afroamericanas de EEUU, en la década del 60, para frenar el ascenso del Partido Revolucionario de los Panteras Negras. Desde un punto de vista, social, cultural y geográfico, la nueva población marginal es funcional al modelo, pues permite tener un control total de lo que allí sucede. Desde luego que existen más procesos de control, unos más evidentes que otros. El sentido de esta ponencia es precisamente provocar una profundización y estudio de ellos. Para terminar, sólo agregar que entender y profundizar en estos nuevos mecanismos de control y represión, nos servirán para construir un análisis acertado de la realidad, para conocer y reconocer los verdaderos alcances del sistema dominante; primer paso para contribuir a su derrota.

* Director del periódico El Quinto

Director de Umbrales Televisión

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