Por: Hernán Montecinos
Escritor, ensayista
Valparaíso
¿Qué es lo que ha hecho que las nuevas ideas en el nuevo proyecto de Constitución hayan sido rechazadas por la ciudadanía chilena? Son muchas las razones, pero de un modo principal, los prejuicios jugaron su mejor papel en esta oportunidad.
En un sentido general los prejuicios son actitudes, reacciones, creencias u opiniones, que no se basan en una información o experiencia suficiente como para alcanzar una conclusión. Se puede definir como estrategia perceptiva, que predispone a adoptar un comportamiento negativo hacia aquello que se está conociendo, prescindiendo de datos objetivos de la realidad. Por tal razón acompaña fenómenos personales, interactivos y sociales que son difíciles de erradicar. Cuando se logra emplazar un prejuicio, resulta realmente complejo superar esa obcecación, porque los prejuicios son previos al juicio de la razón. Sobre este particular, a no olvidar, que ya Albert Einsten, en su momento, advirtió: “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
De hecho, muchas veces, lo que hacemos es generalizar, o prestar atención a aquellas cosas que refuerzan nuestra creencia previa, de forma tal, que ejercen una forzada presión para que “la realidad” encaje con el preconcepto. En el ciudadano común, estos prejuicios se le hacen latentes al carecer de un acervo cultural y conocimiento más acabado, respecto de los problemas expuestos a sus juicios. Aquejado por una falta de oportunidad para revisar y ampliar o modificar las ideas que sostienen sus vínculos, el individuo va acendrando la tendencia a recurrir a ‘lo que tiene a la mano’. Así, apelando a la presunta efectividad de cierta idea, la actualiza de acuerdo a sus propios escasos presupuestos cognoscitivos, sin atender a las peculiaridades de la demanda presente.
Ahora bien, en general, para que operen los prejuicios tienen que cumplirse, sucesivamente, algunos requisitos. En primer lugar, la idea prejuiciada tiene que ser una idea nueva, es decir, que no se encuentre socializada al interior de la comunidad. Sin embargo, no todo lo nuevo va a ser objeto de prejuicios, requiere también cumplir con un segundo requisito, esto es, que sus alcances deben ser de magnitud y profundidad tal, que pongan en riesgo los fundamentos que sustentan, para el caso, la ontología fundacionalista de la ideología neoliberal, que se encuentra acendrada en la sociedad chilena.
Es decir, por más que otras ideas hayan modificado ciertos aspectos de la política al uso, el horizonte ontológico sobre el cual han descansado sus presupuestos, han seguido siendo los mismos, apelando a un puro reformismo que afecta sólo en la periferia, reformismo que, las más de las veces, ha derivado a una pura y simple cosmética. Esa es la motivación central que explica el por qué las ideas políticas contenidas en el proyecto de Nueva Constitución fueron prejuiciadas de antemano, ni más ni menos, por el hecho que la nueva propuesta fue mucho más allá de una mera reforma, sino que propuso un “cambio” lo que pasa a ser una cosa totalmente distinta.
A su vez, siendo lo nuevo, lo emergente, una novedad, ello lleva implícito cierto grado de desconocimiento e inestabilidad, por lo que la emergencia de pensamientos que antes no se encontraban presentes, y el desconocimiento que avizora un proceso que aún no termina por consolidarse, es lo que en definitiva coloca en un estado de incertidumbre a todo aquello que, en la posibilidad de su realización, no se va a saber muy bien su grado de efectividad. Hay que decir, que el hombre, históricamente, siempre le ha temido a lo desconocido, por ello a todo lo que es nuevo, a todo aquello que se aparta de lo ya conocido, lo llena de temores e incertidumbres. Esta ha sido la impronta que les pegó muy fuerte a los políticos y ciudadanos de este país, para que, desde un principio, prejuiciaran las nuevas ideas incorporadas en la propuesta constitucionalista.
Por lo mismo, las ideas prejuiciadas lo van a ser en un sentido negativo, en tanto se desconfiará de ellas por encontrarse asentadas sobre un suelo poco seguro. Y siendo que toda incertidumbre produce cierto grado de temor, ello llevará a que el político y el ciudadano no puedan sustraerse a dicha impronta, por lo que preferirá aferrarse a aquello que tiene por seguro, encontrándose dispuesto a rechazar todo pensamiento nuevo radical, atribuyéndole los valores negativos más inimaginables.
Hay que tener en cuenta que, en el discurrir de la praxis del pensamiento recibimos una nutrida información las que, por cierto, no necesariamente van a coincidir. Puestos ante esta disyuntiva, no nos queda más remedio que emitir nuestros juicios del mejor modo que podamos acomodar, intentando hacer una síntesis de todo lo que nos ha llegado por las distintas fuentes. Así, al final del día, nuestras opiniones se van a expresar arrastrando un doble sesgo, por una parte, la subjetividad que le puso aquel medio transmisor que nos informó, a lo que habría que agregar nuestra propia subjetividad que también hace su juego.
Los prejuicios suelen convertirse en férreos tiranos, determinando nuestra manera de ver el mundo, estigmatizando nuestras relaciones con distintos grupos del colectivo social. Están presentes en todos los ámbitos y actividades de nuestra vida, e implican una forma de pensar íntimamente vinculada con comportamientos prejuiciosos. Nos llevan a juzgar, de antemano, a cualquier pensamiento, persona, o situación en base a características que se encuentran alojadas fuera del centro del problema. Condicionan nuestras respuestas y reacciones, y nos predisponen a aceptar o rechazar, en base a particularidades que se nos han naturalizado en nuestro propio ser.
Por cierto que, para la comprensión de un texto como éste, la ignorancia ha jugado un papel muy negativo para poder decidir una aprobación. El problema está que la ignorancia, tal cual la conocíamos en épocas pasadas, esto es, reducido a un grupo analfabeto o de baja escolaridad hoy, lamentablemente, se ha extendido a otros grupos sociales en forma alarmante. Las numerosas investigaciones sociológicas y pedagógicas coinciden que la ignorancia ha estado permeando también a vastos sectores de la sociedad, a aquellos que tienen completa su escolaridad, incluso la universitaria. Los estudios han concluido que los jóvenes que llegan a la Universidad no comprenden lo que leen.
Exponente de una actitud anti-creativa es el prejuicio. El mismo no sólo debe ser tenido por una apreciación o valoración precipitada, generalizadora y peyorativa, antes bien, el prejuicio puede ser entendido como aquella consideración sustentada en una idea recurrente y multifuncional; o sea, que aparece con frecuencia en los pensamientos del sujeto, y que es utilizada en varios argumentos con idéntico significado o valor. Esto supone el anquilosamiento del pensar, por el uso cuasi automático de la idea-prejuicio en diversos contextos no conectados, acabando por quedar estanco en un único y poli funcional significado.
Prejuicio no sólo es el producto de un enjuiciamiento no analítico, destinado a ciertos temas y sujetos. Se trata de una apreciación que, por basarse en una idea impropia y recurrente, resulta rígida, inadecuada e inhibidora de los cambios que se deben venir, no atendiendo a los necesarios aprestos que le son inherentes al discurrir del proceso histórico social. Concomitantemente, por la interactividad o reiteración de tal juicio, el prejuicio deviene como mera muletilla o latiguillo.
Ahora bien, ¿Es normal tener prejuicios? ¿O es anormal? Por des fortuna, en mayor o menor grado, todos los tenemos. Y esto es así, porque hasta ahora no se ha conocido a alguien que no los tenga. Visto así, el problema no tendríamos por qué preocuparnos, sin embargo, pasa a ser un capital problema, cuando nuestros prejuicios describen gran parte de lo que somos y en cómo los expresamos, pues en muchos casos dejan huellas emocionales negativas. y traumáticas en los grupos a los que pertenecemos, y hasta en nuestros propios miembros familiares.
De otra parte, por la presión que ejercen, fundamentalmente, los medios de comunicación, las ideas y opiniones que allí se vierten, sobre este u otros asuntos, contienen todos los elementos para dar curso al ejercicio de la manipulación. Manipulación no tomada como un término del todo cerrado, sino más bien como un concepto asociado a la idea de que la ambigüedad en lo humano, como realidad ontológica que lleva sobre sí el hombre, es volcado en favor de tal o cual proyecto, o tal o cual acción, sin que el sujeto se dé cuenta de ello. Por tal, una opinión que aparenta ser libre, no es sino la expresión de condicionamientos inducidos que actúan desde el lado de afuera hacia los subconscientes hasta terminar por minar las resistencias más estoicas. Sin embargo, reconocer la manipulación contraría la conciencia de la adultez y, por tanto, tal posibilidad, aunque sea un dato de la realidad tiende a ser negado, fundamentalmente, por aquellos mismos que son manipulados. Citando a MalcomX: «Si no estas prevenido ante los medios de comunicación te harán amar al opresor y odiar al oprimido”
Más aún, lo vivimos recientemente en el plebiscito, las informaciones que recibíamos a través de los medios de comunicación, no sólo se quedaron en llenarnos de informaciones prejuiciosas, sino para peor, recurrieron reiteradamente, a transmitir “fake news”, una tónica que no habíamos conocido en lides políticas anteriores, a lo menos, no tan recurrentemente como en esta ocasión. Lo más sorprendente aún, es que estas fake news fueron fácilmente asumidas no solamente por el mundo de la ignorancia, sino que también permeó al mismo mundo político-intelectual. Los prejuicios cuando provienen de una sola persona, o de un grupo de ellas, sus daños alcanzan a ser sólo colaterales, pero cuando se inducen desde el poder dominante, éstos se universalizan, naturalizándolos, haciendo que el prejuicio creado, cauce un daño que no puede ser más desastroso, como lo acabamos de comprobar.
Ya Gramsci en sus notas referidas al carácter de la opinión pública señalaba, que cuando el poder quiere iniciar una acción impopular o poco democrática, empieza a ambientar una opinión pública que sea adocilada a tales propósitos. Sirviéndose de los aparatos ideológicos del Estado es capaz de crear una sola fuerza que modele la opinión de la gente y, por tanto, la voluntad política nacional, convirtiendo a los discrepantes en “un polvillo individual e inorgánico.” Esto quiere decir que la adhesión “espontánea” a los propósitos y fines del sistema, no implica una adhesión racional y consciente, sino más bien el resultado de un proceso compulsivo y manipulador capaz de dejar en total estado acrítico a los que recepcionan el mensaje.
Es sólo a partir de los años 80 que la perspectiva cognitiva, dentro de la psicología del prejuicio, ha empezado a investigarse más seriamente. De acuerdo al modelo explicativo cognitivo, el prejuicio proviene de procesos básicos mentales. Nuestra mente trabaja constantemente para simplificar la complejidad del mundo externo que nos rodea. Una forma, es a través de los procesos de categorización, los que tienen una base de automatismo importante Por este proceso nuestra mente organiza la información que percibe en categorías generales, las que se pueden guardar organizadamente, y luego sacarlos a relucir, cuando las circunstancias lo estimen o lo requieran. De este modo por los procesos de categorización es que llegamos a que los prejuicios derivan en los estereotipos. Desde esta perspectiva, el concepto del estereotipo juega un rol importantísimo en el prejuicio.
Así, de los prejuicios que se van categorizando, los estereotipos no se van quedando atrás. El término «estereotipo» hace referencia a reproducciones mentales de la realidad sobre las cuales se generaliza, acerca de miembros u objetos de algún grupo. Según la definición que se recoge en la RAE, un estereotipo consiste en una imagen estructurada y aceptada por la mayoría de las personas como representativa de un determinado colectivo. Esta imagen se forma a partir de una concepción estática sobre las características generalizadas de los miembros de determinada colectividad. (mapuches, pueblos originarios). Se trata de una representación o un pensamiento inalterable a lo largo del tiempo, que es aceptado y compartido a nivel social por la mayoría de los integrantes de un grupo, o de una región, e incluso nación.
El uso más frecuente del término está asociado a una simplificación que se desarrolla sobre comunidades o grupos de personas que comparten algunas características. Dicha representación mental es poco detallada y suele enfocarse en ciertos defectos del grupo en cuestión. Se construyen a partir de prejuicios respecto a las personas que provienen de una determinada zona o región del mundo o que forma parte de un determinado colectivo. Dichos prejuicios no son expuestos a la experimentación, y por lo tanto, la mayoría de las veces ni siquiera son fieles al bagaje identitario del grupo al que se encuentran ligados. La cultura cinematográfica es un buen ejemplo demostrativo de esto. Las películas norteamericanas, suelen representar estereotipos de la servidumbre; por lo general éstos casi siempre en las pantallas aparecen como los negros o los latinos.
Por último, están los ejemplos de los spots publicitarios que vemos a diario en la televisión, son la mejor expresión de los mensajes estereotipados en donde sólo se muestran las imágenes de ciertos productos, de los cuales se supone que después de verlos en sus supuestas bondades que les imprimen las imágenes, tendríamos que estar tentados a consumirlos. En suma, todos los emblemas, banderas y escudos nacionales, corresponden a este tipo de signos con connotaciones nacionalistas, porque tras ellos se representan a grupos sociales específicos delimitados centro de una concepción territorial.
Ahora bien, en esta época caracterizada por el vértigo, la fugacidad y la inmediatez, los ritmos vitales se aceleran, aunque no siempre esto resulte forzoso. El tratamiento de muchos asuntos es realizado al estilo de los, tan en boga, magazines televisivos: aporte mínimo de datos en el mejor de los casos; lapso de ‘desarrollo’ del tema comprendido en el transcurso entre avisos comerciales. Ambos hechos confluyen en otro rasgo de la dinámica actual, la superficialidad. No es difícil advertir que un manejo de la información como el descrito remite casi fatalmente a la carencia de análisis crítico. Y tal criticismo refiere a la unidimensionalidad en el contacto con la realidad. Problemas que deberían ser considerados con detenimiento y prudencia, son tratados al modo de un flash informativo, lo que implica un pseudo tratamiento. Éste puede ser relacionado con el efecto que Lippmann, en La opinión pública, le atribuye a la opinión pública: ella termina imponiendo versiones parciales y distorsionadas de la información como si se tratase de genuinas verdades. Tal logro se sustenta en la tendencia individual a evitar el trabajo reflexivo acerca de los datos recibidos.
Por último, la derrota del plebiscito ha resultado ser un gran trauma. No sólo por la derrota, sino por su amplitud que resultó inesperada hasta para los propios adherentes del rechazo. Y si bien, en horas como estas no valen los consuelos, pese a todo, vale mantener viva la esperanza. Guido Girardi, Teólogo de la Liberación, en la hora de la derrota nos deja un gran consejo:
“Optamos por los pobres, no porque sean los más fuertes, sino porque son los más débiles y oprimidos; no porque su causa sea la que triunfa en la historia, sino porque es justa; no porque ellos son los vencedores de mañana, sino porque son los vencidos de hoy.
Esto no significa, por supuesto, que nuestra lucha liberadora al lado de los pobres, no aspire a triunfar; luchamos para vencer, pero nuestra fidelidad no depende de nuestro éxito. En la hora de la derrota y de la crisis es cuando el cristiano y el militante verifican la autenticidad y profundidad de las opciones que les inspiran”.
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