De la ambigüedad del concepto pueblo

Por: Jaime Richart
Fuente: http://www.kaosenlared.net (21.07.09)

Bien, no hablemos de clases sociales porque los interesados en desdi­bujar los contornos del concepto «pueblo» quieren hacer del mismo un significado irreconocible

Y cuando hablo de interesados, me refiero a esos que predominan, que gobiernan, que son dueños del dinero, de las haciendas y de las empresas… esos que, en defini­tiva, constituyen la médula de lo que se llama plutocracia.

No hablemos, pues, de clases sociales y quedémonos sólo con la idea «pueblo». Pues bien, desde ella hay, como siempre a lo largo de la historia, dos clases de «pueblo»: el dominante y el dominado; el opre­sor y el oprimido, el potentado y el rampante. Desde aquí se enten­derán mejor las cosas…

Los caciques, los tiburones, el rey, los reyezuelos, los crasos, los sin conciencia, la aristocracia clerical, los soberbios y los desalma­dos constituyen la flor y nata del pueblo que detenta el poder verda­dero en este país.

Prevaricadores, sujetos y objetos del cohecho, expertos en el fraude fiscal y en la demagogia, estudiosos del trapicheo electoral y del cinismo salen ahora (pero podían haber salido mucho antes) a la es­cena «nacional» como imputados y escarnecidos, los pobres, en vir­tud de las conspiraciones; conspiraciones a las que acostumbra el pueblo entresacando a los que, estando en lo más alto de la pirá­mide social, se enriquecen a costa del pueblo y abusan del pueblo aun­que el pueblo sabe bien que al final todo se queda siempre e inde­fectiblemente en agua de borrajas…

Esas son las conspiraciones que nos duelen, las que hacen del ruido estruendo para que las consecuencias queden en nada; conspira­ciones que debieran consistir en castigar no sólo judicial­mente sino también electoralmente a los autores, a los cómplices y a los patrocinadores de la rapiña y de la prepotencia, pero en la que en lugar de retirar «el pueblo» el saludo a toda esa gentuza -ya que no les puede llevar a la guillotina-, acaba veleidosamente refren­dando con su voto en sus escaños a toda esa canalla. Es este el modo en que todo ese deshecho de la ciudadanía termina saliendo fortalecida en las elecciones siguientes mucho más de lo que lo esta­ban.

Siga así el pueblo de sus clases medias o acomodadas que son las que al final prevalecen y configuran la democracia. Pero los que no pertenecemos a su casta no tendremos más remedio que seguir trabajando para que el pueblo noble los excluya de este concepto para siempre. Nos obligarán a seguir esforzándonos para que el pue­blo muy rico, rico y semi-rico no prostituya al pueblo deprimido haciéndole ver que todos pertenecemos al mismo rebaño.

Por aquí, por este conducto, en tiempos en que se han ensan­chado las franjas de gente acomodada en todo el mundo en la me­dida que avanza la depauperación de otras, nos llega la vileza de un pueblo, el norteamericano, que al estar compuesto el cuerpo electo­ral esencialmente por patricios, gente acomodada como a la que aquí me refiero, se encanalló al reelegir democráticamente a un monstruo a sabiendas que lo era. Lo que hacen ahora, aunque sea sólo a escala, en Valencia y en Madrid esos herederos del espíritu de la Roma antigua y bárbara.

Sea como fuere, el desfile de ladrones, de depravados y de villa­nos elegidos por «el pueblo» prueba hasta qué punto el ciudadano mísero, el ciudadano débil, el ciudadano sensitivo nada tienen que ver en democracia con los elegidos, con las elecciones y con la suerte de toda su nación; y mucho menos con la suerte del los terri­torios que habitan. No confundamos. A ver si quedan las cosas cla­ras a propósito de la palabra pueblo y de todo lo que el significado arrastra consigo.

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