Una nueva jerga posmoderna

Por: Hernán Montecinos
Fuente: Diario GranValparaíso

Si en otro tiempo las ideas de la clase hegemónica lograron configurar una sólida ideología de la sociedad burguesa, hoy los países capitalistas más desarrollados nos entregan a diario un discurso heterogéneo carente de toda figura o norma.   Sin duda, nos enfrentamos a nuevos amos, amos sin rostros que, para asegurar sus estrategias económicas, construyen una nueva fraseología aún a costa de la pérdida de riqueza de nuestro acostumbrado vocabulario. 

¿Qué es lo singular del discurso hegemónico que hoy impera? La descontextualización racional del discurso se manifiesta a través de la imposición de la palabra. Palabra vacía, consigna paralizante, filosofía inactiva, pasividad que lleva a la muerte, sin entender por qué y para qué estamos en este mundo, no siendo ya sujetos históricos, sólo meros observadores de los acontecimientos, esperando tal vez que algo divino nos permita salir de nuestra angustia y desesperanza.

Los intelectuales del neoliberalismo, los autoproclamados “posmodernos”, justifican sus teorías mediante la creación de una particular fraseología ignorando que el lenguaje, hermana de la historia y la razón crítica, en su dimensión dialéctica, requiere de la amplitud de contenido para interpretar, comprender y superar las contradicciones que expresa el sistema en el que estamos viviendo. A ello se une una “posliteratura”, surgida desde las entrañas del mundo tardo capitalista, que ayuda al deslavado de nuestro lenguaje, aquel que constituía nuestro orgullo y servía al reconocimiento de nuestra idiosincrasia y cultura.

En efecto, un nuevo lenguaje amorfo y oscilante se ha socializado a correlato con la introducción de nuevas imágenes que se hacen llamar “posmodernas”. Esto ha llevado a que nuestro lenguaje, aquel del que tanto nos enorgullecíamos por su rica composición gramatical y la variada significación de su lexicología, ha terminado por transformarse en una vulgar “jerga”. Jerga, palabra vacía con la que se manejan los representantes de los intereses neoliberales, es un envío paralizante, un mensaje vacío, que orienta el hacer y el pensar de las masas.

Sí, la masa, porque ha dejado de existir el pueblo, aquel sujeto histórico que luchaba por mejores condiciones de vida, guiado por principios y valores. Pueblo convertido en “masa” como conglomerado amorfo que sólo obedece a palabras y consignas.

La nueva jerga posmoderna ha permitido la introyección en los sujetos de un imaginario socio cultural que los condiciona para deambular con un conocimiento vago y fragmentado, acrítico y superficial. Son representaciones, manipuladas por mensajes mediáticos, que dirigen las conciencias por caminos que conducen a un consenso rutinario, trazado por una tecnocracia servil a la nueva estrategia propuesta. Un imaginario colectivo limitado en contornos rígidos permite cohesionar a los oprimidos en la fragilidad y futilidad de los nuevos mensajes; personalidades sumisas y dependientes, seguidoras de proyectos impuestos por otros, prestas a desempeñar papeles con guiones que desconocen.

Y es en esta confusión que el término posmoderno se utiliza para referirse a cualquier cosa que quiera asociarse a hechos contemporáneos muy diversos. Así, por ejemplo, los jóvenes, para estar a tono con la moda, se refieren a algo “posmo” cuando creen necesario destacar algunas de sus “chorezas”. De este modo el término posmoderno se ha logrado convertir en una idea comodín para señalar cualquier cosa. En el fondo, un concepto ecléctico que quiere precisar algo pero que nadie logra entender cabalmente.

Sin embargo, hay que reconocerlo, esta fraseología hueca e incoherente se origina a partir de hechos que se están sucediendo. En efecto, decir que hoy no es lo mismo que ayer parece lugar demasiado común para volver a refrescarlo. Pero es el caso que este hoy distinto al ayer, tiene diferencias sustantivas con la relación hoy-ayer de épocas pasadas. En primer lugar, porque las diferencias de antaño eran menos perceptibles en el tiempo, la gente casi no las percibía. En cambio, todo lo perceptible de hoy tenemos que apresurarnos en captarlo porque seguramente será inaprensible el día de mañana.

Así entonces, enfrentada la sociedad, entre otros, al fracaso del denominado socialismo real y la crisis profunda que afecta a la fase capitalista más contemporánea, son hechos constitutivos del surgimiento de una repentina fragilidad susceptible de abonar un campo muy propicio para que las actuales generaciones se encuentren viviendo en un estado de desánimo y de frustración generalizada.

Desde esta postura, se señala que ya no son gravitantes sólo los problemas económicos-sociales que caracterizaron las grandes luchas de décadas pasadas. Ahora nos agobian problemas tantos o más graves; son alteraciones psicosociales y existenciales que antes no existían o no se percibían. Ahí están los problemas ecológicos, que amenazan día a día nuestra salud y nuestras vidas, la vida hostil en las grandes ciudades, la desocialización de la política, la descobertura social aumentando día a día, el incremento de los empleos precarios, etc., Estos nuevos problemas estarían avalando a aquellos que sostienen que entramos en una nueva época, enfrentados a nuevos problemas que no habían sido considerados en los presupuestos fundacionalistas de la Modernidad. Con este surgimiento, -infieren los posmodernos- resultan nuevas condiciones de existencia, las que denominan condiciones posmodernas.

Entonces, así y todo, con toda las aprehensiones que pudiéramos tener, la Posmodernidad vendría a ser un conjunto de proposiciones, valores y actitudes que, independientemente del grado de su validez teórica, no puede negarse que existen y funcionan ideológicamente como parte de la cultura, la sensibilidad o la situación espiritual más contemporánea.

En sus efectos inmediatos, la raíz del pensamiento posmodernista se encuentra complementada por la existencia de un pensamiento que sustituye lo real por lo mediático, o sea, la fantasía se transpola a lo que la imagen transmite. Si en su tiempo, el homo faber logró desplazar al homo sapiens pensante, ahora ese homo faber se ha transformado en un homo videns. Hombre de la imagen, apegado a su televisor; apologización extrema del individuo contemplativo que absorbe el mundo exterior en forma pasiva, imponiéndosele los objetos que vienen desde afuera acríticamente. En este estado el sujeto no pregunta, porque ya sabe que la respuesta le viene cocinada.

Los creadores de esta nueva fraseología, no son ignorantes ni ingenuos, saben muy bien lo que están haciendo. Se produce un correlato ideológico con intereses políticos y económicos bien concretos. Es la inteligencia bien rentada, dispuesta por un buen pago a cualquier cosa. Total son pelos en la cola dejar en la ignorancia y desesperanza al resto. Estigmatizar y caricaturizar todo vestigio de pensamiento crítico-reflexivo está dentro de su estrategia. Y con toda razón, pues necesitan estar libres de juicios críticos que los desenmascaren. Por ello estimulan y dan protagonismo sólo a seres hablantes y no pensantes. Es sólo cuestión de prender la tele para corroborar esta imagen.

Por eso, no si razón el filósofo Nietzsche, sin descuidar el aspecto fundamental de su crítica, -dejar al descubierto las ficciones de la metafísica- sostiene que más poderoso que la misma tradición metafísica y religiosa, más difícil de combatir que las universidades y las iglesias, es el combate contra el lenguaje. Ello, porque el lenguaje es el elemento en que el hombre es lo que es. En otras palabras, el lenguaje es el mundo inmediato del hombre, está tan cerca de él como su misma piel.

Y esto, sí que lo saben bien los intelectuales posmodernistas, quienes para convencernos de las “conveniencias” del actual mundo metafísico imperante, lo hacen a través del lenguaje, ya no modificándolo, sino transformándolo en una particular e incomprensible jerga.

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