Por: Pepe Gutiérrez Álvarez
Fuente: Kaos en la red (12.01.09)
El 14 de enero a las 19 h., nuestra Sylvain Dahan, hablara sobre esta mujer cuya biografía y ejemplo constituye un destacado legado del feminismo y del movimiento obrero.
Louise Michel Si bien Louise Michel no pudo figurar en la curiosa lista de «santos laicos» que estableció el padre de la sociología positivista, Auguste Compte, por su agresividad revolucionaria -aunque sí figuró su compañero en el movimiento libertario, Eliseo Reclus-, no debe de haber dudas de que mereció un puesto en ella porque en toda su vida hay un profundo “olor a santidad” (si es posible ser santo sin Dios), aunque obviamente la derecha creó sobre ella una auténtica «leyenda negra» en la que es descrita como un monstruo sediento de sangre, imagen que el tiempo se ha encargado de ridiculizar debidamente.
Obviamente, su «santidad» fue la de la revolución, y por lo tanto muy distinta a la tradicional y desde este punto de vista, Louise no delegó la salvación de los oprimidos y explotados en ninguna utopía post-morten; no cree en ningún Ser todopoderoso sino en el pueblo trabajador; no confía en la plegaria o en las rogativas sino en la acción consciente de las masas; no predica la subordinación a los poderes establecidos sino el libre ejercicio de la crítica, la autonomía personal…Por estos ideales entregó su vida desde muy joven y sufrió toda clase de calamidades, la calumnia, la persecución, la cárcel y el destierro, así como un atentado que estuvo a punto de costarle la vida. Este Blanqui femenino que pasó gran parte de su vida encarcelada fue llamada la “Virgen roja” por la gente llana y humilde.
En su trayectoria, Louise Michel pasó, siempre fiel a sí misma, distintos períodos históricos, aunque su fama está ligada, principalmente, a su actuación durante la Comuna de París. Poeta quizás menor, su gesta de mujer rebelde fue cantada por Víctor Hugo y Paul Verlaine.
El poema de Víctor Hugo dedicado a Louise fue escrito en diciembre de 1871, cuando éste se encontraba en manos de los «versalleses» y fue publicado en una recopilación de poemas sueltos suyos, Toute la Lyre. Dice así:
“Los que saben de tus versos misteriosos y dulces, / de tus días, de tus noches, de tu solicitud, de tus lágrimas derramadas por todos, / de tu olvido de ti misma por Socorrer a los demás, / de tu palabra semejante a la llama de los apóstoles; / los que saben del techo sin fuego, sin aire, sin pan, / del catre y la mesa de pino, / de tu bondad, tu dignidad altiva de mujer del pueblo, / de tu ternura austera que duerme bajo tu cólera, / de tu fija mirada de odio a todos los inhumanos, / y de los pies de los niños calentados en tus manos; / y ésos, mujer, ante tu majestad bravía, / meditaban, y, a pesar del pliegue amargo de tu boca, / a pesar del maldiciente que, encarnizándose contra ti, / te lanzaban todos los dicterios indignados de la ley, / a pesar de la voz fatal y alta que tu acusa, / veían resplandecer el ángel a través de la Medusa…” El de Paul Verlaine fue escrito en 1886 y forma parte de su Ballade en l’ honneur. Su traducción es: “Ella amaba al Pobre áspero y franco, / o tímido, ella es la hoz / en el trigo que madura para el pan blanco / del Pobre, y la Santa Cecilia / y la Musa ronca y grácil/del pobre y su ángel de la guarda / de ese simple, de ese indócil. / Louise Michel está muy bien”.
Espíritu libre e inquieto, Louise no fue una intelectual sino una militante cuyo ejemplo, su sinceridad y su capacidad como oradora hicieron época en el movimiento obrero francés posterior a la Comuna. Tampoco fue una feminista en el sentido estricto del término, pero inscribió la emancipación de la mujer en el conjunto de su lucha. Como tantas otras mujeres revolucionarias, la figura de Louise permaneció oscurecida durante muchos años -aunque un grupo anarquista galo que llevaba su nombre duró varias décadas-, hasta que en el ambiente que siguió al después de los acontecimientos de mayo del 68 en Francia sería ampliamente recuperada, recobrando un lugar preeminente en la historia del socialismo.
Louise nació un 29 de mayo de 1830 en Vroncourt, una pequeña aldea en los confines de Champaña y Lorena (“¿Quién, diría luego en uno de sus poemas, no se convierte en poeta en este país de Campaña y Lorena, donde los vientos soplan cantos guerreros de rebelión y amor?”), su padre fue el señor del lugar mientras que su madre fue una de las sirvientas, aunque también existe otra versión según la cual su verdadero padre fue el que pasó por ser su el abuelo. Este detalle fue empleado contra ella durante el juicio por su actuación durante la Comuna. Huérfana pues desde muy pequeña quedó al cuidado de su abuelo, Etienne Demaris, un gentilhombre, epicúreo, volteriano, jacobino, y simpatizante de los «carbonarios». Su ídolo era Saint-Just, un símbolo de la intransigencia revolucionaria. Fue educada cabalmente en estos principios. En sus Memorias escribirá al respecto: “¡Qué extraña impresión siento todavía! Escuchaba a la vez a mi fe católica ya mis abuelos volterianos. Yo buscaba, turbada por sueños extraños, como una aguja busca su norte, enloquecida en medio de ciclones. Mi norte era la Revolución” (1).
Según todas las indicaciones, Louise fue una niña alegre y abierta, rotundamente altruista hasta el punto que ofrecía sus dineros a los pobres del lugar. Desde muy joven escribirá poesía, una actividad que no abandonará nunca, parte de la cual la desarrollará a través de una intensa relación epistolar con Víctor Hugo. Comenzará cantando la naturaleza, el amor, el paisaje de su tierra natal hasta desembocar en una poesía militante que condena violentamente el régimen bonapartista, que canta la Comuna, que se estremece en la prisión y el exilio y que exalta las nuevas hornadas revolucionarias encarnadas en el anarcosindicalismo de la Carta de Amiens.
Louise fue también una gran amante de la literatura desde muy niña, en especial de la revolucionaria. Más tarde, pudo estudiar en Chaumont y consiguió las competencias de lo que hoy sería una maestra, un oficio eminentemente feminista. Cuando iba a empezar a ejercer como maestra se le exigió un juramento al Emperador, ante lo que Louise se negó rotundamente y sin medios propios abrió una escuela laica y libre en Audeloncourt (Hautte-Marne). En 1855, tres años más tarde, abrió otra escuela en la región donde sus métodos y el sentido oposicionista de sus enseñanzas la fueron creando cada vez mayores problemas con las autoridades. Su nombre empieza entonces a ser conocido. A finales de la década de los cincuenta comienza a publicar artículos y folletos en los periódicos de Chaumont en los que logra burlar la censura gubernamental a través de alusiones semejantes a ésta: “Reinaba Domiciano, había expulsado de Roma a los filósofos ya los sabios, aumentado la paga de los pretorianos, restablecido los juegos capitolinos y la gente adoraba al clemente emperador en espera que alguien lo apuñalase…”.
Durante todo este período, Louise se impone una forma de vida bastante austera y algunos de sus actos conmueven a la opinión pública, por ejemplo, en una ocasión reparte su dote de cuarenta mil francos entre los pobres. Ahogada en la estrechez provinciana se traslada a la capital francesa donde inmediatamente obtuvo un empleo en una institución para señoritas, allí hasta hace amiga íntima de su directora, la señora VoIIier, una mujer noble y progresista con la que le unirá durante mucho tiempo unos lazos casi filiales. No tarda en encontrarse envuelta en la oposición republicana, y frecuenta los clubes de la izquierda y las reuniones públicas haciéndose notar por su fervor militante. Conoce y hace amistad con gente como Jules VaIles, Eugene Varlin, Emile Eudes, Théophile Ferré, etc., que luego formarán parte del grupo dirigente comunero.
Un informe policial de la época detalla que Louise “comenzó a tomar parte en el movimiento político en los primeros días del año 1869» y la tacha de «muy peligrosa». Pronto comienza a distinguirse en la prensa democrática, en particular en La Marselleise que anima Henri Rochefort. Su nombre aparece también en la «Sociedad democrática de moralización», que tiene por objeto ayudar a las obreras a vivir por el trabajo en el deber de reintegrarse a él. Se ignora si llegó a pertenecer a la Internacional, aunque no hay duda de que simpatizó vivamente con ella. Sí perteneció, hasta el final de sus días, a una logia masónica llamada El derecho humano. Poco más se sabe de sus actividades clandestinas de aquella época (2). El 12 de enero de 1870, Louise toma parte, vestida de hombre para camuflar se y armada con un puñal para defenderse, en los funerales del periodista demócrata Víctor Noir que había sido asesinado por Pierre Bonaparte, el hermano del Emperador.
Durante el largo pero intenso de la resistencia antibonapartista, la oposición de izquierda formaba en general, un bloque bastante compacto, pero luego se irán notando las notables diferencias existentes entre las distintas fracciones republicanas. Louise se hará eco de esta diferenciación con cierta nostalgia escribiendo: “¡Ah, qué hermosa era la República bajo el Imperio!”
La hora de la caída del Imperio comenzó a sonar con la guerra franco-prusiana. Durante el sitio de París en 1870, Louise sobresale como una de las agitadoras más conocidas y anima la “Unión de mujeres” cuya misión para la defensa es subalterna, ayudar a los heridos, organizar las ambulancias, crear cantinas populares, etc. Pero su trasfondo es más amplio, organiza a las mujeres trabajadoras por unos ideales socialistas. Estas mujeres, con Louise siempre al frente, participarán en las jornadas insurgentes que procuran derrocar al “gobierno de Defección Nacional”. Durante la duración de la Comuna, Louise desplegó toda su voluntad militante presidiendo el “Club de la Justicia de paz” en Montmartre, el “Club de la Revolución” de la Iglesia Bernard y será además miembro del “comité de vigilancia” del distrito XVIII.
Durante el tiempo de desarrollo más normal de la ciudad, Louise estuvo además ocupada en los problemas de la enseñanza, preconizando una pedagogía viva y la creación de escuelas profesionales y orfanatos laicos. Se encontraba en uno de los “centros nerviosos” de la Comuna, en el “comité de vigilancia” de Montmartre que ella misma describía como sigue: “Los comités de vigilancia de Montmartre no dejaban a nadie sin asilo, a nadie sin pan. Para cenar nos repartíamos un arenque entre cuatro o cinco personas, pero no escatimábamos nada a quienes tenían necesidad de los recursos del Ayuntamiento, incluidas las requisas revolucionarias. El distrito XVIII era el terror de los acaparadores y demás gentes de esta especie. Cuando se gritaba, ¡Montmartre va a bajar!, los reaccionarios se metían en sus agujeros, abandonando los escondites donde los víveres se pudrían, ¡mientras París se moría de hambre!” (3)
Lo mismo que ya había ocurrido durante la Gran Revolución, las mujeres añadieron a sus preocupaciones cotidianas una firme voluntad por acabar con la guerra y por crear una sociedad nueva, y en este cometido volvieron a ocupar un lugar de vanguardia. Una muestra de sus actitudes decididas fue un manifiesto que escrita por Louise fue firmado entre otras por Louise Noel, portera; Jeanne Laymet, fabricante de sombrillas; Eugenie Lilly, cocinera; Eulalie Papavoine, costurera; Elizabeth Retíffe, artesana; Marie Wolff, tapicera en él se critica duramente otra proclama en la que “se incita a las mujeres de París a apelar a la generosidad de Versalles ya que pidan la paz a toda costa”.
En esta línea es justo estacar otras comuneras como Madame Lame] y Agustine Chiffon que, en palabras de Louise, «mostraron a los versalleses qué mujeres tan terribles eran las parisinas, incluso encadenadas». También habla de una anciana, Madame Deletras que «había combatido ya en Lyón, en la época en que los tejedores de la seda escribían en sus banderas; vivir trabajando o morir combatiendo. Ella había combatido, con todas sus fuerzas, por la Comuna…” El primer apéndice de las Memorias de Louise está ocupado por un relato de otra comunera destacada, Beatriz Excoffons, que estuvo con ella deportada en Nueva Caledonia.
En este momento Louise y sus compañeras reclaman, no la paz, “sino la guerra a muerte”, porque: “Hoy, una conciliación sería una traición. Sería renegar de todas las aspiraciones obreras a la renovación social absoluta, a la supresión de todas las relaciones jurídicas y sociales que exigen actualmente, a la supresión de todos los privilegios, de todas las explotaciones, a la sustitución del reinado del capital por el trabajo, en una palabra, a la liberación del trabajador por él mismo”. En otro párrafo efectúan la siguiente llamada de intenso componente numantino: “¡Todas unidas y decididas, engrandecidas e iluminadas por los sufrimientos que las crisis sociales arrastran tras de sí, profundamente convencidas de que la Comuna, que representa los principios internacionales y revolucionarios de los pueblos, lleva en sí los gérmenes de la revolución social, las mujeres de París demostrarán a Francia y al mundo que ellas también sabrán, en el momento del peligro supremo, en las barricadas, sobre las murallas de París, y si la reacción forzara las puertas, dar, como sus hermanos, su sangre y su vida por la defensa y el triunfo de la Comuna, es decir del Pueblo! Victoriosos entonces, en condiciones de unirse, de …entenderse sobre sus intereses comunes, trabajadores y trabajadoras, todos solidarios por un último esfuerzo… (Esta última frase ha quedado incompleta). ¡Viva la República Universal!, ¡Viva la Comuna!!»
Ella será plenamente consecuente con estas palabras cuyos ecos se harán notar en sus artículos publicados en el periódico de Jules Valles, Le cri du peuple. Una biógrafa suya, la comunista disidente Edith Thomas, dirá que había «combatido tan valerosamente en los Moulinex» que se mantuvo hasta el último minuto, trasladándose luego al fuerte de Issy donde fue herida. Más tarde, se distinguió en las barricadas de Chausée Glinancourt. Perseguida como una de las más peligrosas comuneras pudo escapar de los versalleses que fusilaban a ancianos, mujeres y niños. Cuando la represión comenzó a aminorar tuvo que entregarse para poder liberar así a su madre que había sido detenida como rehén ya la que le profesaba una profunda estimación. Louise fue sin duda la más sobresaliente de aquellas mujeres que entregaron su vida a la Comuna y en defensa de la República, como un ideal presentido de una existencia que merecía ser mejor vivida y que la opresión política y social les negaba a ella ya los suyos, y que acudieron a las barricadas para compartir la suerte de sus hombres, y que por ello fueron todavía más denigradas que éstos.
Con ocasión del VI Consejo de Guerra que la juzgó en diciembre de 1871, Louise Michel fue pintada como una auténtica bête noire. En el informe oficial se la distingue como una de las principales inductoras de la revolución y se dice que «no cesó de mostrar una fidelidad sin límites al gobierno de la insurrección». Más adelante se le hace el siguiente retrato: mente con la nariz y la parte inferior del rostro muy prominente, sus facciones revelan dureza. Va completamente vestida de negro. Su exaltación es la misma que en los primeros días de su cautividad, y cuando la llevan ante el consejo, se levanta bruscamente el velo y mira a sus jueces”. Por entonces, un tal Máxime du Camp, escribió sobre “las petrolouses”: “…durante los últimos días, todas estas marimachos belicosas aguantaron más que sus hombres detrás de las barricadas. Muchas fueron detenidas, con las manos ennegrecidas por la pólvora y los hombros morados de los culatazos de sus rifles; aún palpitantes por la sobreexcitación de la batalla”.
La acusación dirá que tanto ella como sus compañeras «tenían una única ambición, elevarse por encima del nivel del hombre mediante la exageración de sus vicios. En el caso de Louise se trata de un «miembro podrido de la sociedad» que en el transcurso de la acción comunera no le bastó «con sublevar al populacho, con aplaudir el asesinato, con corromper la infancia, con predicar la lucha fratricida, en una palabra, con incitar a todos los crímenes… Tuvo que ir aún más lejos, dando ejemplo y arriesgando su propia persona”. El acusador Máxime du Camp, oculta toda la situación heredada del bonapartismo, los proyectos y las realizaciones de la Comuna, su actuación ingenua frente a un adversario que no se detuvo ante nada, sólo trata de denigrar al máximo a las acusadas sabiendo como dice un refrán inglés que el noventa por ciento de la justicia es la fuerza, sobre todo cuando el adversario ha sido en buena parte pasado por las armas. El acusador no puede por menos que ignorar las razones profundas que movía a las comuneras, el porqué de su odio-al orden social, su ira contra sus responsables concretos que le condenaban, a pesar de conocer duras y larguísimas jornadas de trabajo, a la miseria total…
Aparte de su responsabilidad como revolucionaria, los cargos que pesaban sobre Louise eran múltiples: intentos de derrocar al gobierno, incitación a la guerra civil, tenencia y uso de armas y uniforme militar, falsificación de documentos, complicidad con la ejecución de rehenes… Su actitud delante del tribunal es de desafío: “No quiero defenderme, declara con orgullo, no quiero que me defiendan; pertenezco por entero a la revolución social y declaro aceptar con la responsabilidad de todos mis actos. Puesto que al parecer todo corazón que late por la libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, ¡Yo reclamo mi parte! Si me dejáis que viva, no cesaré de gritar venganza Y para vengar a mis hermanos denunciaré a los asesinos de la Comisión del Interior…Y como el presidente quiso interrumpirla, desafió al tribunal: «Ya he terminado… ¡Si no sois cobardes, matadme!».
Fue condenada a la deportación, en un recinto fortificado, siendo trasladada a la prisión central de Auberive en Haute-Marne, cerca de su pueblo natal. El 24 de agosto de 1873 fue embarcada al penal de Nueva Caledonia donde llegó después de cuatro meses de viaje en barco. En el trayecto le impresionarán Canarias y el mar del Cabo. Como siempre pensó en los demás y se negó a beneficiarse de otro régimen distinto al de los hombres con los que compartió un trabajo y una vida bastante terrible. También se convirtió en la portavoz de sus compañeros y compañeras más débiles, y se sintió atraída hacia los nativos que llevaban una vida sencilla y comunitaria y se rebelaban contra Francia. En una de estas rebeliones, mientras que parte de los presos colaboraron en la represión con las tropas que los vigilaban, ella tomó partido por los nativos. Cuando iba a abandonar la isla tras cumplir su condena, éstos la despidieron en olor a multitud y ella tuvo que prometer que volvería para poder marcharse.
El feminismo de Louise Michel es, como tantos otros de sus principios políticos, heredero de una larga tradición democrático-socialista francesa. En su esquema no establece la cuestión de la mujer como un hecho específico, sino como un eslabón más en una cadena de opresiones en la que la cuestión social entre patronos y obreros es la parte más importante. Entendía que la distinción entre los diferentes sexos derivaba de este antagonismo. Una de sus preocupaciones sobre este tema se centra en la educación burguesa que atrofia la inteligencia femenina: “Las jóvenes, escribe, educadas en la necedad, son deformadas adrede, para mejor poder engañarlas: ¡eso es lo que se persigue! Es como echar a alguien al i agua después de haberle prohibido aprender a nadar, o incluso, de haberle atado las extremidades.”
También denuncia la doble prostitución, la de la calle y la del matrimonio: «A una la toma el que quiere; la otra es entregada a quien la quiere. La prostitución es la misma. Entre nosotros se practica ampliamente la moral oceánica». Igualmente, arremete contra los que se extrañan por su singularidad personal: “Parece que en este hermoso país de Francia se ha establecido sólidamente la moda de calificar de caso patológico a toda mujer que muestre un carácter un poco viril. Sería deseable que casos patológicos así proliferasen entre los hombrecillos pusilánimes y otras categorías del sexo fuete.”
Louise se muestra muy dura contra sus amigos «caballerosos» con ella y requiere siempre un trato de igual a igual entre los hombres. En sus análisis escritos retoma la concepción de Flora Tristán según la cual: «esclavo es el proletario, esclava entre todos los esclavos es Ia mujer del proletario». Sin embargo, no desarrolla con la misma fuerza que Flora o Jeanne Deroin la idea de incorporar a la mujer al movimiento social. Para ella, la mujer debe de conquistar su sitio en la sociedad sin mendigarlo, objetivo que conseguirá junto al hombre, porque: “Tenemos nuestros derechos. ¿No estamos combatiendo junto a vosotros en el gran combate, en la lucha suprema? ¿Os atreveréis, acaso, a hacer un capítulo aparte para lo derechos de las mujeres cuando hombres y mujeres hayan conquistado los derechos de la humanidad?».
Regresó a Francia en noviembre de 1880 después de la amnistía completa y definitiva ya que había rechazado toda medida de indulto particular que no comprendiera también la libertad de sus compañeros. Esta actitud volverá a ponerla en práctica en otras ocasiones. Convertida en una anarquista sentimental y sin mayores matizaciones -Louise no tomó parte de las diferentes disputas en el propio campo libertario, carecía de sectarismo como prueba el hecho de que participara sin problemas en diversos actos organizados por los marxistas- durante el viaje a Nueva Caledonia, cuando observa cómo hasta los mejores tendían hacia el autoritarismo y convencida de que “el poder está maldito”, pasará a ser durante un cuarto de siglo la «Virgen Roja», «Louise la buena», que llevará de parte a parte de Francia -siempre con la Surete siguiéndole los pasos- la buena nueva de la revolución social.
Su nobleza se hará leyenda y hasta la propia policía tiene que reconocerla en sus informes internos (públicamente no la podía hacer ya que de esta manera podía desmentir las campañas que la prensa reaccionaria llevaba contra ella). Una demostración de su bondad la encontramos en su perdón al responsable de un intento de asesinato del que fue víctima en 1888. Herida gravemente y convaleciente, la escribirá una carta a la esposa de éste en la que se dice: “Enterada de su desesperación, desearía tranquilizarla. No se inquiete. Como no se puede admitir que su marido obrara con discernimiento, es imposible por consiguiente, que no le sea devuelto. Ni mis amigos, ni los médicos, ni la prensa de París, sin olvidar la del Havre, cesarán hasta entonces de reclamar su libertad, y si esto se retrasara demasiado, yo regresaría al Havre, y esta vez mi conferencia no tendría otro objeto que el de obtener tal medida de justicia. Toda la ciudad acudiría.”
Como militante anarquista participó en innumerables campañas políticas, y tomó parte en diversos congresos de.; la Internacional libertaria, entre ellos el de julio de 1881 que tuvo lugar en Londres y en donde consagró la línea de la «propaganda por el hecho», método que no estaba en absoluto en consonancia con los criterios de Louise más afines con el sindicalismo revolucionario que puse en práctica la Confederación General del Trabajo en la que militó desde su fundación hasta el momento de su muerte. Entre 1890 y 1895, vivió en Londres exiliada ya que la policía tenía la tendencia de inculparla de todos los acontecimientos sociales donde Louise se encontraba cerca.
Louise Michel murió en Marsella el 10 de enero de 1905, cuando formaba parte junto con Jules Guesde, Paul Lafargue y Eduard Vaillant -tres de los principales líderes históricos de la socialdemocracia clásica francesa- de un equipo que estaba dando una serie de conferencias en la región. Su ataúd fue acompañado por una comitiva de cerca de cien mil personas entre las que se encontraban socialistas, hombres y mujeres de todas las tendencias.
Notas
1) Sus Memorias están editadas en dos tomos por la Ed. Maspero de Paris. La parte que corresponde a su actividad durante la Comuna, el juicio y el exilio (tr. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1973). Todos las citas sin anotar pertenecen a la edición francesa -traducida por mí- o a la castellana. La Obra Poética de Louise Michel ha sido recogida por D. Armogathe y Marion Piper y fue publicado por Maspero en su colección «Actes et Mémoires de peuple», París, 1981…Otros trabajos recientes sobre Louise son: Louise Michel, Vidas rebeldes, Nic Maclellan ed., Ed. Ocean Sur, Cuba, 2006 ; Luchadoras, Historia de mujeres que hicieron historia, Andrea D´Atri ed., Ediciones IPS, Argentina, 2006.
(2). Cf. Louise Michel, en el Dictionnaire du mouvement ouvrier français, publicado bajo la dirección de Jean Maitron, Ed. Ouvriéres, t. VII pág. 352.
(3). Op. cit., pág. 352.
(4). Cf. Louise Michel ou la Velleda de l’anarchie, París, 1971, Pág. 95. «…Un observador de la represión versallesca, de posición liberal moderada, Fiaux, diría: «Hay que remontarse a las prescripciones de Syllas, de Antonio y de Octavio para encontrar parecidos asesinatos en la historia de las naciones civilizadas; las guerras religiosas bajo los últimos Valois, la noche de San Bartolomé, la época del Terror no fueron más que un juego de niños. En una semana de mayo se habían retirado de París 17.000 cadáveres de federales insurgentes… Todavía se mataban hacia el 15 de junio.
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