El confesonario

Por: Mikel Arizaleta
Fuente: http://www.kaosenlared,net (23.08.12)

La reflexión proviene de Harald Martenstein:

¿Qué pasa con la confesión? ¿Por qué sigue sin prohibirse este ritual bárbaro?

Cuando me confesé por primera vez era un niño y tuve que meterme en una caja estrecha y obscura, denominada confesonario. Allá, arrodillado, debí contar ante un hombre extraño mis pensamientos, hechos y anhelos más secretos. Hace poco, en relación con Tom Cruise y Katie Holmes, he leído que los miembros de la cienciología actúan de modo parecido. Pero al menos entre los cienciólogos los niños pueden sentarse y permanecer en espacios iluminados.

Y el sexo tampoco era una cuestión menor. En realidad se lo manoseaba. Debí confesar si había tenido pensamientos impuros. Y, claro, en este campo tenía mucho de qué hablar. El cura me atornilló muy interesado con preguntas y repreguntas. Debí relatar si me había manoseado impúdicamente. Y fui castigado con padrenuestros. No haría falta recalcar que esto conlleva cierta neurosis sexual e impide un desarrollo libre y no agobiante de la sensualidad. No haría falta pero lo hago.

Seguramente que en el confesionario haya más de un cura que se ponga cachondo ante narraciones de jóvenes indefensos y acorralados. ¿Y quién controla a estos tipos? Por propia experiencia sé que existe quien odia el sexo, quien da a entender al joven son cosas prohibidas, cosas feas contrarias a dios. Dios habría creado el pene y la vagina por error, en una distracción viendo fútbol en televisión.

Esta gente, los curas, carecen de formación psicológica y pueden manejar y dañar incontroladamente a estos pequeños arrodillados. Se ven obligados a confesar cosas que no cuentan ni a sus propios padres. Reciben consejos que no aguantarían un mínimo examen científico. Hoy sabemos que los chavales necesitan su propia esfera íntima. Lo demás es abuso e intromisión.

Cuando se acerca un mayor y confiesa un crimen el cura no acude a la policía. Calla, incluso tratándose de asesinatos apelando a una vieja costumbre. Cualquier otro, yo mismo, sería castigado por tal silencio. Resulta anticonstitucional que por un mismo acto yo sea castigado y él no. El cura administra la absolución, el criminal se siente liberado y listo de nuevo para la próxima tropelía.

Si se vigilaran los confesonarios bajaría el porcentaje de crímenes y subiría la recaudación por ingresos fiscales. Sin duda alguna hay evasores de impuestos que confiesan arrodillados en un confesonario.

¿Por qué la Iglesia, si sus curas quieren conservar el medieval secreto de confesión, no admite cuando menos un control estatal de sus confesonarios?

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