Por: Raúl Henao
Fuenter: http://www.aladecuervo.net (Junio 2005)
“A la cólera y a la inocencia de ciertos hombres que están por llegar, corresponderá extraer del surrealismo lo que ha de seguir estando vivo y restituirlo, al precio de un buen saqueo a sus objetivos propios”.
(André Breton. II Manifiesto del Surrealismo).
Contrariando las tesis y posturas academicistas que siempre han querido circunscribir al período de “entre guerras” la vigencia y actualidad del movimiento surrealista, éste se prolongó a lo largo del siglo pasado, como lo corroboraron los muchos grupos artísticos y literarios que así continúan autodenominándose en las principales capitales europeas y americanas del mundo moderno.
Verdadero revolución o aventura espiritual, el surrealismo opone a la concepción racionalista (y científica) occidental, un “sagrado extrareligioso” que nos desvela los entretelones de una realidad alienada y convencional, a la que se le han querido sustraer sus aspectos oscuros e irracionales, los cifrados designios del sueño y la vigilia, el odio y el amor, el azar y la necesidad.
Frente a dicha “realidad” conceptual y artificiosa, en primera instancia el surrealismo se define como “una operación de gran envergadura concerniente al lenguaje” (1) que intentará expresar verbalmente o por escrito y al margen de todo control y preocupación estética y moral, los dictado del “automatismo psíquico” y la “omnipotencia del sueño”… para ya, en segunda y última instancia, constituirse en una empresa o aventura de carácter metafísico (no encuentro otro término apropiado para designarla, a pesar de la acepción sospechosa que tal calificativo revestía para su fundador) buscando como único objetivo y finalidad alcanzar ese punto o límite impensable del espíritu, donde “la vida y la muerte, lo real e imaginario, lo pasado y lo futuro, lo comunicable e incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos como contradictorios” tal como reza la admirable definición consignada por André Breton, en las páginas del segundo manifiesto del surrealismo.
Esa especie de “realidad absoluta y superrealidad” (2) no será entonces sino otra manera de aludir a aquella “coincidentia oppositorum” (coincidencia de opuestos) del pensamiento hermético medieval y renacentista, que más allá de la antigüedad clásica conlleva una clara impronta extremo-oriental, como lo han señalado numerosos intérpretes del simbolismo mítico y religioso, de Mircea Eliade a Edgar Wind (3).
No sobra subrayar aquí que “la piedra angular” lo fundamental del surrealismo a mi modo de ver, consiste en la forma magistral como ha sabido conciliar el espíritu nuevo y vanguardista de movimientos de comienzos de siglo como lo fueron el Dadaísmo, el Futurismo y el Cubismo –deslindados de sus elementos puramente nihilistas y formalistas- con cierta tradición central y visionaria occidental, auténtica “línea negra” (J. Habernas) profesada por los órficos y filósofos neoplatónicos griegos y latinos, los trovadores provenzales, los grandes románticos alemanes e ingleses, los simbolistas y poetas malditos franceses… y que al decir de Octavio Paz, “no ha cesado de inquietar a los más altos espíritus modernos” (4).
A la luz de dicha “tradición oculta” (O. Paz) o “filosofía perenne” (Aldous Huxley), se comprende que Breton haya querido conjurar (y conjuntar) a la vez el pensamiento de Freud y Marx, la poesía de Lautréamont y Paul Valéry, la política de Fourier y Trotsky. A. Breton se rehusa a dejar de interpretar el mundo para cambiarlo –como quería Karl Marx- porque advierte que ambos términos están ligados indisolublemente y que lo uno es imposible sin lo otro. Vale la pena al respecto citar lo que anotara de una vez por todas en el contexto de un famoso congreso de escritores, celebrado en París, en junio de 1935: “Nosotros sostenemos que la actividad de interpretar el mundo debe seguir vinculada a la actividad de transformarlo. Sostenemos que corresponde a los poetas, a los artistas profundizar en los problemas humanos bajo todas sus formas; que en este sentido, la ilimitada singladura de su espíritu tiene el potencial valor de cambiar el mundo; y que esta singladura- en cuanto culto producto de la superestructura- forzosamente ha de dar mayor fuerza a la necesidad de los cambios económicos de este mundo. Que los auténticos poetas de nuestros días se pasen a la poesía de propaganda, poesía totalmente exterior, según se la define, significa la negación de los determinantes históricos de la propia poesía. Defender la cultura es, ante todo, entregarse a la causa de los intereses de cuanto a resistido, desde un punto de vista intelectual, un serio análisis de cuanto es viable, de cuánto seguirá dando frutos. No será mediante declaraciones estereotipadas contra el fascismo y la guerra que conseguiremos liberar al espíritu, y menos aun al hombre, de las viejas cadenas que le amenazan; sino, contrariamente, mediante la afirmación de nuestra inquebrantable fidelidad a las potencias de la emancipación del espíritu y del hombre, que hemos descubierto una tras otra, y por las que lucharemos a fin de que sean reconocidas como tales, “transformemos el mundo” dijo Marx; “cambiemos la vida” dijo Rimbaud, para nosotros estas dos consignas se funden en una” (5).
En relación con lo anterior, como era de esperarse, hay que decir que el rechazo bretoniano del compromiso político unidimensional y partidista – que excluye dogmáticamente la prosecución de la aventura o experiencia interior – se suma ahora el de la actitud opuesta: la de quienes buscan confinarse solamente en el plano artístico o se refugian en la escritura de la poesía pura…
“Combatimos la indiferencia poética en todas sus formas; el arte como distracción, la investigación erudita, la especulación pura; no queremos nada en común, con los pequeños y grandes rentistas del espíritu. Todas las cobardías, todas las abdicaciones, todas las traiciones posibles no nos impedirán que acabemos con esas bagatelas” (6).
En fin, el surrealismo se niega a ser tenido solo como un movimiento puramente artístico o poético apartado de la vida. Su consigna es pues “practicar la poesía”, deconfiar de los “modos convencionales de pensar”, exaltar lo maravilloso que es inmanente a la realidad, por sobre lo fantástico, que peca de abstracto o artificioso. Aunar los dictámenes del sueño a los de la vigilia (“ninguna acción individual ocolectiva, sobretodo política, puede prescindir de los consejos del sueño” J.P: Morel), Anteponer la imagen que conjuga –flash de un relámpago- los aspectos más dispares de la realidad externa, a la metáfora que no pasa de ser una concertación o comparación retórica. Salir a las calles y vivir una vida de total transparencia: “viviren una casa de cristal es la virtud revolucionaria par excellence, es una ebriedad, un exhibicionismo moral. La discreción en los asuntos de la propia existencia ha pasado de virtud aristocrática, a ser cada vez más cuestión de pequeños burgueses arribistas” agrega a ese propósito de modo magistral, Walter Benjamín (7).
En los últimos años de André Breton es evidente que el mito de la revolución pasa a ocupar un segundo plano frente al único mito al que ha sido realmente fiel a lo largo de su soberbia travesía terrena: el mito de la mujer y el amor… Un mito siempre nuevo, como resulta nuevo el mismo sol para cada generación humana. Es cierto que por su índole o naturaleza volcánica y luciferina, se trata de un mito que no puede desligarse –mariposa ardiendo en la llama que la embelesa- del ejercicio de la libertad y la rebelión y presupone desde luego, el derrocamiento absoluto del principio de realidad a favor del principio de placer. Y este es en definitiva, el sentido último que entraña el surrealismo: estar siempre en “otra parte” y más allá de cualquier aventura temporal. Ser la utopía perpetua del mundo occidental. Su más alta y brillante estrella de la mañana (8).
Notas Bibliográficas
1. “El Surrealismo y sus Obras Vivas”. Manifiestos del Surrealismo Guadarrama 1969. P. 329 .Madrid.
2. “I Manifiesto del Surrealismo”. Los Manifiestos del Surrealismo. Trad. Aldo Pellegrini. Nueva Visión. 1965. P. 29 .Buenos Aires.
3. Los Misterios Paganos del Renacimiento. Edgar Wind. Barral, 1972. Barcelona.
4. “El Surrealismo”: la Búsqueda del Comienzo. Octavio Paz.: Ed.. Fundamentos, 1974. P. 45 .Madrid.
5. “Discurso en el Congreso de Escritores”. Manifiesto del surrealismo. A. Breton. Guadarrama, 1969. P. 269. Madrid.
6. “II Manifiesto del Surrealismo”. Los Manifiestos del Surrealismo. A. Breton . Nueva Visión, 1965. P. 8. Madrid.
7. “El Surrealismo: “La última instantánea de la inteligencia europea”. Iluminaciones I. Walter Benjamín. Taurus, 1980. P . 47. Madrid
8. La Estrella de la Mañana. Michael Lowy Revista Salamandra. Madrid.
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