El valor del trabajo doméstico

Por: Alberto Montero*    
Fuente: www.albertomontero.com (06/11/08)
 
* Alberto Montero, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Málaga,

.El trabajo doméstico no remunerado es realizado de forma mayoritaria por las mujeres y equivaldría al 27,4% del PIB español, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Un trabajo no remunerado y por tanto, invisible para la economía de un país. Si no se produce para el mercado, el producto no existe.

-El trabajo no remunerado en el hogar -desarrollado en su mayoría por la mujer (73%)- equivale según datos del INE al 27,4% del PIB español. Pero a efectos contables no se recoge. ¿Por qué?

-Efectivamente, el trabajo no remunerado desarrollado en el hogar queda fuera del cálculo del Producto Interior Bruto porque para el cálculo de dicha variable tan sólo se contabilizan las actividades mercantiles (y algunas no mercantiles destinadas a uso final del propio hogar). Es decir, todo aquello que no pasa por el mercado y no es intercambiado por dinero no es contabilizado y, por lo tanto, se desestima su contribución a la generación de riqueza nacional.
Por ponerlo más claro aún, en el cálculo del PIB español, esto es, la macromagnitud que utilizamos para medir el nivel y el crecimiento de la riqueza de nuestras economías se deja fuera más del 25% de la riqueza total generada en el país no porque no implique trabajo sino porque es un trabajo no mercantilizado.

-Los denominados cuidados de la salud a niños, ancianos o dependientes también son asumidos por la mujer en el seno del hogar y supone en muchos casos la renuncia a la incorporación en el mercado laboral. ¿Qué repercusión económica y social tiene esto? ¿Leyes como la de la Dependencia han contribuido a cambiar en algo esta situación?

-Es necesario destacar de entrada que, en nuestro país, es la familia en su conjunto la que soporta la mayor carga de la asistencia a las personas dependientes (según datos del INE y del IMSERSO, más del 83% del total de los cuidados que requieren las personas dependientes los llevan a cabo las unidades familiares) y, dentro de las familias, el papel preponderante corresponde a la mujer: más del 84% de los cuidadores son mujeres.
Se trata de mujeres con bajos niveles de estudio (el 60% no tiene estudios o sólo tiene estudios primarios); un 73% no tiene una actividad laboral retribuida a pesar de encontrarse en edad laboral; y más de un 60% suele convivir con la persona a la que atienden siendo, normalmente, sus hijas (el 50% de toda la población cuidadora son hijas).
Todo ello redunda, evidentemente, en un lastre para la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y explica parcialmente el diferencial en la tasa de ocupación de las mujeres con respecto a los hombres que presenta España en relación con otros países europeos.
Así, las mujeres españolas se encuentran con que sus perspectivas laborales se ven drásticamente reducidas: el 26% de las mujeres que atienden a personas dependientes no pueden plantearse trabajar; el 11,5% ha tenido que abandonar el trabajo; y el 12,4% se ha visto obligada a reducir su jornada. Esta situación limita la libertad de las mujeres para la elección de su actividad y de su carrera profesional y, en el caso de compatibilizar la atención doméstica a las personas dependientes a su cargo con el trabajo remunerado fuera del hogar, aumenta su carga de trabajo.
En este sentido, sí que creo firmemente que la Ley de Dependencia puede venir a paliar en gran medida esta situación siempre y cuando se dote de los recursos necesarios para su adecuada implementación.

-Si todo este tipo de trabajo estuviese remunerado económicamente, ¿tendría otro tipo de valoración?

-No sé si la valoración social sería diferente. Lo que sí creo es que es aberrante que gran parte del trabajo desarrollado en nuestras sociedades sea ignorado simplemente porque tiene lugar fuera de la órbita del mercado.
Esto viene a demostrar que el mercado se ha convertido en el ámbito que legitima como productiva a una actividad y la incorpora a la riqueza social o que, por el contrario, la relega a una posición subordinada, mero complemento que, a lo sumo, es valorada social, pero no económicamente, por su contribución a la reproducción de la mano de obra. Si se produce para el mercado, el producto es riqueza; si no se produce para el mercado, el producto no existe, queda invisibilizado aunque sea casi equivalente al gasto público de un Estado como España en un año.

«Considero aberrante que gran parte del trabajo desarrollado en nuestras sociedades sea ignorado simplemente porque tiene lugar fuera de la órbita del mercado»

-A pesar de todos los cambios experimentados, la democratización del hogar sigue siendo una tarea pendiente para nuestra sociedad. Hablar de este tema es tocar una de las fibras más profundas del patriarcado. ¿Sigue siendo España un país machista?

-Si atendemos a la imagen que nos transmiten los datos del INE nos encontramos que en la sociedad española existe un reparto muy desigual de la carga de trabajo doméstica: la mayor parte del trabajo doméstico es realizado por las mujeres. De hecho, de las 46.375 millones de horas al año invertidas en actividades productivas no remuneradas en los hogares españoles, 33.872 millones de horas, esto es, el 73% del total es realizado por mujeres, frente a un 27% realizado por los hombres.
Esas horas de trabajo, si las monetizáramos multiplicándolas por el salario que cobra una empleada doméstica por hora, suponen más de 307 mil millones de euros anuales, esto es, más del 27% del PIB español. O, lo que es lo mismo, casi el total del gasto del Estado contemplado en los Presupuestos Generales del Estado para el año 2008 y que asciende a algo más de 314 mil millones de euros.
Estos datos nos inducen a pensar, no sin razón, que España es un país machista y que toda política de igualdad debe comenzar, precisamente, por una democratización del hogar y un reparto más igualitario de las tareas desarrolladas dentro del mismo.
Sin embargo, esas políticas chocan en gran medida contra la lógica de una sociedad articulada en torno al patriarcado, esto es, en torno a la figura del hombre que desarrolla su trabajo fuera de casa a cambio de un salario y que, al retornar al hogar, ejerce la misma función disciplinaria que, en el ámbito productivo, ejerce su patrón o capataz. Se trata de una norma de socialización que podríamos considerar casi inherente al capitalismo desarrollado en el sur de Europa en donde la mujer ha sido tradicionalmente relegada del ámbito productivo pero no por ello ha podido escapar a las normas socializadoras que éste impone.
Es por ello que creo que en tanto no seamos capaces de modificar esas normas de socialización, las políticas de igualdad tendrán un carácter meramente paliativo pero carecerán de poder transformador de un estado de cosas tremendamente injusto para la mujer.

www.albertomontero.com

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